Interludio

Jane

Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi.

Nunca me ha gustado hablar con desconocidos. De hecho, tener que entablar una conversación con alguien que trabaja de cara al público me parece una de las cosas más aburridas —y a la vez estresantes— de la historia. Nunca sabes si la otra persona quiere hablar, te está haciendo preguntas por compromiso o si estás siendo demasiado pesada al responderlas. Puede parecer una chorrada, pero lo detesto.

Por eso, la primera vez que vi a Livvie, supe que tenía algo especial. Con ella no hizo falta sobreanalizar lo que decía. No me sentí pesada. No repasé mentalmente las palabras que había usado, una vez fuera de la tienda, con vergüenza. Nada de eso pasó. Simplemente, volví a casa con una sensación muy rara en el pecho. La sigo teniendo cada vez que la veo.

¿Creo que en el amor a primera vista? En absoluto. Me parece una tontería sin sentido. ¿Cómo vas a enamorarte solo con ver a alguien? ¡Es imposible! Puede gustarte, puede atraerte, puede llamarte la atención..., pero eso no es amor, es la fase previa antes de llegar a él.

Sin embargo... ¿creo en las conexiones a primera vista? Sí. Absolutamente.

No sé cómo funcionan nuestros cuerpos cuando sentimos una conexión con alguien. No sé si la química existe o es una invención de la literatura romántica, pero sé que la mía está hecha para ella. Y que, desde ese día, la cosas han dejado de ser tan sencillas.

Ahora no debería pensar en eso. Ahora debería centrarme en la entrevista que estoy a punto de hacer y por la que llevo una friolera de veinte minutos esperando. Echo una ojeada a la pantalla de mi móvil. Tengo cuatro mensajes de mamá deseándome suerte. El último es un selfie con papá en el que tienen los pulgares levantados en señal de apoyo. Esbozo una pequeña sonrisa.

Entonces abren la puerta del pequeño despacho. La candidata que estaba detrás de mí se marcha con mala cara y conteniendo las lágrimas. Oh, oh. Algo no va bien. Por favor, que no me toque un gilipollas.

Siempre positivas.

Tras un titubeo un poco vergonzoso, me atrevo a ponerme de pie y a meterme en el despacho. Apenas miro a mi alrededor porque estoy muy nerviosa y quiero quitarme esta reunión de encima en cuanto antes.

La mujer que me atiende no me mira a los ojos. Se limita a darme la mano, a presentarse y a ocupar de nuevo su asiento. Un poco desalentador, porque siento que me ha descartado antes incluso de leerse mi currículum. Lo recoge. Tiene las uñas perfectamente arregladas, no como las mías que están mordidas. En cuanto empieza a leer, suelta un sonido casi de burla.

—Jane, ¿verdad? —murmura sin mirarme.

—Sí, señora.

—Veo por aquí que estás licenciada como técnica de vídeo y sonido.

—Sí, señora. —Me siento un poco estúpida, como si solo supiera decir esas dos palabras—. Fui la primera de mi clase.

—Ajá...

Estoy teniendo flashbacks de todas mis anteriores entrevistas. En todas tienen la misma actitud, leen el currículum con la misma cara y me dedican con la misma sonrisa condescendiente. Y tengo que aguantarlo como una imbécil, sin defenderme, con la esperanza de que les dé por contratarme. Es humillante.

—Tienes poca experiencia —observa.

—He trabajado en dos bodas y un bautizo —digo enseguida—. Toda experiencia es buena, ¿no?

—Sí, pero no es lo mismo una boda que una producción. Vas a ser técnica de sonido, no animadora.

Me muerdo la lengua. Literalmente. Si no lo hago, sé que no voy a seguir conteniéndome. Y necesito contenerme o voy a lanzarle un vaso de agua a la cabeza.

No veo el problema.

—Tu perfil es muy interesante, Jane —explica al final, y deja el currículum sobre un montón con otros veinte. Luego me mira por primera vez en todo el rato y me ofrece, por supuesto, una sonrisa condescendiente—. Lamentablemente, buscamos a alguien con un poco más de experiencia. Si necesitamos alguna otra cosa ya te llamaremos. Un placer.

Quiero quejarme. Me encantaría hacerlo. Pero no vale la pena. En su lugar, recojo mi mochila y me la lanzo a la espalda sin ningún tipo de cuidado. Ella no se levanta para despedirme y yo cierro de un portazo.

Otra vez. Otra puta vez. ¿Cómo voy a tener experiencia si no me dejan trabajar?, ¿si nadie confía en mí? Necesito el dinero, en serio. Quiero irme de casa de mis padres. No estoy mal, pero... quiero sentirme como una persona adulta. ¿Cómo voy a hacerlo si no soy capaz siquiera de encontrar trabajo?

Es tarde, pero no quiero volver a casa y decirle a papá y mamá que he jodido otra entrevista. En su lugar, me compro una hamburguesa en el primer sitio que encuentro. Termino comiéndomela en un banco mientras suena música por los cascos que no me quito casi nunca.

Qué mierda todo.

Estoy de acuerdo.

Encima, Livvie está rarísima. Hace unas semanas que se comporta como si su personalidad hubiera cambiado. No sé qué le pasa, pero sé que no me gusta no entenderlo. Tampoco puedo preguntarle sobre el tema porque, claro, ella finge que todo está bien. ¿Cómo voy a ayudar a alguien que no asume que necesita ayuda?

Aburrida, hago una bola con el papel de la hamburguesa y consigo encestarla en la basura. Después, hundo la cara en las manos. Todavía me queda un poco de dinero de cuando hice de conductora para el equipo de Ellie, pero no es gran cosa. Igual debería aceptar que nadie va a contratarme como DJ e ir bajando un poco las expectativas. No lo sé.

Estoy pensando justo en eso cuando el móvil empieza a vibrarme en el bolsillo. Descuelgo sin siquiera mirar quién es.

—¿Sí?

—¡Hola, Jane!

La voz es conocida, pero tardo unos segundos en ubicarla.

—¿Rebeca? —pregunto al final.

—¡Sí! Madre mía, qué memoria tienes. Así me gusta.

Quiero sonreír, pero después de la entrevista desastrosa... no me sale.

—Perdona por llamarte así, de la nada —sigue ella—. Le pedí tu número a Tommy, espero que no te importe.

—No, no. ¿Necesitas alguna cosa?

—La verdad es que sí. ¿Últimamente has hablado con Livvie?

Vaya, justo estaba pensando en ella.

Qué conexión psíquica.

—No demasiado —confieso—. Siento que me evita, aunque no sé por qué.

—Vale, es que hoy he tenido un momento muy... raro con ella. Ha sido muy antipática y no es nada habitual en ella. Lleva así una temporada. Sé que parece una tontería, pero... no sé, una parte de mí tenía la esperanza de que tú supieras el por qué.

—Me encantaría saberlo —aseguro.

Ambas permanecemos unos segundos en silencio. No es incómodo, pero no tengo tanta confianza con Rebeca como para que se alargue demasiado. Carraspeo y retomo la conversación.

—¿Le has preguntado a Tommy?

—Sí —murmura—. Está igual de perdido que nosotras, porque ha empezado a evitarle incluso a él.

—¿Livvie evitando a Tommy? —Pasmada, analizo todas las posibilidades que podrían llevarnos a ese punto. No se me ocurre ninguna. Al menos, que sea razonable—. Algo ha pasado, eso seguro.

—Estoy de acuerdo. Pero si ella no quiere hablar del tema...

—Sí, lo sé. Oye, ¿y tú estás bien? Dices que hoy habéis tenido una situación un poco incómoda, ¿no?

—Estoy bien —asegura, aunque sigue sonando apenada—. Es solo que... no sé, conozco a Livvie desde hace muchos años. Es verdad que a veces se frustra con algo y desaparece hasta que consigue resolverlo, pero nunca había tardado tanto. Y, desde luego, nunca se había alejado de esta manera. Estoy preocupada.

—Lo entiendo. —Hago una pausa para pellizcarme el puente de la nariz. Siempre que me agobio, empiezan a dolerme las sienes y esa es la única forma de que el dolor desaparezca un poco—. Si te parece bien, voy a llamar a Tommy. Igual podríamos vernos mañana o algo así, ¿no? Quizá, entre todos, podamos ver qué hacemos.

—¿Como una comisión de crisis?

—Sí, exacto. —La perspectiva casi hace que me ría—. Solo que sin profesionales y sin tener muy clara cuál es la crisis.

—Suena horrible.

—No tenemos nada más.

—Pues también es verdad.

Después de hablar con Rebeca, me quedo todavía más preocupada. Una cosa es que Livvie pase de mí, pero otra muy distinta que esté ignorando a sus amigos de toda la vida. No me esperaba que Tommy estuviera en la misma situación que nosotros.

Pensar en Tommy es raro. No entiendo la relación que tienen. No la comprendo. Son como una pareja, pero no del todo. Y también son como amigos, pero sin serlo del todo. Es raro. ¿Por qué no me puede gustar la gente sin relaciones raras de por medio. Quizá, si Tommy fuera peor persona, estar celosa sería un poco más fácil. Si pudiera odiar a Tommy, por lo menos, tendría una excusa para que no me guste su relación.

Llego a casa con los hombros hundidos y muy mala cara. Mamá no está, pero papá sí. Se encuentra en la isla de la cocina con un café recién hecho y el portátil abierto ante él. En cuanto veo el montón de papeles que va leyendo, suspiro. Tiene uno de esos casos difíciles. Uno de esos que no te dejan dormir en toda la noche y te obligan a dedicarle muchas más horas que en los otros.

—Hola, papá —murmuro.

Él levanta la cabeza nada más oír mi tono. Sorprendido, me sigue con la mirada. Yo dejo la mochila en el suelo de cualquier mañana, me quito los cascos y voy a sentarme a su lado.

—¿Necesitas un café? —pregunta.

—Sí, por favor.

Con una sonrisa, empuja el suyo en mi dirección. Ni siquiera ha llegado a tocarlo, el pobre, y ya acabo de robárselo.

Le doy un sorbo. Él sigue observando todos mis movimientos con curiosidad, como si fuera uno de sus enigmas de juzgados. Lamento ser tan simple, pero a mí me va a resolver enseguida.

—¿Qué pasa? —pregunta.

—Es sobre esa chica de la que te hablé.

—¿Olivia?

—Sí.

—¿Y qué pasa con ella?

Le doy otro trago al café y luego lo dejo junto a sus documentos. Papá ha dejado por completo el caso para centrarse en mí, y eso me gusta. Hace que me sienta escuchada. Aunque él nunca ha tenido problemas en hacer que todo el mundo se sintiera escuchado. Es una habilidad que ni mamá ni yo tenemos, porque somos de paciencia mucho más corta.

—Es una larga historia —murmuro al final.

—Si quieres hablar de ello, tengo tiempo.

Pese a la oferta, decido hacerle el resumen lo más corto posible. Más que nada, porque tampoco quiero contarle muchos detalles a mi padre sobre la chica que me gusta. No hace falta que se entere de cosas que un padre no necesita saber de su hija. O que yo explote por la vergüenza, ya de paso.

En cuanto termino mi pequeña historia, me doy cuenta de que papá me escucha de la misma forma que lo hace con sus clientes: dedos entrelazados bajo el mentón, ojos entrecerrados y pequeños asentimientos en señal de entendimiento. Solo me falta que me represente.

Yo no me quejaría.

—Suena preocupante, sí —afirma en cuanto ve que he terminado—. ¿Ella no quiere hablar del tema?

—Creo que no.

—Igual podrías intentar sacárselo. De forma muy clara. Enfrentar el problema, ya sabes. —Lo considera durante unos instantes—. Si así tampoco quiere..., bueno, se supone que ya es mayorcita, Jane. Tampoco podemos forzar a la gente que nos cuente todo su vida. Quizá necesite su espacio.

—Ya, pero... ¿no puede decírmelo directamente? ¿Tiene que pasar de mí para que lo deduzca yo sola?

—La gente es muy complicada —afirma, tan tranquilo—. Deberías ver por qué tonterías se pelean en los juzgados. El otro día defendí a una señora que quería recuperar su colección de sartenes de casa de su exmarido pero este no se las devolvía. Se pusieron a llorar y todo.

—No sé qué conclusión sacar de esa historia, papá.

—Que la gente es complicada —repite—. Y que la ayuda que les puedes ofrecer es limitada. ¿Que quieren llorar por unas sartenes? Bueno, pues que lloren. ¿Que quieren desaparecer sin dar ninguna explicación? Pues... intenta ayudarla si quieres, Jane. Estás en todo tu derecho. Igual que ella está en su derecho de querer pasar una temporada alejada del mundo.

Remuevo la tacita de café, poco convencida. No me gusta no tener las respuestas de absolutamente todo lo que se me plantea. Me hace sentir muy inútil.

—Supongo que tienes razón —murmuro—. Iré a darme una ducha y luego te ayudaré con la cena, ¿vale?

—Muy bien. —Antes de que pueda escaparme por el pasillo, vuelve a hablar—. Oye, ¿qué tal la entrevista?

—Horrible.

—Si quieres denunciarlos, tienes abogado.

Con una sonrisa, sacudo la cabeza y me meto en el cuarto de baño.

El plan es quedar mañana con Tommy y Rebeca para idear un plan. O, si no nos sale nada, al menos consolarnos un poco entre nosotros. Saber que el problema no eres solo tú y que es aplicable a otra persona siempre ayuda. Espero que funcione.

Lo que no sé todavía es que, al terminar, iremos a casa de los padres de Livvie.

Lo que tampoco sé es que, al hablar con ellos, nos dirán que ya se ha ido.

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