16 - 🗡️Soran🗡️

ACTUALIDAD.

El estandarte rojo hondeaba por el viento en el exterior de mi ventanal, colgado en el balcón. Esa tarde me encontraba en el castillo de Dunkhorg, en la ciudad fronteriza del Imperio Desafiante. Esta ciudad se encontraba repleta de mis soldados. Los Inquisidores eran ese tipo de soldados que frecuentaban bares, prostíbulos y que peleaban con otras razas de vez en cuando. Las riñas eran cosas de esperar. Podían criticar a mis hombres, pero no podían negar que en el campo de batalla eran implacables.

Me encontraba mirando el ventanal. En los vidrios se reflejaba mi figura esbelta. Mi cuerpo se veía mucho más formado que al inicio de mi travesía como soldado del Imperio. Las cicatrices decoraban mis músculos como señales de batalla. Verme desnudo era algo que me fascinaba hacer. Sin duda no se notaba que me estaba poniendo viejo.

—Vuelva a la cama, mi señor —dijo Mizim. Se encontraba desnudo bajo las sábanas, descansando luego de toda una mañana de sexo—. ¿Te sucede algo? Estás más pensativo que lo normal.

Seguía viéndose tan joven como hace 8 años, pero la confianza entre nosotros había evolucionado. No tardó mucho en pasar de ser un esclavo sexual a ser un amante. Seguía teniendo la piel delicada, los dedos finos y los hermosos ojos claros.

—Al fin se están hilando las cosas, chico —le explico sin despegar la mirada del ventanal. La ciudad se veía oscura y sucia, llena de orcos olorosos y gigantes paseando de un lado a otro—. Me gusta contemplar lo que pronto será mío.

Él se levantó de la cama, dejándome ver su flacucha figura reflejada en el cristal. Pensaba sorprenderme, pero en realidad no era muy sigiloso. Se acercó a mí por detrás y me abrazó.

—Yo ya soy tuyo —me dijo—. ¿No contemplas lo que ya tienes?

—No tengo tiempo para esas cosas —le dije y me alejé de él, yendo a buscar mi uniforme—. Sabes lo que a mí realmente me importa. No puedo fallar en mi misión.

Mi uniforme militar estaba planchado y doblado sobre una cómoda hecha de roble oscuro. Terminé de vestirme y Mizhim me siguió guardando silencio. Ya era criticable que mantuviera relaciones con un humano, así que preferí que se quedara dentro del palacio hasta que yo lo llamara. No me avergonzaba de él, pero quería guardar discreción.

Salí al jardín del palacio. Un par de soldados habían afuera. Vigilan la entrada y la terraza superior.

Uno de mis orcos corrió hacia mí. Estaba ataviado en la armadura del ejercito inquisidor. El típico rojo y plata.

—General —llamó e hizo un saludo marcial—. Un tal Príncipe Yizhim acaba de solicitar una reunión contigo. Dice que...

—¿Qué hacen que todavía no ha entrado? —interrumpí. Yizhim era más que bienvenido a donde fuera que estuviera mi campamento.

—¿Señor? No podemos meter a alguien solo por...

—Es un viejo amigo —le dije—. Dejen pasar al humano. Discúlpense con él por la demora.

El orco se enderezó y comprendió. Mis hombres sabían que una orden mía debía cumplirse de inmediato.

—A sus órdenes, general —dijo y se marchó a hablar con otros orcos, quienes corrieron al portón principal del castillo.

Yizhim ingresó, seguido por una pequeña guardia real de humanos desarmados. Mis sirvientes trajeron sillas y una mesita para colocarlo en el centro del jardín.

Ambos nos sentamos.

—Yizhim —saludé—. Vienes desarmado a tierra Desafiante, eso dice mucho de ti, ¿sabes?

—¿Qué dice eso de mí?

—Que confías mucho —respondí—. Venir hasta aquí, a mi campamento, con esa cantidad de hombres es como colocarse una soga alrededor de la garganta.

—Confío mucho en mis aliados, Soran —argumentó él—. Además, es muy ingenuo de tu parte creer que vengo totalmente desprotegido.

Yo sonreí. Miré a un lado, donde se ubicaron sus hombres. Miraban atentos a su príncipe, alertas.

—Sin duda son magos —deduje—. Al menos la mitad.

—Son difíciles de conseguir, créeme.

—Ya lo creo. Ha pasado tiempo desde tu última excursión. Veo que te dejaste el pelo largo.

—Espero que no te ofenda—dijo él—. Copié tu estilo.

—Siempre supe que me admirabas en secreto.

—Un hombre que conquista toda ciudad que se le ponga en frente, es digno de admiración. ¿No es así?

Su comentario hizo que sonriera. Muy pocas personas lograban lo que ese muchacho lograba. A pesar de ser humano tenía un buen porte y la inteligencia de un altari. A pesar de no tener cuernos se veía bien. Aun así, algo no me cuadraba: Yizhim era gracioso, pero no hacía comentarios así por hacerlo.

—Me halagas, humano —le respondí cuando los sirvientes trajeron charolas con bocadillos tradicionales y nos servían vino en las copas—, pero presiento que vas a pedirme algo.

—Precisamente —confirmó sin vergüenza alguna—. Tienes buena intuición, Soran.

—Es solo que no disimulas bien tus intenciones.

—No pretendía disimularlas. —Tomó la copa de vino y luego la agitó para oler el contenido.

—Bien —le dije—. Dime lo que quieres.

—Tengo entendido que tu ejército hace tratos con piratas.

—Sí —confirmé, cruzándome de piernas—. Es una cosa del anterior general que pensaba cambiar, pero esos isleños resultaron muy útiles. Necesitábamos su flota para el asedio a la ciudad de los Kenkus. Olvidé el nombre. ¿Qué quieres de los piratas?

Guardó un segundo de silencio esperando a que los sirvientes se marcharan al interior del palacio. Un viento frío erizó mi piel. El príncipe estaba muy abrigado. Siempre me pareció gracioso lo poco que resistían los humanos a los climas extremos.

—Quiero capturar a uno de ellos —me dijo Yizhim al fin—. Ibrahim Astar.

—Ah, lo conozco —le dije—. Su hermano trabaja conmigo. Al parecer tienen una riña por algo familiar.

—Lo quiero muerto —continuó—. Pero no sé dónde encontrarlo.

—Entiendo. Te puedo ayudar, pero hagamos un trato.

Él se inclinó sobre la silla, interesado en lo que le iba a proponer. Se llenó la boca de vino antes de hablar.

—Dime —dijo—. Somos amigos por estas cosas.

—Tendrás que declarar la guerra al imperio.

El príncipe pelirrojo levantó una ceja.

—Otro diría que estás loco, pero creo que tienes algo bajo la manga.

—Declararás la guerra, solo eso —le expliqué—. Haré que corra el rumor de que tu ejército está viniendo por territorio del Reino Adyacente. El emperador se asustará y enviará su ejército personal a esta misma ciudad para protegerla.

—¿Y tú ejército? ¿No enviará el emperador a los Inquisidores?

—Usaré de excusa estar repeliendo una rebelión en el sur. Siempre hay rebeliones, pero esta vez diré que estoy teniendo muchas bajas.

—Aun así, puede enviar a Las Blancas Imperiales.

—Esa es la idea —le dije—. Esas mujeres son peligrosas. Las quiero lejos de la capital. Dejar al emperador sin protección.

—¿Y mi ejército? —quiso saber él.

—Cuando lleguen a esta ciudad, no habrá nadie. Cuando menos se lo esperen, mis Inquisidores estarán rodeando el castillo de la capital. Zhaga será asediada.

—Un golpe de estado —comprendió Yizhim.

—Sí. Eras la pieza que me faltaba. Una falsa declaración, pero que parezca lo más real posible.

—Entonces serás emperador y yo seré rey.

—¿Serás rey? —Levanté una ceja.

—Más pronto que tarde, mi querido amigo.

Entonces le sonreí y chocamos copas por la alianza.

¿CONFÍAN EN SORAN?

¿QUÉ PLANES TIENE YIZHIM?

¿QUÉ CREEN QUE PASARÁ?

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