19 - 🗡️Yizhim🗡️

El puerto de Creciente estaba repleto de personas viéndome. Tenía sentido, nunca habían tenido el placer de tener tan de cerca un príncipe de gran porte, no como el suyo.

—¡No se olviden de esas cajas! —se escuchó.

Shoyoi estaba a mi lado, al fin convencido de que capturar al pirata era mejor que tratar con él. El príncipe de Creciente ordenaba a sus hombres subir provisiones a las naves. Eran media docena de fragatas. Esas naves del oeste tenían muchas cosas que las diferenciaban de las nuestras, como las velas plegables, hechas de una tela dura y flexible al mismo tiempo. Tenían más parentesco con membranas de caucho trasparente que con una tela convencional. Otra diferencia enorme radicaba en su largor. No eran anchos, pero parecían tener al menos cien metros de largo.

Pronto dos barcos más se acercaron a la costa.

El príncipe cayó un instante y miró el estandarte de la flota.

—Corsarios —murmuró.

—Efectivamente —convine—. Al fin llegaron los refuerzos.

—¿Qué estás diciendo, Yizhim? —Shoyoi se giró hacia mí con la mirada enfurecida. Si fuera Milhan, sus ojos estarían amarillos.

Me crucé de brazos. De aquellos dos barcos, comenzó a bajarse una docena de hombres. Tenían más parecido a piratas que a corsarios. Había orcos, ogros, altaris y, por supuesto, gente de Menguante. Si Soran los respetaba, tenía sus motivos.

—Van a ayudarnos en la búsqueda —expliqué a Shoyoi.

—Son piratas —dijo él—. ¿Crees que te dejaré hacer esto? Ya aprobé tu idea anterior. Te estás pasando, no estás en Menguante. No eres el rey.

—No te queda opción —repliqué—. Tu prometida está allá, en lo profundo del océano, perdida, junto a piratas peligrosos. No tenemos información sobre su paradero, pero ese señor —dije apuntando al hombre que se nos acercaba—, ese señor si lo sabe. Está dispuesto a ayudarnos sin cobrarnos nada.

—Solo el indulto —interrumpió el pirata.

Era un hombre corpulento, de brazos enormes y gran altura. Soleim Astar de Eida, el hermano de Ibrahim, tenía fama de ser un despiadado asesino si se metía a algún pueblito pesquero a robar. Sin embargo, se había vuelto un conocido mercenario. Tenía el cabello rapado, pero estoy seguro de que era castaño. Su sonrisa estaba marcada por un pequeño corte en los labios. No pude ver otra cicatriz en lo poco que se veía de su cuerpo, pues estaba cubierto con un sobretodo azul marino de mangas anchas.

—Debería arrestarte ahora mismo —amenazó el príncipe. A su alrededor, los moderadores del rey pusieron sus manos en sus pistolas, otros en sus espadas cortas.

—Estaría en su derecho, su majestad —dijo Soleim—, pero estoy aquí como un aliado. Si intenta arrestarme, de hecho, perdería varias oportunidades.

No pude evitar sonreír cuando recalcó intenta arrestarme. Sin duda ese hombre estaba curtido en batalla.

—Podría ser una trampa —dedujo el príncipe—. ¿Quién dice que no estás aliado con Ibrahim para tomar mis barcos? Después de todo eres su hermano.

—Que compartan sangre no significa que no quiera matarlo —defendí—. ¿No es así, Soleim?

Él asintió.

—No siento nada por él —afirmó el pirata—. Para mí no es más que un renacuajo. Ahora es una presa fácil.

—¿Ya me crees, amigo? —pregunté.

Shoyoi asintió.

—Irán delante de mi flota —ordenó—. Mis hombres tendrán la orden de dispararles si hacen una maniobra extraña. Si capturan a Ibrahim, tráiganmelo vivo. Si le ocurre algo a Milhan, tan solo un rasguño, un moretón o algo similar, ustedes sufrirán por ello. ¿Entendido, capitán?

El mercenario sonrió.

—Así será, majestad. —Se giró hacia su nave de vuelta, dándonos la espalda—. Ahora, con su permiso, iré a abastecer mi barco con cosas de Creciente.

Cuando se había ido, me giré hacia Shoyoi.

—No iremos con ellos —le dije.

—Debo ir —recalcó él—. Es mi deber como futuro marido. Como futuro rey.

—Podría ser peligroso —le recordé—. Piénsatelo. Iré a hacer un par de cosas. Zarparán antes del mediodía. Espero verte en la cena de esta noche.

Él no dijo nada, pero sabía que se lo estaba pensando.

Fui a mi despacho. Era un cuarto amplio dentro del castillo de Creciente. Las decoraciones eran típicas de la nación del oeste, como los tapizados coloridos, los garrones de jade y las paredes revocadas. De cierta forma me hacían sentir incómodo, logrando que extrañase un poco mi hogar.

Alguien tocó mi puerta.

—¡Pase! —dije.

Él entró. Era el Sacerdote del Sol que había venido de la capital de Menguante.

—Viniste, Basim —le dije, todavía sentado tras el escritorio, escribiendo una carta.

—Estoy siempre a su servicio, príncipe —dijo él—. Dijiste que era un asunto de gran importancia que no podrías encargar a un simple mensajero.

Seguí escribiendo sin mirarlo todavía.

—¿Cómo va mi padre, Basim? —quise saber.

—Estoy haciendo todo lo posible para mantenerlo estable —respondió algo nervioso—. Como le había dicho, mis pociones son muy efectivas. Sin embargo, los doctores están comenzando a sospechar.

Le eché un vistazo. Llevaba la túnica blanca con lazos amarillos, aunque el volado de la falda estaba manchado de barro, quizás por el recorrido en la costa. Basim era un hombre ya mayor, de varios años en el Ministerio Eclesiástico de Eiham, por lo que era de confianza. Fue difícil corromperlo al principio, pero después de unas lunsas, todo santo se vuelve pecador.

—Ya veo. Entonces deshazte de los doctores. Eres un Sacerdote, tienes más voz que ellos.

—Son protegidos del rey. Exigió a los mejores.

—Si mi padre todavía puede exigir —dije—, es que no estás haciendo bien el trabajo que te encomendé. Debes hacerlo sumiso. Debes hacerlo dependiente de ti. Aumenta la dosis.

—Lo haré, mi príncipe. Pero déjeme decirle que podría correr el riesgo de matarlo.

—Entonces triplica la dosis.

El sacerdote levantó una ceja.

—¿Señor? ¿Usted quiere que lo...?

—Es más —dije y abrí un cajón del escritorio. De ahí saqué un pequeño frasco de vidrio—. Este es un veneno de una fruta que solo se haya en el Reino Chocante. Simula los síntomas de la fiebre roja. Encontrar alguien que venda estas cosas en Creciente fue más difícil de lo que parece.

Basim se acercó y tomó el frasquito.

—Su madre murió de fiebre roja —dijo él—. Es una muerte lenta y dolorosa. ¿En serio quiere eso?

—Quiero mucho a mi padre —le dije—, pero su muerte debe parecer lo más natural posible. Lo sabes. Reza por él. Que Mary lo proteja y que me perdone.

Él puso los ojos en blanco.

—No te sientas mal —le dije y metí lo que estaba escribiendo en una carta—. Lo que ocurra después te beneficiará. —No sellé la carta. Se la pasé así como estaba.

—¿A dónde debo entregar esto?

—A Zadkor, emperador del Imperio Desafiante. Pero primero haz que mi padre lo firme. Por supuesto, hazlo antes de darle el veneno. Queremos que la firma sea algo coherente. Que se vea lo más real posible. ¿Entiendes?

Él asintió.

—Ahora vete. Tengo otrosasuntos pendientes.

NOTA: Hola, marineros. ¿Qué creen que planea Yizhim? 

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