Prólogo



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El agua caliente no la reconforta, ese calor humeante y oloroso a esencias de flores y hiervas, no logra sacarla del aturdimiento en el que lleva sumida desde la mañana del día anterior. Se deja llevar, sumida en sus propios pensamientos en un silencio tan denso que no puede evitar que le resulte aplastante.

Dos jóvenes doncellas le ayudan a prepararse. Puede hacerlo sola, pero decidió dejar de discutir –No tenía caso, – Lavan su cuerpo con dedicación y esmero, frotando la piel de su cuerpo con una mezcla de azúcar, miel y otras esencias que no conoce para suavizarla, enjuagan sus cabellos, llevándose así la espuma que termina flotando en el agua de aquella enorme tina.

El algún momento la hacen levantarse envolviéndola en suaves telas para secarle la piel que a quedado rosada y suave como la de un bebe. Aun entonces envuelta en varias capas, el frio que siente en su interior no logra apaciguarse, por el contrario, el temblor que le agita desde su interior hasta cada terminación nerviosa hace que los vellos de su piel se ericen sin motivo aparente y se estremezca.

Obediente se mueve lo suficiente para facilitarles el trabajo. Sigue con la vista perdida, pero a pesar de todo no ve caso en dificultar la tarea de esas dos jóvenes que ya están lo suficientemente nerviosas antes su presencia.

Cuando esta completamente lista la ponen frente al espejo. Parpadea varias veces sin poderse reconocer su imagen. Aturdida estira la mano, quizás queriendo comprobar que frente a ella esta otra persona y no ella.

El frio del espejo al tocarlo la despeja lo suficiente para que su mente salga de esa nebulosa borrosa en la que se encuentra. Pronto sus ojos le escocen por las lagrimas que se obliga a retener, mordiendo su labio inferior se obliga a mantener la compostura a pesar de que esta a punto de quebrarse.

Respira hondo, tratando de calmarse. Intentando que el mareo y el sabor a bilis no termine de trepar por su garganta para hacerla vomitar.

Parece que el vestido comienza a asfíxiala. El apretado corsé impide que el aire llegue a sus pulmones. Tiene que sostenerse para no terminar en el piso cuando el mareo se vuelve fuerte y amenaza con hacer que se desmaye.

Cierra los ojos intentando pasar saliva, pero tiene la boca tan extremadamente seca que resulta incluso doloroso.

–¡Calma! –Repite mentalmente una y otra vez sin abrir los ojos.

Cuando siente que esta a punto de desplomarse se afianza con mayor fuerza al marco del espejo, tratando de respirar de nuevo y que el pánico que siente se retraiga lo suficiente para seguir adelante. No puede permitirse ser débil, ¡No puede!

Abre los ojos mirando mas de cerca su imagen. Delineando primero el contorno de su rostro desde su barbilla, pasando por sus mejillas tintadas del rubor que han puesto tan primorosamente para ocultar su palidez de muerte. cuando su vista llega a sus ojos dorados, enrojecidos un poco por el llanto contenido parpadea varias veces, hasta que una única lagrima caiga de sus rizadas pestañas a el vestido de seda y encaje azul que viste.

Tiene el mismo color de ojos que su madre, recuerda con un golpe de nostalgia y es precisamente con el anhelo de esa mujer que hace años partió de este mundo, que recuerda su promesa.

Con el calor que comienza a inundar su pecho con ese recuerdo, con la imagen de su madre sonriendo y esos ojos que heredo de ella, comienza a recuperar las fuerzas. Regula su respiración, soltándose del marco del espejo se endereza hasta terminar completamente erguida.

Su vida estaba a punto de cambiar a partir de ahora, cumpliría con su palabra, así tuviera que tomar el puesto de una princesa perdida de dos reinos que la rechazaron desde antes de nacer.   

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