15 - 🗡️Ibrahim🗡️

La isla seca no era el lugar más hermoso de Maram, pero tenía la libertad que todos los demás reinos no. No verían extraño a un hombre que llevaba a una prisionera encadenada a su muñeca. Al menos eso quise creer, cuando bajé del barco La Aurora estirando de Milhan para que no escapase por segunda vez.

El sol en el horizonte iba bajando lentamente y el sonido de las olas y las gaviotas se hacían cada vez más lejanos mientras caminábamos apresurados con dirección al interior de la isla. Los isleños comenzaban a cortar algunas palmeras que se esparcían como una plaga en la costa. Un par de ellos, desconocidos para mí, tenían un extraño serrucho doble. Miraron de reojo a la princesa mientras ella me perseguía con la mirada enfurecida y unos ojos amarillos cargados de ira.

—Apúrate —le dije.

—Baja el puto ritmo, rufián —me contestó—, no soy una atleta. Tengo sed y estoy cansada de caminar. Encima estos zapatos se me llenaron de arena. Es una mierda.

—No te pedí que te quejaras.

—No te pedí que me secuestraras —replicó—. No robes rosas si no te aguantas las espinas, capitán.

Estiré con más fuerza de la cadena. No era una cadena larga, pues confiaba que esa mujer tenía un poco de inteligencia. Aun me dolía el sacacorchos en mi espalda. Había mandado hacer una cadena que nos mantuviese juntos y no muy separados. Pero ya estaba a punto de arrepentirme.

Ingresamos a la parte urbana de la isla. Las locaciones no tenían nombre y el mercado era prácticamente toda la isla, hasta la punta sureña a la que nadie solía ir. Un par de vendedores me ofrecieron drogas y algún que otro patrón me ofreció una buena noche de pasión con sus hijas. Ignoré a todos. Estaba realmente apurado.

—¿A dónde me llevas? —quiso saber la pelirroja.

La ignoré. Aprendí que era la mejor forma de callarla.

—¿A dónde me llevas? —insistió.

Volví a ignorarla.

—¿A dónde me llevas? ¿A dónde me llevas, tontito? ¡Tontitoooo! Dime a dónde vamos.

Me detuve en medio de la gente, entre dos edificios de usura donde dos dracónidos se estaban peleando por quien la tenía más grande (la boca, claro).

—¿Si te digo prometes callarte un rato?

—Promesa de princesa.

—Iremos a buscar aliados en el consejo de la isla —revelé—. ¿Ya estás contenta?

—Eso no explica mucho.

—No tienes por qué saber mucho. —Estiré de ella y seguimos nuestro camino.

—Pues promesa de princesa denegada.

La ignoré de nuevo.

Llegamos a un lugar en el centro de la ciudad isleña donde un edificio, o más bien una mansión, se alzaba rodeada de una gran muralla. El Tuerto Yenai vivía como uno de esos ricos de Menguante que mi hermano y yo tanto deseábamos ser. Cuando éramos cercanos. Cuando no había matado a mi madre.

La mansión del Tuerto era una clásica arquitectura Creciente, con tejados verdes jade y decoraciones de dragones en cada esquina. Paredes blancas y ventanales enormes de vidrio altari. El portón frontal principal tenía una caseta con un guardia dentro.

—¿Es la casa de tu amiguito? —preguntó MIlhan.

—Solo una mimada como tú puede llamarle casa a este palacio ostentoso.

Estiré de ella de nuevo y me siguió esta vez con más ánimo, como si quisiera saber lo que ocurriría.

—¿Qué quieres hoy, Ibrahim? —preguntó el guardia.

—Ver al Tuerto.

—No le gusta que lo llamen así. Dile Yanai.

—A mí me da igual. Déjame pasar.

El guardia le echó un vistazo a Milhan como estudiándola. La mirada era lujuriosa, lo conocía. Ese guardia, como todos los empleados del Tuerto, no tenía buena reputación con las mujeres. Era normal que la princesa no pasara desapercibida por su belleza exótica y por su cabello rojo y por su color de piel tan raros en esa zona, pero que la mirase de aquella forma me generaron unas ganar de partirle la boca. Sin embargo, no podía. Iba contra las reglas.

—Pasen —dijo al fin el portero y abrió el portón—. El Tuert..., lord Yenai les está esperando dentro.

Nos metimos en el jardín delantero hasta que llegamos a la entrada de la mansión. Estaba al final de una larga escalera de mármol, que me hizo dudar de su seguridad, pues el mármol a veces era resbaloso en la lluvia. Pero eso no importaba. No debía desviarme de la idea que tenía.

Toqué la puerta y un gran hombre de pelo negro y ojos achinados nos atendió. Sin duda era alguien del Reino Creciente, como lo era ciertamente El Tuerto. Este sirviente estaba vestido con traje y moño negros, aunque no dudaba de que llevara escondida una perto12 en el interior de su vestimenta.

Nos hizo pasar y pronto comenzamos a escuchar gemidos provenientes del segundo piso de la casa.

—Vinimos en mal momento —dijo MIlhan.

—Ese hombre no para de...

Los gemidos terminaron y pronto vimos bajar la figura trabajada del Tuerto. Sin duda Yenai era un hombre de unos cuarenta y tantos, pero estaba en buen estado y parecía mucho más joven. Bueno, la mayoría de la gente de creciente solía disimular bien su edad. Tenía el pecho desnudo mostrando sus abdominales y un par de cicatrices que decoraban su piel blanca. Tenía una barba de un par de días y el pelo tan negro como la noche.

—Capitán —le dije.

—Capitán —me devolvió. Bajó de la escalera y no dejó de mirar a Milhan en ningún momento.

—Espero que hayas terminado lo que estuvieras haciendo con tu visita anterior —le dije.

—Era solo el desayuno —me respondió—. Veo que me trajiste el almuerzo.

Ignoré el comentario.

—Me parecías lindo hasta que abriste la boca —dijo la princesa, aun encadenada a mi muñeca—. ¿Es que acaso todos los hombres en esta isla son imbéciles?

El tuerto abrió el ojo sano impresionado y enojado. Lo comprendía. También tenía esa sensación de mezcla de emociones cuando conocí a Milhan.

—Es una mujer rabiosa —dijo el Tuerto.

—¿Y tú qué te crees? —replicó Milhan.

El Tuerto me miró.

—No la tienes entrenada. ¿Tiene inmunidad?

—Ha pedido asilo —respondí.

—Pues va a molestarnos en la reunión, ¿no te parece?

—Ya se calmará —defendí.

—No hablen de mí como si fuera una mascota salvaje —ladró la princesa—. Estoy aquí, escarchosos rufianes.

Una mujer semidesnuda bajó de la escalera del segundo piso y se acercó a besar al capitán, pero este se negó.

—Pero...

—Vete ya. —La mirada del Tuerto era seria.

La mujer se fue sin más.

—Patéticooo —dijo Milhan—. Es un ton...

Estiré de la cadena antes de que pudiera continuar con sus molestas palabras.

—Déjame llevarla —me dijo el Tuerto—. Hay un cuarto en el fondo donde puedo atarla.

—Ella se queda conmigo —sentencié.

—Que se quede contigo, pero afuera. —Hablaba muy en serio. Lo decía en sus gestos, lo decía en su incomodidad. Ese hombre nunca fue mi amigo, pero tenía la flota más grande de la isla y era el único que no rechazaría mi oferta. Ambos odiábamos a mi hermano.

No podemos perder esta oportunidad de vengarnos.

—Está bien —acepté mientras desenllaveaba la cadena por el lado de mi muñeca—. Puedes llevarla, pero debemos hacer este trato rápido.

Le tendí la cadena y Milhan me echó una mirada de odio que hizo que me sintiera un poco mal.

—Volveré enseguida —dijo elTuerto y tomó la cadena, llevándose a Milhan hacia el otro lado de la mansión.

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