02 - 🗡️Ibrahim🗡️

Ya nada era capaz de impresionarme. Navegué por todos los mares habidos, desde el Mar Creciente hasta el Mar Floreciente; desde el Mar Menguante hasta el Mar Desafiante. Muchos me temían, pues mis hombres derribaban tu puerta, llevaban tus cosas de valor y luego quemaban tu casa. Si hacías algo en mi contra, eras colgado en mi mástil en medio de una tempestuosa tormenta. Nada era capaz de impresionarme, excepto...

—¿Diez mil putas lunsas, Alekev? —reclamé. Tuve ganas de tirar la mesa de caoba que nos separaba—. No consigo esa cantidad de dinero ni asaltando cuarenta veleros. Todo escarchoso comerciante sabe que ando rodando por ahí y no se arriesgan a mover su riqueza.

—Es mi oferta —insistió el enano. Dentro de su tienda de gruesa tela marrón estaba todo medio oscuro, iluminado solamente por un par de velas. Era algo peligroso tener velas entre tantos documentos, pero Alekev parecía no estar preocupado por el fuego. Era un pirómano de mierda.

Él estaba vestido con una camisa color tierra (que antes pudo haber sido blanca) y pantalones ceñidos. Eran ropas que usaría un niño en Menguante, pero a él le quedaban bien por ser del Reino Floreciente.

Él nunca llevaba un arma, pues era un Estruendoso, como se les decía a los Magos del Sonido, capaces de destruir cosas con el susurro de un conjuro.

—Lo sé, amigo —dijo el enano. Era mi informante, pero también de la mitad de la isla. La otra mitad quería verlo muerto—. Es una época difícil para ser pirata. Antes esa cantidad de lunsas se gastaba una tripulación en la taberna, pero ahora..., ahora dependemos de otros negocios.

—Hablas demasiado —le dije.

—Ese es mi trabajo, capitán.

—Entonces haz tu escarchoso trabajo y dime dónde está mi hermano.

Desenfundé mi pistola de doble cañón. Era una perto12, muy nueva y pequeña, pero peligrosa. Podría matar un maldito perro a más de quince metros de distancia. La tienda era muy pequeña y estaba muy cerca de la costa. Usaría uno de esos cofres llenos de papiros y metería ahí su cuerpo. Así de sencillo.

—¿Piensas amenazarme para resolver esto? —preguntó—. No es muy recomendable.

—No tienes quien te proteja.

—Soy un puto mago y cuando diga...

—Meteré una bala en tu cabeza antes de que digas uno de tus conjuros estruendosos.

—Las leyes de la isla —argumentó él—. No matar a nadie en la isla. Sangre con sangre se paga, que quien en tierra mata...

—... tierra acaba —terminé—. Esas leyes solo aplican si eres pirata.

Se dibujó una sonrisa en su feo rostro moreno y se reclinó sobre su espaldero.

—Solo dime dónde está mi hermano y te dejaré vivir —amenacé, apuntando el arma a su feo rostro con cicatrices.

—Eres más arrogante que un dracónido —dijo. Abrió un cajón de su mesa y de allí sacó un cigarro grueso y marrón. Se lo puso en la boca. Sus ojos oscuros no mostraban ni una pisca de miedo, actitud de la clase que yo estaba desacostumbrado. Eran esas cosas que me hacían respetarlo un poco.

—Te conozco muy bien, amigo —musitó, altanero, aún con el cigarro en la boca—. Sé que me matarías sin pensarlo, y de seguro disfrutarías haciéndolo. Sin embargo, no puedes hacerlo, porque solo yo sé dónde está tu hermano. Soy el único que lo delataría y eso me hace muy valioso para ti.

—No vales nada, Alekev —le dije medio escupiendo—. Eres solo una rata...

—Sí, sí —interrumpió él—. Nada que no me hayan dicho ya. ¿Sabes que la mayor parte de mis lunsas las obtengo con él, cierto? Si te digo dónde está y lo matas, pierdo dinero. Si darte información de su paradero arriesga mis ingresos, por lo menos debo cobrarte bien. Lo suficiente como para abrir mi propia taberna.

Tragué saliva. El maldito no iba a darme lo que quería, pero tenía razón. Todo tiene un costo y mientras más elevado era, mayor era su importancia. Alekev sabía lo importante que era para mí encontrar a mi escarchoso hermano y asesinarlo.

—Diez mil es mucho —dije y guardé de nuevo mi pistola.

—Diez mil es el precio único.

—A la escarcha con eso —dije—. Podrías comprarte un barco con cinco mil.

—Lo sé —afirmó—. Diez es demasiado. Pero hay algo que vale mucho más que eso, amigo. Es algo que va a interesarte. Una princesa.

—Tienes mi atención, enano.

—¿Oíste algo sobre el Reino Creciente?

—No mucho —le dije—. Controlan el comercio de todo el Mar Creciente. Dueños de una inimaginable fortuna.

El enano se inclinó sobre la mesa.

—Pues el príncipe de ese reino se va a casar con la princesa, hija del rey de Menguante. —Se encendió el puro, dejándome en suspenso—. Viaja en barco, amigo. De un reino a otro con unos cuantos hombres a bordo. ¿Te interesa?

—Escarchoso enano —le dije—. Eres un genio manipulador.

—Procura que no te maten —advirtió de broma. Él sabe bien que no pasaría—. Ya escucho el vitoreo de tu tripulación.

Sonreí y me puse mi sombrero tricornio, alisé mi chaleco azul marino y tomé la gabardina que había puesto en un gancho luego de entrar. Miré al enano.

—Con razón nadie te mata todavía —le dije—. Te necesitan en la isla seca.

Luego, me puse en marcha hacia mi barco La Aurora. Salí de la tienda y miré a mi hermoso barco encostado lejos de la playa. El sol me pegó como si no lo hubiera visto en días, lo que me obligó a colocar una mano sobre mis ojos, formando una visera, y mirar a la ciudad de Isla Seca.

No teníamos nada que envidiar a las grandes naciones, pues nosotros también estábamos creciendo. Con robos y algunos que otros asesinatos, pero la moral era relativa. Casi una quincena de barcos anclados en los puertos y más de una treintena de botes recorrían la costa trayendo o llevando mercaderías. Hombres y mujeres de todas las especies, incluyendo un par de orcos, recorrían la isla divirtiéndose y armando escándalos. Todos huían de algo. Unos eran exiliados, unos escaparon de prisiones, otros solo buscaban aventuras; pero todos tenían algo en común: querían llenarse hasta el culo de oro.

Yo, en cambio, solo quería venganza.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top