Capítulo XXII

XXII - REENCUENTROS

—¡Mi niña vuelve a estar en casa!

Las palabras de mamá hacen que me sonroje, como siempre que se pone afectuosa de más. Por si eso fuera poco, se lanza hacia delante y me da un abrazo de osa amorosa. No me queda otra que soltar la maleta y devolvérselo.

Puede que no lo admita, pero en el fondo me gusta que mamá sea así de cariñosa.

Que nadie se lo diga o no dejará de hacerlo.

Papá —que también ha salido al patio delantero de casa— se acerca para recoger la maleta. Creo que ya ha asumido que yo estaré un rato secuestrada por el amor de mamá y no podré encargarme de entrarla.

—Cuando vivía con tío Liam y tía Lexi me veíais todas las semanas —protesto contra su hombro—. Tampoco ha pasado tanto tiempo.

—¿Y qué? Ahora vuelves a vivir aquí, ¡hay que celebrarlo! ¿A que sí, Jared?

—Ajá.

—¡Dilo con entusiasmo!

—¡Ajá!

—¿Ves? —Mamá se separa por fin, aunque lo hace con mi mochila en la mano. Se la cuelga de la espalda, muy contenta—. ¡Venga, que seguro que no has comido nada en todo el día!

En realidad, no necesito que carguen con mi maleta o con mi mochila, pero aun así se agradece tener un poco de apoyo. Además, en lo de la comida tiene razón; el autobús de vuelta a casa ha tardado casi cuatro horas y lo único que llevaba en la maleta eran barritas de cereales. No es, precisamente, la comida más equilibrada de la historia. El estómago me ruge como si lo estuviera confirmando, y... menos mal que mamá no puede oírlo, porque no saldría de la cocina hasta mañana.

Como ella se adelanta un poco y se mete en casa en primer lugar, papá ralentiza el paso por esperarme. En silencio, recorremos el caminito del patio hasta la puerta principal. Él no tarda en ponerme una mano en la espalda.

—¿Qué tal ha ido el viaje? —pregunta.

—Bien, aunque estoy cansada. Me alegra estar en casa otra vez.

—A nosotros también —asegura con media sonrisa. Papá también puede ser afectuoso, solo que a su propia manera—. ¿Y... cómo va todo lo demás? ¿Cómo estás tú?

Mientras subo los escalones del porche, trago saliva con fuerza. No me gusta hablar de estas cosas con él porque, honestamente, no sé cómo enfrentarlo. No recuerdo todo lo que le dije en ese mes tan complicado, pero sé que no era nada bueno. Y que no era nada que se mereciera. Nunca me lo ha echado en cara y nunca lo hará, pero yo sí que me lo hago a mí misma.

Con la cabeza más despejada te arrepientes más de las cosas.

—Estoy bien —digo, un poco escueta. Alargaría la respuesta, pero no sé me ocurre cómo adornarla.

Papá no insiste más y ambos entramos en silencio en casa. Para cuando él deja la mochila en la entrada, mamá ya está haciendo platos con una bandeja que ha sacado del horno. Huele de maravilla.

—¿Eso lo has hecho tú? —pregunto con asombro

—¡Ha sido en equipo! —asegura, tan feliz.

Papá emite un bufido entre dientes.

—Un equipo en el que yo lo he hecho todo y ella ha animado, sí.

—Bueno —Mamá se da la vuelta, indignada—, ¿y las animadoras no son importantes? Puede que cocinar no me guste, pero tengo otras virtudes.

—Otras muchas.

—Oh, qué romántico, cariño.

—Tengo mis momentos.

—Como os pongáis a coquetear... —advierto—, vomitaré.

Mamá suelta una de sus risitas, pero se le borra en cuanto hago un ademán de ir a por uno de los platos. Con una palmada en la mano, me devuelve hacia la mesa y me deja bien claro que hoy no me toca trabajar en nada.

Bueno, no seré yo quien se queje de hacer el vago.

Mi deporte favorito.

Disfruto de un almuerzo con ellos, que me cuentan lo que han estado haciendo durante estos meses. Lo hacen como si no hubiera estado aquí casi todas las semanas para verlo con mis propios ojos, pero aun así escucho atentamente. Está bien volver a estar con ellos a nivel diario. Aunque no sea muy expresiva con mis sentimientos, no quiere decir que no los tenga. Y, claro, son mis padres; los he echado de menos.

No subo a mi habitación hasta las cuatro de la tarde, y ahí ya me dejan a solas para que pueda deshacer mi maleta con tranquilidad. No me sorprende en absoluto encontrarme a Pelusa roncando en mi cama.

—Vaya, vaya —comento—. Si es el único ser vivo de esta casa que no ha bajado a saludarme, ¿eh?

Pelusa se remueve, me echa una miradita perezosa y luego se estira sin ninguna prisa. Para cuando me siento en la cama, se acerca para frotar la cabeza en mi brazo. Es lo más cercano que puede hacerme a nivel cariñoso, así que me pongo a rascarle el cuello, que sé que le encanta. No tarda en ronronear.

—¿Me has echado de menos, aunque lo disimules? —pregunto.

Pese a que me quedaría todo el día acariciando a Pelusa, la realidad es que tengo que deshacer la maleta; no hay nada que me ponga más de los nervios que tener las cosas tiradas por medio de mi habitación. Lo hago con tranquilidad y música de fondo, aunque no le presto demasiada atención. Tengo la mente muy ocupada en otras cosas.

O personas, más bien. Y una de ellas es Tommy. Apenas hemos hablado en estos últimos meses y, aunque sé que él entiende que a veces necesito alejarme un poco de la gente, nunca he tardado tanto en volver a dar señales de vida. Me da miedo hablarle y que las cosas ya no sean como antes. O que se haya enfadado conmigo. Aunque lo entendería..., me da miedo.

Por eso, una vez ordenada la habitación, me tiro en la cama y me quedo mirando su contacto. Pelusa está sobre mi abdomen, roncando otra vez, y con una mano le acaricio la espalda.

Me planteo si mandarle un mensaje a Tommy o llamarle. Igual un mensaje es muy frío, ¿no? Estamos más acostumbrados a las llamadas, quizá sería más natural.

Tras más deliberación de la que me gustaría admitir, termino optando por una llamada.

Fuerza, soldado.

No sé qué esperarme y eso me da mucha más ansiedad. No me gusta no saber cómo va a reaccionar la gente, aunque —cito a mi sabia terapeuta— las relaciones siempre tienen un factor sorpresa que no se puede controlar.

Ella dice que eso es lo bonito de la vida, yo digo que es lo peor.

Pero entonces Tommy responde a la llamada y, por supuesto, lo hace con su alegría habitual.

—¡¡¡LIIIVIIIEEE!!!

El grito casi hace que dé un salto, lo que habría provocado que Pelusa me asesinara. Menos mal que consigo contenerme a tiempo.

—Em... Hola...

—¿Estás llamándome de verdad o es mi mente enferma imaginándoselo?

—Soy yo de verdad —aseguro con diversión.

—Mira tú qué bien. —Tras una pausa en la que sé que está sonriendo, me permito soltar un suspiro de alivio. Él sigue hablando—. ¿Cómo estás?

—Mejor. ¿Y tú?

—Bien, como siempre. ¿Cuándo vas a visitar a tus padres? Podríamos vernos, ¿no? Me falta una compañera de maldades.

—Pues... tengo buenas noticias, porque resulta que he vuelto a vivir con ellos.

Hay un momento de silencio. Entonces, Tommy suelta un silbido.

—¡Genial!

—¿Sí?

—Claro que sí, idiota.

—No me llames idiota, idiota.

—Es que lo estás siendo. ¿Te creías que no iba a alegrarme, idiota?

Que Tommy me conozca tanto me molesta casi lo mismo que me alivia. Ya no puedo tener ni secretos.

Dónde quedó el misterio.

—No sabía qué esperarme —admito—. Desaparecí un poco... repentinamente. No dije nada a nadie. Lo siento.

—Livvie, hace muchos años que somos amigos. Creo que ya hemos llegado a ese punto en el que uno de los dos la caga y el otro puede entender el por qué. ¿Que al principio me molestó un poco? Sí. ¿Que he estado preocupado por si estabas bien? Joder, claro que sí. Pero creo que lo bueno de ser amigos es que lo nuestro tiene más peso que cualquier otra cosa.

Sonrío y asiento con la cabeza.

—Sí, supongo... Me fui porque no estaba en un buen momento, Tommy. Sé que no es excusa, pero no sabía cómo gestionarlo e hice lo más drástico que se me ocurrió. Debí decirte algo.

—Bueno, ¿y ha funcionado?, ¿estás mejor?

Mejor es un término un poco ambiguo. No sé si estoy mejor o peor. Sé que estoy mejor que cuando me fui, pero también sé que no estoy tan bien como antes. Me abruma un poco pensar en ese mes tan intenso e intento evitarlo, pero en las sesiones de la doctora Jenkins no me queda otra que hacerlo. Todavía no he decidido cómo me siento al respecto.

—Estoy mejor —digo, sin embargo, porque todas las demás respuestas son muy complejas—. Pero... ya hablaremos de eso. Ahora cuéntame tú: ¿qué has hecho estos meses?

—Nada muy interesante, la verdad. No he tenido romances imposibles, ni dramas de esos que marcan un antes y un después en tu vida. Lo más interesante que me ha pasado es que me han aceptado en la universidad.

Parpadeo, pasmada.

—¡¿Y eso no te parece importante?!

—Meh.

—¡¡¡Tommy!!!

—¿Qué? A todo el mundo le aceptan, tampoco es para tanto.

—Me da igual lo que haga todo el mundo, ¡lo importante es que te han aceptado a ti! ¿Qué estás estudiando?

—Relaciones públicas. —Pese a que no lo tengo delante, estoy segurísima de que ha guiñado un ojo con picardía—. No es por presumir, pero tengo más carisma que todo el resto de la clase junta.

Me lo creo perfectamente. Tommy es de esas personas que podría venderte algo que no necesitas y nunca has querido solo porque... bueno, porque te lo dice él.

—Cómo me alegro —aseguro con honestidad—. ¿Y te está gustando?

—Las clases no son la gran cosa, pero las fiestas son una pasada. Además, estar más cerca del campus me ha dado la oportunidad perfecta para alejarme de casa de mis padres. Y de mi hermano.

—¿Ya no vives con ellos? —pregunto, sorprendida.

—No. Y eso... em... es una de las novedades que debería contarte.

Oh, oh. El tono ha cambiado. No sé si tensarme o ilusionarme, porque un Tommy nervioso puede salirte por cualquier lado.

—Vaaale... —murmuro, urgiéndole a seguir.

—Verás..., los pisos son muy caros.

—Lo imagino.

—Entonces, necesito compartir con otra persona o no me lo puedo permitir.

—Comprensible.

—Así que vivo con dos personitas.

—Tommy, me estás poniendo de los nervios. ¿Por qué me lo cuentas en fascículos coleccionables?

Él suelta una risotada divertida, pero luego carraspea y vuelve al tono tenso de antes.

—Porque... em... —Vuelve a carraspear, mala señal—. No sé cómo te lo tomarás, pero resulta que cuando te fuiste me uní un poco más a Rebeca y a Jane. Y todos queríamos salir de casa de nuestros padres, por un motivo u otro... Entonces, em...

—¿Vives con Jane y Rebeca?

—Sí.

Vale, no debería molestarme. Y no lo hace. La última vez que los vi a todos juntos sentí que una parte de mí estaba siendo estrujada, pero ahora mismo no le veo el lado negativo. No sé por qué algo que antes me afectaba tanto ahora me es tan indiferente.

—Entiendo —digo, sin más.

—No te dije nada porque no estabas por aquí. Y porque no sabía lo que estabas haciendo o si te agobiaría preguntártelo.

—Tommy, no me debes explicaciones. ¿Estás bien con ellas? Porque eso es lo importante.

—Sí. A ver, tampoco es que nos veamos una barbaridad, porque Rebeca ha entrado en una academia de danza que la tiene sobreexplotada y Jane ha encontrado trabajo en una cadena de radio, no sé si...

—Sí, lo sé.

—Veo que alguien ha estado investigando por su cuenta.

Me sonrojo al instante.

—Tampoco tanto —protesto—. Es que... um...

—Oye, que yo también cotilleo a la gente que me gusta, no hace falta que te ocultes.

—Deja de decir tonterías —protesto, cada vez más roja—. Y... em... ya que has sacado el tema...

—Las dos están genial —asegura, divertido por mi incomodidad—. ¿Por qué no las llamas? Seguro que podemos quedar los cuatro juntos.

A ver, hablar con Tommy es una cosa, pero hablar con Rebeca y Jane es otra muy distinta. Estoy segura de que Rebeca, pese al enfado de los últimos días, volvería a tratarme con normalidad en cuestión de días. No es de esas personas que guardan rencor durante demasiado tiempo.

En cambio, Jane...

Es verdad que a ella no la conozco tanto como a mis otros dos amigos. Las últimas veces que hablamos no terminamos nada bien y admito que es por mi culpa. No quería estar con ella, pero a la vez no me gustaba la perspectiva de que ella estuviera con otra persona. La quería cerca, pero lejos. La besaba a ella y luego besaba a Tommy solo porque me apetecía. Eso no estuvo bien. Y, por todos esos motivos, dudo mucho que con Jane las cosas sean tan sencillas como llamarla y preguntar cómo está.

Y, más allá de todo esto y de lo enfadada que pueda estar o no..., no sé cuál sería mi reacción. Pensé que la distancia haría que me aclarara un poco respecto a mis sentimientos, pero solo los ha vuelto todavía más intensos. Antes me gustaba la perspectiva de pasar el tiempo con ella. Me ilusionaba la perspectiva de que no hubiera estado con nadie y aun así quisiera darme una oportunidad. Ahora es distinto. Cada vez que pienso en ella, cada vez que rememoro el día del parque, el de la fiesta, el robo estúpido de esa tienda... se me instala un nudo de nervios en el estómago.

—No es que no me haga ilusión verlas —empiezo—, pero...

—Te da miedo, ¿no?

—Un poco.

Tommy suspira.

—¿Y si vienes esta tarde a casa?

—¿Esta tarde? —repito con lentitud.

—¿Por qué no? Vienes a verme a mí y ni siquiera estoy seguro de que ellas vayan a pasar por casa. Si lo hacen, será el pretexto perfecto para que puedas hablar con ellas y veas si hay algún problema o está todo bien. Y si la cosa se pone incómoda... bueno, no sé. Siempre podemos meternos en mi habitación y fingir que no existen.

Eso último me sale una risa entre dientes.

Lo considero unos instantes. La perspectiva me pone un poco nerviosa, pero sí que me parece un buen pretexto para hablar con ellas; si están incómodas tendrán una excusa perfecta para alejarse y si quieren hablar conmigo la tendrán para quedarse.

—¿Ese silencio significa que te lo estás pensando? —pregunta Tommy, sacándome de mis cavilaciones.

—Puede...

—¡Pues deja de pensar tanto y ven de una vez!

—¿Ahora?

—¡Ahora, antes de que puedas pensártelo mejor!

Miro a Pelusa, que con tanto grito ha levantado la cabeza. Parece que también quiere que me marche, así seguirá durmiendo en paz.

—Em... —Dudo de nuevo.

—Te paso la dirección en un mensaje. Ahora estoy solo, así que no hay peligro.

—Vaaale.

—A no ser que consideres que yo soy el peligro, grrr...

—Tommy, cálmate o no voy.

—Perdón.

Al decírselo a papá y a mamá no parecen muy sorprendidos de que vaya a ver a mis amigos. De hecho, parecen más bien aliviados. Creo que les daba miedo que no tuviera amigos por aquí y acaban de confirmar que no es así.

Bueno, no cantemos victoria antes de tiempo.

La nueva casa de Tommy está junto al parque al que fui esa noche con Jane, —cosa que no ayuda, pero al menos significa que puedo ir andando—. Tardo unos quince minutos, aunque es verdad que mis pasos son largos y vigorosos. No sé por qué tengo tanta prisa por llegar, si total voy a entrar en pánico en cuanto toque la puerta.

Una vez delante del telefonillo, reviso el mensaje de nuevo. Tercero A. Le doy al botoncito correspondiente y a esperar.

—Vaya, vaya —comenta la voz de Tommy, por lo que supongo que me ve por la cámara—. Una loba feroz ha llamado a mi puerta.

—¿Vas a abrirme hoy?

—En los cuentos dicen que abrirle al lobo es peligroso.

—¡Tommy!

—Que sí, que sí.

En cuanto me abre, cruzo el vestíbulo hacia las escaleras. Cualquier excusa es buena para gastar las energías y posponer el momento de entrar por la puerta.

Pero, por supuesto, ese momento termina llegando. Tommy me espera apoyado en el marco de su piso abierto. Se habrá duchado hace poco, porque huele a champú y todavía tiene el pelo rubio un poco húmedo. Ver sus hoyuelitos de felicidad me provoca una sonrisa.

—Hola —murmuro.

—¡Hola!

Sin embargo, mi sonrisa se borra en cuanto Tommy tira de mi cintura para acercarme a él. Es un gesto tan habitual que nunca he considerado la posibilidad de rechazarlo. Ahora, sin embargo, toca hacerlo. En cuanto se adelanta a darme un beso en los labios, meto una mano entre nosotros para detenerlo.

En cuanto se da cuenta de que está besando mis dedos, se separa con el ceño fruncido y me suelta.

—¿Estás bien? —pregunta.

—Sí, es solo que... ¿podemos hablar?

Tommy asiente y, tras un titubeo, se aparta para dejarme pasar.

Su casa, tal y como había esperado, es bastante pequeñita; lo justo y necesario para tres personas. La sala en la que me encuentro es rectangular y lo más cercano a mí es un sofá en forma de ele con su correspondiente televisión. Justo a su lado —y junto a una ventana cuadrada— una mesa con cinco sillas. Toda la pared del fondo está conformada por las encimeras, la nevera y el horno. Se han esforzado en decorar las paredes con algún que otro cuadrito, con los libros de las estanterías y con las cortinas blancas, y no les ha quedado demasiado mal.

—¿Qué te parece? —pregunta mi amigo.

—Muy bonita. Me gusta mucho, Tommy.

Parece satisfecho con la respuesta y, aunque por un momento temo que vaya a guiarme al pasillo del fondo —donde supongo que estarán las habitaciones y el baño—, termina sentándose en el sofá. Hago lo mismo, y giro mi cuerpo para enfrentarlo. Tommy ya está tenso y todavía no he abierto la boca.

Se viene la charla.

—Estás empezando a preocuparme —comenta.

No me extraña, porque estoy preocupada incluso yo. Respiro hondo y me froto los brazos, aunque no tengo frío —solo nervios—.

—Estos meses... me han servido para pensar en muchas cosas —empiezo con lentitud—. Una de ellas eres tú.

—¿Has pensado en mis abdominales?

—Tommy..., hablo en serio.

Parece que va a sonreír, pero al final opta por fruncir el ceño.

—¿No quieres seguir siendo mi amiga?

—¡Claro que sí! —Alarmada, me arrastro un poco más cerca para tomar una de sus manos entre las mías—. Tommy, me encanta tenerte en mi vida. Me encanta ser tu amiga. Es solo que... lo que hacíamos antes... no sé si sigo queriéndolo.

Tommy me contempla como un animalillo cegado por las luces de un coche. No sé si me está entendiendo del todo bien. Igual debería ser más explícita.

—No quieres que follemos —deduce al final.

—Es la forma no-elegante de traducirlo, sí.

—Pero... era divertido, ¿no?

—No es cuestión de que fuera divertido o no. Es que quiero ser tu amiga, y los amigos no suelen hacer esas cosas. No quiero quedar contigo solo para eso. Quiero seguir siendo tu amiga, pero nada más. Lo entiendes, ¿verdad?

Friendzoneaste a tu amigo.

Tommy sigue contemplándome con la misma cara. Y, justo cuando creo que va a enfadarse, asiente con la cabeza. No me permito alegrarme. Al menos, de momento. Necesito un poco más de seguridad de que me ha entendido y lo acepta. Todavía queda la posibilidad de que asienta y luego me eche de su vida.

Por suerte, no es así.

—Lo entiendo —asegura, ahora más serio.

—¿De verdad?

—Claro que sí. Eres mi amiga, Livvie. Eso es lo primero. ¿Que estás buenísima y te haría de todo contra todas las superficies de esta casa? Pues también, pero no es mi prioridad. Se puede follar con todo el mundo, pero no se puede tener la relación que tenemos con mucha gente. ¿Amigos?

Después del discurso amistoso más raro de la historia, Tommy extiende una mano hacia mí para que se la estreche. Confusa, termino aceptando.

—Em... Sí, amigos.

Justo cuando creo que me va a soltar la mano, tira de ella para envolverme en uno de sus abrazos gigantes. No puedo evitar reírme contra su hombro. Me estruja tanto que estoy perdiendo el aliento.

—Ay —suspira—, mi Livvie se hace mayor...

—No me hago mayor —protesto como puedo—, ¡y me estás ahogando!

—¿Quién nos habría dicho que tú serías la primera de los dos en cortar la relación por enamorarte?

Eso último hace que me separe de golpe y lo mire. Tommy no parece en absoluto arrepentido de sus palabras. Yo, en cambio, noto que el calorcito de la vergüenza empieza a subirme por el cuello.

—¿Quién ha hablado de enamorarse? —mascullo.

—Yo. Hace cinco segundos, exactamente.

—¡No estoy enamorada de nadie! Solo he sacado el tema porque... em...

—Porque Jane te gusta más que yo. Al menos, en ese terreno. En cuanto a amistades sigo ganando yo.

—¡Que no me...! —Frustrada, me pellizco la nariz—. Déjalo.

—¡No puedo dejarlo! Has dicho que ahora solo somos amigos y los amigos se pican entre ellos. ¿Ya te has preparado un discursito para cuando Jane entre en casa?

—¡Claro que no! Ni siquiera tengo claro que vaya a venir...

—Y sería una pena, ¿eh? Con el discurso tan bonito que habías preparado.

—¡¡¡Que no tengo ningún discurso!!!

Tommy hace un ademán de empezar a reírse, pero se corta en cuanto ambos oímos la puerta principal.

No sé qué cara es peor, si la suya o la mía, pero estoy segura de que ambas son un buen cuadro de terror.

—¡Ya estoy en casa! —exclama la vocecita alegre de Rebeca.

Mis hombros se relajan de forma instantánea. Al menos, hasta que veo que Tommy se tensa todavía más. Mierda.

Me vuelvo con esa curiosidad peligrosa que preferirías no tener, y lo confirmo al identificar a Jane detrás de Rebeca. Todavía van cargadas con las bolsas de la compra que acaban de hacer. Supongo que, por eso, no me ven hasta que pasan por nuestro lado para llegar a la cocina.

Jane es la primera que me ve; se detiene de golpe, me contempla con perplejidad y, por consecuencia, Rebeca la imita. Mientras que la cara de la primera es de estupefacción, la de la segunda es... ¿alegría?

—¡¿Livvie?! —exclama Rebeca, y efectivamente suena contenta.

—Eh... sí.

Y, antes de que pueda decir nada más, Jane sigue con su camino y va a dejar las bolsas a la cocina. Después, sin volver a mirarnos, va directa a su habitación.

Bueeeno, creo que la cosa no será tan fácil.


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