La princesa del cuento

—¡Shhh! No hagas ruido —dijo entre risas una chica, luego de que algo cayera al suelo.

—Pues enciende la luz, no veo nada —le contestó el chico que la acompañaba.

Luego de encender la tenue luz de una lámpara, ambos comienzanron a besarse acaloradamente mientras se despojaban el uno al otro de sus prendas de vestir. El ruido de las risas y besos despiertaron a una soñolienta Laila, quien al percatarse de lo que estaba pasando saltó de su cama para escabullirse y poder observar desde un mejor ángulo todo el espectáculo.

Los dos jóvenes amantes continuaron dando rienda suelta a su pasión sin saber que estaban siendo espiados por una curiosa presencia que habitaba con ellos en esa misma habitación. Una vez desnudos se dejaron caer sobre la cama. La chica empiezó a retorcerse y gemir ante las caricias que recibiá y Laila, su silenciosa espectadora, no podía evitar desear ser ella quien ocupaba su lugar. Gracias a Dios Mónica había dejado el libro abierto otra vez, de lo contrario se hubiera tenido que conformar con escuchar todo desde la gruesa tapa cerrada.

Laila era una hermosa princesa de cuento de hadas que tenía absolutamente todo lo que supuestamente una princesa de cuentos debía tener para ser feliz; un hermoso castillo, un apuesto príncipe, un reino mágico... todo excepto una cosa: libertad.

Su historia se había impreso hacía más de cincuenta años. En todo ese tiempo había sido leída y regalada a más niñas de las que podía recordar; y a todas ellas las había visto crecer, madurar, experimentar... las había visto vivir. Ella, por su parte, seguía repitiendo una y otra vez la misma rutina; ser secuestrada por un ogro apestoso, salvada por un príncipe del que se suponía se debía que enamorar a primera vista, pero que en realidad nunca le pareció atractivo, la prometida del príncipe se entería de su encuentro y resultaría ser una bruja que intentaría asesinarla, el príncipe se daría cuenta, volvería a rescatarla y bla bla bla, fueron felices por siempre... ya estaba harta.

—¡Oh por Dios, sí!

Mónica lanzó un grito de júbilo que le indicaba a Laila que ya había llegado al clímax. Ahora se acurrucarían un rato, se dirían palabras de amor y luego el chico se iría por la ventana antes de que los padres de Mónica los descubrieran. Ella volvió a su propia cama a tener fantasías húmedas mientras practicaba algo que aprendió de la anterior dueña de su libro llamado masturbación, que la hacía retorcerse y reflejar en su rostro la misma mirada de placer de Mónica mientras hacía el amor con su novio; era como si se hiciera el amor a sí misma.

Gracias a su curiosidad había aprendido muchas cosas del mundo de sus lectoras, del "Mundo de afuera" como ella lo llamaba. Sabía que el tiempo transcurría de forma diferente, ya que con conforme la edad, las niñas crecían hasta convertirse en jóvenes y luego en adultas, mientras que ella continuaba con la misma apariencia de una chica de veinte años. Sabía que ella y todo lo que la rodeaba había sido el producto de la imaginación de alguien de fuera, aunque no recordaba quién. Sabía sobre la muerte, el dinero, la mariguana, el dolor y el sexo. Sabía que cuando son pequeñas muchas niñas quieren ser como ella; vivir en un castillo y casarse con un príncipe azul; pero al crecer, aunque algunas conservan este sueño, otras solo quieren vivir sin restricciones ni reglas y ser dueñas de su propio destino. Sabía que los cuentos de hadas ya no eran muy populares porque, en realidad, nadie vive feliz para siempre.

  —¡Vaya! Es un muy buen libro, y es una primera edición —decía alguien mayor.

—¿En serio? No lo sabía ¿Cuánto me puede dar por él? —preguntó Mónica.

Laila estaba atenta a la conversación. Sabía que este día pronto llegaría, Mónica pronto se iría a un lugar llamado universidad y necesitaba dinero, así que era cuestión de tiempo para que llevara su libro a la librería más cercana.

—Pues la escritora no es muy conocida... ¿Qué te parece esto?

— Sí, lo acepto. Es mucho más de lo que pensé que valdría.

—De acuerdo, espera aquí y te haré un recibo.

Laila escuchaba a Mónica tararear su canción favorita mientras hojeaba por última vez sus páginas. Estaba feliz por ella pues estaba a punto de dar un gran paso hacia la adultez, no tenía sentido que siguiera conservando un cuento para niñas que ya ni leía, a pesar de que de todas sus lectoras era la que más tiempo la había conservado. Pero al mismo tiempo estaba triste; ahora casi todas las niñas leían a través de computadoras y aparatos electrónicos. Tal vez su libro nunca más volvería a ser comprado y pasaría la eternidad en los estantes de una vieja librería, llenándose de polvo mientras sus hojas se deshacian por el paso del tiempo o eran devoradas por gusanos come libros.

—Aquí tienes tu recibo y tu dinero.

—Gracias, cuídelo mucho.

Podía escuchar los pasos de Mónica alejándose, la extrañaría mucho... ella había sido una de sus favoritas.

No tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que Mónica la dejo allí, con el libro cerrado le era difícil diferenciar los días de los meses. Dentro del libro casi nunca era de noche así que el tiempo pasaba de manera mucho más lenta. No interactuaba mucho con los demás personajes de su mundo, más que cuando leían el libro, y hacía ya mucho que no lo leían, por lo que estaba más que aburrida. Cómo le hubiera gustado poder bailar al ritmo de una alocada y ruidosa canción de rock o inhalar un poco del humo que a veces inundaba toda la habitación de Mónica, el cual al hacerlo la hacía sentirse mareada y feliz.

Desde que llegó a la librería muy pocas personas habían preguntado por su libro y no recordaba haber escuchado la voz de una sola niña, lo que significaba que sus más grandes temores se hacían realidad; ya nadie leía libros viejos. Se quedaría allí para siempre.

Intentando calmarse decidió salir a dar una vuelta por su castillo y así despejar un poco su mente. Se puso uno de sus vestidos de tarde y salió a recorrer los jardines de su castillo. Su historia decía que había quedado huérfana hacía poco tiempo y su malvada tía junto con su hija se habían mudado a su castillo, por suerte este era muy grande y apenas si las veía, pues ambas eran insoportables.

La luz del sol siempre brillaba para ella así podía apreciar los colores de las flores en su máximo esplendor; también podía escuchar el cantar de las aves y visualizar las verdes montañas del horizonte; incluso había un lugar en el cuento en donde caía nieve todo el tiempo, podía ir allí y hacer ángeles de nieve o muñecos con formas extrañas. La verdad no era el peor lugar del mundo para pasar la eternidad, pero se le hacía tan aburrido comparado con las infinitas posibilidades del exterior.

Inmersa en sus pensamientos no notó la presencia de una criatura del bosque que la acechaba desde las sombras. Antes de que pudiera reaccionar la criatura saltó sobre ella y la tomó por la cintura, colocándola en su hombro como si fuera un saco de papas. Laila no gritó, ni siquiera se asustó; sabía perfectamente quién era el intruso, podría reconocer ese olor donde fuera. Maldita sea Pensó.

—¡Igor, bájame! —le ordena — ¿Qué demonios crees que estás haciendo? No tienes por qué atacarme, nadie está leyendo.

—Lo siento, princesa Laila —se disculpó—, es que como usted nunca sale del castillo yo pensé que...

—¿Acaso escuchas a alguna voz narrando, tonto? —le dijo irritada.

Laila vio como la criatura verde y de rasgos deformes bajaba la cabeza, apenado, y se reprendió a sí misma por haber sido tan dura con él. Estaba enojada porque nadie quería comprar el libro, pero eso no era excusa para descargar su ira sobre un pobre e inocente ogro.

—Lo siento, prometo que no volverá a ocurrir —dijo casi entre sollozos.

— Olvídalo, no te disculpes. Ven camina conmigo —lo invitó. El ogro aceptó encantado, dibujando una sonrisa en su rostro mientras la seguía como un cachorro que sigue a su dueña—. Oye Igor, ¿alguna vez te has preguntado cómo es el mundo de "La voz"? —le pregunta curiosa.

—No, jamás. Yo le tengo mucho miedo a "La voz", creo que tiene poderes mágicos y podría destruirnos si lo hacemos enojar —respondió asustado.

Muchos de los personajes del cuento creían que era un mismo ente quien leía la historia una y otra vez y por eso le llamaban "La voz".

—Y ¿no te gustaría salir de esta aldea y visitar otros lugares? —Laila hizo la pregunta, aunque ya sabía la respuesta.

— ¿Se refiere a las montañas del norte? No, allá está muy frío, yo soy feliz aquí.

—Por supuesto que lo eres— le dice con ternura al simpático pero ignorante ogro.

Casi ninguno de los demás personajes cuestionaba su realidad como ella lo hacía. Podían escuchar "la voz"  leyendo y hacer todo lo que esta les decía por siempre, estaban programados para ello. Pero en cuanto el cuento acababa seguían con sus vidas como si nada, sin querer saber qué había más allá; ignoraban cualquier voz que no fuera la de alguien narrando la historia.

Unas cuantas veces intentó hablar del tema com su tía y su prima, incluso con el príncipe, pero era un caso perdido. Para ellos las cosas eran como eran y punto, no entendían su insistencia en saber más de la cuenta.

—¡Apartaos de la bella dama criatura repugnante!

El príncipe salió de la nada blandiendo su espada y apuntando con ella al temeroso Igor, quien en un rápido movimiento se colocó detrás de Laila en busca de protección.

—¡Aléjate Príncipe! ¿Qué no ves que estamos hablando?

— ¿Una hermosa princesa como tú, hablando con esta bestia? —Escupió las palabras, visiblemente asqueado por la imagen—. Debes estar bajo un hechizo ¡Yo te salvaré mi lady! —Se desmontó de su caballo he intentó acercarse más a Igor, pero Laila le obstruyó el paso.

—Príncipe, no hay nada de que salvarme, él es mi amigo y no dejaré que lo lastimes —le advirtió.

—Laila, siempre con tus excentricidades. Primero con esas idas locas que tienes y ahora siendo amiga de los monstruos —dijo resignado, guardando su espada.

—Tal vez, pero al menos no estoy despeinada —se burló.

El príncipe puso cara de horror ante el comentario de Laila e instintivamente se puso una mano en el cabello. Sin decir nada montó su caballo y salió galopando tan rápido que en segundos se perdió de vista, seguro a peinar su ondulada cabellera hasta que las manos le sangrasen. Igor por otro lado, aun asustado, se alejó de Laila y se fue corriendo sin siquiera despedirse. Laila intentó evadir su tristeza al quedarse sola, pero le fue imposible, tenía mucho miedo de que esa fuera su eterna realidad y deseaba con todas sus fuerzas que alguien comprara pronto su libro.

Cuando regresó a su habitación en el castillo, Laila escuchó voces provenientesde la librería. Sin perder tiempo corrió hasta estar tan cerca de la tapa del libro como le fue posible, para poder enterarse de lo que pasaba.

—Wow, no puedo creer que tenga una primera impresión, lo he estado buscando por todos lados. —La voz que hablaba era la de un hombre joven.

—Así es, una chica lo trajo hace unas semanas. ¿Estás interesado en comprarlo?

—Sí, lo necesito para mi tesis... pero no puedo pagar tanto. —El hombre pasó de eufórico a desanimado en un segundo.

«Por favor cómpralo, por favor cómpralo» Rogaba Laila en su cabeza, con los dedos cruzados.

—Hmmm, de acuerdo Michael, eres un buen cliente así que esto es lo que haremos; dame lo que tengas en el bolsillo y será tuyo.

—¡Sí! —exclama Laila.

—Gracias, Cliff, no sabes cuánto te lo agradezco.

Mientras los hombres continuaban con su transacción, la princesa regresó a su castillo prácticamente saltando en un pie de la alegría, feliz de que ya no pasaría toda su vida en ese lugar. Aunque tenía que admitir que las cosas no pasaron exactamente como ella lo había imaginado. En todos sus años muy pocos hombres habían comprado su libro y siempre era un regalo para alguna hija o sobrina; aunque este sonaba muy joven para ser padre, tal vez sería un regalo para su hermanita.

Se recostó sobre la cama a imaginar cómo sería su nueva niña. Esperaba que Tesis fuera una chica tierna a quien le gustara leer su cuento todas las noches. Ese pensamiento dibujó una sonrisa en su rostro mientras se ponía su mejor vestido; quería estar perfecta cuando llegara a su nuevo hogar.

Cuando por fin la tapa del libro se abrió, la emoción de Laila se convirtió en confusión al ver que quien estaba leyendo no era una niña sino un hombre, el mismo hombre que lo compró. Esto en realidad no debería ser tan extraño, pues muchos hombres les habían leído su cuento a sus hijas antes de dormir, pero no había ninguna niña en esa habitación, solo estaba él, ¿Dónde estaba la pequeña Tesis?

—Bien princesa Laila, tú me ayudarás a escribir la mejor tesis de la universidad "La evolución de la mujer en la literatura" —decía mientras escribía en su computadora.

Laila entonces comprendió que tesis no era una niña sino algo que el chico escribía en ese aparato que llamaban laptop. Tal vez estaba escribiendo su propia historia, una historia inspirada en ella. Eso la hacía sentirse halagada, aunque no entendía por qué le hablaba como si pudiera verla... o ¿Es que acaso podía verla?

—Es una lástima que hayas sido víctima del estereotipo de damisela en peligro, creo que eres mucho más que eso; incluso creo que eres bastante hermosa, si fueras real te invitaría a salir.

La chica se sonrojó ante ese comentario, además le gustaba que pensara que ella era mucho más que una damisela en peligro. Ese hombre le parecía muy interesante, tal vez el más interesante que haya visto hasta ahora. Estaba haciendo un esfuerzo por recordar su nombre, era... era... ¡Michael! Sí, así lo había llamado el anciano de la tienda.

Luego de unas cuantas horas de leer y escribir, Michael se levantó de su escritorio y empiezó a desvestirse hasta quedar completamente desnudo. Se envuelvió en una toalla y se dirigió hacia en baño a tomar una ducha, dejando atrás a una impactada princesa que no podía creer lo que acababa de ver. Definitivamente los días de aburrimiento de la princesa Laila habían llegado a su fin.

El libro ya tenía varias semanas en la habitación de Michael y casi siempre estaba abierto, lo que le dio mucho tiempo a Laila para aprender muchas cosas de su nuevo dueño; como que le gustaba el helado de chocolate; que hacía una hora de ejercicio a diario; que su canción favorita se llamaba "Sweet child of mine" y que también le gusta ver a otras personas teniendo sexo para luego masturbarse, aunque él las veía desde su computadora.

Esperaba que en algún momento ver una chica en su habitación; Mónica decía que los chicos guapos siempre tenían novia, y para Laila, Michael era muy guapo; pero hasta ahora no había visto a ninguna, así que tal vez no la tenía. Esperaba que así fuera, porque ella soñaba con ser su novia; le excitaba verlo desnudo, tocándose. Quería hacer todas esas cosas que hacían en las películas, como esa donde la chica era atada de pies y manos, y luego el hombre le besaba todo el cuerpo... Si tan solo hubiera una forma de salir del libro para hacer sus fantasías realidad.

Cuando Michael cerró el libro para descansar unos días de su tesis, Laila se puso algo triste, pues le encantaba verlo, pero también era una excelente oportunidad para encontrar una solución a su problema. Creía que existía una forma de salir del libro, pero no estaba segura de que funcionaría... Aun así, tenía que intentarlo. Tomó su caballo y cabalgó en dirección al castillo de la princesa Isabela. Al llegar a su destino los sirvientes que la recibieron la guiaron a la biblioteca de su eterna rival.

—¡Laila, querida! ¿A qué debo este honor? —preguntó sarcásticamente.

—¡Quiero tu magia! —escupió Laila sin titubear.

—¿Perdón, que se supone que significa eso? —Isabela, que hasta ese momento estaba sentada en una silla, que más bien parecía un trono, se puso de pie para inclinarse sobre su escritorio y mostrarle más de cerca su expresión de confusión a Laila.

—Quiero salir del libro y tú eres la única bruja de este mundo, tú puedes sacarme.

—Y ¿Por qué haría yo eso?

—Porque te daré lo que quieras.

Isabela soltó una sonora carcajada antes de dejarse caer una vez más sobre su silla trono.

—No sabes lo que dices niña, el precio podría ser demasiado alto.

—Solo dime qué quieres y te lo daré.

—Tu reino —dijo con una sonrisa en los labios.

—¡Es tuyo!

La princesa Isabela se sorprendió un poco de que Laila cediera tan fácilmente, decidió tratar con algo que seguro la haría dudar.

—También quiero al príncipe.

—¡Hecho! Toma todo, el reino, el príncipe, mis joyas, mis vestidos... ¡Todo! —exclamó Laila claramente decidida.

—Y ¿Qué pasa si aun así decido no ayudarte?

La princesa hizo todo lo posible por ocultar su frustración. Respiró hondo para calmarse y miró a su contrincante a los ojos una vez más; si quería obtener su magia debía ofrecerle algo a lo que ella no pudiera resistirse. Isabela, al igual que ella, tenía un reino próspero, riqueza infinita y belleza sin igual. Además, ella tenía algo que nadie más en el cuento poseía, magia de verdad.

¿Qué podría ofrecerle para convencerla? Y ¿Por qué se reusaba a ayudarla? Debería estar feliz de poder deshacerse de ell... Laila obtuvo en ese instante la respuesta que estaba buscando. Se inclinó hacia Isabela, con una mirada desafiante, hasta que sus narices casi podían tocarse.

—Escucha, si yo salgo del libro tú serías la nueva princesa del cuento, y todo giraría en torno a ti, como siempre lo has querido. —Laila sonrió triunfante al ver que Isabela estaba totalmente tentada.

La bruja se puso de pie y dio unas vueltas alrededor de la biblioteca, ante la expectante mirada de Laila. Finalmente se giró hacia ella para darle su respuesta.

—De acuerdo, lo haré —Laila contuvo un grito de júbilo—. Pero te lo advierto, no sé qué tipo de magia podría usar para lo que pides y no hay garantías de que funcione o de que sobrevivas en el intento. Si aun así estás dispuesta, trato hecho —dice extendiendo la mano.

—Trato hecho —dice Laila estrechándola sin dudar.

Isabela revisaba libros y frascos de forma ordenada, tratando de concentrarse en cada línea que leía para encontrar el hechizo correcto, mientras Laila se paseaba de un lado a otro por la guarida de la bruja. El lugar era cálido y limpio, y no lúgubre y desordenado como ella lo había imaginado; se volteó a ver a Isabela, quien se veía que estaba en su elemento, ojeando páginas y haciendo mezclas. Al menos ella tenía un don.

—¡Creo que está listo! —exclamó Isabela, acercándose a Laila con un frasco lleno con un líquido luminiscente en una mano, y una aguja en el otro—. ¿Qué te pasa, te arrepentiste? —preguntó al ver como Laila se quedó viéndola sin reaccionar.

—No... es solo que... ¿Por qué me odias? —preguntó repente la princesa.

—Yo no te odio —le respondió con honestidad—, solo hago lo que dice el libro; así es como son las cosas.

—Pero ¿Por qué? ¿Por qué seguir obedeciendo este estúpido libro? ¿Por qué no escribir nuestra propia historia?

—¿Por eso quieres salir? ¿Para escribir tu propia historia en un mundo que no conoces?

—Sí, y tú deberías hacer lo mismo.

—Laila, tú tienes un final feliz cada día. Sin importar qué pase, al final siempre todo saldrá bien para ti. Y si estás dispuesta a dejar todo eso por ir detrás de una locura que ni siquiera sabes cómo resultará, entonces, yo con gusto lo tomaré.

Laila vio el brillo en los ojos de Isabela al decir esas palabras y comprendió lo infeliz que había sido todo ese tiempo, siendo repudiada por ser la bruja malvada. Pero lo que ella no entendía es que Laila también era infeliz, y no estaba dispuesta a seguir siéndolo... incluso si eso le costaba la vida.

—¿Cómo funciona el hechizo? —le preguntó sin titubear.

—Debes pedir un deseo antes de que la pócima se mezcle con tu sangre —Isabela introdujo la aguja en el líquido del frasco, luego dejó este a un lado y tomó la mano de Laila—. No sé cómo será, tal vez duela o tal vez no. Tampoco sé si podrás volver al libro o si será para siempre. El hechizo cumplirá tu deseo más anhelado y, una vez que se haga realidad, tu destino será incierto.

Laila asitió con la cabeza como señal de que aceptaba los riesgos. Isabela pinchó su dedo con la aguja impregnada del líquido, al mismo tiempo que ella deseó con todas sus fuerzas salir del libro y poder estar en los brazos de Michael. No sintió dolor, ni siquiera sintió la aguja penetrar su piel; solo sentía un intenso y agobiante cansancio que se extendió a todo su cuerpo en segundos. Sus piernas adormecidas ya no podían resistir su peso y le era imposible mantener los ojos abiertos. Sin poder evitarlo calló desplomada en el suelo, sumida en un profundo sueño.

Sus ojos se abrieron lentamente, adaptándose a la tenue luz de la habitación en la que ahora se encontraba; sabía que no era la suya, pues no escuchaba el incesante cantar de los pájaros, y el habitual aroma a flores silvestres había desaparecido, siendo reemplazado por un desagradable olor a sudor y humedad.

—Pero... ¡¿Quién demonios eres tú?! —exclamó una voz masculina al mismo tiempo que se ilumina todo el lugar.

Laila se voltea y ve a Michael mirándola fijamente desde su cama, con una expresión claramente alarmada y confundida. Se puso de pie de un salto, aunque el aturdimiento hizo que se tambaleara un poco. El hechizo funcionó pensó con alegría y, sin poder evitarlo, dibujó una sonrisa en su rostro.

—Hola, Michael... No te asustes... soy Laila. —Intentó calmar al chico acercándose lentamente a él.

—¿De dónde diablos saliste?... y ¿Cómo hiciste eso? Literalmente te materializaste frente a mí.

Michael estaba totalmente consternado por lo que acababa de ver. Esa mujer había aparecido de la nada frente a él y además sabia su nombre. La extraña continuaba acercándose hasta que el movimiento de sus manos en señal de alto la hizo detenerse. No entendía lo que pasaba, pero fuera quien fuera no quería que lo tocara.

Laila por su parte también estaba confundida por la expresión de horror en la mirada de Michael. Entendía que lo sorprendiera su llegada, pero no esperaba una reacción así. En los videos que él veía las chicas siempre llegaban sin previo aviso y los hombres las tomaban en sus brazos sin ninguna objeción. ¿Será que no era tan hermosa como esas chicas? ¿Por eso la estaba rechazando? ¿Acaso había cometido un error? Esos pensamientos se aglomeraron en la mente de la princesa, haciendo que se sienta cada vez más y más triste y avergonzada.

El chico en ese momento se sentía entre la espada y la pared. La chica se había detenido y esa era la oportunidad perfecta para tomar el teléfono y llamar a la policía, pero no sabía explicarles lo que había pasado sin que creyeran que estaba drogado. Tal vez lo mejor sería tratar de sacarle algo de información, como por ejemplo ¿por qué estaba vestida con un vestido de princesa medieval?

—Escucha, no voy a lastimarte, solo quiero saber quién eres y que haces aquí.

—Ya te lo dije, soy Laila.

—Yo no conozco a ninguna Laila.

—Sí me conoces, del libro —le insiste señalando hacia el escritorio—, de tu tesis.

Michael se quedó mirando hacia donde señalaba la chica sin entender ni una sola palabra de lo que decía. Se levantó de la cama y caminó, tan lejos de ella como el espacio de la habitación se lo permitió, hasta alcanzar el libro y tomarlo en sus manos. Al abrirlo se dio cuenta de que el libro que ha leído una y otra vez por más de un mes ahora era totalmente diferente. Incluso las ilustraciones era diferentes, la hermosa princesa con la que había soñado en varias ocasiones ya no estaba, y una chica idéntica a ella y con su mismo nombre se había materializado frente a él, alegando haber salido del mismo cuento.

—Esto es una broma ¿Cierto? —dijo estallando en una carcajada—. Mi amigo Ernesto seguro te envió a robar mi libro y luego aparecer frente a mí de esa forma.

Era la única explicación lógica; aunque él no había salido de ese cuarto en casi dos semanas por el resfriado que había pescado y nadie lo visitó en todo ese tiempo; no podía ser de otra manera. En algún momento de descuido Ernesto, el más bromista de sus amigos, debió haber robado su llave, le hizo una copia, buscó una chica idéntica a la princesa del cuento principal de su tesis, le puso un disfraz y la envió a robar el libro y reemplazarlo por otro. Por supuesto, era lo único que tenía sentido.

Laila ahora estaba más confundida que nunca. Michael reía como un desquiciado y no dejaba de hablar de un tal Ernesto. Al menos ya no estaba asustado ni horrorizado como antes y su risa era muy contagiosa.

—¿Quién es Ernesto?

—Estás muy comprometida con tu papel ¿No es así? Pues felicidades a ambos, casi me matan del susto —admitió—. Ahora tienes que irte a tu casa.

—Es que... yo no tengo a donde ir.

—Vamos, la broma ya terminó, te pagaré el taxi

—¿Qué es un taxi? —Ya había escuchado esa palabra antes pero no sabía exactamente lo que eran.

—¿Acaso eres una indigente?

—¿Qué es una indigente?

—Oye lo siento, pero no puedes quedarte, yo no te conozco y... —Laila sabía que no podía permitir que Michael la echara a la calle, en un mundo que ella desconocía. Tenía que encontrar la forma de convencerlo de dejarla quedarse y solo se le ocurría una: seducirlo. Sin pensarlo se abalanzó sobre él; tomó su cabeza en sus manos y besó sus labios, olvidándose por completo del supuesto decoro que una dama debía tener. —¿Qué estás haciendo? —Michael rompió el contacto antes de que ella pudiera siquiera saborear el sabor de su boca.

—Yo...

—Eres una prostituta ¿Verdad?... ¡Dios, no puedo creer que Ernesto haya enviado una prostituta a mi casa! —exclamó exasperado.

—Ya te dije que no sé quién es Ernesto.

—Pues con mayor razón tienes que irte. —Tomó a la chica del brazo y, literalmente, la arrastró hacia la puerta. —Con esto podrás pagar el taxi, adiós —le dijo entregándole unos billetes que sacó de su bolsillo y cerrándole la puerta en las narices.

Laila se quedó inmóvil por unos segundos, sin hacer ningún movimiento más que el que hacían sus manos al apretar con fuerza los pedazos de papel que sostenían, y que ni siquiera sabía como utilizar. Ella había escuchado a sus chicas hablar de dinero, se suponía que con él podía comprar lo que quisiera; pero no sabía a quién dárselo, además ella solo quería a Michael, por estaba allí.

El incesante ruido de las bocinas de los autos la hizo reaccionar y voltearse para quedar maravillada por las luces que alumbraban la noche, provenientes de carruajes mecánicos que se movían de un lado a otro, sin necesidad de caballos; castillos con formas y tamaños extraños, y farolas de distintos colores. Pero, además de maravillada, también estaba asustada. El mundo de fuera del libro era mucho más extraño e intimidante de lo que ella había imaginado.

Michael abrió la puerta de su casa para salir a comprar su café matutino, y quedó perplejo al ver a la chica de la noche anterior tirada en el suelo de la acera profundamente dormida.

—Pero ¿Qué mierda es esto? —se preguntó a sí mismo sin poder creer la escena que estaba presenciando.

Se agachó para tomar a la chica en brazos y llevarla dentro de la casa, mientras que ella lentamente abría los ojos por el repentino movimiento.

—¿Michael? —preguntó soñolienta.

Una vez que él vio que ella estaba completamente despierta la colocó en el suelo y la miró con desaprobación.

—¿Acaso eres una desquiciada? ¿Por qué te quedaste dormida en la calle? Te di suficiente dinero para un taxi y posiblemente una habitación de hotel. —le reclamó.

—¿Hablas de esto? —dijo extendiendo la mano y entregándole el dinero que le había dado—. No sabía cómo usarlo y no tenía donde ir.

—Haremos una cosa, te darás un baño y comerás algo. Luego llamaremos a la policía...

—No creo que me guste ir a la policía —respondió la princesa algo asustada.

Nunca había visto un policía, y no sabía exactamente lo que eran, pero había oído hablar a muchas de sus niñas sobre ellos al crecer y, por lo que había escuchado, no eran nada bueno. Michael al ver su reacción decidió no insistirle hasta que la chica estuviera más presentable. Si era indigente o una prostituta era normal que reaccionara así.

Después de prestarle una de sus camisetas viejas, que a ella le quedaba casi a la rodilla, y verla devorar toda una caja de muffins, Michael estaba listo para obtener respuestas. Se sentía cada vez más intrigado por esa extraña situación y quería llegar al fondo del asunto lo antes posible.

—Bien, ahora si necesito que me digas quién eres para poder ayudarte —empezó a decir sentándose frente a ella—. Si eres prostituta o...

—¿Por qué vuelves a llamarme así? Por como lo dices parece que es algo malo y yo no soy mala.

—Pues no sé si eres mala o no, pero entraste en mi casa sin mi permiso e intentaste besarme, y eso es sospechoso.

—Lo hice porque pensé que creías que era hermosa.

—Bueno... yo... sí, creo que eres hermosa, pero... —Michael no esperaba esa respuesta y no sabía que más decir, así que decidió cambiar el tema y seguir interrogándola—. Bien, no eres prostituta y, por lo que dijiste anoche, tampoco conoces a Ernesto; entonces ¿cómo entraste a mi casa y por qué sabes mi nombre?

—Porque pedí un deseo —dijo sin más—. Pedí salir de mi mundo para venir al tuyo.

Michael volvió a mirarla como si estuviera loca. Tal vez había sido un error dejarla entrar otra vez a su casa, ya que, si no era una indigente o una prostituta, la posibilidad de que fuera una paciente peligrosa de algún hospital psiquiátrico era aún peor.

—Escucha, en serio quiero ayudarte, pero si en verdad crees lo que acabas de decir entonces no creo que haya mucho que yo pueda hacer por ti —le advirtió.

—¿Por qué las personas se vuelven tan escépticas al crecer? ¿Recuerdas cuando eras un niño y leías cuentos sobre nobles caballeros y temibles dragones? ¿Cómo anhelabas con todo tu corazón ser parte de esas épicas batallas? Si en ese momento alguien te hubiera dicho lo que yo acabo de decirte lo hubieras creído de inmediato.

—Tal vez, pero ya no soy un niño. Ahora soy un adulto y sé que eso es imposible.

—Pues no lo es, yo vengo de ese mundo. Te escuché leer mi historia cada día con la misma vehemencia de un niño pequeño. Estoy segura de que memorizaste cada palabra.

—Pues sí... —Antes de que pudiera responder la chica se levantó de la silla y se encaminó hacia la habitación de Michael—. Oye, ¿a dónde crees que vas? —Él la sigue, intentando detenerla.

—Mira... —Laila le extiende el libro abierto—. Todo es diferente.

Michael tomó el libro en sus manos y tras una lectura rápida a algunas páginas se dio cuenta de que, efectivamente, muchas cosas eran diferente. Como ella había dicho antes, él casi había memorizado el libro y por eso se sorprendió con todos los cambios que ahora leía. Para empezar la princesa que tanto lo había hecho suspirar ya no estaba, y en su lugar la malvada bruja ahora se planteaba como protagonista. Eso no tenía ninguna lógica, pero tampoco era una prueba de nada.

—Esto solo confirma que robaste mi libro y lo reemplazaste por este —dijo esto, intentando ignorar que este supuesto falso libro tenía las mismas marcas en la cubierta y marcas de doblado en las mismas páginas.

Laila lanzó un bufido de frustración, no sabía cómo demostrar que lo que decía era verdad y empezaba a perder la paciencia.

—Recuerdas aquí —puso un dedo sobre el texto de una de las páginas—, debería decir «la dulce princesa se recostó sobre el verde pasto como si este fuera el más fino colchón, el canto de los pájaros a su alrededor era una orquesta que tocaba las más hermosas canciones en su honor y las nubes creaban siluetas tan majestuosas que solo podían compararse con obras de arte que...» ¿Michael?

La princesa se interrumpió al ver la expresión de asombro y luego de horror en el rostro del chico, quien abría los ojos ampliamente, dirigiendo su mirada hacia el texto que ella señalaba. Decidió mirar hacia el mismo sitio y quedó igual de pasmada al ver como su dedo se fundía en el libro pasando a ser una ilustración más de este. Casi hipnotizada por el efecto, lentamente comenzó a deslizar cada uno de los demás dedos hasta que toda su mano se volvió una imagen.

—¿Cómo diablos hiciste eso? —Michael reaccionó, después de unos segundos en los que estuvo totalmente petrificado, soltando el libro que hasta ese momento sostenía y dando unos pasos atrás para alejarse de Laila.

—No... no lo sé.

—Es un truco ¿cierto? ¡Tiene que ser un truco, no puede ser real! —El chico no podía dar crédito a lo que acababa de ver. Sabía que algo así era imposible, pero él mismo la vio aparecer de la nada la noche anterior, era idéntica a la princesa del cuento que ahora ya no estaba en él y ahora esto, entonces—. Es cierto, vienes del libro...

Michael salió de la casa con la excusa de ir a comprar algo de comer; aunque lo que en realidad quería era un tiempo a solas para despejar su mente y analizar toda la situación; no sin antes dejarle bien claro a Laila que no podía salir de la habitación ni abrirle la puerta a nadie. Mientras recorría las transitadas calles de su ciudad su mente aún sopesaba la idea de lo que había ocurrido hace tan solo veinticuatro horas.

No podía seguir negando que lo que la chica alegaba era cierto después de ver cómo su mano se convertía en un dibujo. Era algo descabellado e imposible de creer, pero era cierto ¿Qué debía hacer ahora? ¿Cómo debía tratarla?... Tenía tantas preguntas aglomeradas en su cabeza que esta estaba empezando a dolerle. Una cosa sí tenía bien clara, no podía contarle a nadie lo que estaba pasando. No solo porque nadie le creería, sino porque Laila era muy inocente y no quería que corriera ningún peligro.

Después de llegar a su cafetería favorita, Michael ordenó algo para el almuerzo y decidió esperar sentado frente a un árbol que le recordaba al árbol donde la princesa Laila trepaba para ver las puestas de sol. Como estudiante de literatura había leído muchos libros de todos los géneros y nunca se había sentido cautivado por una ilustración como lo hizo cuando vio su imagen y, ahora, esta se había hecho real. Era algo alucinante. Después de unas compras y de pasar por la biblioteca municipal, Michael volvió a casa y casi se paraliza al ver a Laila totalmente desnuda frente al espejo, con una revista pornográfica en sus manos.

—Pero ¿Qué estás haciendo?

La chica ni siquiera se inmutó ante su pregunta, continuó mirando la revista y tocando sus pechos frente a él como si fuera lo más normal del mundo.

—¿Por eso no quisiste besarme la otra noche? ¿Por qué mis pechos son pequeños? —El chico no supo que responder, solo acertó a quitarse la chaqueta que traía puesta y dársela para que se cubriera— ¿Por qué te molesta mi desnudez? Tienes toda una colección de chicas aquí y no parece molestarte que estén desnudas.

El chico abochornado tomó la revista de sus manos, viendo de reojo a la modelo de pechos operados con la que Laila se estaba comparando.

—Escucha, no está bien que revises mis cosas —la reprendió—. Y, respondiendo a tu pregunta, no, el tamaño de tus pechos no tiene nada que ver con que no te haya besado.

—Y ¿Por qué tienes estas fotos? ¿Estas mujeres eran tus novias? —continuó interrogándolo.

—No, ni siquiera las conozco. Son solo chicas que posan en revistas y los hombres y algunas mujeres, creo, las compramos —dijo, sintiéndose totalmente incómodo por la situación en la que se encontraba.

—Te he visto tocándote mientras miras sus cuerpos, ¿te tocarías al ver mi cuerpo, aunque no sea tan hermosa como ellas?

—Tú eres hermosa tal y como eres.

Laila lentamente se acercó a él, tomando su cara entre sus manos y acercando sus labios a los suyos, en un nuevo intento por besarlo. Pero esta vez él no la detuvo, ni tampoco la rechazó, a pesar de que su sentido común le gritaba que parara esa locura. Ella estaba ahí, completa y maravillosamente desnuda, ¿cómo podría resistirme a eso?

Respondió a su beso sin ninguno tipo de restricción, olvidando por un segundo todo el enigma que la envolvía. Sus manos se abrasaron a ella por encima de la chaqueta que cubría parcialmente su desnudez. Internamente tenía una batalla consigo mismo; una parte de él creía que eso estaba mal, debía estar intentando sacarle algo de información en lugar de seduciéndola, la otra parte lo reconfortaba recordándole que era ella quien lo había besado, dos veces, además; él incluso la había rechazado la primera vez por esos mismos principios, pero ahora era diferente, ya sabía quien era... o eso creía.

—Espera... —Con pesar decidió que lo mejor era parar antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse—. No podemos.

—Claro que podemos —insistió ella.

—Sí, pero no debemos.

—Creí que el sexo era algo instintivo, que los hombres nunca se resistían a dar rienda suelta a sus pasiones más íntimas en cualquier mínima oportunidad que tuvieran. —Eso era lo que había visto en todos los encuentros sexuales que había presenciado.

Una vez más se había quedado sin palabras. Pensándolo bien, sí ha tenido un par encuentros sexuales fortuitos, aunque generalmente trataba de evitarlos. Prefería ser un poco más selectivo con sus parejas sexuales a simplemente dejarse llevar por su instinto.

—Bueno, no todos los hombres son así —le aclaró—. Yo en lo personal prefiero hacerlo con alguien con quien tenga más... confianza.

—¿No confías en mí?

—No tengo idea de quién eres en verdad.

—Si me conoces, leíste mi historia muchas veces.

—Solo sé lo que dice el libro y, definitivamente, hay mucho, mucho más.

Luego de varios días Laila empezaba a entender este nuevo mundo gracias a Michael y al internet, donde podía encontrar respuestas a prácticamente todas sus preguntas. A veces duraba horas frente al computador, leyendo y buscando todo tipo de información, aunque Michael le había advertido que no creyera en todo lo que leía porque muchas personas en internet solo hablaban estupideces porque tenían mucho tiempo de sobra y no sabían qué hacer con él. Así que a veces tenía que hacer un gran esfuerzo para diferenciar lo que era real de la "Basura sensacionalista".

Lo que Laila aún no descubría era quien había escrito su libro. No era algo que especialmente le robara el sueño, puesto que había tantas otras cosas que la entusiasmaban cada día que a veces ni siquiera pensaba en ello, pero algunos días como en ese momento si lo hacía y, aunque había puesto el nombre de su libro en la computadora, no había encontrado absolutamente nada.

También había querido preguntarle a Michael, ya que el día que compró el libro parecía saber de dónde provenía, pero no había tenido la oportunidad. Él pasaba todo el día en la universidad, trabajando y estudiando; y cuando volvía a casa, después de cenar y platicar un poco, solo quería dormir. A veces llegaba con más ánimo para hacerle preguntas sobre su vida dentro del libro y como es que aprendió todo lo que sabía, y ella con gusto las respondía, pero cada vez que pensaba que algo más pasaría, quedaba totalmente decepcionada. Creía que se convertirían en amantes en poco tiempo, pero sus fantasías sexuales aún no se volvían realidad. En el internet había leído que una de las tácticas para seducir a un chico era no rogarle, ni demostrarle tus verdaderas intenciones, así que intentaba hacerse la difícil, pero no estaba funcionando.

Toda esta frustración sexual junto con el encierro en el que se encontraba la estaban volviendo loca. Estaba acostumbrada a dar largos paseos por los jardines del reino del cuento, rodeada de árboles y animales silvestres... Necesitaba respirar aire fresco cuanto antes. Con determinación se puso de pie y busco un par de zapatos deportivos de Michael, miro de reojo la camiseta hasta las rodillas que llevaba puesta, era lo que siempre usaba, y quedó satisfecha con su atuendo. Caminó hacia la puerta y se dispuso a abrirla justo en el momento en que Michael llegaba a casa.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Michael confundo.

—Voy a salir, ¡me siento asfixiada entre estas paredes, ya no lo resisto!

—Sabes que eso no es posible, te he dicho que afuera es peligroso para ti —argumentó, tratando en vano de convencerla.

—¡No me importa!, si me quedo aquí lo único que estará realmente en peligro es mi salud mental.

Michael vio lo alterada que Laila se encontraba en ese momento y supo que nada de lo que él dijera la haría cambiar de parecer, así que lo mejor era seguirle la corriente.

—De acuerdo, podrás salir, pero solo si yo te acompaño.

—¿En serio? —los ojos de la princesa se iluminaron al escuchar esas palabras.

—Sí, creo que ambos necesitamos relajarnos un poco —dijo con honestidad—. Pero será mejor que te pongas algo un poco más... de tu talla —dijo señalando la holgada camiseta y los enormes zapatos que llevaba encima y entregándole la bolsa que tenía en sus manos.

No es que Michael pensara que Laila se veía mal con esa ropa, por el contrario, a sus ojos ella hacía que cualquier ropa vieja luciera como una fina pieza de seda, pero justo ese día había pasado por una tienda de segunda mano a comprarle unos vestidos y un par de zapatillas para que ya no tuviera que usar su ropa.

—¿Esto es para mí? —Laila casi dejó escapar un chillido al recibir el regalo de Michael.

—Sí, no sé si son de tu talla, pero...

—Gracias —dijo abrazándolo, haciendo que Michael se interrumpirá.

Lo soltó, giro sobre sus talones y corrió hacía la habitación con la intención de probarse todos los vestidos hasta encontrar el que mejor le favoreciera. Quería verse hermosa... para él.

Michael llevó a Laila al jardín botánico de la ciudad, que quedaba a unos kilómetros de su casa. El lugar era pintoresco y tranquilo, y había una cafetería en la que podían comer algo. La miraba de reojo mientras ella se acercaba a cada flor que veía para olerla, o reía emocionada cuando veía a alguno de los animales silvestres que merodeaban el lugar. De haber sabido lo feliz que la haría estar en ese lugar la habría llevado mucho antes.

Después de caminar un rato decidieron tomar asiento en uno de los bancos del jardín. Sentado frente a ella, Michael se quedó maravillado al ver como la luz anaranjada del atardecer iluminaba su hermoso rostro, casi como una visión divina. Estaba tan ensimismado que no escuchó cuando ella llamaba su nombre.

—¡Michael, mira! —Él despertó de su trance para mirar hacía donde ella señalaba y ver a dos chicas besándose— Son lesbianas ¿cierto?, leí sobre distintas orientaciones sexuales en la computadora.

—Sí lo son, y deja de señalarlas, es de mala educación —la reprendió.

—Lo siento, es que es tan hermoso. En mi mundo no puedo elegir a quien amar, ya todo está escrito, esté de acuerdo o no. Pero aquí, ustedes son libres para amar a quien quieran, sin importar lo que los demás piensen.

El chico se quedó pensando en esas palabras por unos segundos. En el poco tiempo que llevaba conociéndola había descubierto que Laila era un espíritu libre. Sin importar el rol para el cual que fue creada ella quería, y merecía, mucho más que resignarse a seguir el mismo libreto día tras día. También se sentía un poco culpable porque él mismo la había aprisionado dentro de cuatro paredes. Sí, tal vez lo había hecho para protegerla, pero aun así se sentía como un egoísta.

El estómago de Laila empezó a crujir, lo cual era un claro indicador de que era la hora de la cena. Pidieron una pizza de pepperoni y unos batidos de fruta en la cafetería, y luego de terminar decidieron caminar un poco por un camino iluminado por faroles, tomados de la mano como verdaderos enamorados.

—¿Sabes quién escribió mi libro? —pregunto de repente Laila—. Es que yo ya lo olvidé.

A Michael le sorprendió un poco esta pregunta, ya que él también quería hablarle sobre este tema y estaba buscando el momento indicado para hacerlo.

—Pues la verdad es que sí, he estado investigando un poco sobre el tema, por eso he estado llegando tan tarde de la universidad. Quería que fuera una sorpresa para ti.

—¿De verdad? —La sonrisa de Laila era capaz de alumbrar todo el jardín en caso de un apagón.

—Su nombre era Oliva Merlot. Tu libro fue el primero y, por alguna razón, el último libro que publicó. Murió hace más de veinte años.

—Qué lástima que muriera —dijo con tristeza—, me hubiera gustado conocerla.

—Le envié un correo electrónico a su hija y, para mi sorpresa, me respondió; al parecer tengo el único ejemplar que existe. Todos los demás fueron retirados. Dijo que me enviaría el último libro que escribió su madre como regalo.

Laila quería lanzarse sobre él y abrazarlo con todas sus fuerzas, pero se contuvo; no quería volver a ser rechazada y menos arruinar ese hermoso momento; pero el hecho de saber que Michael pensaba en ella cuando no estaba en casa y que, además, hubiera buscado toda esa información sin ella siquiera pedírselo la hacía muy feliz. Sin embargo, no pudo contenerse a darle un rápido beso en la mejilla a modo de agradecimiento.

Mientras caminaban por el parque, en un momento de descuido, Michael acarició los nudillos de la princesa causándole un choque eléctrico que despertó todos sus sentidos. En ese momento ella lo miró y se preguntó a sí misma si acaso se había enamorado de él. Ella nunca había experimentado el amor por sí misma, nunca amó al príncipe de su historia.

Michael le contó sobre cómo iba adelantando su tesis y también sobre su sueño de ser un escritor algún día, mientras ella continuaba analizando sus sentimientos. A lo largo de los años había visto a sus niñas lidiar con distintas clases de enamoramientos: amores de verano, amores platónicos, aventuras de una noche, amores no correspondidos... Solo unas cuantas llegaron a encontrar el amor verdadero, ¿cómo sabría ella que clase de amor estaba sintiendo en ese momento? De lo único que estaba segura era que se sentía plena y dichosa a su lado, que le encantaba el sonido de su risa y que podía escucharlo hablar por horas y horas sin importar cuál fuera el tema.

Durante el trayecto a casa en el carruaje mecánico, Michael no soltó su mano ni un solo segundo, ni siquiera cuando este se detuvo. Cuando entraron en la dulce morada, Laila se dispuso a encender las luces, pero fue detenida por unas manos que, suavemente, la empujaron hasta que unos labios hambrientos se apoderaron de los suyos, dándole ese apasionado beso que tanto había anhelado.

Laila no podía salir de su asombro, pero poco a poco se dejó llevar por las sensaciones que le provocaban el recorrido de las manos de Michael, que por primera vez tocaban su cuerpo. Lentamente las prendas fueron cayendo al suelo hasta que solo quedaron dos cuerpos desnudos en la oscuridad. Michael se separó de ella y, sin decir una palabra, la llevó hasta su cuarto; la depositó suavemente en la cama y reanudó la exploración de su cuerpo, pero esta vez con sus labios. Ella intentaba devolver cada caricia, quería que él también sintiera que explotaría de placer en cualquier momento.

Los gemidos de Laila eran como una dulce melodía que se escuchaba en toda la habitación, y que impulsaban a Michael a continuar. Cuando él sintió que el momento había llegado se detuvo por un instante y la miró a los ojos, como si le estuviera pidiendo permiso. Ella le sostuvo la mirada, entendiendo perfectamente lo que pasaba sin necesidad de escuchar las palabras, y asintió en señal de aprobación. Lentamente se introdujo en ella, con cuidado de no lastimarla; la presión la hacía abrasarse a él con más fuerza, dejando escapar algunos chillidos. El dolor fue pasando lentamente, dando paso al placer y a la alegría de saber que por fin se había cumplido su deseo. 

Los rayos del sol naciente traspasaron el cristal de las ventanas e iluminaron toda la habitación, sin embargo, lo que despertó a Laila y Michael de su profundo sueño fue el incesante golpeteo de un repartidor en la puerta. Sabía que se trataba de uno porque lo escuchó anunciarse mientras tocaba.

Michael fue el primero en abrir los ojos, pero no se levantó en seguida. Quería disfrutar por unos segundos la maravillosa visión de que le ofrecía la hermosa princesa que dormía junto a él. Finalmente se puso de pie, no sin antes darle un tierno beso en la frente.

Cuando por fin abrió la puerta el mensajero ya no estaba, pero sí el paquete que traía. Michael lo recogió del suelo y lo llevó a la habitación, donde Laila lo esperaba con una sonrisa.

—¿Qué traes ahí? —le preguntó con curiosidad.

—No lo sé, pero tiene una tarjeta —arrancó el pedazo de papel del paquete y lo leyó en voz alta—: «Este es el último libro que escribió mi madre, yo nunca lo entendí, pero espero que tú lo hagas. Jane Merlot». Es la hija de la escritora de tu libro.

Él abrió el paquete ante la expectante mirada de Laila, para revelar el misterioso libro, y al hojearlo descubrió que estaba completamente en blanco. Confundido volvió a revisar las páginas, pero en ellas no había una sola palabra escrita. Michael no entendía nada, ¿cómo es que la última obra de una famosa escritora era un libro en blanco?

Laila por su parte miraba el libro como si estuviera hipnotizada, no sabía por qué, pero algo la atraía hacia él. Lo tomó de las manos de Michael y lo abrió de par en par; para ella las páginas también estaban en blanco, sin embargo, podía escuchar el viento, las olas del mar, los cantos de las aves y muchos otros sonidos, que estaba segura Michael no podía escuchar.

—Michael, creo que es hora de irme.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? Acabamos de despertar.

—El libro... es para mí, lo puedo sentir —dijo convencida.

Michael sintió una punzada de pánico al escuchar estas palabras, no quería que ella se fuera, no después de lo que había pasado la noche anterior.

—¡Pero tú no quieres estar en un libro!, por eso saliste... por eso hiciste todo esto, para ser libre.

—¡Y lo soy! Yo quería conocer, experimentar... amar y, gracias a ti lo hice, ahora debo irme. Pero antes debes prometerme algo.

—¿Qué?

—Cada vez que puedas escribe una historia nueva y diferente para mí.

Michael aún no entendía nada, pero la convicción en su mirada le decía que nada de lo que él dijera la haría cambiar de opinión, así que simplemente asintió.

—¿Volverás?

—Tal vez... no lo sé. —Ella se acercó a él y besó sus labios como despedida—. No cierres el libro —le susurró al oído.

Posó su mano en la primera página, viendo fascinada como se volvía parte del papel, y lentamente se fue introduciendo hasta desaparecer mágicamente ante los ojos de Michael. Después de unos segundos él tomó el libro y fue hasta su escritorio. Tomó un bolígrafo de uno de los cajones y comenzó a escribir con delicadeza:

"Era hace una vez... "

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