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—¡Señorita Hicks! —Un grito por parte del profesor Perkins me devolvió a la realidad, por ende destruyendo mi hermoso sueño, en el que él sufría en carne viva sus propias y aburridas clases.
No digo que odie la lengua, porque en general me parece una asignatura normal; pero la forma en la que él la da agota. No sé que hace, pero vuelve hasta lo más divertido en soporífero y aburrido.
Justo cuando veo que sus oscuros ojos -ocultos en parte por una gafas de patillas metálicas y anticuadas- dejan de estar sobre mi persona, aprovecho y vuelvo a colocarme los cascos… «Los que por culpa de su grito lancé.»
Con desánimo observé el único reloj del aula, blanco e impoluto sobre la esquina superior de la pizarra; siendo este el punto de mira del noventa por ciento de los alumnos. Al ver que solo quedaban cinco minutos me llenó de alegría, y por un segundo; solo un segundo, pensé que a lo mejor mi día no iría a peor.
Despertarme quince minutos tarde, haber tenido que salir corriendo con el frío que hace últimamente y aguantar a los críos de primero en el autobús porque Charlie estaba mala con fiebre: sí, este día no podía comenzar de mejor modo, era un lunes en toda regla.
De repente, el estruendo producido por el tomo grueso de El Quijote que nuestro profesor tenía entre sus manos despertó a más de un alma adormilada. Inclusive yo casi me caigo de mi asiento, ya que segundos después del ruido la campana rompió el incómodo silencio que se había creado en el aula. «Adivino.»
Con presteza recogí mi carpeta y cartuchera, guardé mis casi-inexistentes apuntes; y antes de que cualquier otra persona en la clase reaccionara yo ya había salido de esta. «Soy libre señores, pero ser libre durante tres cuartos de hora es como vivir encerrada; el salir solo me provoca más ganas de huir.»
Entre el pequeño tumulto que ya se formaba en los pasillos logré llegar a mi taquilla, la cual era vecina de la de mi pelirroja amiga Angie; quien por cierto se dirigía hacia mí con velocidad y un actuado enfado.
—¿Veré algún día que Eve Hicks me espere? —Sonreí levemente mientras oía a mi amiga hacer preguntas al aire, y tras un golpe seco logré abrir mi único lugar propio en todo el instituto.
—Siento desilusionarse, pero… —Estuve a punto de continuar, mas un gesto de su mano me obligó a detenerme a media frase y dejar que continuara.
—…yo no espero a nadie. —Un cruce de brazos y una sonrisa se posaron en su rostro, acciones que me hicieron reír con suavidad.
—Bien dicho. Se ve que poco a poco captas. —Agarré el dinero para mi almuerzo, los libros para la próxima clase y sin esperar una afirmación de su parte me dirigí al comedor.
Cuando me di cuenta volví a ponerme los auriculares, logrando en parte alejarme de todos los demás alumnos del Ferguson. Los de primero siempre eran los más escandalosos, y el hecho de la recién llegada de nuevos alumnos parece ser la comidilla del día; además de que sirvan pizza en la cafetería, o sea ser, ahora.
Con pereza recogí mi cabello grisáceo en un moño desecho, con el único fin de evitar que este se manche por la comida. «No permitiré que vuelva a ocurrir, el pelo es sagrado.»
Mientras esperaba a que mi móvil cambiara la canción sentí como me zarandeaban de ambos hombros, y al girarme me encontré las miradas de Angie y Julia. La oscura de Angie intentaba taladrarme por no haberla esperado, reacción que supuse tendría en mi contra; pero la sorpresa me la llevé al mirar a Julia.
La chica tenía una sonrisa traviesa, y elevaba su ceja izquierda; gesto que solo repetía cuando tenía en su poder algo jugoso que contarnos. Estuve a punto de avisarlas para que se colaran, pero un grito de unas de primero detrás de mí me cortaron. Las niñas tenían entre su manos el periódico escolar, y lo señalaban con entusiasmo a la vez que gritaban como locas quinceañeras -cosa que son-.
—Julia, ¿qué tienes? —Observé con inquietud sus marrones ojos, los que cerró al segundo mientras negaba con un gesto de cabeza.
—Antes de todo, ¿Dónde está Charlie? —Negué con la cabeza y mostré mi dedo gordo señalando al suelo—. ¡¿Murió?!
—¡No! Está mala con cuarenta de fiebre en su casa. —Intenté mantener el buen ánimo en mí respuesta, pero la pregunta que había hecho la chica me hizo recordar; cosa que Angie notó por la forma en la que reprendió a Julia.
—Bueno, Julia. ¿Cuál es esa noticia que tanto nos ocultas? —La chica sacó de su abrigo una copia idéntica a la que las de primero sujetaban del periódico escolar, y no pude contener mi desagrado; pues creía saber de que tema trataría su noticia.
—Eh, Julia, si se trata de nuevos alumnos no me interesa. Por mucho que parezca diferente siempre es igual, llegan al instituto, son absorbidos por él y adquieren el estereotipo que todos tienden a adoptar. —Ambas chicas asintieron a mis palabras, pero Julia no dudó en entregarme el periódico; en cuyo titular se podía leer el interés por la llegada de nuevos alumnos.
—Esto es diferente Eve, ¿recuerdan la encuesta? Esa que hicieron sobre las más inaccesibles. —Angie asintió varias veces con la cabeza, y no dudó en explicar en que consistía; sin importarle que todas las presentes recordáramos aquel hecho.
—Sí, lo recuerdo perfectamente. La lista sobre las más complicadas de enamorar en el instituto; Eve, tú te alzaste la primera en esa lista. ¿Tiene que ver con esto lo que nos vas a contar, cierto Julia? —La morena de exuberantes rizos asintió feliz, y su mirada chocolate se tintó se misterio en el momento que agarró el periódico de entre mis manos.
—Pero, creo que será mejor que lo cuente cuando estemos sentadas; id ya y comprad vuestra comida. —La chica se despidió con un gesto de mano, y nos dejó a Angie y a mí -las pobres que no tienen almuerzo de casa- esperando en la cola con complejo de tortuga.
(…)
Respiré profundamente y moví la silla frente a Julia, para al segundo dejar mi bandeja y sentarme en el sitio. Momentos después llegó Angie, y tras copiar mis acciones con algo menos de seguridad se sentó a mi lado; ambas enfrentando a la morena.
—Bien Julia, suelta por esa boquita. —Señalé su rostro con seriedad, consiguiendo que sacara al segundo el periódico algo arrugado de su mochila.
—Primero leeré la sección de noticias, que es la que lo explica. Y luego vosotras lo miráis:
"Gracias a lo que una reportera ha podido recopilar tras numerosas indagaciones hemos logrado dar con el más interesante de los diez nuevos alumnos que se unen al instituto Ferguson:
Bastian Payne, un morenazo rompe-corazones que pretende dejar huella en nuestras instalaciones; aun entrando a cursar su último año y estando este ya empezado.
Según nos han informado, el chico de dieciséis años y sonrisa más brillante que las luces LED, pretende enamorar a las chicas más complicadas de nuestro centro.
Hace poco hicimos una gran lista con las más inaccesibles del instituto. De las más fáciles -entre las complicadas- a las que hacerse el compañero de golf del profesor de matemáticas lo convierten en un juego de niños en comparación a lograr su amor.
Están avisadas todas ustedes, pues el príncipe sin corona va en busca de corazones vírgenes y una gran reputación. No os dejéis sucumbir por sus afectos y dejad su honra a tal profundidad que se queme antes de llegar a ella.
Se despide, Closed-gate".
—Esa chica ha dejado entrever su poca amistad con el chico ese, ¿no? —Angie sonrió con dulzura, pero aún intentando cambiar de tema no pude evitar preocuparme por aquello.
—¿Julia, me pasarías el periódico? —La chica me lo entregó al segundo, y cuando lo tuve en mi poder observé la foto que venía del chico.
«Así que ojos claros, veremos cómo logras conquistarlas a todas…»
—No me preocupa. —Respiré con alivio al cerciorarme de su apariencia; la que representaba a todo popular con más músculo que cerebro.
—¡¿No harás nada?! —Angie gritó con fuerza provocando que más de un par de ojos curiosos observaran nuestra mesa.
—Calla Angie, sabes que odio llamar la atención. —La chica se encogió en su asiento, y pasados varios segundos la mirada curiosa de los sentados a nuestro alrededor se podó en otros lugares más interesantes.
—Bueno, no debemos hacer un mundo de esto. Seguro que Eve sabe lo que se hace. —Julia asintió señalándonos a ambas chicas, y tras lograr un asentimiento por parte de las dos comenzó a comer su almuerzo.
(…)
Interrumpiendo el comienzo de Demons el timbre se hizo presente, y pude escuchar a continuación una negación general por parte de casi todos los alumnos.
«¿Saben que por mucho que se quejen no van a quitar las clases? Sigo sin entender porque hacen eso todos los días.»
Me despedí levemente de ambas chicas y tomé rumbo a mi próxima clase. Un suicidio para cualquiera, pues la clase de historia impartida por la señorita Morris es, sin duda, una visita al infierno.
He de decir que mi nivel para recordar hechos, lugares y fechas ocurridos antes de que yo naciera es nulo. Además de que tiendo a dormirme durante las clases y también suelo llegar tarde por las horas a las que me toca; añadiendo a todo esto que si no llego a tiempo me suspenderá el trimestre, cosa que no puedo permitir en mi media de notables.
Intenté aumentar el ritmo y por culpa de ello tropecé con alguien que iba en dirección contraria a la mía; ambos caímos al suelo y mi tiempo para llegar se comenzó a agotar.
Maldije por lo bajo y recogí la maleta y los pocos libros que se habían caído de ella, pues olvidé cerrarla con las prisas. Me levanté al segundo y limpié mis vaqueros sin prestar atención a la otra persona; así hasta que esta se hizo oír.
—¿Estás bien? —La voz reconocí al segundo que era masculina, y por inercia levanté la vista encontrándome cara a cara con un chico idéntico al de la foto del periódico.
Mirada aguamarina, cabello castaño y una sonrisa de revista decoraban el rostro del chico con el que tropecé. A mi alrededor noté la mirada celosa de varias chicas y chicos; sin duda atraídos por el aspecto del nuevo. «Así que este es Bastian Payne.»
—Perfectamente. —Tardé algo más de lo normal en responder, e intenté acabar la conversación ahí alejándome silenciosamente de él.
—¿Ya te marchas? Apenas y sé el nombre de la chica a la que he atropellado. Has pedido tiempo por mi culpa, querría saber al menos el nombre de quien he molestado. Yo soy Bastian. —El chico extendió su mano al segundo hacia mí, e hice lo posible por mantener las formas ante ese nefasto intento de coqueteo.
—Bien, Bastian. Si tanto sientes el hacerme perder tiempo no deberías retenerme pidiendo información que no tengo intención de darte. Así que si ya hemos acabado me marcho. — Comencé a alejarme de él, y pude escuchar a lo lejos como comenzaban a murmurar. «Sabía que este chico sólo traería problemas, pero no le dejaré destruir mi remanso de paz.»
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