Capítulo XV
XV - CASTIGOS
La he cagado. En la historia de las cagadas, se leerá mi nombre en mayúscula, negrita y un enlace que te llevará a un perfil destacado de mayores cagadas de la historia, y ahí estará mi puñetera cara.
Veo que andamos muy tranquilitas.
Hace un buen rato que me tienen en una especie de sala de espera de la comisaría. Solo que, a diferencia de los demás, yo tengo las manos esposadas. Me gano unas cuantas miradas de reojo, pero nadie me dice nada. Y yo lo agradezco, porque mantengo la mirada clavada en el suelo.
—Olivia, ¿verdad?
Levanto la cabeza. Una policía está de pie delante de mí con una taza de café en la mano. Pese a que en estos momentos me siento muy intimidada, su mirada es amable.
—Sí —murmuro.
—¿Ya te han hecho la foto?
—Sí...
—Bien.
No sé si quiere algo más, así que sigo contemplándola sin saber cómo reaccionar. Ella esboza media sonrisa comprensiva y se sienta a mi lado, en la otra sillita de plástico.
—¿Quieres contarme qué ha pasado? —pregunta en tono calmado.
—E-es que... no estoy muy segura.
—Cualquier cosa ayudaría, Olivia.
Pienso en mi relación con Ellie y en el hecho de que, desde luego, no tengo muchas cosas buenas que decir de ella. Pero tampoco diré las malas. No en su cumpleaños, por lo menos. Me parece demasiado bajuno, y desde luego no querría que me lo hicieran a mí.
Así que me encojo vagamente de hombros.
—Ha sido muy confuso.
—Si la otra chica ha hablado, Olivia, tú serás la más afectada.
Dudo un momento, pero enseguida se me pasa. Sacudo la cabeza y desvío la mirada hasta clavarla en cualquier lugar que no sea ella. No quiero que me convenza, ni que me coma la cabeza. Puedo pensar muchas cosas malas de Ellie, pero dudo mucho que me haya dejado vendida ante la policía.
Bueno, de hecho, dudo mucho que haya hablado con ellos para nada más que exigirles cosas.
—Muy bien, entonces. —El tono de la mujer, pese a mi negativa, no es demasiado resentido—. ¿Tienes hambre? ¿Cuánto hace que no comes?
No me deja responder, pero veo de reojo que va a la máquina y me pilla unas barritas de chocolate junto con una bebida. Ahora mismo tengo el estómago cerrado, pero aun así fuerzo una sonrisa y empiezo a abrir el envoltorio.
—Si te animas a hablar, ya sabes dónde encontrarme —añade ella.
La veo marcharse por una puerta trasera y yo, con tal de entretenerme, me como lentamente la barrita del chocolate. No sabe demasiado bien. Aunque quizá tenga que ver el hecho de que estoy entumecida de pies a cabeza. Y que tengo sangre seca sobre los labios.
No estás en el mejor momento de tu vida, no.
Al terminarme la barrita, le doy un sorbo al refresco que me ha comprado y levanto la cabeza. Todavía no han llamado a mis padres, por lo menos. Eso es una buena señal, ¿no?
Casi me arrepiento de pensarlo, porque parece que he invocado al policía que se acerca a mí, mucho menos amable que la anterior, y me quita el refresco de las manos. No me atrevo a replicar, así que me apresuro a seguirle por el pasillo por el que me guía.
—Nos tocan adolescentes conflictivos todas las noches —refunfuña él, aunque sospecho que habla más solo que conmigo—. El peor tipo de preso. Lo suficientemente peligroso como para no poder descansar, y lo suficientemente aburrido como para morirte del asco.
—Em...
—Silencio, criminal.
Cierro la boca enseguida. Mientras tanto, él se saca unas llaves del bolsillo y abre la puerta que tenemos delante. Después, me empuja hacia su interior y entrecierra los ojos a modo de amenaza.
—Como a las seis no hayáis dicho nada, llamaremos a vuestros padres —advierte.
Y, solo con eso, consigue que me hunda en la miseria.
Estoy tan desanimada que apenas me percato del señor que me guía a la celda. Y de que, en cuanto me siento en el banquito, tengo a Ellie justo delante. No puede darme más igual. No quiero ni imaginarme la cara de mamá cuando se entere de todo esto.
—¿Te han dicho cuándo nos van a sacar?
La voz de Ellie consigue sacarme, durante unos segundos, de mi propia cabeza. Pero no es el tiempo suficiente como para que me calme. Digo que no con un gesto.
—¿Y no has preguntado? —insiste con impaciencia.
—Me van a matar.
—¡¿Los polis?!
—Mis padres...
—Ah. Pues bienvenida al club de los padres asesinos.
Apenas oigo esa última frase, porque de veras que puedo visualizar la cara de mis padres al enterarse de lo que ha sucedido. Y lo que me preocupa no es que se enfaden, sino... la decepción. Mierda. En cuanto me imagino la cara de decepción de papá, se me viene el mundo encima. No quiero que se preocupen más de lo que ya lo están haciendo. Y me dije a mí misma que no volvería a meterme en líos. ¿Por qué no puedo seguir ni una sola de las promesas que me hago?
—¿Has podido llamar a tus padres? —pregunta entonces Ellie.
Sacudo la cabeza, al borde de la risa histérica. Lo último que querría hacer ahora mismo es eso.
—No... no he preguntado.
—¡Pues tienen que dejarnos llamar! Esto es ilegal. Es un secuestro. —Se pone de pie con los brazos en jarras—. Hay que denunciarles. Seguro que hay otra comisaría a la que podamos ir a poner una queja.
Ellie sigue dando vueltas por la celda, pero yo apenas puedo mirarla. Ahora mismo, no quiero mirar a nadie. Quiero estar sola. Y hundirme en mi miseria personal, ya de paso.
—¿Te han dado de comer? —pregunta.
—Sí.
—A mí tampoc... —Se detiene a medio paso—. Espera, ¿qué? ¿Te han dado de comer? ¡A mí no me han dado nada!
La indignación es tanta que se planta en la puerta de la celda y empieza a gritarle al guardia que hay justo al lado. Yo no le presto demasiada atención. Más que nada, porque me pregunto qué hora será y cuánto tiempo tendremos antes de que llamen a nuestros padres.
—Pero los criminales también tienen derecho a una alimentación básica, ¿no? —Oigo entonces a Ellie, y levanto la cabeza—. Y a una llamadita, ya que estás.
Espera, ¿una llamada? ¿Podemos llamar nosotras?, ¿a quien queramos?
Podría llamar a Tommy. Con él sé que no habría problemas. A no ser que no responda, que es muy probable, y nos quedemos sin oportunidad. Pero al menos lo habremos intentado. No tendré que avisar a mis padres. Y, con suerte, solo tendré que inventarme una excusa para las heridas de guerra que llevo encima.
—¿Es que quieres más cargos en tu expediente? —masculla el guardia.
Antes de que Ellie pueda liarla, me acerco corriendo a los barrotes y me asomo junto a ella. Noto su mirada de sorpresa, pero no puede importarme menos. Esbozo una gran sonrisa encantadora —o lo más cercano que me sale a ello—.
—Perdónela, señor —pido con mi voz de persona decente—, es que estamos muy nerviosas.
—Yo no estoy nerv...
No, no me arrepiento del pisotón. Si quiere la llamada, que apechugue y me siga la corriente.
—Verá —prosigo—, todo esto ha sido un malentendido. Mi amiga y yo estábamos...
—¿Amiga? ¿Qué...?
Tampoco me arrepiento del segundo pisotón.
—...celebrando su cumpleaños —termino la frase—. No todos los días se cumplen dieciocho años, ¿sabe? Queríamos que fuera algo especial, así que supongo que se nos fue de las manos, pero estamos muy arrepentidas. ¿A que sí, Ellie?
—Sí, sí. Mucho.
—¿Lo ve? Si pudiéramos hacer una llamada a uno de nuestros padres —mentira—, estoy segura de que las cosas serían mucho más fáciles para todos. ¿O no le gustaría quedarse solo y tranquilo en cuanto antes?
El señor no es tan simpático como la primera persona que ha hablado conmigo y se le nota en la cara. Además, sospecho que está muy cansado. No puedo culparle. Como no tire del hilo de dejarle en paz, no sé qué otra cosa puede convencerle.
—¿Amigas? —repite entonces—. Yo no me pego con mis amigos.
Ellie suelta un sonidito de desaprobación.
—Pues yo me pego con todas mis amigas. Es lo que le da sentido a mi vida.
Es todo tan absurdo que estoy a punto de reírme, pero me contengo. No creo que fuera a quedar demasiado bien.
—Eso ha sido por otra cosa —replico respecto a la pelea.
—¿Qué cosa? —pregunta.
—Oh, es que es muy largo de explicar.
—Tengo tiempo. Y vosotras todavía más.
Miro de reojo a Ellie, pidiéndole permiso para contar la historia. Por su cara, cualquiera diría que le importa un bledo. Mejor. Tomo aire.
—Somos amigas desde pequeñas —empiezo—, y siempre nos hemos llevado genial. En el colegio, Ellie le tiraba de los pelos a quienes se metían conmigo y yo tomaba apuntes por ella, que no le gustaba mucho estudiar. Luego, en el instituto, la cosa cambió un poquito, y a los quince años dejamos de hablarnos. Se pensó que me gustaba el chico que le gustaba a ella, que también era mi amigo, y empezó a contar mis secretos por el instituto. Yo, enfadada, no fui capaz de decirle que quien me gustaba no era ese amigo, sino su hermana. Pero tampoco se lo habría dicho de haber sido amigas, porque resulta que a su hermana no le van las chicas, así que habrá que conformarse. La cosa es que el amigo nunca se enteró de nada y no nos quedó más remedio que separarnos. Todo se ha ido haciendo peor con los años, y ahora resulta que Ellie se ha vuelto a juntar con nuestro amigo y yo estoy hablando más con su hermana, pero la sorpresa fue que, después de años enamorada de ella, cuando nos besamos por primera vez, me di cuenta de que en realidad no me gustaba tanto como pensaba y que sentía cosas por otra amiga, que es la prima de Ellie. Pero no es exactamente su prima, porque no son nada sanguíneo, así que solo la llamo así porque es como se refieren ella. En fin, la cosa es que con ella las cosas son complicadas, pero creo que me gusta, y llegué a la fiesta intentando hablar con ella porque malinterpretó lo que intentaba decirle, ¿sabe? Se cree que besé a la hermana de nuestro amigo, ese que le gustaba a Ellie, pero ¡solo lo hice por un juego! Y, claro, tenía que explicárselo a su prima, pero no conseguía encontrarla, y de pronto tuve una tarta encima y me di cuenta de que Ellie me la había lanzado, así que nos metimos en una pelea que nos ha llevado aquí.
El policía me contempla con perplejidad, y no me extraña. Lo he soltado todo en tiempo récord. A ver quién más puede hacer eso, ¿eh? Si la situación no fuera tan dramática me atrevería incluso a sentirme orgullosa de mí misma.
—Pero —murmura él—, ¿cómo se supone que voy a entender eso?
—No lo he explicado tan mal.
—Yo lo he entendido —asegura Ellie.
—¿Lo ve?
Para una vez que os ponéis de acuerdo...
—Bueno, me da igual —masculla con cansancio—. Haced la llamadita y dejadme tranquilo. Pero solo una, ¿eh?
—¡Gracias!
Le lanzo una miradita cómplice a Ellie, que parece satisfecha. No me extraña. Esperamos pacientemente —o al menos yo— a que vuelva el señor, nos espose y nos guíe a la mesa en la que él estaba sentado hace un momento. Me dejo caer en la silla, aliviada, y luego me doy cuenta de un pequeño detalle.
¿Quién decide a quién llamar?
Creo que Ellie, mientras intenta descifrar cómo funciona un teléfono de esos con cable y botoncitos, acaba de llegar a la misma conclusión.
—Bueno... —Intento decirlo de forma un poco disimulada—. ¿A quién llamamos?
—Llama a tus padres.
—¿Eh? No, no. Llama tú a los tuyos, que estarán preocupados.
—No, no. Los míos saben que estaba de fiesta, son los tuyos quienes deben estar esperando que vuelvas.
—No, no. Los tuyos deben saber que la policía ha ido a tu casa y estarán muy preocupados.
—No, no. Los tuyos se estarán preguntando por qué tardas tanto en volver.
—No, no. Los tuy...
El policía pega un manotazo a la mesa, y ambas damos un respingo. Sospecho que estamos acabando con su paciencia.
Noooo, ¿tú crees?
—Vamos a ver —prosigue el pobre hombre—, ¿ahora ninguna quiere llamar?
Nos contempla a ambas, a punto de tomar una decisión. Y no sé qué es exactamente lo que ve, pero hace que gire el teléfono hacia Ellie.
—Llama.
—¿Yo?
—Sí.
—¿Y por qué tengo que ser yo?
—Porque es una orden. ¡Llama de una vez!
Es cruel admitirlo, pero me alegro de que le haya tocado a ella. Yo entraría en pánico y no sabría qué hacer. Además, así me quito la posibilidad de que llame a mis padres. Sería un poco raro que se supiera su número, la verdad.
Ellie lo considera unos instantes y empieza a marcar. Por la conversación, deduzco que se trata de su hermano mayor, aunque intento no poner mucho la oreja para dejarles intimidad.
En cuanto cuelga el teléfono, el policía enarca una ceja con impaciencia.
—Ahora vienen a buscarnos —replica Ellie.
—¿Y os van a pagar la fianza o no?
—Sí... Espero.
No es un gran consuelo, pero es lo único que tenemos.
En cuanto llega Jay, que es un buen rato más tarde, nos dejan salir de la comisaría con una bolsita en la que llevamos nuestras cosas. O, por lo menos, Ellie lleva las suyas. Las mías —móvil, cartera, llaves—, tienen que estar desperdigadas por el salón de su casa. Lo que me faltaba. Debo tener veinte llamadas perdidas.
Honestamente, no sé qué ha pasado entre ambos hermanos, pero noto tensión prefiero no meterme. Bastante tengo con lo mío como para meterme en lo de los demás. Así que desconecto de la conversación y le doy vueltas a la excusa que puedo darle a mi familia cuando llegue a casa. Lo más creíble que se me ocurre es una caída de escalera, pero es un argumento muy sobreexplotado.
—¡¿...avisado?!
La voz de Ellie, por enésima vez en una noche, me saca de mis cavilaciones.
Parpadeo varias veces y vuelvo a la realidad. Una realidad en la que, por cierto, acabamos de entrar en la urbanización donde viven. Y donde veo el coche de papá aparcado junto a la entrada de su casa.
En cuanto veo a mis padres junto a los suyos, mi cerebro colapsa y deja de recibir información nueva. Tan solo puedo ver flashes rojos de alarma.
—Oh, no, no, no... —me oigo murmurar.
—¡Jay! —Ellie le da un manotazo a su hermano, que frunce el ceño.
—¿Qué querías que hiciera? De algún modo tenía que sacar el dinero de la fianza.
Frena el coche de forma muy brusca y, sin siquiera despedirse, se baja para meterse en su casa. Es una actitud muy impropia de Jay, que siempre me ha parecido una dulzura.
Pero no hay tiempo para hacerle un perfil psicológico, porque ahora mismo lo único que veo son los cuatro padres agrupados frente a la entrada. Y sus caras de enfado. Y sus bracitos cruzados. Oh, oh.
—¿Quién va primero? —pregunta Ellie con un hilo de voz.
Le echo una ojeada de pánico. No quiero ser yo, pero ella ya ha cumplido al usar la llamada. Me toca arriesgarme a mí, supongo.
—Em... puedo ir yo —me obligo a decir—. A no ser que a ti te haga ilusión, claro.
—No, no. Todo tuyo.
—Vale, pues ahora salgo.
Sigo contemplando a mis padres, y a cada segundo que pasa se me quitan más y más ganas de salir.
—Ahora mismo —insisto, quieta.
Sé que estoy siendo ridícula y que voy a enfrentarme a ello lo quiera o no, pero no puedo evitarlo. Y más cuando me veo tan desprotegida ante el peligro.
Entonces, una risita hace que me despiste por completo. Es Ellie. Se está riendo, la muy cabrona. Y no sé si debería enfadarme o qué, pero lo único que me sale es una media sonrisa que no sé controlar. Pronto se transforma en una risita nerviosa. Y, de alguna forma, terminamos las dos riéndonos como desquiciadas en medio del coche.
—Es todo tan absurdo —murmura, sacudiendo la cabeza.
—Ya... No pensé que mi noche fuera a terminar aquí, la verdad. No te ofendas, pero no eres mi cita ideal.
—Ni tú la mía. Antes de hablar contigo, estaba besuqueándome con Víctor.
—Aleluya.
Casi dieciocho años han tardado. Los únicos que no sabían que siempre han querido besarse son ellos.
—Yo he ido a terapia —confieso sin saber muy bien por qué.
—Aleluya.
—¡Oye! Que tú también necesitas terapia.
—Ya lo sé. No niego mi desquiciamiento.
Doy por terminada la conversación. Después de todo, no me esperaba un momento de paz con Ellie. Prefiero no estirarlo más de la cuenta, no sea que lo arruinemos.
Y, sin embargo, ella me toma de la muñeca antes de que pueda salir del coche.
—Em... Sobre lo que hemos dicho al policía...
No termina la frase, y yo parpadeo con confusión.
—¿Qué parte, exactamente?
—Esa en la que le contabas nuestras vidas.
—Ah, esa. —Sigo mirándola, esperando una respuesta—. ¿Qué pasa?
—Nada, que... em... has dicho que me considerabas tu mejor amiga.
Sé que espera una réplica, pero ahora mismo no me sale ninguna. Sí, es lo que he dicho. ¿Es que no lo sabía ya de antes?
—Yo también te consideraba algo así como mi mejor amiga —insiste en voz baja.
—Ah, ya lo sé.
—Ah.
Este es el momento en el que sacas tu sensibilidad, colega.
Aaaaaaaah, vale. Que quiere un momento bonito. No lo estaba entendiendo.
—Quiero decir que... —intenta seguir, pero la interrumpo.
—Podemos enterrar el hacha de guerra, sí. Al menos, esta noche. Vamos a tener que aliarnos para que no nos coman.
—Sí... eso parece.
—Mañana ya vemos si nos seguimos odiando.
—Me parece un buen plan.
—Bien. —Me quedo mirándola un momento, y luego me encojo de hombros—. Pues vamos a ello.
Y eso hago. Abro la puerta del coche antes de que me lo pueda pensar mucho más. No quiero dejarme espacio a mí misma para acobardarme otra vez. Creo que hago bien, porque en esta ocasión Ellie sale conmigo.
Tal y como sospechaba hace un momento, están todos muy enfadados. No controlo demasiado las expresiones de los suyos, pero conozco perfectamente la de los míos; uno con la mirada fija y la otra con los brazos cruzados. No hace falta ser un genio para sacar conclusiones.
—Bueno —dice Ellie, forzando una sonrisa—, ahora es cuando gritáis ¡¡¡sorpresaaa!!! Y me felicitáis por mi cumpleaños, ¿no?
Está claro que nadie se ríe. Su madre, de hecho, oscurece todavía más la expresión.
—¿Te parece que estamos para bromas, Elisabeth?
—Lo que habéis hecho hoy ha sido muy peligroso —añade mamá, señalándonos, aunque su expresión se suaviza con Ellie—. Y feliz cumpleaños, querida. Estás crecidísima, madre mía, hacía años que no te veía. Cómo me alegro de que todo te vaya bien. —Vuelta a la mala cara—. ¡Habéis sido unas irresponsables!
—¿Sabéis cuánta gente se muere al año por peleas tontas? —añade su madre, alarmada.
—¡Y el daño que podrían haberse hecho!
—Exacto, ¡y mirad vuestro aspecto! ¡Parece que volvéis de una guerra!
—Ya somos mayorcitas para andarnos con peleas, ¿no creéis?
—Exacto. Si hay algún problema, se puede hablar sin recurrir a golpear a nadie.
—¡Sois dos chicas encantadoras que seguro que, si hablarais un momento, os llevaríais genial!
—¡Eso mismo! No puede ser que sigamos con esta guerra fría y absurda.
—Con lo bien que os llevabais cuando erais pequeñitas...
—¡Seguro que ahora podéis llevaros igual de bien!
—¡O incluso mejor!
Ya me esperaba esta charla, así que voy asintiendo a medida que ellas van diciendo cosas. El padre de Ellie también asiente, pero como la mejor amiga de la chica mala que siempre le da la razón. Mi padre, en cambio... Cruzo una mirada con él, pero en cuanto la encuentro no me atrevo a sostenerla.
Oh, esto va a pintar muy mal en cuanto lleguemos a casa.
—Creo que hablo por las dos cuando digo que lo sentimos —murmuro, y soy sincera—. Se nos fue de las manos. Ninguna pretendía llegar a una pelea. De hecho, en comisaría hemos podido hablar un poco y nos arrepentimos muchísimo. Ojalá no hubiéramos tenido que llegar a esto para darnos cuenta de lo absurda que es la situación. Lo sentimos mucho.
Por los asentimientos que me dedican, supongo que me están dando su aprobación grupal. No se la dan a Ellie, sin embargo, que sigue en completo silencio. Creo que no se entera del codazo disimulado que le doy, porque apenas reacciona.
—¿Y tú no tienes nada que decir? —le espeta su madre, molesta.
—Em... exactamente lo que ha dicho Livvie. La apoyo en todo.
Me contengo para no poner los ojos en blanco. O para no sonreír, al menos. No estoy muy segura de cuál de las dos me apetece más.
—Bueno —dice la madre de Ellie—, creo que será mejor que a partir de aquí cada una se vaya a casa y reflexione sobre lo que ha sucedido. Y mañana ya veremos qué castigo os toca por todo esto. A parte de pagar la fianza, claro.
—Desde luego.
Esa es la voz de papá, y apenas me atrevo a echarle una ojeada. Sí, está muy decepcionado.
—Tú. —El padre de Ellie la señala, y luego señala la puerta de su casa.
Ella me dirige una miradita de ánimos.
—Buenas noches —susurro.
—Buenas noches.
En cuanto desaparece en el interior de la casa, mamá se despide de ellos y se acerca a mí. Sin decir una palabra, me pasa un brazo por encima de los hombros y me guía hacia el coche. Puedo ver su mueca de preocupación ante mis manchas de sangre seca, pero por suerte ya se han cerrado todas las heridas.
Y el viaje en coche se lleva el premio al más incómodo de mi vida.
Papá no dice absolutamente nada, pero cada vez que se detiene en un semáforo me echa una miradita por el retrovisor. Yo finjo que no me doy cuenta. Y mamá, que intenta que los ánimos no sigan caldeándose, pone música y la va comentando. No sirve de mucho.
En cuanto llegamos a casa, me apresuro a entrar la primera para ahorrarme la bronca y, especialmente, las preguntas de mis dos tíos que siguen en nuestro sofá.
Estoy ya por la mitad de las escaleras cuando escucho un carraspeo detrás de mí. Mierda.
Papá se encuentra junto a la puerta, observándome. Fuerzo una sonrisa incómoda.
—¿Puedo irme a la cama? —pregunto—. Es que estoy muy cansada.
—No me extraña. Meterte en peleas constantes desgasta mucho.
Mi yo salvaje quiere preguntarle si lo sabe por experiencia. Mi yo pacífica, por suerte, prefiere ahorrarse la bronca.
—Lo siento —murmuro.
—Eso ya lo has dicho.
—¿Y qué más quieres que diga?
—¿Decir? Nada.
Su respuesta me deja un poco confusa. Y entonces levanta la mano. Mi móvil. Al parecer, lo ha recogido de casa de Livvie. Esbozo una gran sonrisa.
—¡Oh, grac...!
—Quieta ahí. Esto se queda conmigo.
Oh, no.
Esto es peor que la guillotina.
—¿Mi móvil? —repito en voz muy bajita, como si por decirlo en alto fuera a ser todavía peor—. ¿Me vas a quitar... el móvil?
—Sí.
—P-pero...
—Hasta nuevo aviso —añade, y se lo mete en el bolsillo.
—Pero ¡si alguien me llama...!
—No te preocupes, que yo respondo por ti.
Por favor, por favor, que se quede pronto sin batería. Lo suplico. Lo imploro. Porque me creo que vaya a responder a mis llamadas. Me lo creo con deprimente facilidad.
—¿No puedes dejar que lo mire un momento antes de...?
—No.
—Solo un...
—He dicho que no.
Vale, el tono no deja lugar a dudas. Ahora con mala cara, doy media vuelta y termino de subir las escaleras. Papá no se molesta en darme las buenas noches, aunque sospecho que mamá subirá luego a hacerlo. Y que terminará siendo ella quien me devuelva el móvil. La duda es cuándo.
Frustrada, me meto en el cuarto de baño y me limpio toda la sangre seca. Es un trabajo más difícil de lo que habría pensado, y cuando me envuelvo en una toalla, estoy mucho más agotada de lo que esperaba.
Me arrastro a mí misma por el pasillo, deseando llegar en cuanto antes, y abro la puerta de mi habitación.
Cuál es mi sorpresa cuando, de pronto, una mano me cubre la boca.
Estoy tan confusa que ni siquiera considero la posibilidad de que me estén secuestrando. Simplemente, dejo que la otra persona cierre la puerta y me empuje hacia ella. En cuanto mi espalda choca contra la madera, trato de enfocar mejor.
—No grites —me pide Jane en voz bajita—, y... em... perdón por el susto.
No sé si se esperaba que reaccionara peor o qué, pero en cuanto ve que no voy a desquiciarme me quita la mano de encima de la boca.
Vale, tengo muchas preguntas.
Primero: ¿qué hace en mi habitación a las cuatro de la mañana? Segundo: ¿cómo ha entrado? Tercero: ¿sigue enfadada conmigo? Cuarto: ¿en qué momento he pensado que una toallita era suficiente ropa como para meterme en mi habitación?
En tu defensa, no esperabas una intrusa.
Como no sé por dónde empezar, Jane lo hace por mí. Sigue vestida como en la fiesta, y por su aspecto diría que no ha descansado demasiado. Y estoy tan despistada que apenas advierto que tiene el esmalte de las uñas medio quitado por habérselas estado mordisqueando.
—Tengo que irme en cuanto antes, como mis padres se despierten y vean que no estoy... —Hace un sonidito a medio camino entre una risa y un estertor nervioso—. Pero quería verte antes de irme a dormir. Cuando os habéis ido, he hablado con Rebeca.
—Ah...
No sé si tomármelo a bien o a mal, ahora mismo estoy demasiado confusa.
—Me ha aclaro lo del... beso —admite, apartando la mirada—. Lo siento, no he dejado que te explicaras.
—Ah.
—Es que... todavía estoy aprendiendo.
—¿Aprendiendo a qué?
—A comportarme alrededor de alguien que me gusta. Nunca antes me había pasado.
Entreabro los labios, pasmada por la información que acaba de soltarme así, tan tranquila. Pero no me da tiempo a responder. Antes de que pueda reaccionar, se acerca a mí, me sujeta de la nuca y parece que duda un momento. Como es más alta que yo, tengo que echar la cabeza hacia atrás para mirarla. Y veo la duda en sus ojos. La duda sobre qué hacer a continuación.
Finalmente, se inclina y, de forma totalmente fugaz, me da un beso en la frente. Cuando se separa, parece que va a decir algo, pero baja la mirada y se da cuenta por primera vez de cuál es mi atuendo. La reacción es inmediata.
El color rojo todavía le está subiendo a la cara cuando empieza a retroceder a toda velocidad hacia la ventana.
—E-em... ¡mejor me voy ya, que se estarán preguntando dónde estoy!
—Pero...
—¡Buenas noches!
Antes de que pueda decir nada más, ya está empezando a descender hacia el jardín.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top