25 - 🗡️Ibrahim🗡️
Sonaron de nuevo los cañonazos, esta vez desde la popa. Mientras Visia se enfrentaba sola a los hombres sobre la cubierta enemiga, más de mis hombres lanzaron ganchos de abordaje al galeón y treparon desde todos los ángulos. Sin embargo, ante un inminente ataque en la parte de atrás, nos estábamos quedando sin defensas.
Un hombre del Tuerto saltó las escaleras que habían unido a nuestros barcos y corrió para enfrentarme con un machete en la mano y un cuchillo entre los dientes. Estaba enfadado, lo veía en sus ojos. Seguro era amigo del infeliz, aunque lo dudo.
Chocamos espadas, pero otros dos me rodearon. Ambos cayeron al instante cuando dos flechas silbaron y atravesaron sus cráneos. Ndu Womba cuidaba la retaguardia.
Escarchoso Tuerto, hasta muerto me das problemas.
Más piezas y trozos de madera salían desprendidos, volando por los aires, astillados y quemados. El olor a humo y ceniza se impregnaba en el viento y los gritos de muerte y dolor de los heridos llenaban mis oídos. Hombres de ambos bandos corrían de un lado a otro de la cubierta, excitados por la batalla.
Empujé por la borda al tipo enojado y luego recargué mi Perto12, listo para disparar. El cañón de mi pistola brillaba ansioso por disparar, pero...
Otro cañonazo. El galeón enemigo que tenían de refuerzo se había adelantado a mi fragata y disparado a babor. El movimiento brusco de la nave hizo que me tumbara al suelo. Solo pensé en la cantidad de hombres que habrían muerto sin darse cuenta de aquel furioso ataque que nos había tomado por sorpresa.
Pronto me di cuenta, estábamos siendo atacados ahora por ambos lados. Probablemente tenían más hombres y más cañones. Probablemente tenían más posibilidad de ganar.
Pero de la nada, casi como una alucinación...
Algo enorme. Una sombra se elevó hasta sobrepasar la punta del mástil más alto de mi fragata, tapando el sol con su enorme figura. El silencio se hizo presente en la batalla, como si todos estuvieran quietos viendo lo mismo.
Un dragón. La Aurora quedaba pequeña bajo su sombra, la de sus alas batiéndose contra el viento, levando el cuerpo de ese ser celestial hasta las nubes. Pronto había subido tanto que no pudimos verlo más. Luego, como si estuviera dispuesto a destruir todo a su paso, bajó en picada hacia nosotros.
Que Mary nos proteja, pensé.
Se escucharon gritos de miedo. Muchos se arrojaron al agua y otros, más idiotas aun, abrieron los brazos y cerraron los ojos, esperando la muerte. Sin embargo, al bajar lo suficiente, volvió a subir hacia el cielo, agitando sus plumas contra el viento. Los barcos se tambalearon.
¿En serio estaba viendo un dragón rosado en medio de una batalla? ¿A caso estaba muerto ya? No, eso no era posible. Pero teníamos un invocador. Eso sí era posible.
—¿Mosakev? —llamé a mi contramaestre, distraído, sin dejar de ver el espectáculo—. ¿Invocaste un puto dragón?
—Eso es absurdo capitán —respondió él, corriendo hacia mí sin soltar su arma. Tenía un libro en la cintura.
—¿Imposible? —cuestioné—. Esto te volvería en el Invocador más poderoso de toda la historia...
El dracónido apuntó una especie de araña con tres patas del tamaño de un sabueso.
—Yo solo invoqué esto —explicó.
Volví a mirar al dragón. Había regresado al cielo, rugiendo y escupiendo fuego por ese raro hocico.
—Entonces, ¿de dónde apareció esto? —pregunté, más para mí que para él. Para los dracónidos, y gran parte del mundo, los dragones eran dioses. Si me respondía, seguro daría una respuesta religiosa. Sin embargo, la respuesta fue otra:
—Lo vi salir de los escombros de tu camarote —dijo.
Entonces recordé. Habían disparado a babor. Ella estaba en mi camarote. El dragón... No tenía sentido.
—Milhan estaba allí. —Comencé a correr hacia mi barco.
Entonces, otros comenzaron a gritar asombrados, asustados quizás. Pero me preocupó. Miré hacia arriba. El dragón había dejado de batir sus alas y había empezado a caer. El impacto fue destructivo, cayendo sobre el galeón del Tuerto y partiéndolo a la mitad con todo su peso.
El otro galeón ya se había marchado, dando vuelta y retomado su anterior camino. Mis hombres vitorearon con ánimo, como si el dragón hubiera salvado sus vidas. Cosa que no tenía sentido, ¿o sí? ¿Habíamos ganado? ¿Qué mierda era ese dragón rosa?
Entonces Visia me gritó desde estribor.
—¡Capitán! —dijo. Estaba mojada, probablemente sudorosa y maloliente también—. Mire por la borda.
Me asomé a la barandilla rota y miré el mar. Entre los escombros del barco del Tuerto y varios hombres tratando de nadar hacia el sur, Milhan se encontraba flotando, sujetada a un pedazo de puerta quemada.
Sin pensarlo dos veces, me arrojé a su rescate.
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