20 - 🗡️Ibrahim🗡️

Alekev estaba muerto.

Tras un momento pensando en todas las personas que lo querían muerto, me saqué el sombrero tricornio y lo coloqué sobre su mesa. Estaba llena de papeles y una taza de té a la cual ya no le salía el humo del vapor. Se notaba que había ocurrido hace ya horas atrás, antes de que llegásemos.

—Lo siento mucho —dijo la princesa detrás de mí. Había estado callada ya por bastante tiempo—. ¿Era tu amigo?

—¿Amigo? —pregunté con tono exagerado, mientras despegaba la vista del cuerpo para mirar alguna pista en el suelo. No habían huellas de discusión—. Este enano caía mal a todo mundo. No tenía amigos.

—Entonces se te parece. —Se acercó a cadáver, inclinándose ligeramente. No podía negar que aquel vestido que le habían dado en el burdel le quedaba bastante bien—. Lo mataron por la espalda. ¡Qué cobardes!

Solté un bufido al echar de nuevo un vistazo a Alekev.

—¡Escarchoso enano! —maldije—. Con esto acabaron con la única forma que tenía para encontrar a mi hermano.

—¿Tanto quieres a tu hermano? —quiso saber ella.

La miré a los ojos. No había ninguna pista de que se estuviera burlando de mí. ¿A caso solo era tonta? No, solo desconocía la historia de mi familia.

—¿Qué lo quiero? —pregunté—. Malinterpretaste todo, princesita. Debo matarlo. Asesinó a nuestra madre.

Ella se tapó la boca con ambas manos. Sus irises cambiaron a un color rojo claro, cercano al rosa. Estaba comenzando a comprender que era el color de la vergüenza.

—Uh, vaya —dijo entonces, sacándose las manos de la boca, mostrando de nuevo sus finos y rosados labios—. Eso es inesperado y trágico. Lo siento.

—No importa —musité—. Ayúdame con esto.

Comencé a revisar el sobretodo que llevaba el cadáver. Debajo tenía un chaleco marrón con botones bastante caros a mi parecer, quizás provenientes de alguna tienda de moda en Creciente. Nunca pensé en el enano como un fanático de la vestimenta. No era un burgués, después de todo.

—¿Vas a robarle? —quiso saber Milhan. No se había movido de su lugar, mirándome con curiosidad.

—No soy esa clase de pirata —le dije—. Debo investigar para saber quién lo mató. Podría haber una pista...

Entonces encontré algo. Era un empaque marrón, tan fino que se podría guardar dentro una...

—¿Una carta? —preguntó la princesa.

Abrí el paquete y saqué la carta. Tenía una dedicatoria. Iba a leerla, pero recordé que estábamos huyendo. Miré a la princesa y ella volvió a poner los ojos rosados.

—Es la letra de Soleim —le expliqué, echando un vistazo rápido a la carta—. Es mi hermano.

«Te estoy pisando los talones, hermanito».

—¿Qué dice?

—Nada importante —respondí, volviendo a guardar el contenido al paquete—. Salgamos de aquí. Hay un bote en la orilla. Debemos irnos de la isla.

Salimos de la tienda. Nos detuvimos. Había casi una docena de hombres a la vista, todos rodeando la tienda. Vestían como cualquier pirata de la isla: camisa, chaleco, bandanas y bandoleras. Algunos tenían espadas y otros tenían las manos en sus bandoleras, apretando con fuerza el mango de sus pistolas.

No eran hombres del Tuerto.

—¿Vienen a arrestarme? —pregunté. Miré a un lado y la princesa parecía no tener miedo. Yo sí tenía.

—Mataste al Tuerto —dijo uno de ellos—. ¿Qué esperabas?

El ambiente estaba tan tenso y silencioso que se podría haber escuchado una aguja caer a media cuadra. Unos estaban al tanto de mi reputación, otros no.

La princesa me dio un codazo.

—Ahora es cuando debes demostrar tus habilidades peleando con todos estos hombres —susurró.

—Lees demasiado —comenté—. No hago esas cosas.

—Entrégate y será más rápido —interrumpió el hombre frente a nosotros. Era grande y corpulento. Tenía las piernas peludas, y parecidas a las de un caballo, así que supuse que era un sátiro, como Ndu Womba—. No nos hagas perder el ti...

Agarré a la princesa de la cintura y luego la estiré hacia mí, colocándola delante. Apunté mi pistola en su cabeza.

—¿Qué mierda? —gritó ella.

—Actúa conmigo —susurré—. ¡No den otro paso más o la mato! Juro que lo hago.

—¡Me matará! —actuó Milhan—. ¡Este hombre está loco!

Estaba sonando bastante convincente. Milhan se retorcía, pero no hacía nada para escapar de mí. Sentía el calor de su cuerpo rozándome y su aroma, que me recordaba a las naranjas peladas, se adueñaba de mis pensamientos.

—¿Por qué debería de importarnos? —quiso saber el sátiro.

—Ella es la hija del rey de Menguante —les expliqué—. Si su sangre corre, la de todos nosotros sigue. El rey Areim Albastar es cruel. No importará quién o qué la mató.

Ellos se miraron unos a otros.

Comencé a retroceder hacia la orilla.

Ellos dudaron. Uno de los piratas, sin embargo, desenfundó su arma y apuntó hacia nosotros. Una mano lo detuvo antes de disparar. Fue el sátiro, quien lo miró y le dijo:

—Una vez que salgan de la isla, ya no será nuestro problema.

El otro bajó el arma.

Tomé del brazo a la princesa y la estiré hacia los últimos arbustos de la costa. Corrimos al bote y nos dirigimos hacia donde se encontraba mi barco La Aurora


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top