Capítulo XXXV
XXXV - BOTELLAS
Hoy hemos firmado el contrato con Kevin. Cristina estaba eufórica y, de hecho, me ha invitado a comer en un restaurante que nunca en mi vida había pisado. Creo que se me nota en la cara que no estoy acostumbrada al lujo, porque los camareros me juzgaban cada vez que abría la boca. Aunque, en cuanto Cris ha sacado la tarjeta de oro para pagar, se les han escapado todos los prejuicios. Ambas hemos empezado a reírnos como niñas pequeñas.
No sé cómo sentirme. Creo que debería sentir alivio, pero nos ha pedido una idea en los próximos tres meses y no tengo ninguna. Cuento con Jane y con papá para ayudarme. Con mamá, incluso. Y, aun así, tengo la sensación de que no es suficiente. Que debería salir de mí. Igual debería provocarme situaciones extremas para inspirarme.
¿La casi cancelación por una publicación de borrachera no es suficiente para ti?
Después de pasarme toda la tarde con Pelusa en la sala del piano, llego a la conclusión de que está quizá no sea la mejor forma de buscar inspiración. El gato me observa desde un lado de la banqueta. Parece que esto de contemplarme sin hacer nada es lo más agotador del mundo, porque no deja de bostezar. Cualquiera diría que me pregunta, con la mirada, si me falta mucho.
—No me mires así —protesto.
Pelusa enarca una ceja —o lo más cercano que puede lograr a ese gesto—.
—Oye, que para mí también es complicado.
A modo de respuesta, ofrece otro bostezo.
Aburrida, decido sacar el móvil del bolsillo y buscar el perfil de Jane en Omega. Últimamente, se ha vuelto mi principal fuente de diversión. Y eso que no sube casi nada.
Se hace la chica misteriosa.
Apenas he revisado las últimas fotos, como siempre, cuando decido abrir sus mensajes privados. El último es de hace unas horas.
Livvie: holi
Jane: q quieres
Livvie: Veo que estamos simpáticas
Jane: <3
Livvie: Necesito inspiracion
Jane: no esperaba empezar así nuestro sexting
Livvie: No se que es eso, pero creo que no hablamos de lo mismo
Jane: a
Livvie: Necesito inspiracion para mi musica*
Jane: aaaaa vale
Livvie: Puedo ir a tu casa?
Jane: siempre
Livvie: Que bonito
Jane: no t acostumbres
Y así es como, media hora más tarde, me bajo en la parada que queda más cerca de su casa. Ni siquiera me he arreglado y sigo con mi camiseta sin mangas y mis pantalones verdes. Lo que me ha pedido Cris para el post que hemos subido esta mañana con Kevin y el contrato. No sé qué esperaba conseguir con eso, pero creo que es muy bueno. Y digo creo porque, honestamente, yo todavía no he entrado a verlo. Prefiero que se encargue ella, que al menos parece disfrutarlo.
Como casi siempre, el portal de su edificio está abierto y puedo subir directamente al ascensor. Me pregunto si necesitarán que les roben diez veces antes de empezar a cerrar la puerta. De todas formas, a mí me va perfecto, porque así me ahorro llamar al telefonillo.
En cuanto llego a su planta, me arrepiento de no haberlo hecho. ¿En serio? ¿Otra fiesta?
Pero ¿esta gente no trabaja?
Los primeros indicios son las dos personas que esperan en la puerta de su piso con cajas de cervezas en los brazos. Cuchichean y ríen entre ellos, y no parecen muy afectados por verme ahí plantada a su lado. Y eso que creo que ya los había visto antes, en esa fiesta en la que discutí con Tommy. Supongo que no les importa demasiado.
—¿Y tu regalo? —pregunta uno de ellos.
Tardo unos segundos en darme cuenta de que me habla a mí.
—¿Alguien cumple años? —mascullo, confusa.
Para mi mayor sorpresa, ellos intercambian una mirada y empiezan a reírse a carcajadas. Si no fuera por las cuarenta capas de maquillaje que llevo por las fotos de esta mañana, verían lo roja que acabo de ponerme.
—No sé dónde está la gracia —aseguro.
—Tommy no nos deja entrar sin regalos —explica el otro—. No te va a dejar pasar.
—No vengo a ver a Tommy.
—¿A Rebeca?
—Pues no.
Por sus caras, cualquiera diría que Jane no vive en esa misma casa. Supongo que no participa mucho en las fiestas.
Chica lista.
Antes de que puedan seguir con sus tonterías, la puerta se abre de un tirón. Debería sorprenderme, pero lo cierto es que ver a Tommy medio borracho y con la camisa desatada hasta el pecho es lo más normal que me ha pasado desde mi entrada al edificio. Tras contemplar la caja de cervezas, suspira y señala el interior de la casa.
—Vale, pasad.
Los dos chicos están encantados con la decisión. Cualquiera diría que les acaba de tocar la lotería. Entran tan deprisa que no me da tiempo a ver nada del interior. Al menos, antes de que se ponga Tommy justo delante.
—Ah... —murmura—. Tú. Hola.
No es el saludo que esperaría del que ha sido mi mejor amigo desde hace años, pero intento que no me afecte. Desde nuestra primera discusión, siento que todo me afecta el triple. No quiero darle el poder de hacerme tanto daño. Estoy segura de que, en algún momento, volverá a ser el que era antes de que la universidad le subiera la testosterona hasta las cejas.
—Sí, hola —murmuro, de vuelta—. Veo que sigues pasándotelo bien.
—¿Traes regalo?
—No es tu cumpleaños.
—Pero es mi casa.
—Que compartes con otras dos personas.
—Y ninguna de ellas eres tú.
Podríamos seguir con esto hasta mañana, pero hoy no me siento con paciencia. Quiero encerrarme con Jane en la habitación. Lo he querido desde que se marchó de casa de mis padres.
—¿Está Jane en casa? —pregunto al final.
Puede que el Tommy de ahora se comporte como un capullo, pero sigue siendo mi mejor amigo y creo que le duele que no insista en hablar con él. Pero es que no puedo perseguirlo cada vez que le da una pataleta porque no le hago el suficiente caso. Es injusto.
—No lo sé —dice, seco.
—¿Puedo pasar a buscarla?
—No la encontrarás; hay mucha gente.
—Haré el esfuerzo.
—Vete a casa, Livvie.
—¿Estás echando a mi invitada, Tommy?
La voz de Jane llega como una marea de calma en medio del caos de la fiesta. Y eso que ni siquiera la he pisado.
Me sorprende ver que aparece con un peto de pantalones cortos. Todo el mundo va tan arreglado que a veces se me olvida que ella es mucho más práctica. Lo único que me llama la atención es que no lleva nada debajo. Ni siquiera una camiseta. Como se mueva mucho, le va a dar muy buenas vistas a los que estén en la habitación con ella.
Aun así, lo primero que veo es su expresión. Su media sonrisa divertida para disimular el enfado que siente por Tommy.
—No está invitada —le explica él.
—No sabía que fueras el único que puede invitar a alguien.
—En mi fiesta, sí.
Jane lo considera unos instantes.
—Pues te jodes —concluye, y se vuelve hacia mí—. Hola, cariño.
Doy tal respingo que casi hace que me choque contra el marco de la puerta.
—¿Cariñ...?
Antes de que pueda terminar la palabra, Jane se acerca a mí y me sujeta la cabeza con ambas manos. Es todo tan rápido que apenas he reaccionado cuando ya ha cubierto su boca con la mía. Y sí, me refiero a su boca. Entera. El beso es tan intenso tan deprisa que empiezo a tantear con las manos para sujetarme a algún lado y no caerme de culo. Por suerte, ella me sujeta con fuerza. Juraría que está sonriendo.
Cualquiera pensaría que un beso de bienvenida es un piquito corto, pero esto se está alargando. O no. No estoy muy segura de cuánto tiempo ha pasado desde que se ha acercado a mí, pero los segundos empiezan a fluctuar de una forma mucho más lenta, y rápida, y diferente. Por fin consigo encontrar el equilibrio. Y mis manos, que se mueven solas, consiguen encontrar los bolsillos de su peto. Tiro de ellos con el índice como si quisiera acercarla, pero lo cierto es que ya está pegada a mí.
Y entonces se separa. La media sonrisa que me dedica es muy distinta a la que le ha lanzado a Tommy. Mucho más privada. No sé cómo reaccionar.
Por suerte, se separa de mí antes de que tenga que hacerlo. Tommy está de brazos cruzados en la puerta, contemplándonos.
—¿Vais a tardar mucho más? —pregunta.
—Bastante más —asegura Jane, divertida—. Aunque lo haremos con el alcohol de tus amigos.
—Ni se te ocurra.
Ya es tarde, porque Jane tira de mi mano y me mete corriendo en la fiesta. A Tommy no le queda tiempo ni para protestar.
Esta fiesta me recuerda a la que vi la última vez; mucha gente en un lugar muy pequeño y olor a sudor y humo. La gente se acumula en las ventanas para fumar cigarrillos y cosas peores, en los sofás para enrollarse con sus parejas y en la cocina para robar botellas de alcohol que se acumulan en los cubos de hielo que hay acumulados en el fregadero. Ni siquiera hay música —o la hay y no se oye—, pero el ambiente te incita a moverte un poco.
No tardo en divisar a Rebeca. Con esa melena roja, la encontraría en una marea de un millón. Y más ahora que se está devorando mutuamente con su nuevo novio en un extremo del sofá. Al verlos, Jane suspira y deja de andar.
—Rebeca —gruñe.
Ella se vuelve, todavía con los labios hinchados y con las manos alrededor de su novio. Tarda unos instantes en reconocerme, pero entonces se levanta de un salto para abrazarme.
—¡Mi amiga más guapa! —exclama, y ya sé que va borracha.
Dejo que me abrace torpemente. Por encima de su hombro, veo que su novio se pasa una mano por los labios e intenta incorporarse, pero termina sentándose otra vez. Jane, por su lado, sacude la cabeza.
—Una imagen preciosa —asegura esta última.
—Está amargada —asegura Rebeca, separándose un poco de mí—. Livvie, estás preciosa.
—Em..., gracias.
—En serio, ¡preciosa! ¿Te has hecho algo distinto?
—Mmm, no mucha cosa.
—De verdad que estás prec...
—Lo hemos entendido —interviene Jane con una sonrisa de labios apretados.
Rebeca, de nuevo, decide ignorarla y mantiene las manos sobre mis hombros. Se me hace un poco raro que apenas le dé importancia cuando, hace un año, me habría muerto en este mismo lugar por tenerla tan cerca.
El amor es lo que tiene.
—¿Tommy te ha invitado? —me pregunta entonces—. Menos mal que habéis hecho las paces, sin ti estaba muy triste. Creo que te necesita más de lo que cree.
—No hemos hecho las pases —murmuro sin muchas ganas.
—¿No?
—Que yo sepa, no. Ni siquiera quería dejarme entrar. Jane ha tenido que ayudarme.
En cuanto menciono el nombre de su compañera de piso, Rebeca parece recordar que está detrás de ella. Con una gran sonrisa, me suelta y se vuelve hacia ella.
—¡Amiga! —exclama.
—¿A mí no me dices cuarenta veces lo guapa que soy?
—Es que Livvie está muy guapa.
—Y dale otra vez...
—No te pongas celosa; ¡es muy bonito! Y mira que es raro que sea tan feliz estando contigo.
Irritada, Jane se cruza de brazos. Me encantaría intervenir para decir que no tiene razón, pero siento que esto es más entre ellas.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Jane.
—Que me pregunto qué le harás para que esté tanto contigo.
—Que se corra contra mi mano, eso hago.
Doy gracias a todo el que me escuche por no estar bebiendo, porque ahora mismo me habría atragantado, habría muerto y lo último que recordarían de mí es esta cara descompuesta que se me acaba de quedar.
La menos dramas.
Rebeca, que estaba a punto de decir algo, se queda con los labios separados y sin emitir ningún sonido. Creo que nunca la he visto tan pasmada. Ni a Jane tan divertida. El novio se ha quedado roncando por los cojines del sofá.
—¿Eh? —pregunta Beca por fin.
—Cosas de mayores —asegura Jane—. Lo que quería decirte antes de todo esto es que hicimos unas normas para la casa y te las estás saltando. ¡Dijimos que nada de hacer guarrerías en espacios públicos!
—¡No hemos hecho nada!
—El pasillo es un espacio público.
—El marco de mi puerta es un espacio privado.
—Si la pierna de tu señoro sale al pasillo, ya es vía pública.
—¿Tenemos que hablar de esto delante de él?
—Está muerto en el sofá; no creo que le importe.
Rebeca, alarmada, se olvida de nosotras y se lanza como un koala sobre su novio. Este reacciona enseguida y su primer impulso es tirar de ella para volver a besuquearse.
—Podemos seguir —me informa Jane.
No sé si se refiere a la habitación o a alguna otra estancia, así que voy tras ella sin protestar. Por lo menos, hasta que encontramos un rincón un poco tranquilo del salón. Aprovecho la intimidad para tirar de su brazo y acercármela. Tiene la desvergüenza de parecer sorprendida.
—¿Qué pasa?
—¡¿Qué ha sido ese comentario?! —susurro, todavía roja de pies a cabeza.
Jane parpadea varias veces.
—¿Cuál?
—¡¡¡¿¿¿A ti qué te parece???!!!
—Aaaaaah, ese. Era para que se callara.
—¡Yo sí que me voy a callar! ¡Durante los próximos veinte años!
—¡No era mentira!
—Pero ¡tampoco hace falta que lo sepa todo el mundo!
Parece que va a decir algo más, pero se detiene para reflexionar sobre mis palabras. Al final, aprieta un poco los labios.
—¿Te ha molestado?
—No —debo admitir—. No es para tanto, pero... no me ha gustado la sensación que me ha dejado. Era como si marcaras territorio.
Ante eso, Jane no dice nada. Incluso aparta la mirada. Vuelvo a tirar de su brazo para que no se me escape.
—¿Qué? —pregunto, porque está claro que quiere algo más.
—Que lo siento. Ha sido raro. Pero puedo volver a hacer lo de la mano —añade enseguida—. No hace falta que ellos lo sepan si no quieres.
—Vaya, borraré el post en el que lo anunciaba...
—Muy graciosa. Lo siento.
—No pasa nada.
Con Jane me pasa una cosa muy rara, y es que no sé enfadarme mucho rato seguido. Me he dado cuenta estos días. Esta misma situación con otra persona me habría tenido de mal humor durante una semana, pero con ella no soy capaz de mantenerme alejada tanto tiempo. Quizá es porque siento que pide disculpas de corazón, ¿quién sabe?
Yo lo sé. Tú lo sabes. Todos lo sabemos.
Como para reafirmarle que no estoy enfadada de verdad, tiro un poco más de su brazo para volver a besarla. No es tan intenso como lo hace ella —que va a todo o nada—, pero un beso pequeño no está mal, ¿verdad? Nunca he estado besuqueándome con nadie; con Tommy siempre fue ir directos a un polvo. No sé cómo funciona esto, o qué es lo apropiado.
En cuanto me separo, deduzco que he tomado la decisión adecuada. Ella está sonriendo.
—¿Quieres que nos encerremos en la habitación? Podríamos poner música, pero creo que no oiremos nada.
—Ya..., la fiesta rompe un poco la magia.
—Puedo lanzar una bomba de humo.
Tras lanzar una miradita por toda la habitación, me acerco un poco más a ella para hablarle al oído.
—Tengo una idea —susurro—, pero necesito que no me juzgues por mi maldad.
—Juro que me gustas por ella.
—Tonta —murmuro, pero luego sigo hablando—. ¿Y si les arruinamos la fiesta?
Una muy contrariada Jane me lanza una mirada de soslayo.
—¿Cómo?
—Se me ocurren varias formas, pero la más fácil es provocarles un poquito. ¿Y si les proponemos jugar a alguna cosa que cree un poquito de conflicto?
Por su cara, llego a creer que le parece la peor idea del mundo. Hasta que se echa a reír, claro. Entonces, me rodea con los brazos y me acerca de un tirón.
—¿Ves por qué me gustas tanto?
Diez minutos más tarde, nos las hemos arreglado para reunir a un grupo considerable de gente en la alfombra del salón. Entre ellos están Astrid y Ashley, también Rebeca y su novio, los chicos de la puerta... y Tommy, claro. A él no le hemos dicho nada, pero creo que no confía en nosotras y prefería acercarse a ver qué hacíamos.
¿El juego elegido? La botella.
Esto va a salir fatal y voy a verlo desde la primera fila.
Pese a que hay mucha gente que no conozco, enseguida se ve con quién están, con quién quieren besarse y con quién no. Con una miradita a Jane, que está sentada a mi lado, empezamos a maquinar un plan. La primera parejita es la más fácil porque hacemos girar la botella nosotras, pero el juego empieza a ponerse divertido desde el momento en el que pasa al control de los demás.
Tengo la relativa suerte de que no me toque en un buen rato, pero a Tommy parecen llegarle todas las botellas. Él, que suele ser el rey de besuquearse con todo el mundo, hoy se limita a suspirar y a cumplir con lo que tiene que hacer. Ni siquiera intenta disimular para que los demás no se sientan ofendidos. No entiendo qué le pasa últimamente.
El primer drama mayor viene cuando Rebeca hace girar la botella y le toca a una chica que no conozco. Su novio empieza a decir que no, que no lo hará. Todos los demás empiezan a protestar. El novio insiste en que no. Rebeca mantiene la mirada clavada en la botella. La conclusión es que el novio y la chica empiezan a discutir, y él se marcha con aire muy cabreado. Rebeca no tarda en ir tras él. Pese a que termina volviendo, ya no parece tan animada.
—¿Estás bien? —le susurro.
A ver, quiero joder un poco a los demás, pero no a la pobre Beca. Ella no ha hecho nada malo.
Pese a que es muy forzada, me muestra una sonrisa.
—Sí, no te preocupes.
—Si necesitas hablar...
—¡Livvie!
Levanto la mirada con sorpresa. Uno de los chicos de la puerta me está señalando. Su botella apunta directamente hacia mí.
—¡Me voy a enrollar con una famosa! —exclama, tan contento.
Oh, empezamos bien...
—No es famosa —protesta Tommy, de brazos cruzados.
—Lo es más que tú —protesta Jane, a su vez.
—Bueno —interrumpe el chico—, ¿me besas o qué?
Debo decir que no es la propuesta más romántica que me han hecho en mi vida.
Durante unos instantes, dudo entre hacerlo o no. Odiaría volver a discutir con Jane. Y, sin embargo, a mí no me molestaría que ella besara a otra persona en medio de un reto. Si fuera con Tommy..., ya sería otra historia. Pero no creo que este chico aleatorio le moleste tanto.
Efectivamente, gateo hasta él y le doy un breve beso en los labios. Son mucho menos cálidos y suaves que los de Jane, y el contraste no me gusta mucho. Cuando intento apartarme, él sigue el movimiento para mantener el contacto. Le doy un empujón, irritada.
—Ya he cumplido el reto —me quejo.
—¿Un hombre ya no puede soñar?
—No —interviene Jane—. ¡SIGUIENTE!
Otras personas discuten en el proceso del juego, pero nada tan dramático como el novio de Rebeca. En un momento, de hecho, Ashley y Astrid tienen que besarse entre ellas. Teniendo en cuenta que son como hermanas, no sé quién pone peor cara entre la perspectiva. Lo hacen de todas formas.
Entonces, Astrid hace girar la botella. Cómo no, va directa hacia Jane.
Vaya.
Pese a que yo antes me he besado con otra persona, esto me inquieta un poco. Hubo un momento en el que estuvieron juntas. No me gusta que vuelvan a besarse. Y, aun así, el juego ha sido mi idea. No quiero frenarlo. Ni hacer que Jane se sienta mal.
Ella, por cierto, me mira de reojo. Pese a que Astrid la espera en el centro del círculo, no ha movido un solo músculo.
—Ve —susurro—. Está bien.
—¿Segura?
—Segurísima.
Jane sigue dudando. Al final, asiente y empieza a avanzar hacia Astrid.
Sin embargo, apenas se ha movido cuando se vuelve de golpe y, para mi sorpresa, me sujeta de la nuca para acercarme a ella. La sensación es muy parecida que en la puerta: rápida, dura y me pilla por sorpresa. Para cuando se separa, que es apenas unos segundos más tarde, casi no puedo respirar. Entonces sí que se acerca a Astrid y le da un beso en la comisura de los labios. Sin una sola palabra, vuelve a mi lado y hace girar la botella.
Mientras la botella gira, echo un vistazo a Astrid y Ashley. Siempre he tenido la sensación de que me odiaban, pero creo que es la primera vez que puedo llegar a entender el por qué. No me gustaría ser yo la que acaba de vivir eso.
Pese a todo..., debo admitir que estoy agradecida con Jane. Me siento mucho mejor. Y eso que nos ha besado a ambas.
Eso estoy pensando cuando su botella se detiene en... Tommy.
No puede ser.
Si las caras del círculo ya son un cuadro, las de ellos dos son mucho peores. Ambos han abierto la boca con desagrado y se señalan mutuamente.
—¡NO! —gritan al unísono.
—Qué exagerados —protesta Rebeca—. Solo es un besito.
—No pienso besarlo —asegura Jane.
—Ni yo a ella.
—Prefiero lamerle un pie.
—Y yo lamerle una teta.
—Eso te encantaría —señala Rebeca.
Tommy lo considera unos instantes.
—Pues... yo también prefiero lamerme un pie.
—Todos hemos jugado —interviene Ashley—. Lo más justo es que os deis un besito.
De nuevo, ninguno de los dos parece muy convencido. Jane arruga la nariz con desagrado. Tommy se abraza a sí mismo como si se estuviera protegiendo.
Vaya dos.
—Podemos besar a otra persona —dice él entonces.
—Y una mierda —espeta Jane—. Para que te beses con quien tú quieras, ¿no?
—Básicamente.
—Pues no.
—Pues sí.
—Chicos —interrumpo, porque ya me están cansando—, ¿y si os dais el beso más corto de la historia para que podamos seguir el juego?
Ambos me miran como si se me hubiera ido la cabeza, pero por lo menos han dejado de discutir. Creo que es un avance.
—No pienso darle un beso —asegura Tommy, de mal humor.
—Ni yo a él.
—Entonces, ¿se acabó el juego? —pregunta el chico al que he besado antes.
Astrid se encoge de hombros.
—Supongo que sí, han incumplido las normas.
—Deberíamos castigarlos de alguna forma —dice alguien más.
—¡Sí! Que paguen por no haber seguido las normas.
—¿Qué sería un buen castigo?
—Encerrarlos en un armario durante diez minutos.
—Eso es muy fácil. Tiene que ser algo peor.
Mientras todo el círculo discute el castigo, yo me inclino un poco sobre Jane. Parece muy determinada a no mover un solo centímetro.
—¿Tan malo sería darle un besito en la comisura de los labios? —susurro—. Es solo por el juego.
—Con él, no.
—¿A qué viene tanto odio, de repente? Pensaba que teníais una buena relación.
Jane esboza una sonrisa irónica.
—Y yo pensaba que vosotros dos erais mejores amigos, pero veo que eso también ha cambiado. Quizá sea por el mismo motivo.
Como no quiero insistir más, le doy un apretoncito en la muñeca y me vuelvo a separar de ella. Lo hago justo a tiempo para ver que los demás han llegado a una conclusión sobre el castigo. Una mucho más maligna de lo que se me hubiera ocurrido a mí.
—¿En serio preferís eso que daros un beso? —pregunta Rebeca, pasmada.
Ambos asienten a la vez, sin mirarse.
Cinco minutos más tarde, toda la fiesta se acumula en las ventanas para ver lo que sucede en la calle. Yo consigo abrirme paso con Rebeca y ambas sacamos la cabeza por la ventana de su habitación. Es justo a tiempo, porque Jane y Tommy acaban de salir a la calle. Intercambian una mirada asesina y, sin asegurarse de que los estamos mirando, empiezan a quitarse la ropa.
—¡Tenéis que dar la vuelta a toda la ventana! —grita algún chico por ahí detrás.
—¡A tooooda! ¡Nada de volver antes!
Jane les saca el dedo corazón. Tommy pasa de ellos.
Y, desnudos como el día que nacieron, ambos echan a correr por toda la manzana para evitar besarse. Los gritos y vítores de la fiesta los persiguen a cada paso corriendo que dan. Incluso yo misma, que nunca suelo participar en estas cosas, termino aplaudiendo y animándolos.
Queríamos arruinar la fiesta, pero igual terminará siendo divertida.
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