18 - 🗡️Ibrahim🗡️
—Corre —ordené a la princesa.
Se escuchó un disparo detrás de nosotros. Estiré a la princesa mientras nos adentramos a lo profundo del bosque de nuevo. Se escuchaban voces gritar, llamando a más de los soldados del Tuerto. Haberle disparado no solo significaba la guerra con esos hombres, que seguro buscarán venganza, sino también que sería inmediatamente exiliado de Isla Seca y no volvería a poner un pie en ella.
«Al carajo con esta isla»
El calor hacía que el sudor de la mano de Milhan resbalara entre mis dedos. Ella jadeaba de cansancio. Su pelo rojo se agitaba en el aire mientras trataba de mantener el paso. Las ramas crujían por nuestras pisadas. Aquello dejaría obvias señales de a dónde nos dirigíamos. No importaba. De todas formas, no me gustaba la isla.
Llegamos a un claro con el pasto, anteriormente verde, totalmente seco, del color del trigo que solo había en las tierras del reino Floreciente. Ahí estábamos expuestos, por lo que saqué mi perto12 de su estuche y comencé a mirar a los lados con total paranoia. Era imposible negar que yo era un buen disparador, pero no podría enfrentar a las decenas de hombres de aquel payaso que maté.
—¿Por qué no estamos yendo al barco? —me preguntó Milhan—. Queda para el otro lado.
Seguí trotando con la misma intensidad. Ella se detuvo.
—Escucha —le dije—. No es momento de portarte igual de tonta que siempre. Intenta tener un poco más de instinto de supervivencia o te matarán. Nos matarán a ambos.
—Tengo instinto...
—Entonces muévete. —La tomé de nuevo de la muñeca y la estiré hacia el final del claro. Ya no se escuchaban a nuestros perseguidores, pero yo estaba seguro de que sabían a donde iría.
Cuando cruzamos la pequeña arboleda, avistamos la pequeña tienda que se encontraba solitaria, alejada de la orilla como siempre. Los vientos agitaron las cortinas de tela marrón, mientras las yerbas malas se aferraban como podían al suelo. La brisa traía también el aroma a sal del mar de Menguante.
—¿Quieres decirme qué hacemos aquí, Ibrahim? —preguntó la princesa. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre y no me decía rufián o malnacido.
La miré desconcertado, como quien mira a un niño hacer algo imprevisto. Estábamos a unos metros de la tienda.
—Vinimos a hacer negocios...
Hubo silencio. Milhan se cruzó de brazos.
—Bien —dijo ella—. Veo que no sabes dar explicaciones.
—No te debo ninguna explicación.
—Puedo gritar para que nos encuentren.
—Te iría peor a ti que a mí —le recordé.
—Buen punto. —Miró el suelo, pensativa.
—Eres mala negociando.
—Tú eres malo y punto. No perderíamos el tiempo hablando si fueras sincero.
Creo que nunca en la vida un secuestrador tuvo que enfrentar cosas como las que yo enfrenté con Milhan.
—Mira —le expliqué—. Te secuestré porque necesito dinero para comprar información del paradero de mi hermano. El tipo de la tienda sabe dónde está, pero estamos huyendo, así que lo llevaré al barco con nosotros hasta que vuelvas a casa. ¿Te es placentera esta explicación, su majestad?
Ella se echó a reír. Pero se tapó la boca, como si eso evitara que se escucharan. Me miró y sus ojos se pusieron rosados. No supe lo que significaban.
—Me es suficiente por ahora..., ca-pi-tan.
Solté un bufido y seguí caminando.
—Quiero que te comportes —pedí amablemente a Milhan antes de meterme a la tienda.
Al entrar a su tienda todo se veía normal. Alekev acostumbraba a mudarse mucho por toda la isla, pero siempre solo. Decía que era para que no se escuchasen los gemidos y gritos de placer de sus continuas amantes, pero yo sabía que era para mantener en secreto las conversaciones que tenía con los más importantes piratas de la isla.
Sin embargo, algo estaba mal ahí dentro.
Lo vi sentado con los ojos bien abiertos. No se movía.
—¿Alekev? ¿Por qué tan callado?
Me acerqué a la mesa. Él estaba detrás del escritorio, sentado en su típica silla con escalones.
Toqué su hombro y cayósobre la mesa. Tenía un disparo detrás de la cabeza. El enano Alekev de Vateinestaba muerto.
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