05 - 🗡️Shoyoi🗡️

El bosque seccional del conde Yesao era pequeño, pero tenía mucha variedad de aves. En el Reino Creciente todo era tan aburrido y monótono, tan reglamentario, que a veces soñaba con viajar lejos y vivir en una isla sureña, en los Estados Florecientes. Observar aves todo el día.

Una de esas que tenían dos plumíferas colas y pico de gancho voló espantada cuando nos oyó acercarnos a su nido. Las cotorrinas viajaban en pareja, pero esta estaba extrañamente sola, lo que me puso ligeramente triste.

—Agradezco mucho que me haya invitado, su alteza —dijo Yesao, el conde de Sewon, una de las ciudades más pequeñas del noroeste de Creciente. Estaba montado en su yegua marrón tierra, que trotaba lento, siguiéndome.

—¿Cómo no iba a hacerlo, Yesao? —dije, también sobre mi yegua blanca, mirando con mi visor hacia la copa de un pino—. Es tu bosque después de todo. Además, acaban de nombrar a tu hija como comandante de la armada marina. Esta es una forma de festejar sin fiestas ni vino.

—Ni cortesanas insistiendo con amarrarte al matrimonio. —Algo que caracterizaba a Yesao, además de su barba canosa, era su carácter directo. En parte, por eso era un amigo leal.

—Afortunadamente —dije y bajé el telescopio para limpiar la mirilla con un trapo seco de tela altari, que se decía se fabricaban con piel de pingüinos. Los altaris hacían de todo con piel de pingüino.

—Aunque yo pensaba que íbamos a cazar. —Yesao apuntó a la escopetilla de caza que llevaba en la espalda—. Tienes una gran puntería, su alteza. Debería usarla.

—¿Cazar? —bufé—. Esa es una tradición muy tonta. La tribu pawi de Chocante suele cazar. Me parece poco civilizado y hasta un tanto cobarde.

—¿Cobarde? —quiso saber Yesao. Se irguió en su montura con el porte recto de un ex militar retirado.

—Perseguir a un animal indefenso con un arma y matarlo a distancia. ¿Dónde hay honor en eso?

Yesao no se ofendió. No tenía la piel fina. Se limitó a sonreír como si estuviera orgulloso de un hijo suyo. Claro, fue mi maestro después de todo.

—Ya veo porqué tu padre insistía tanto con que serías un gran rey. Hasta sospecho que serías mejor que él. Solo te falta un buen matrimonio. —Soltó un suspiro y se dio un golpe en la cabeza—. Disculpa, Shoyoi. Me he vuelto esa casamentera de la que estábamos huyendo.

Me eché a reír.

—Al final voy a casarme, pero con nadie de aquí.

—¿La Princesa Menguante? —quiso saber.

—Milhan —aclaré—. Un sueño de mujer, mi buen amigo.

—Espero que mi pregunta no te sea indecorosa —dijo Yesao acomodándose en su montura—, pero ¿serás feliz con un matrimonio por conveniencia?

—Yesao —contesté, buscando con el catalejo alguna de esas aves raras que venían en invierno—, fui el hombre más feliz de creciente cuando recibí la propuesta, créeme. Mi vida con ella será una fiesta.

Se oyó un graznido en el cielo, tan fuerte y grácil que sentí que me temblaron las piernas y cómo mi piel se iba erizando.

—Silencio —le exigí, buscando al águila. Pocas veces se veía una de esas maravillas.

El conde se detuvo y mi yegua también.

Pronto se escucharon otros sonidos. El sonido indiscreto del trote de caballos, el de un montón de ramas siendo pisadas y el de muchas aves huyendo de lo que seguro creían que era un depredador.

—Por la bendición de Amari —musité, mirando hacia donde venía el sonido—. ¿Quién escarchas viene a interrumpir mi tarde de gozo?

Un hombre bajó rápidamente de su caballo y se arrodilló. Estaba vestido con gabardina azul marino y el dragón dorado bordado de la casa Toniyama. Era un sirviente real. Otros dos hombres lo perseguían, armados. Eran Moderadores de mi padre, el rey Shinuo Toniyama.

—¿Qué ocurre? —pregunté, bajando de mi yegua.

Yesao me imitó.

—Mi señor —dijo el sirviente, que todavía estaba mirando el suelo, arrodillado—. Traigo una carta para usted de la princesa Milhan del Reino Menguante.

Me la entregó, envuelta en un pedazo de tela. Milhan, mi sueño. La única mujer a la que amé y amaré siempre. Hace mucho que no nos escribíamos cartas. Aquello me puso feliz.

Desenvolví la tela y abrí el papiro. No tenía su sello, la hoja estaba sucia y esa no era su letra. La sonrisa se me borró del rostro como si nunca hubiera existido.

«Tenemos a tu princesita —decía la carta—. Si quieres recuperarla tendrás que seguir mis instrucciones. Guardarás cincuenta mil merlacos en un barril, pondrás el barril en un bote y lo abandonarás en medio del mar creciente. Quiero que lo hagas exactamente en ocho días al medio día».

—¿Quién te la dio? —pregunté al sirviente.

—Una mujer —contestó él—. Es una de las sobrevivientes del barco El Dulce Elegante, mi señor.

—Preparen una junta con elrey ahora mismo —ordené enfadado—. También quiero al embajador de Menguantepara que contacte con la casa Albastar. ¡Y que alguien consiga un maldito MagoPortero!

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