Capítulo XXXII

XXXII - MANOS


La cara de Cristina es la digna representación de alguien harto de su trabajo.

Subo al coche con la cara roja y los hombros tensos. Ella debe notarlo, pero no deja de mirarme fijamente. Me siento como una niña pequeña que sabe que va a ser regañada y, aun así, intenta hacerse la inocente para ver si cuela. En este caso, dudo mucho que vaya a colar.

—¿Qué tal tu noche? —pregunta en cierto tono de irritación.

—Em... No me acuerdo mucho.

—Qué lástima; parecía divertida.

Mientras ella habla, yo siento que el móvil no deja de vibrar. Una y otra vez. Nunca había tenido tantas interacciones con ningún post. Se me ha olvidado, incluso, desactivar las notificaciones. Hace un buen rato que me muevo en modo automático.

—¿Vas a gritarme? —pregunto al final.

—¿Para qué? Solo con hablar ya te provoco todo el dolor de cabeza que necesitas.

Pues sí. Es como si alguien me hubiera metido un destornillador por una oreja y no dejara de darle vueltas. Nunca, en toda mi vida, voy a beber así de nuevo.

Cristina suspira y le da indicaciones al taxista. Vamos al estudio de Kevin, sí. No sé qué cara tengo, pero... qué vergüenza.

Ella debe darse cuenta, porque suelta el segundo suspiro consecutivo, se quita las gafas de sol y me las coloca sin mediar palabra. Lo agradezco, la verdad. Por lo menos, no se me ven las tremendas ojeras.

Llegamos mucho antes de que lo que me gustaría, y el sol del aparcamiento me atraviesa como un latigazo. Dios..., ¿no podíamos esperar a mañana para hablar con el productor? No estoy en condiciones de mantener una conversación con nadie. Ni siquiera conmigo misma.

—¿Crees que estará muy enfadado? —pregunto en voz baja.

Cris tuerce el gesto.

—No lo sé. Kevin es de esas personas que, dependiendo del día, tienen más o menos sentido del humor.

—Creo que no podré soportar una bronca sin quedarme dormida.

—Te pellizcaré bajo la mesa —asegura—. Venga, que está esperando.

Tras un resoplido, me apresuro a seguirla.

Esta vez, no nos enseñan el estudio ni nos ofrecen nada de beber. De hecho, el ambiente es bastante tenso. Intercambio una mirada con Cris, que me ofrece una pequeña sonrisa de ánimos pero tampoco parece muy segura.

Finalmente, llegamos a lo que parece una sala de reuniones. Kevin ya está ahí junto con dos personas más que no he visto nunca. Hablan tan airadamente entre ellos que ni se dan cuenta de que hemos llegado. O nos ignoran. No sé qué es peor.

Joder, qué tensión.

—¡Liv! —saluda él entonces, poniéndose de pie—. Pasa, pasa. Siéntate.

Me gustaría decir que lo hago con elegancia, pero lo cierto es que todo el mundo se calla de golpe y, cuando arrastro la silla para sentarme, solo consigo que el ruido vuelva todo mucho más incómodo. Al menos, llevo puestas las gafas de sol gigantes y no se me nota mucho lo roja que acabo de ponerme. Qué mal, todo.

Cris debe ver que necesito un poco de ayuda, porque me sirve un vaso de agua y me da un apretón disimulado en el hombro. Al sentarse, ya tiene todo el control de la situación.

—Bueno —dice, acomodada en su lugar—, nos habéis llamado sin mucho tiempo de antelación.

Kevin enarca una ceja.

—Evidentemente.

—No lo parece —opina ella—. Tenemos una agenda muy apretada, así que...

—Cris, ¿has visto la última publicación de Liv?

Pues sí, era sobre esto. Tomo un sorbito de agua porque, honestamente, necesito hacer algo con mi existencia.

Puedes irte corriendo.

La cara de Cris es tan segura como cuando hemos llegado. Tras encogerse de hombros, murmura:

—La he visto.

—¿Y qué opinas? —pregunta Kevin.

—Que es el perfil de una persona joven que no se avergüenza de demostrar que puede equivocarse y pasárselo bien.

—Exacto.

Estaba a punto de dar otro sorbito, pero me detengo enseguida. ¿Ha dicho exacto?

Al volverme hacia Kevin, descubro que ha esbozado una gran sonrisa. No entiendo nada. Y menos cuando uno de sus compañeros me da una palmadita en la espalda y empieza a reírse. ¿Qué está pasando?

—Es justo lo que buscábamos —explica Kevin—. Nos preocupaba que Liv fuera un perfil demasiado discreto; ¿cuánta gente hay en la industria que ya pasa de puntillas por todos lados? Pero ¿esto? ¡Esto es perfecto! Alternativo, salvaje... Una adolescente que no se avergüenza de serlo.

—No soy... —trato de decir.

En cuanto Cris me pellizca la rodilla, decido callarme otra vez.

—Es perfecto —repite Kevin con alegría—. Mírate, con las gafas de sol y el pelo hecho un desastre. Sin pedir disculpas, sin dar explicaciones. Vamos a seguir esa línea, si os parece bien.

Cristina enarca una ceja con interés.

—Entonces, ¿quieres firmar un contrato?

—En cuanto queráis.

Si no fuera porque me estoy muriendo, quizá daría saltos de alegría. Pero lo único que me sale es dar otro trago al puñetero vaso de agua. Me quiero morir.

Cris tiene una habilidad especial por no mostrar sus emociones, pero puedo ver que se le ha iluminado la mirada con interés. En cuanto la dirige hacia mí, sé que está tratando de no mostrar su euforia. Después de todo, es nuestra primera oferta.

—Bueno —murmura al final—, nos gustaría una semana para pensarlo. No es la primera oferta que recibimos, así que tenemos que comparar opciones.

Intento no sonreír. De mientras, Kevin levanta las manos como si se rindiera.

—Una semana —concede—. Espero que la respuesta sea positiva. Nos encantaría trabajar juntos.

—A nosotras también —asegura Cris—. ¿Verdad, Liv?

—¿Eh? Sí, sí.

—Perfecto, entonces. Si nos disculpáis, tenemos una entrevista de radio y, si no salimos ahora mismo, dudo que consigamos llegar.

En cuanto llegamos al aparcamiento, aprovecho el momento a solas para mirar a Cris.

—¿Tenemos una entrevista de radio?

—No. Pero no viene mal que se piense que no es nuestra principal prioridad.

—Aaah...

—Tú encárgate de la música, querida, que yo me encargo de la imagen. Y... sí que has tenido una mala noche. ¿Quieres comer alguna cosa?

—Creo que la vomitaría.

—Suficiente información. Vayamos a casa, entonces.

Cuando dice eso, se refiere a casa de mis padres. Y lo que más me sorprende es que ella me acompañe. No sé si es porque quiere verlos, si quiere contarles que he sido una persona bastante lamentable durante las últimas horas, o simplemente quiere comer gratis. Me encantaría que fuera la última, pero sospecho que es una mezcla de las dos primeras.

Mamá abre la puerta en cuanto llamo al timbre. Su cara es un poema. Especialmente cuando ve mi aspecto y a Cris justo detrás de mí.

—¿Qué ha pasado? —pregunta, muy enfadada.

—A mí no me hagas responsable —advierte Cris—. Tu hija ha tenido una noche muy divertida.

—¡Pensé que ibas a hablar con Tommy! —exclama mamá.

—¡Y lo hice! Pero...

—Pero luego decidiste pasártelo genial, ¿no?

No sé qué hacer, así que me encojo de hombros.

Casi preferiría que mamá me dejara en la puerta, porque papá está en la cocina. Incluso Pelusa está aquí. Todo el mundo me juzga bastante intensamente. Joder. Yo tan solo quiero meterme en la cama y morirme durante lo que quede de eternidad.

Papá me observa con recelo.

—¿No podías mandar un mensaje para avisar de que no volverías? —pregunta en tono agrio.

—Se me olvidó...

—Supongo que estarías muy ocupada emborrachándote.

Para mi sorpresa, Cris es quien interviene para defenderme.

—Oh, ¡dejad a la pobre chica! Ya la he regañado en el coche. Además, vosotros también os portabais mal a su edad. Y lo sé porque era la que solucionaba todos los líos en los que os metíais.

Papá vuelve a centrarse inmediatamente en la receta que cocina, mientras que mamá sigue pareciendo igual de cabreada.

—No vuelvas a desaparecer toda la noche sin decir nada —exige, muy seria—. Estaba preocupada.

—Perdón...

—Me da igual que tengas dieciocho años, o treinta. No nos dejes así.

—Lo siento...

—¿No te parece que ya la has regañado bastante? —sugiere Cris, que ya se ha sentado en la mesa y espera pacientemente su comida.

—No. De hecho, debería beber alguna cosa para que la resaca mejore. ¿Verdad, Jared?

Papá levanta la cabeza y, como de costumbre, intercambian una mirada silenciosa. No sé qué quieren decir, pero está claro que no es nada bueno. Especialmente por la media sonrisita malvada que esboza él.

—Oh, sí —comenta—. Tengo un batido perfecto para resacas.

—Seguro que le encanta —murmura mamá.

—Esto tiene muy mala pinta —asegura Cris, divertida.

Y tiene toda la razón. Mientras que ellos se sirven un plato que tiene el mejor olor de la historia, yo me quedo en una de las sillas mirando fijamente el batido que me ha preparado papá. No sé qué le ha echado, pero es de color verde y tiene la peor pinta del mundo. Incluso parece viscoso.

Viscoso, pero sabroso.

Me acerco el vaso a la nariz, desconfiada. Los tres integrantes de la mesa me observan con diversión. Especialmente papá y mamá.

—Adelante —dice ella, encantada.

—Mmm... No huele muy bien.

—El alcohol tampoco y bien que lo bebiste.

—Uf...

—Bebe —insiste papá.

Bueno, no creo que me envenenen.

Menudo giro de guión sería.

Tras el resoplido más largo de la historia, finalmente le doy un trago. Está tan asqueroso como parece.

Aunque..., dentro de lo que cabe, supongo que me lo merezco.

Cris se queda durante toda la tarde con ellos, pero yo aprovecho para escabullirme en cuanto puedo. Lo primero que hago es tumbarme en la cama y plantearme la vida entera. Lo segundo, buscar en internet si te puedes morir por un tatuaje mal hecho. Resulta que sí, por lo que bloqueo el móvil y contemplo el techo durante un rato.

En algún momento debo quedarme dormida, porque cuando abro los ojos ya está anocheciendo. Sigo oyendo risas en el salón, así que deduzco que Cris todavía no se ha marchado. El móvil sigue vibrando. Debería apagar las puñeteras notificaciones de una vez.

Sin embargo, cuando enciendo el móvil, lo primero que veo es un mensaje de Tommy. Es de hace dos horas. Quiere hablar conmigo. Si fuera otro momento..., le diría que sí. Ahora, sin embargo, solo quiero seguir durmiendo.

Me tumbo de lado y abrazo un cojín. Por lo menos, el dolor de cabeza ha disminuido y me encuentro mejor. Creo que el batido de papá sí que ha funcionado, aunque fuera asqueroso. Mañana tendré que darle las gracias, supongo. O mejor no vuelvo a mencionar jamás lo que ha pasado hoy. O anoche. Sí, creo que eso será lo mejor.

Lo bueno es que apenas te acuerdas.

Estoy pensando en ello cuando me parece oír un movimiento tras la ventana. Al principio, considero que se tratará de viento. En cuanto se repite, empiezo a sacar deducciones un poquito más realistas. Y es que, cuando me vuelvo hacia ella, me encuentro de frente con una cara bastante familiar.

Podría ser el inicio de una película de terror, pero se trata de Jane.

Prefiero el terror.

Está sentada en el alféizar, por fuera, y sonríe en cuanto ve que ha conseguido llamar mi atención. Por su tranquilidad, nadie diría que está sentada en un primer piso con las piernas colgando.

Me acerco rápidamente, alarmada, y subo el cristal para que pueda entrar. Ella, sin embargo, se queda ahí sentada con toda su calma.

—Hola —saluda con una sonrisa.

—Hola. ¿Puedes entrar antes de matarte?

—En realidad, iba a decirte que salieras tú.

—Oh, no. No vuelvo a salir por aquí. Da las gracias con que lo hiciera una vez.

—Veeenga, que no es tanto. Si te caes, no creo que te mates. A no ser que te tires de cabeza, claro.

—¿Te das cuenta de lo que acabas de decir?

Jane se encoge de hombros.

Por lo menos, ella tiene mejor cara que yo. Todavía tiene el pelo húmedo por la ducha, se ha puesto unos pantalones por las rodillas y una sudadera. Ah, y las Converse negras, claro. Nunca las deja en casa. Están más desgastadas que todas mis zapatillas juntas. Es curioso, porque en mi caso quedaría fatal, pero en el suyo parece hecho a medida.

—¿Dónde quieres ir? —pregunto al final.

—No sé. Imagino que tus padres están en casa, así que no podremos hablar mucho.

—¿Tenemos... que hablar?

Jane me dirige una mirada un poco confusa.

—¿Qué quieres que hagamos?, ¿mirarnos fijamente durante una hora?

—No sé...

—Bueno, iba a decirte que comiéramos algo en el parque, pero viendo que no estás aventurera...

En cuanto se da la vuelta para entrar, yo me alejo varios pasos de la ventana. Jane aterriza al otro lado sin hacer ruido y cierra tras ella. No se me escapa que lleva una bolsa grasienta en la mano. Me la enseña con una sonrisita orgullosa.

—He traído hamburguesas.

Resulta que tenía más hambre de lo que pensaba —no he comido en todo el día—, porque me zampo la mía en tiempo récord. Y las patatas. Dios..., las patatas están buenísimas. Jane me observa, sentada en la alfombra delante de mí, mientras pica su parte con toda la calma del mundo.

—Veo que he elegido bien —comenta con diversión.

Todavía tengo la boca llena, así que solo puedo asentir.

—Me alegro —prosigue—. ¿Qué tal con el productor?, ¿estaba muy enfadado?

—Le ha encantado, por algún motivo. Dice que, así, tengo la imagen de adolescente alocada.

—No eres una adolescente.

—Eso quería decirle, pero no me han dejado.

—Bueno..., mientras te contrate, que piense lo que quiera.

Asiento mientras me meto más cosas en la boca. ¿Por qué será que la comida de peor calidad sabe tan bien?

—¿Qué tal tu trabajo? —pregunto.

—Bien. Aburrido. Quería venir a verte.

—Qué romántica.

—O quizá solo quería una excusa para comprar hamburguesas.

—Tonta.

Jane sonríe y, al ver que empiezo a quedarme sin provisiones, empuja sus patatas restantes hacia mí. No dudo un segundo en empezar a comérmelas.

—Tommy no me ha hablado en todo el día —añade mientras yo engullo—. Creo que está un poquitín enfadado.

—Ayer lo estaba yo —mascullo— y no le preocupó mucho.

—Así me gusta. Cómo has crecido en veinticuatro horas.

—¿Y Rebeca?, ¿estaba enfadada?

—Qué va. Se ha reído de mí, así que se lo está tomando con humor. Además, ahora está ocupada con su nuevo noviecito. No salen de su dormitorio. Qué pesadez. Incluso Tommy, que es un pervertido, les ha dicho que se callaran de una puñetera vez.

Sonrío como puedo con la boca llena. Dudo que mi aspecto actual sea muy agradable; pijama, pelo mal atado sobre la cabeza, restos de comida por las comisuras de la boca... Por lo menos, no parece que a Jane le importe demasiado. Me mira como me miraría en cualquier otro momento.

Qué bonito.

—¿Quieres que escuchemos música? —pregunta entonces.

—Uf... Creo que anoche tuve toda la música que necesitaba.

—¿En serio? ¿No te apetece un poquito de Heaven?

—Idiota.

—He ido a comprar crema para el tatuaje, por cierto. He traído para ti.

La sudadera es tan grande que ni siquiera veo el bulto de las dos cajas. Y, sin embargo, Jane saca una y se estira para dejármela sobre la cómoda. Después, vuelve a sentarse con la espalda apoyada en la base de mi cama.

A estas alturas, ya prácticamente me he terminado toda la comida. Le doy un sorbito al refresco, me limpio las manos con la servilleta y lo meto todo en la bolsa. No sé por qué, pero de pronto me siento un poco nerviosa. Quizá, ahora que ya no hay comida, me he dado cuenta de que no tengo con qué entretenernos.

Aun así, vuelvo a sentarme a su lado y le echo una ojeada curiosa. Jane está tan tranquila como siempre. Repiquetea los dedos en sus rodillas como si marcara el ritmo de una canción, solo que no sé cuál es. Me encantaría tener su serenidad. La vida sería mucho más sencilla.

—¿Sabes qué? —murmuro.

Ella ladea la cabeza para mirarme, curiosa.

—¿Qué?

—Anoche, aunque ahora me arrepienta..., me lo pasé muy bien.

Jane me contempla durante unos instantes. Entonces, esboza una pequeña sonrisa.

—Yo también. Aunque no me acuerde de todo.

—Creo que es mejor así.

—Sí..., aunque podríamos hacer cosas divertidas y acordarnos de ellas.

Sopeso lo que acaba de decirme. Al final, no puedo evitar una risita un poco ridícula.

—¿Me estás pidiendo una cita, Jane?

—Mientras intento ser elegante, sí.

—¿Te puedes creer que nunca he tenido una cita?

—¿Te puedes creer que eres la única persona a la que he besado?

Intento que esa información no me transforme en una persona insoportable, pero es un poco difícil. Me siento muy orgullosa de mí misma.

—No lo haces mal —observo.

Ella se encoge de hombros. Diría que sigue tan tranquila como de costumbre, pero lo cierto es que se ha puesto un poco nerviosa y trata de disimularlo.

—Sabía toda la teoría —explica—, lo único que me faltaba era ponerla en práctica.

—¿Has estudiado para besar?

—Si ver cuarenta películas románticas cuenta como estudiar..., sí.

—A mí no me gustan las películas románticas. Son muy predecibles.

—Pues esa es la mejor parte, Livvie.

No sé por qué, pero vuelvo a reírme. Ella también lo hace. Y, tras eso, nos quedamos en silencio.

Ambas tenemos la cabeza apoyada en la base de mi cama. Mientras que Jane mantiene las manos en las rodillas, yo tengo los dedos entrelazados en mi regazo. Es la primera vez que nos quedamos en silencio, tranquilas. Nunca había experimentado una sensación tan calmada.

Quizá, por eso, estiro una mano hasta alcanzar la suya. Jane se deja y contempla el gesto como si se preguntara hasta dónde quiero llegar. Me limito a acariciar su meñique con el mío. Es un roce un poco tonto, pero hace que me sienta mucho más despierta.

—Gracias por salir de esa fiesta conmigo —murmuro.

—Gracias por enseñarme a besar.

Otra risa. Creo que es producto de los nervios, pero me da igual.

Lo siguiente que sé es que me he inclinado sobre ella. Y que Jane, pese a que no suele la primera en hacer un movimiento, me ha buscado a medio camino. Nuestros labios se encuentran una vez más. Esta vez, sin alcohol de por medio. Hace que la sensación sea menos febril, pero mucho más real.

Sus labios están tibios. Y suaves, también. Su forma de besar es mucho más delicada de lo que tengo acostumbrado, pero me gusta mucho. Lentamente, coloco una mano en la curva de su cuello. Ella se deja con los ojos cerrados. También tiene la piel suave. Y mucho más cálida de lo que recordaba.

En algún momento, me separo de ella y la reviso con la mirada. Me gusta que estemos las dos solas en mi habitación. Me gusta que haya venido a verme. Y que me haya traído la crema. He tenido mucha gente que me cuidaba de manera física, pero creo que es la primera persona por la que me siento protegida a nivel emocional. Una sensación muy extraña, siendo sincera. Aunque... podría acostumbrarme a ella.

Todavía tengo una mano en la curva de su cuello. Aprovecho para acariciarle la mejilla con el pulgar. Jane se inclina ligeramente sobre el contacto. Parece ensimismada. Me pregunto si me estoy pasando y todo esto es demasiado para ella.

Pronto descubro que es todo lo contrario.

De pronto, vuelve a acercarse a mí. Esta vez, el beso es mucho más agresivo que el anterior. La impresión hace que caiga hacia atrás, sobre mis codos. Jane me contempla un momento, sorprendida, antes de acercarse a mí. Observo los movimientos con el corazón en un puño. Ella, de mientras, pasa una pierna sobre mí y se queda sentada sobre mis caderas. La contemplo con perplejidad y sin aliento. Ella apoya las manos a ambos lados de mi cabeza.

En algún momento, empieza a besarme otra vez. Estoy tumbada, con medio cuerpo sobre la alfombra y el otro en el suelo. Su forma de besar me recuerda a la que usó la noche anterior, la que pensaba que estaba influenciada por el alcohol. Empiezo a creer que siempre va a ser así, y no pienso quejarme.

Sentir su cuerpo sobre el mío es extraño. Sus rodillas me aprietan las caderas, su pecho roza el mío cada vez que se mueve para besarme, y sus labios... Esto no es besar, es devorarme. Nunca, en toda mi vida, me habían besado con tantas ganas. Ni siquiera sé qué hacer. Siento sus labios, sus dientes y su lengua. Apenas puedo recuperar el aliento durante las pequeñas pausas que hace para soltar una bocanada de aire contra mi rostro. Nunca son suficientes. Y, aun así, no quiero que pare.

Debe entender que quiero hacer esto tanto como ella, porque de pronto se separa de mi boca y empieza a besarme el cuello. Cada centímetro de piel que abandona se queda con una extraña sensación de frío y humedad que pronto contrasta con el calor de su boca. Cierro los ojos y, torpemente, consigo sujetarme a sus brazos. El corazón me late a toda velocidad. Me pregunto si puede sentir mi pulso bajo sus labios.

—¿Seguro que nunca habías besado a nadie? —consigo jadear.

Jane se separa de mí. Es lo justo y necesario para mantener su rostro sobre el mío. Con la mano libre, me aparta el pelo de la frente. Sus ojos verdes buscan los míos y, acto seguido, bajan a mis labios.

—¿Lo hago bien? —pregunta, tan agitada como yo.

No encuentro palabras para expresarlo, así que me limito a asentir.

Ella sonríe. O eso me parece ver, porque enseguida vuelve a hundir la cara en mi cuello. Suelto un jadeo bastante impropio de mí. Especialmente cuando siento que su mano libre, esa con la que me ha apartado el pelo, se mete bajo mi camiseta. No llevo nada más, y ni siquiera me acuerdo hasta que aprieta los dedos en mis costillas. Cierro los ojos de nuevo e, inconscientemente, arqueo la espalda hacia ella. Jane se lo toma como una excusa para apartarse de mí y quitarme la camiseta. Lo hace con un tirón un poco brusco, y pronto la manda volando hacia el otro lado de la habitación.

A estas alturas, el aire frío ya no me afecta. Jane baja sus besos por mi cuello hasta mi hombro. A la vez, sus manos ascienden. En cuanto llega a mis pechos, contengo la respiración y vuelvo a arquearme. Ella, pese a que nunca ha hecho nada de esto, se comporta como si supiera exactamente cuál es cada paso a seguir. Y yo, que se supone que lo sé, nunca me he sentido así.

Como tengo los ojos cerrados, no sé que ha bajado la cabeza hasta que siento un beso húmedo en el abdomen. Bajo la mirada, ya sin saber cómo sentirme, y lo hago justo a tiempo para que ella ascienda de nuevo y busque mi boca. La misma mano de antes, que tan solo me ha rozado y me ha dejado con ganas de más, empieza a bajar por mi abdomen.

—A ver cómo se me da esto —murmura ella contra mis labios.

Quiero reírme, pero entonces encuentra la tira de mis pantalones. Jane sigue besándome, pero hace pequeñas pausas para ver mi expresión. Especialmente cuando, sin un solo preámbulo, mete las manos en mi ropa interior. Trato de cerrar las rodillas de forma inconsciente, pero su mano sigue buscando. Sus dedos se mueven. Cierro los ojos con fuerza y echo la cabeza hacia atrás. El único indicio que tengo de que me está mirando es su cálido aliento en la mejilla. Empiezo a jadear. Sus dedos aumentan el ritmo. Mis piernas se encogen y se estiran de forma torpe y errática. Mis uñas, de mientras, se clavan en sus hombros.

De pronto, Jane se incorpora para sentarse sobre mi abdomen. Hago un ademán de seguirla, pero clava la otra mano en el centro de mi pecho y me deja justo donde estoy. Su otra mano sigue entre nosotras, moviéndonos a ambas. Me daría vergüenza que me esté mirando de forma tan descarada, pero ahora no puedo pensar. No puedo dejar de moverme. Con los ojos cerrados con fuerza, arqueo la espalda y empujo con urgencia contra su mano y... Oh... Yo...

Oigo el gemido que se escapa de mis labios. Al menos, antes de que Jane me tape la boca con la mano con la que me sujetaba. Cubro su mano con las mías y, desesperada, emito los sonidos más vergonzosos de mi vida contra su palma. Y es que su otra mano no se ha detenido. No sé cuánto pasa porque ya no tengo cabeza para pensar, pero pronto vuelven a temblarme las manos. Tengo las uñas clavadas en su mano y las piernas apretadas con tanta fuerza que me duelen las rodillas, pero no puede importarme menos.

Esa segunda vez, deja de torturarme y saca la mano de mis pantalones. Supongo que he estado un rato con los ojos cerrados, porque cuando los abro ella se ha tumbado a mi lado. Tiene la cabeza apoyada en un puño y me observa con media sonrisa.

Yo, de mientras, trato de respirar y de no pensar en lo roja que tendré la cara ahora mismo.

—Bueno —murmura Jane—, creo que se me da bien.

Le respondería, pero soy incapaz. Cierro los ojos otra vez y, con una mano sobre el corazón, trato de recuperar la respiración. Tardo un buen rato.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top