💮Capítulo 1💮

Capítulo 1: "Estarás a mi lado"
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"Como una simple promesa hecha en el cielo fue aquel amor."

El suave viento movió las campanillas de la habitación, haciendo que aquel hombre de cabellos plateados, que sostenía un manuscrito, volteara su mirada hacia el lugar, anticipando lo que estaba por venir.

-¡Jaken! -llamó con un tono molesto, temiendo lo peor.

Su sirviente, ni tonto ni perezoso, corrió hasta él y agachó su mirada ante su señor.

-¿Amo bonito, qué desea? -cuestionó, esperando las palabras de su Señor.

-¿Dónde está? -preguntó Sesshomaru, sin rodeos. Jaken reflexionó un momento sobre la pregunta antes de responder rápidamente:

-En el ala oeste, mi señor.

Sesshomaru salió a toda velocidad. "No importa lo que pase, no la dejaré ir. Ella siempre permanecerá a mi lado", pensó, tratando de calmar el mal presentimiento que comenzaba a instalarse en su pecho.

No tardó en escuchar el sonido de la cítara, una melodía que tanto adoraba, tocada por aquella que tenía su corazón. Por primera vez, los grandes pasillos de su mansión le parecieron inmensos, y la puerta corrediza que había mandado adornar según su gusto parecía denotar soledad.

Sin dudarlo, entró en la habitación, una estancia llena de lujos, aquellos que en su momento habían sido para ella, pero que, aunque la adornaban, parecían marchitarse ante la tristeza que impregnaba el lugar. La melodía de la cítara era triste y melancólica, resonando en cada rincón.

-Rin -llamó su nombre, implorando que lo viera. Pero ella no se volteó, continuando con el juego de sus dedos sobre las cuerdas.

Sesshomaru se acercó, esperando que ella finalmente lo mirara. Pero en lugar de eso, solo recibió unas frías palabras:

-Lárgate -escuchó gritar con desesperación, pero el gran señor no estaba dispuesto a ceder y siguió avanzando.

-Sal de aquí -insistió ella, con un tono frío que lo molestó profundamente.

Al estar lo suficientemente cerca, la tomó de la cintura con delicadeza y le pidió que lo mirara. Ella, reacia, mantuvo su mirada hacia otro lado.

-¿Me odias? -preguntó Sesshomaru, algo desganado por su renuencia.

-Sí -susurró ella, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla, y él, con sus manos, la limpiaba.

-Bien -respondió él con calma, pero en su interior sentía una tormenta de emociones.

A pesar de lo que cualquiera pudiera pensar, Sesshomaru no se arrepentía de lo que había hecho. Si volviera a su pasado, lo volvería a hacer.

Tiempo atrás...

El suave sonido del viento se escuchaba en el ambiente, mientras los pájaros revoloteaban sus alas y las pequeñas criaturas se movían entre los bosques. Sus grandes ojos carmesí se abrieron lentamente, y con un fuerte impulso, se levantó sobre sus cuatro patas, avanzando por el espeso bosque.

El gran perro blanco llegó a un risco desde donde podía observar todo el lugar, esperando que aquello que anhelaba viniera y se quedara a su lado. Aspiró el aire y suspiró pesadamente.

"El tiempo pasa", pensó, mientras contaba los segundos, intentando distraerse de lo que lo alteraba. Su pequeña luz aún no aparecía, y en el centro de su pecho sentía aquel dolor que los humanos llaman anhelo.

Se levantó y caminó en el mismo lugar, dando vueltas en un intento de hacer que el tiempo pasara más rápido. Finalmente, se echó sobre sus cuatro patas y, con un último bufido, sintió cómo cada segundo se convertía en largas horas y estas en días.

"Y ella aún no aparece", pensó, sintiendo como su aroma permanecía en el ambiente, un recordatorio de que debía esperar a su dueña.

Miró hacia el cielo, contando los segundos con la esperanza de volverla a ver en aquel lugar, de escucharla cantar aquello que tanto deseaba oír. Descansó una vez más, apoyando su gran cuerpo en el suelo y cerró los ojos, aguardando a que aquella eternidad se convirtiera en un solo instante.

El aroma a flores de cerezo llegó a su gran nariz, provocando que sus ojos se abrieran rápidamente. Se levantó de un salto y corrió hacia ella. Aún estando lejos, podía observarla y sentirla. Su hermoso kimono rosa resplandecía en la maleza oscura.

Sus grandes ojos rojos la observaron caminar hacia él, rebosante de felicidad. Su gran y orgulloso ser, que no sabía cómo demostrar aquella emoción, se quedó inmóvil frente a ella.

Una parte de su cuerpo lo traicionó y, aunque intentaba mantenerse firme, su cola se movió débilmente. A cada instante, aquella suave y esponjosa cola tomaba velocidad, como si quisiera delatarlo, diciéndole a su dueño de alguna manera: "bienvenida".

No sabía cómo había terminado siendo un perro casero, pero solo sabía que aquella joven de ojos almendrados era su dueña, y que solo a ella le permitía acercarse así.

Ella sonrió como solo ella podía hacerlo, y lo llamó por aquel inusual nombre que le había dado.

-Yako, ¿te portaste bien? -le dijo, mientras se acercaba, y él solo se quedó esperando a que lo acariciara.

-Espero no haberme demorado tanto... -la escuchó hablar una vez más, contándole sobre lo que vivía y lo que sufría.

Él se sentía tan miserable por no poder ayudarla, que solo resopló, frustrado por su impotencia. "Ella es mi luz en esta oscuridad, como yo lo soy para ella", pensó.

Ella lo abrazó, haciéndole sentir aquel calor que en algún momento había olvidado, un calor que calentaba su alma y lo hacía sentir cómodo. Se sentó a su lado en aquel prado, y él la acompañó, echándose a su lado para contemplarla.

Su gran pelaje blanco, hermoso como ninguno, fue tocado por sus gráciles manos, mientras ella tarareaba una canción suave y dulce. Aquella canción contaba la promesa de un amor eterno, donde, a pesar de las adversidades y de provenir de diferentes mundos, ambos se encontraban incluso después de la muerte.

A pesar de ser triste y melancólica, la bestia creía en aquellas palabras y, en su mente, prometió estar siempre con ella.

"Es una promesa", pensó la gran bestia, mientras cerraba los ojos, sintiendo la calma. "Estarás a mi lado". Suspiró profundamente mientras dormía en las manos de aquella doncella.

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