Capítulo XXVIII


XXVIII - REFRESCOS


Se supone que he quedado con Tommy y Rebeca a las cuatro en esta cafetería, pero hace un buen rato que los espero. Aburrida, recorro el borde del vaso con la punta de un dedo. El batido era caliente, pero ya se ha enfriado. ¿Se puede saber dónde están mis amigos?

Mentalmente, repaso la última canción que oí de la lista de Jane. Marco el ritmo con la punta del pie, aunque el resto de mi cuerpo permanece quieto. Y mi expresión, por supuesto, no...

—Hola.

Me tenso de pies a cabeza al pensar que puede tratarse de Jules. Pero no. Al volverme, repaso a la chica que me está mirando con los ojos muy abiertos. Pese a tomarme unos segundos, no consigo reconocerla.

—Hola —murmuro, confusa.

—Uh... ¿Eres Liv?

Oh, no, ¿qué he hecho ahora?

¿Qué no has hecho, más bien?

Repaso el resto de cafetería con la mirada, como si alguien me estuviera acusando de alguna cosa mala. Los únicos que nos prestan atención son los de su mesa, que nos observan con curiosidad, pero no se acercan. No entiendo nada.

Ah, espera, que tengo que responder.

—Sí —digo, bastante desconfiada.

No sé qué reacción esperaba, pero desde luego no era que la chica se pusiera a sonreír con toda su alegría.

—¡Me encantan tus vídeos! —dice de repente, y casi tiro el batido de la impresión—. Cantas genial. Y me gustan mucho las canciones que eliges.

—Oh. Um...

—¿Puedo pedirte una foto?, ¿te importa?

No sé cuánto tiempo me paso procesando la pregunta, pero es el suficiente como para que la conversación se vuelva rara. La chica, que ya había preparado el móvil, empieza a bajarlo con una mueca de tristeza.

—Vale —me oigo decir a mí misma.

Ni siquiera proceso que tengo que levantarme de la silla, pero ella se inclina hacia mí y nos hace una foto juntas. Creo que consigo sonreír antes de que se aparte, me dé las gracias y vuelva correteando con sus amigos.

No entiendo nada.

Imagínate yo.

Todavía lo estoy procesando cuando alguien me pone las manos en los hombros. El apretujón de Tommy me hace reaccionar. Él, de mientras, se deja caer en la silla que tengo al lado como si no me hubiera hecho esperar media hora.

—¿Quién era? —me pregunta, señalando a la chica de antes con un gesto.

—No tengo ni idea. Me ha pedido una foto.

—Qué influencer eres, ¿no?

En cuanto hace un ademán de robarme el batido, consigo reaccionar y quitárselo a tiempo.

—¿Se puede saber dónde estabas? —pregunto, bastante irritada—. Habíamos quedado a las cuatro.

Tommy siempre sonríe. Incluso en las conversaciones incómodas. Y especialmente cuando sabe que tiene la culpa de alguna cosa y quiere convencerte de que es una buena persona.

Siempre le funciona.

—Me he despistado —explica con alegría forzada.

—Seguro. ¿Y Rebeca?

—Ha decidido que tenía mejores cosas que hacer.

El tono es un poco agrio, lo que me llama la atención. Tommy vuelve a intentar robarme el batido, por lo que me lo acerco y le doy un sorbo ruidoso.

Durante unos instantes, repaso a mi amigo con la mirada. Todo parece normal. O... casi todo. Hay algo en su expresión que no sé ubicar. Me falta información.

Vaya, vaya.

—Tommy... —empiezo en tono de investigadora.

—Livvie...

—¿Qué ha pasado?

—¿De qué?

—No sé.

—¿Y para qué preguntas?

—Para saberlo.

Él se encoge dramáticamente de hombros. En cuanto se da cuenta de que no voy a dejar el tema tan fácilmente, se pone de pie y va a por un batido. Se toma su tiempo, el cabrón. Pero no cuenta con que, al volver a la mesa, sigo con la misma expresión intrigada de antes.

A estas alturas, ya le toca aceptar que no voy a dejarlo estar.

—Hemos discutido —aclara a regañadientes. Debe ver mi confusión, porque sigue hablando—. Rebeca y yo.

—¿Tú?, ¿discutiendo?

Pocas cosas menos probables. Que yo me suba a un escenario a dar piruetas. O que papá sonría ampliamente para una foto. O que mamá sea antipática con invitado. Detrás de todas esas cosas está la de Tommy enfadado y discutiendo con alguien.

Ahora ya no me está mirando, sino que remueve su batido y mantiene el ceño fruncido.

—¿Por qué? —pregunto al final.

—Porque no me parece bien lo que hizo el otro día.

—Vas a tener que recordármelo.

—¡Ligó con el chico ese! —salta de repente, irritado—. Se suponía que esa cita era mía. Yo tenía que enrollarme con Ashley, no ella con su amigo. Vosotras estabais ahí para dar apoyo moral, no para que la noche os fuera mejor que a mí.

—Vaya, qué dulce.

Tommy tuerce el gesto. Está tan poco acostumbrado a enfadarse que no sabe ni cómo reaccionar.

—Rebeca dice que estoy exagerando —añade a regañadientes.

—A ver...

—¡No me digas que tú también lo piensas!

—Bueno..., creo que hay algo más que no me estás contando.

—Pues no.

—Vale. Pues no insisto más.

Nos quedamos en silencio, yo mirando mi batido y él mirando cualquier otra cosa. No deja de mover la rodilla de arriba a abajo. No estoy muy acostumbrada a ver a Tommy alterado, así que no sé qué hacer. Quizá debería darle un abrazo o algo así, ¿no? Es lo que suele hacerse con la gente que se pone nerviosa. O igual sería peor todavía.

—Tommy... —murmuro al final, dubitativa—. ¿Estás bien?

Sé que he dicho que no insistiría más, pero es que me cuesta no hacer nada mientras mi mejor amigo se revuelve a mi lado.

Y es como si hubiera pronunciado las palabras mágicas, porque Tommy hunde los hombros y, por un momento, baja todas sus defensas. Con lo que le cuesta dejar el humor a un lado para admitir sus debilidades, me sorprende que lo haya hecho tan rápido.

—Sí. No. No lo sé. —Después de eso, se mantiene en silencio unos segundos—. Es que... no lo entiendo. Rebeca encuentra a ese, tú tienes a Jane... ¿a quién tengo yo? Se supone que soy el que más liga de todos nosotros y todo el mundo pasa de mí. ¿No estoy bueno?, ¿no soy divertido? A mí me parece que soy un buen partido.

Que lo diga tan en serio hace que se me escape una sonrisa. Le doy un apretón en el hombro, cariñosa.

—Así que todo esto es porque no ligas... —murmuro, sacudiendo la cabeza.

—¡Pues claro que es por eso! Antes te tenía a ti, pero ahora estás en modo Romea y Julieta y yo me he quedado solo.

—¿Romea...?

—Y sí que ligo —aclara, muy orgulloso—. De hecho, tendrías que ver mis mensajes privados. Son una fiesta constante.

—Muy conmovedor.

—Pero ¡es que nadie se interesa por conocerme! Todo el mundo quiere echar un polvo y ya está. Nadie me pregunta cómo estoy, qué me pareció la última película que vi, si hay algún género musical que me guste... ¡ni siquiera me preguntan por mi color favorito, Livvie! Que es el rojo, por cierto.

—Tommy, no digas que... Espera, ¿el rojo?

—Pues sí.

—Qué color tan raro.

—¡Es muy bonito!

—Es... como un estallido.

—¡Pues por eso me gusta!

—Vale, dejemos de hablar del rojo. —Hago una pausa para acordarme de lo que iba a decirle antes—. ¿Por qué tanto interés de repente por profundizar con alguien? A ver, me parece maravilloso, pero... siempre rehúyes a la gente que intenta hablar contigo más allá de echar un polvo.

Tommy le da un trago a su batido, supongo que para ganar tiempo. Creo que no tiene una respuesta, y por eso está tan frustrado.

—No lo sé —admite—. Quizá porque todo el mundo a mi alrededor ha decidido emparejarse.

—Rebeca conoció a ese chico hace... no hace ni una semana.

—A mí la gente no me dura ni un día.

Decido ignorar su comentario.

—Y yo no estoy con Jane —añado—. De hecho, no he hablado con ella desde la última vez que nos vimos.

—Oh, por favor... en cualquier momento te llamará y viviréis felices vuestra historia roméslica.

—¿Eh?

—Romántica y lésbica. Roméslica. Me gusta inventarme palabras.

Que lo diga todavía con el mohín triste lo hace un poco gracioso. Intento no reírme y me acerco para darle un apretón cariñoso en el hombro. Al menos, hace que me mire por primera vez en toda la conversación.

—No soy la mayor experta en relaciones —empiezo, dubitativa—, pero creo que sí que eres la persona más interesante de este grupo. Si uno de nosotros tiene que encontrar al amor de su vida, Tommy, seguro que eres tú.

Puedo ver cómo lucha para no esbozar una sonrisita engreída. Al final, no lo consigue.

—¿Tú crees?

—Desde luego.

—Entonces —vuelve a fruncir el ceño—, ¿por qué elegiste a Jane y no a mí?

La pregunta me pilla tan desprevenida que no sé ni procesarla. No sé en qué tono lo dice. Si fuera cualquier otra persona, creería que está enamorado de mí o alguna barbaridad así. En el caso de Tommy... parece una pregunta genuina. Literalmente, me está preguntando qué tiene Jane que no pueda ofrecerme él.

Interesante conversación.

La cosa es... que no sé por qué me gusta Jane. Antes me gustaba por los ratos que pasábamos juntas, pero ahora ya no lo hacemos. Y podría justificarlo con que los recuerdo con mucho cariño, pero tampoco creo que sea eso. De alguna forma, el que estemos más separadas solo ha hecho que me enganche más a ella. No lo entiendo, pero es así. Y no puedo evitarlo.

Pero no puedo decirle eso a Tommy. Bastante confundido está ya el pobre como para, encima, echarle encima todas mis piruetas mentales.

—No creo que sea una cuestión de elegir —digo al final.

Él parece un poco decepcionado con la respuesta. Durante un segundo, creo que va a dejar el tema. Después, sin embargo, se gira en la silla para inclinarse hacia mí. Sigue observándome como si fuera una misterio sin resolver.

—Pero elegiste —aclara—. Elegiste dejar de acostarte conmigo porque te interesaba más ella, ¿no?

—Tommy...

—¡No estoy... reclamando! Solo intento entenderlo.

—Es que no hay mucho por entender. Además, todo eso que hacíamos... no sé, ya sabíamos que en algún momento tendría que acabar.

—O no.

—¿Y si hubieras conocido a una chica encantadora?, ¿y si te hubieras enamorado? En algún momento, habría terminado.

Parece un poco crispado, pero aun así no se mueve.

Tengo la suerte de conocer mucho a Tommy, aunque a veces puede ser una maldición. Ahora mismo lo es, porque sé que va a besarme antes incluso de que se incline hacia mí. Mi primer instinto es apartarme, pero termino dejándome... no sé muy bien por qué. Quizá por el miedo a su reacción ante el rechazo, no lo sé.

La cosa es que me está besando. Y es incómodo. En lugar de apartarme, me quedo muy quieta y decido no corresponder. Tommy finge que no se da cuenta durante unos segundos, pero termina siendo tan evidente que se aparta de mí con un suspiro.

—Vale —murmura en voz baja.

—Lo siento —digo, porque no sé qué otra cosa puedo decir ahora mismo.

Él no responde. Simplemente, le da otro trago al batido y mira fijamente algún punto de la cafetería.

El silencio llega a alargarse tanto que considero varios temas de conversación. Ninguno parece apropiado. Si lo ignoro quizá sea peor. Joder, ¿por qué Rebeca ha tenido que quedarse en casa? Si hubiera venido, ahora mismo no estaríamos en esta situación. Cierro los ojos, frustrada. Mi única suerte es que soy tan inexpresiva que, por fuera, parezco calmadísima.

Llega un punto en el que empiezo a querer marcharme, pero la perspectiva de dejar a Tommy solo me entristece mucho. Abro la boca para decir alguna cosa, pero él se me adelanta.

—¿Qué tal va todo el tema de la música? —pregunta sin mirarme.

Vaaaale, vamos a fingir que esto no ha pasado. Vamos a fingir que él no tiene los hombros hundidos y yo estoy sentada en el extremo de mi silla.

—Bien —murmuro, tan tensa como él—. Hablé con el productor que te dije y...

Y sigo hablando y hablando de temas a los que ninguno prestamos atención. Tommy me mira, sonríe y asiente, pero no se le quita el aura de tensión. Y de rechazo, supongo. Llego a pensar que habría sido mejor dejarme besar y fingir que todo estaba bien, pero... no es lo que yo quería. Y no hay que hacer algo que a una no le nace, ¿verdad? Mamá siempre dice que hay que fiarse del instinto.

A la hora de estar en la cafetería, ambos llegamos a la conclusiónn de que esta cita —o lo que sea— tiene que terminarse en cuanto antes. Me pone un poco triste que sea así, pero creo que mañana podremos hablar de esto con un poco más de claridad. Ahora, desde luego, no es el momento.

Le propongo acompañarle a casa, que está muy cerca, y él asiente sin mirarme. Nos pasamos el camino en completo silencio, cada uno mirando un punto fijo. Nunca he estado así con Tommy, así que intento hacer algún comentario para subirle el ánimo, pero no funciona demasiado bien. Es como si quisiera estar solo en cuanto antes. Supongo que no puedo juzgarlo.

En cuanto llegamos a su portal, él se vuelve para mirarme. Normalmente, me ofrecería alguna bromita relacionada con subir y desnudarnos, pero hoy no está de humor. Con las manos en los bolsillos, me contempla en silencio.

—Bueno... —murmuro—, ¿tienes mucho trabajo de la universidad?

—Un poco.

—Pues... em... que te sea leve. —Esbozo una sonrisa muy poco natural—. ¿Hablamos mañana?

Sueno un poco más desesperada de lo que me gustaría. Él debe darse cuenta, pero finge que no.

—Vale —murmura, sin más.

Gracias a los cielos, alguien abre la puerta del edificio justo en ese momento. Es la distracción perfecta para que cortemos esta conversación tan incómoda. Tommy sonríe sin ganas, da media vuelta y entra en el edificio sin añadir nada. Yo me quedo ahí, dubitativa y un poco triste.

¿Me he equivocado?

Estoy tan distraída que no me doy cuenta de que Jane es la que ha abierto la puerta. Iba a irse directa al trabajo, pero al ver el panorama se detiene y me observa con curiosidad.

—¿Estás bien? —pregunta.

Sus palabras hacen que reaccione y la mire. Me ha pillado tan desprevenida que ni siquiera me da tiempo a ponerme nerviosa por estar tan cerca de ella.

—Sí, sí... Un mal día.

—Debe ser un muy mal día, porque Tommy no ha hecho ninguna broma guarra contigo.

Sonrío de medio lado, pero sin ganas. No voy a contarle lo que ha pasado a Jane. Eso sí que sería una conversación incómoda.

Nos gustan las conversaciones incómodas.

He vuelto a distraerme, por lo que me sorprende ver que sigue a mi lado. Podría irse, pero no se mueve. Y yo intento no hacerme ilusiones, pero es un poco difícil. Y más ahora que tengo las emociones a flor de piel.

Jane da vueltas a las llaves con un dedo. Hoy se ha atado el pelo en una coletita, se ha puesto un vestido negro y ancho, unas medias rotas, las converse viejas y la chaqueta verde que siempre lleva a todos lados. Por no hablar de los cascos alrededor del cuello. Es el atuendo más Jane de la historia. No sé por qué, pero eso sí que me saca una sonrisa genuina.

Ella debe darse cuenta, porque enarca una ceja.

—¿Qué?

—Nada.

—No, dímelo.

—Si tuviera que describirle a alguien tu forma de vestir, elegiría esta ropa.

Ella se mira a sí misma como si no se acordara de qué se ha puesto. Después, vuelve a centrarse en mí.

—Es cómodo —concluye—. ¿Qué pasa?, ¿has estado muy pendiente de cómo me visto?

—Para nada.

—Ya, seguro. —Hace una pausa—. ¿Vas a quedarte ahí toda la tarde?

Es mi turno para mirarme a mí misma. Supongo que esto de estar de pie delante de un portal es un poco raro. Parece que estoy a punto de entrar a robarle a alguien.

—Iba a irme a casa —aclaro, un poco avergonzada.

—¿No subes con Tommy?

Su tono, como casi todas las últimas veces que hemos hablado de este tema, es un poco recriminatorio. Intento ignorarlo. Hoy no quiero más momentos incómodos.

—No.

—Qué raro.

—¿Y tú?, ¿vas a quedarte conmigo toda la tarde?

—Ya te gustaría.

Pues sí.

—Voy a trabajar —añade tras una breve pausa—. Los lunes entro un poco antes para hacer la lista de la semana. Los más reproducidos y todo eso.

—Ah, claro. Pues ya nos veremos.

Jane no responde. Simplemente, se da la vuelta y empieza a alejarse de mí como si fuera lo más fácil de la historia.

Qué dramáticas estamos hoy.

Con un suspiro, decido hacer lo propio. Debería volver a casa y descansar un poco la cabeza. Es lo que me dijo la doctora Jenkins. Y, si pago a una doctora para que me diga cosas, al menos debería escucharla un poco.

Sin embargo, apenas he dado unos pasos cuando oigo un carraspeo detrás de mí. No necesito volverme para saber que es Jane. Se ha detenido a unos pocos metros y me mira como si estuviera a punto de hacer lo más cansado de la historia.

—¿Qué? —pregunto, confusa.

—Nada.

—Has carraspeado.

—No era por ti.

—Pues te has vuelto hacia mí.

—Ha sido inconsciente.

Otro día, insistiría un poco más. Hoy, no obstante, creo que voy a optar por dejarlo estar.

De nuevo, a los pocos pasos, oigo un carraspeo. Esta vez está mucho más cerca. Al girarme, veo que Jane está justo detrás de mí. Su cuerpo entero irradia incomodidad.

—¿Quieres ver el estudio? —pregunta al final.

SÍ.

La propuesta me deja un poco pasmada.

—¿Yo?

—Te estoy hablando a ti, ¿no?

—Sí, pero...

—Bueno, déjalo.

—¡No he dicho que no!

—¡Tampoco has dicho que sí!

—¡No me has dado tiempo, Jane!

—¡Pues di que sí y ya está!

—¡Pues sí, vale! —mascullo, irritada.

—Pues vamos —dice, igual de irritada.

Emotivo momento.

No sé por qué las dos parecemos enfadadas, pero aun así vamos andando una al lado de la otra. A diferencia de antes, ahora sí que soy muy consciente del silencio que se ha formado entre nosotras. Y de lo distinto que es. Está cargado de algo que no sabría cómo denominar, pero que hace que retuerza los dedos con nerviosismo. Jane, por su lado, finge que está tan tranquila, pero la realidad es que sujeta la mochila de su hombro con todas sus fuerzas.

Afortunadamente, el estudio donde trabaja está relativamente cerca de su casa. Es un edificio cualquiera, de esos que parece que tienen más años que la ciudad entera, solo que en uno de los telefonillos sale el nombre de la cadena donde la contrataron. Lo pulsa sin mediar palabra, y enseguida nos abren la puerta. Hay un guardia de seguridad, pero no nos presta demasiada atención y nos deja entrar en una de las salas contiguas.

La primera impresión es que nunca he visto un estudio de radio. La segunda es que la cabina se parece mucho a las que usa Kevin en la productora. En una salita hay una mesa redonda con varios micrófonos, cables y botellas de agua, mientras que en la otra, separada por una cristalera, está un panel gigante con botones, ranuras, cables conectados y pegatinas de colores.

No entiendo nada de lo que tengo delante, pero Jane deja su mochila sin mucho cuidado y acerca otra silla al panel.

—¿Tienes que usar todo esto? —pregunto, fascinada, tras sentarme a su lado.

—Una gran parte, sí. Mira, aquí elijo la música.

En una de las pantallas táctiles, veo que tiene una inmensidad de canciones, listas y álbumes. Jane los pasa con la facilidad de quien controla absolutamente todo hasta llegar a una lista de éxitos de la semana. Le da a una canción cualquiera y, al instante, todo el panel se ilumina.

—Me siento como si estuviera en un parque de atracciones —murmuro.

Ella intenta que no, pero al final se le escapa una sombra de sonrisa.

—Desde aquí, controlas la voz de los micrófonos —aclara, señalando una zona del panel—. También están las luces de ambas salas, lo que oyen ellos... Desde este micrófono de aquí puedo comunicarme, también. ¿Quieres probar?

—¿Probar?

—Ve a la sala contigua y ponte los cascos.

Y así termino. Puedo a ver a Jane a través del cristal, y ella me hace señas para que me ponga los cascos. Eso hago. Solo conmigo presente, esta salita parece inmensa. Y la mesa todavía más.

Ya con los cascos puestos, oigo como chasquea la lengua. Por el cristal, puedo ver que sacude la cabeza.

—Tienes menos carisma que el presentador —observa.

—Yo no soy presentadora —bromeo—, soy artista.

—Vale, señora artista, perdona por cuestionarte.

Esbozo una pequeña sonrisa mientras me acerco el micrófono. Jane está tocando botones, pero no puedo ver para qué son. Uno de ellos, eso sí, ha subido las luces de mi habitación.

—Damas y caballeros... —empieza entonces, en voz forzada y profesional—, hoy tenemos el honor de presentarles a una de las artistas más consagradas, aclamadas y veneradas de nuestro país. Una artista que ha cambiado vidas. Una artista que ha hecho historia. Ha detenido su gira mundial solo por estar hoy con nosotros. Miles de fans han bloqueado la puerta de la entrada al saber que estaría aquí. El guardia de seguridad del edificio ha llorado y se ha hecho pis encima al verla en persona.

Se me escapa una risa mientras sacudo la cabeza.

—Deja de hacer tonterías —pido.

—Con tooooodos ustedes... eh... espera, ¿cómo te llamas? Se me ha olvidado.

—Ja, ja, muy graciosa.

—Oh, sí. Ja, ja, muy graciosa, en directo para toda nuestra querida audiencia.

—Tu audiencia me cae mal.

—¡Y por eso es una artista tan venerada, damas y caballeros! ¡Qué manera de empezar una entrevista!

—¡Jane!

—¡Qué manera de pronunciar mi nombre!

—¡Oye! —insisto, divertida.

—Dinos, Ja, ja muy graciosa, ¿cuáles son tus planes para el resto de tu carrera?, ¿con qué nos vas a sorprender ahora?

—Con un insulto, probablemente.

—¡Y ya tenemos polémica! Esta chica lo tiene todo. ¿Quién diría que, con una voz tan angelical, sería capaz de decir estas cosas?

—¿Angeli...?

—Dinos, Livvie, ¿quién es tu DJ favorita?

Me inclino un poco para verla mejor. Jane interpreta su papel con una profesionalidad sorprendente, porque incluso ahora se mantiene sin sonreír. Me mira con todo su interés falso y su mejor expresión de presentadora.

—Pues hubo un tiempo en el que me gustaba una chica un poco desconocida —respondo—, pero dejó de caerme bien, así que ahora es David Guetta.

—Una elección muy básica.

—Es lo que diría esa DJ de la que te hablaba. Por eso no me cae bien.

—Veo que esa chica despierta muchas pasiones en ti, Livvie.

—Oh, muchas. Y todas para mal.

—Pues no sé quién es esa misteriosa DJ, pero me parece una chica muy interesante. Y me parece que tiene un gusto musical impecable.

—Sí, ella también lo piensa.

En esta ocasión, puedo oír una risa entre dientes.

—Nos gustaría quedarnos contigo toda la tarde, Livvie —prosigue Jane—, pero, lamentablemente, mi jefe llegará en unos minutos y tengo que armar la lista de esta semana.

—Una lástima. No me has hecho ninguna pregunta interesante.

—Me dicen por el pinganillo que tenemos tiempo para una más.

—Oh, ¿cuál es?

—¿Nos cantarías alguna canción? La audiencia lo está deseando. Queremos oír tu voz angelical.

Por un momento, creo que está bromeando. Pero no. Por su forma de mirarme tras la cristalera, diría que va totalmente en serio.

—¿Ahora? —pregunto, dubitativa.

—La audiencia lo reclama, Livvie.

—¿Qué audiencia?

—¿Te atreves a invisibilizar a tooooda esta gente que nos está leyendo?

—Será escuchando, ¿no?

—Ah, sí, eso. ¿Nos cantarás un poco?

Tras dudar unos instantes, me acerco un poco más el micrófono y me inclino sobre él. Jane me observa con la mandíbula apoyada en un puño. Esboza media sonrisa.

Oh, Jane, Jane —canturreo—. Llevaba mucho tiempo sin tu sentido del humor. Gracias por recordarme que es un horror. Te lo digo con amor. Un abrazo y... que te golpee un ruiseñor.

Para mi más absoluta sorpresa, Jane empieza a reírse a carcajadas al instante. Hacía tanto que no la oía reír que me pilla totalmente desprevenida. Pero, aun así, hace que me sienta un poquito mejor conmigo misma.

—¿Un ruiseñor? —repite, divertida.

—¡Es lo que rimaba!

—Veo que no serás rapera, entonces.

—No me...

En cuanto oigo el ruido de una puerta, me callo de golpe. Jane se vuelve hacia por la que hemos entrado, alarmada. Acaba de llegar su jefe, confuso por el ruido de las voces.

No entiendo muy bien el estudio, pero, por la cara de Jane, deduzco que yo no debería estar aquí. Presa del pánico, me agacho para que no me vean desde el otro lado. Con el mismo disimulo, me quito los cascos y los dejo sobre la mesa. Lo último que oigo es a Jane dando explicaciones de por qué estaba toqueteando los controles tan temprano.

De alguna manera, me las apaño para escabullirme al pasillo. Cuando paso por delante de su puerta, me paro un momento para decirle adiós con la mano. Jane, que está fingiendo que escucha a su jefe, me ofrece una pequeña sonrisa secreta antes de volver a centrarse en él.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top