Capítulo XIV
XIV - VERTE
—¿Qué tal la fiesta de anoche?
La pregunta de mi tío Liam hace que me trague todos los cereales que tenía en la boca hace un momento. Todo el mundo se ha quedado en silencio y me mira expectante por una respuesta.
Mierda.
Yo solo quería desayunar tranquila después de la mierda de noche que tuve ayer.
Pues va a ser que no.
Papá y mi tía Lexi han estado cocinando juntos —porque son los únicos con habilidad en la materia— y se han peleado unas cuantas veces; tía Lexi es muy activa y papá se pone de los nervios con la hiperactividad, así que es una muy mala combinación. Por lo menos, han conseguido que la mesa esté llena de platitos de desayuno para todos.
Como siguen esperando una respuesta, me limpio la boca con una servilleta y me encojo de hombros.
—Bien. Estuvo... bien.
—No has sonado muy convencida —comenta tía Lexi.
—Las fiestas pueden estar bien —indica tío Liam, usando un tono muy débil en esa última palabra, como si le doliera— o MUY bien. No hay término medio.
—Pues la mía fue de las primeras.
Ambos asienten como si lo entendieran a la perfección, mientras que mamá y papá intercambian una mirada entre sí. No sé qué se están comunicando telepáticamente, pero me queda bastante claro que están preocupados.
—Pero al menos estuve con Tommy y Rebeca, dos amigos —añado para calmar un poco el ambiente, y mi sonrisa al decirlo es sincera—. Me lo pasé bien con ellos.
Al menos, así parece que consigo calmar a mis padres, que no insisten más. Nuestros dos invitados también deben entenderlo, porque enseguida cambian de tema. Mientras papá les pregunta —muy poco simpático— cuánto tiempo más piensan quedarse y mis tíos le aseguran que muy poquito —muy poco sinceros—, yo desconecto y pienso en la fiesta.
Astrid y Ashley probablemente están cabreadas, Jules se dedicó a decir cosas feas de mí durante toda la noche y Jane no me dirige la palabra.
Una noche redonda, sí.
Lo admito: he estado tentada a hablar con Jane muchas veces. Si no lo he hecho, es porque no estoy segura de si la situación empeorará al hacerlo. Nos hemos peleado otras veces, pero nunca me he sentido tan fuera de lugar a la hora de afrontarlo. Es una mierda, porque me estoy haciendo la dura para no parecerle pesada, pero en el fondo lo único que quiero es que volvamos a la relación que teníamos antes de anoche.
Y, a la vez, una pequeña parte de mí se alegra de que haya cambiado. Anoche estaba demasiado saturada como para analizar el beso que me dio, pero ahora, en frío... me he dado cuenta de lo que sentí. No estoy muy segura de qué significa, pero sí que sé que, cada vez que pienso en ella, un nido de nervios se me instala en la parte baja del estómago. Esto no me pasaba antes. O me pasaba e intentaba ignorarlo. Ahora ya no puedo hacerlo. Es como si hubiera abierto esa parte de mí con un beso, y ahora ya no encontrara las llaves para volver a cerrarla.
Yo no quiero que la cierres, así que perfecto.
Pero, de nuevo... no sé si hablarle o dejar pasar unos cuantos días más.
Soy la primera en terminarme el desayuno, y subo las escaleras arrastrando los pies. Pelusa está en mi cama cuando me dejo caer a su lado y suelto un suspiro.
—¿Crees que voy a morirme sola? —mascullo.
Mi querida mascota sigue lamiéndose el culo e ignorándome categóricamente. Supongo que es su equivalente a que sí, voy a morirme sola.
Mi día transcurre con tranquilidad. Toco el piano —frustrada porque no puedo concentrarme y no me sale bien—, veo la televisión con mis tíos —nada que a mí me guste, porque ellos tienen el mando— y trato de arreglar mi pobre moto todavía destrozada —de nuevo, sin ningún remedio—.
Y así transcurre mi fin de semana: sin hacer absolutamente nada de provecho.
El lunes llega tras lo que me parece una eternidad y, a la vez, demasiada lentitud. Me paso las clases haciendo garabatos en mis cuadernos, y por la tarde espero impaciente a oír la campanita de la tienda y que Jane aparezca por la puerta.
No lo hace.
Mi semana transcurre con tranquilidad. Una que no he pedido y que, aunque antes me gustaba, ahora me pone de los nervios. Astrid y Ashley, por lo menos, no parecen del todo enfadadas conmigo. Ya no hablamos como antes y noto que han puesto cierta distancia, pero a la vez no me tratan mal, ni me hacen el vacío. La que no ha cambiado es Jules, que finge que no existo excepto por cuando se piensa que no la veo y me mira fijamente. Cada vez que le devuelvo la mirada, da un respingo y vuelve a lo suyo como si yo no existiera.
Mal rollito.
Creo que Rebeca se da cuenta de que ahora paso mucho tiempo sola, porque lo único que hace en su tiempo libre es venir a verme, acompañarme a mis clases y demás. Por lo menos, hasta que le pido que deje de hacerlo. Aprecio su interés, pero no necesito una niñera y, además, ella también tiene sus amigos. No quiero ser el motivo por el que pasa de ellos.
Todos los días hablo con Tommy y, aunque no le cuento mis problemas, creo que intuye que algo pasa, porque está especialmente insistente con el mandarme vídeos graciosos. Le respondo con lo mismo y, dos noches consecutivas, él usa mi número para desahogarse sobre sus problemas. Me gusta escucharlo, porque así me distraigo de los míos y, además, puedo echarle una mano; pese a que tiene muchos amigos, siento que no puede desahogarse con ninguno más que conmigo, así que dejo que lo suelte todo.
Es un jueves por la noche cuando, por fin, me decido a hablarle a Jane.
Ha subido una foto en la que está eligiendo una canción en la base musical de algún local al que habrá ido con sus amigos. Señala la pantalla con el dedo índice, y se ve que acaba de elegir Nellie de Dr. Dog. Le doy a me gusta sin siquiera pensarlo. Tiene unos cuantos. Y la foto no cuenta con ningún tipo de descripción, pero aun así todos sus amigos, algunos que ya he visto en otras publicaciones, le han comentado.
Leo los comentarios por encima, con distracción, hasta que mi cerebro los procesa. Y, mierda, no quiero emocionarme antes de tiempo, pero me siento un poco más tiesa en la cama y me quedo mirándolos con el corazón latiéndome a mil por hora.
'Me preguntó en quién estará pensando, ¿eh? Jaja'
'Esas indirectas... ;)'
'Hazlo un poco más evidente, Jane, jajajajajjaja'
Hay más comentarios, pero yo solo puedo ver esos tres. Y no, no quiero emocionarme antes de tiempo.
Peeeeeeero...
A ver, podría ser para Astrid, supongo.
Peeeeeeeeeeeeeeeero...
¿Y si es...?
No, no, imposible.
Peeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeero...
¿Y si es por mí?
¿Es muy creído que lo piense?
No estoy muy segura, pero ahora estoy muy nerviosa y necesito una respuesta. No, mejor dicho, necesito hablar con ella. Ahora tengo la excusa perfecta, así que le reenvío su propia publicación en forma de mensaje privado y empiezo a teclear antes de que pueda pensármelo lo suficiente como para cambiar de opinión.
Livvie: ¿Debería incluir esta en la lista de canciones que me pasaste?
Y espero. Me quedo mirando la pantalla mientras me mordisqueo la uña del pulgar, impaciente, y sigo esperando. ¿Por qué tarda tanto? Vale, han pasado solo cinco minutos, pero a mí me parecen una eternid...
Cuando el sonidito de un mensaje resuena, el móvil se me resbala entre los dedos. Vuelvo a recogerlo a toda velocidad.
Jane: ¿La has escuchado?
Livvie: Todavía no...
Jane: Pues ya estás tardando.
Livvie: Vale, capitana.
Me manda un emoji de un demonio y esbozo una sonrisa. Mientras tanto, me pongo la cancioncita de fondo, aunque no le presto ni la más mínima atención. Lo único que puedo hacer es mirar su chat.
Jane: ¿La estás escuchando?
Livvie: Sip.
Jane: Bien.
Livvie: No está mal.
Jane: Podrías fingir un poco más de entusiasmo.
Livvie: OMGGGGG ES GENIAAAAAL
Jane: Exacto.
Estoy a punto de seguir escribiendo, pero entonces uno de sus mensajes me interrumpe.
Jane: Tengo que irme, ya hablaremos otro día.
Livvie: Oh, vale.
Disimula esa decepción, por favor.
Me quedo esperando otro mensaje, pero nunca llega. Se desconecta y yo, ahora un poco triste, me quedo escuchando el resto de la canción.
El viernes por la mañana, mamá y papá me despiertan con un desayuno en la cama. Sé que algo va mal en cuanto lo veo, y efectivamente así es.
—Esta tarde tienes cita con la doctora que nos recomendaron —dice mamá en un tono muy controlado.
—¿Con la loquera?
—Olivia. —La voz de papá suena a advertencia.
Paso de discutir con ellos, así que me limito a aceptarlo mientras sigo comiéndome mi desayuno en silencio. Parecen aliviados.
La consulta está a menos de diez minutos andando desde casa, así que voy dando un paseo nada más cerrar la tienda de papá. Me abren a los pocos segundos de llamar al timbre y, tras esperar en una sala blanca con sillas de plástico, una mujer abre la puerta de uno de los despachos y me pide que la acompañe.
—Olivia, ¿no es así? —pregunta una vez nos metemos en su despacho.
—Livvie. O Liv. O lo que quiera.
No es como me esperaba; tiene el pelo gris y muy corto, un atuendo bastante sencillo y unas enormes gafas de pasta negra, de esas que ya nadie se pone porque han pasado de moda desde hace muchos años. Debe tener, como mínimo, sesenta años. Aun así, su energía es muy juvenil.
—Livvie, entonces —dice, una vez ambas nos sentamos a cada lado de su escritorio—. Soy la doctora Jenkins, encantada de conocerte.
—Mmm...
No estoy muy segura de si el murmullo ha sido un sonido de protesta o de aprobación, pero de todas formas ella sonríe como si no lo hubiera oído. Acto seguido, saca una libretita y un bolígrafo —otra antigüedad, por cierto—, y apunta algo rápidamente con el cuaderno apoyado en su rodilla, de manera que no puedo ver qué pone.
—Según tengo entendido, no has venido por voluntad propia —suelta de golpe, sorprendiéndome.
—Em... bueno...
—No pasa nada, ¿eh? Cuanto más sinceras seamos, mejor.
Abro la boca para volver a negarlo, pero después me doy cuenta de que no tendría ningún sentido y asiento con la cabeza. Ella me imita y apunta algo más.
Oye, yo quiero ver qué pone ahí.
—Muchos pacientes vienen convencidos por sus familiares —me asegura—. No tienes por qué sentirte mal por ello.
—Ah, bueno...
—¿Por qué no empezamos por algo muy sencillo? —sugiere en voz calmada—. ¿Cómo estás?
—Bien.
Me jode un poco ser esa clase de paciente, pero es que es verdad. A parte de lo de la fiesta del fin de semana pasado, no estoy mal. ¿Podría estar mejor? Probablemente. Pero eso no equivale a estar mal.
Ella no parece para nada sorprendida con mi sequedad.
—¿Qué tal tu día? —pregunta.
—Bien.
—¿Podrías contarme lo que has hecho?
Se lo cuento, claro. Lo de la academia, el piano, la tienda de papá y luego el ir a verla a ella.
—¿Es lo que sueles hacer? —pregunta.
—Sí, más o menos. Ya sé que es un poco aburrido...
—Lo aburrido está muy infravalorado —asegura con una sonrisa—. Y también es muy relativo, claro. A mí me parece que tener tres ocupaciones al día es muy entretenido.
—Ya, bueno...
¿Puedo dejar de decir lo mismo todo el rato? Qué estrés.
Ella, sin embargo, sigue tan tranquila.
—¿Qué tal te va en clase? —pregunta entonces.
—Bien, supongo.
—¿Te gustan tus asignaturas?
—Me gusta más practicar sola en el piano de mi casa, pero no están mal.
Y así transcurre la hora. Es sorprendentemente fácil, pero a mí no me sale ser demasiado simpática. Estoy muy cortada, como si cualquier respuesta que dé fuera a ser utilizada en mi contra o algo así. Me gustaría ser más amable con la información que le doy, pero es que no me sale. Y a ella no parece importarle demasiado.
De hecho, me da la sensación de que no le desagrado del todo. Es un poco raro, porque estoy rozando el ser una maleducada, pero aun así la doctora Jenkins mantiene la sonrisa y la compostura.
—Pues creo que eso es todo por hoy —dice entonces, mirando la hora—. Gracias por venir a verme, Livvie.
—¿Ya está?
No me ha hecho preguntas sobre cambios de humor, ni de dramas, ni de nada relacionado con todo lo que se suponía que tendría que preguntarme. Simplemente, se ha interesado en conocerme un poco.
Mi sorpresa hace que sonría, divertida.
—¿Quieres quedarte más tiempo?
—No, no...
—Pues ya está, entonces. ¿Nos vemos la semana que viene, a la misma hora?
—Em... vale...
En serio, tengo que dejar de hablarle en monosílabos. Esto empieza a ser muy triste.
La doctora Jenkins se pone de pie y me acompaña a la salida. Yo me dejo llevar, todavía un poco sorprendida por lo suave que ha sido todo. En cuanto nos despedimos y cierra la puerta, me quedo un poco en blanco. ¿Ya está?, ¿eso es todo? Ni siquiera ha sido desagradable.
Como he puesto el móvil en silencio durante la hora, no he oído ninguna de las notificaciones que me han llegado. La mayoría son de Tommy y sus vídeos divertidos, que ya veré cuando llegue a casa.
Hay una, sin embargo, que me llama mucho más la atención.
Jane: ¿Estás en casa?
No, pero puede ir corriendo.
Eso, haciéndonos las interesantes.
Me quedo mirando el mensaje un momento. Lo ha mandado hace veinte minutos. Intento no emocionarme antes de tiempo, y más después de recordar cómo fueron las cosas ayer y lo seca que estaba ella.
Livvie: Estoy cerca.
Jane: Vale.
Livvie: ¿Necesitas algo de la tienda?
Jane: Necesito verte a ti.
Vaaaaya, no sé si leer ese mensaje como una amenaza o como todo lo contrario, pero mi abdomen empieza a contraerse con los nervios. Mierda, en cualquier momento le vomitaré encima, y no creo que esa sea una muy buena forma de hacer las paces.
Jane: Mándame tu ubicación.
Algo en su tono no me deja lugar a discusión, así que eso hago. Y espero en la acera, toqueteando el móvil de forma compulsiva, preguntándome cuánto tardará en aparecer.
Lo hace en cinco minutos. Vaya. Alguien estaba cerca.
Se detiene en un coche gris que reconozco como el de su padre, y me subo sin siquiera dudarlo. Dentro huele bien. Huele a su perfume, que ni siquiera me había dado cuenta de conocer con tanta facilidad. Está sentada con una mano en el volante y la otra en el cambio de marchas, y toquetea este último con un poco de ansia. Ni siquiera me mira y, aunque por un momento pienso que se debe a que está enfadada, pronto entiendo que es porque está nerviosa.
—Hola —murmuro.
—Hola.
Nos quedamos así, en silencio, durante unos instantes.
—¿Te apetece ir a una fiesta? —pregunta entonces, de nuevo sin mirarme.
—Em...
A ver, normalmente diría que sí, pero voy vestida con una sudadera y unos pantalones cortos, y tengo el pelo mal atado en un moño.
Ella, en cambio, va divina: con una camisa abierta y un top debajo que le deja ver el ombligo. Y unos pantalones cortos. Nunca la he visto tan arreglada, y me quedo mirándola un momento más del necesario. Al menos, hasta que se vuelve hacia mí y me obligo a centrarme otra vez.
—¿No? —sugiere, un poco sorprendida.
—A ver, después de lo de la última fiesta...
—Ah, bueno. Entendible.
Silencio.
Se queda mirándome unos instantes y, aunque siento que quiere decir algo más, termina sacudiendo la cabeza.
—Es que es el cumpleaños de mi prima —dice al final—. Si no salgo ahora, no llegaré a tiempo.
—Bueno, puedo acompañarte en coche y luego vuelvo en bus.
—¿Segura?
—Sí, sí. Así... em... hablamos un poquito.
Jane asiente, no muy convencida, y al final arranca el coche. Conduce de forma muy suave y controlada, y eso me gusta por un motivo que no sé explicar.
Me pregunto si debería decir algo, aunque es verdad que quien se supone que tiene algo que comentar es ella. Es quien ha dicho que tenía algo que decir.
Como no tiene pinta de que vaya a hablar en un futuro cercano, me acomodo mejor en mi asiento y miro por la ventanilla. Se está alejando del centro de la ciudad para meterse en una autovía. Intento concentrarme en eso para centrarme y no perder la cabeza por los nervios.
—Sobre lo de la otra fiesta... —empieza entonces.
—¿Sí? —pregunto, con un poco más de ansia de la estrictamente necesaria.
—... siento lo del beso. No estuvo bien. No debí hacerlo.
Vale, no es lo que me esperaba.
Mantengo la mirada pegada en la ventanilla, tratando así de que no vea mi expresión decepcionada. ¿A qué viene eso?, ¿se arrepiente o qué? Yo no me arrepiento. No lo entiendo.
—No pasa nada —digo, sin embargo, en voz bajita.
Noto que me echa una ojeada rápida antes de volverse de nuevo hacia la carretera. Por el rabillo del ojo, veo que pasa las manos por el volante. Efectivamente, está igual de nerviosa que yo.
—Quiero decir que no fueron las circunstancias adecuadas —añade.
Eso ya suena mejor.
—Ah.
Me he quedado en blanco, mierda. ¿Qué me pasa hoy?
—Siento que tu primer beso fuera así —digo al final, sin saber muy bien cómo sentirme al respecto.
—No pasa nada. Podría haber sido mucho peor, supongo.
No es precisamente la frase de consuelo que me gustaría oír, así que me hago un poco más pequeñita en mi asiento. Sigue sonando arrepentida de haberme besado, y eso no me gusta. Me hace sentir mucho peor de lo que esperaba. Me he preparado para tantas cosas que no he pensado en justo esta.
Livvie sale de la autovía y se mete por un caminito de árboles. Quizá, si no fuera porque ahora mismo me estoy hundiendo en el coche de su padre, podría comentar lo bonitas que son las vistas. Pero no estoy en mi mejor momento.
—Siempre puede ser peor —admito en un tono un poco agrio.
Nos quedamos en silencio varios minutos seguidos. Los más incómodos y frustrantes de mi vida. Noto que me mira, pero no le devuelvo la mirada. No sé explicarlo, pero de pronto estoy muy dolida. Mantengo la mirada clavada al frente, sin llegar a ver nada, aun cuando le da el nombre al vigilante de la urbanización. Oigo que comenta algo de la fiesta, pero apenas la escucho. Y entonces aparca el coche.
—Pues... aquí estamos —dice.
Supongo que es mi pista para irme, así que trago saliva y abro la puerta sin mirarla.
—Pásatelo bien —murmuro.
Estoy tan segura de mi situación que no me espero su mano cogiéndome de la muñeca. Me quedo muy quieta en mi lugar, con una pierna ya fuera del coche, y me vuelvo para mirarla. Jane tiene el ceño fruncido por la confusión.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—¿Eh?
—¿Te has enfadado?, ¿qué he hecho mal?
Oh, mierda. Mi expresión se suaviza al instante, y no se me escapa el detalle de que no me ha soltado la muñeca.
—Nada —aseguro en voz baja.
—Pero está claro que algo te molesta.
Sí, pero no puedo decirle que me siento mal porque ella se arrepienta de nuestro beso. Es demasiado patético incluso para mí.
Así que sacudo la cabeza.
—No está relacionado contigo —miento de forma muy descarada, y por su expresión supongo que lo sabe, pero no insiste—. Debería irme ya o no llegaré a tiempo para el autobús.
Jane me contempla unos instantes, dudando, pero finalmente me suelta la muñeca. Mi piel echa de menos su tacto, pero lo disimulo bajando del coche y alejándome rápidamente de este. El ruido de la fiesta me acompaña en los pocos metros que recorro, pero entonces me detengo.
Al volverme, veo que Jane se ha bajado del coche y me mira. No sabría ubicar muy bien su expresión, pero sé que una parte de ella es preocupación.
—¿Por qué no puedes hablar conmigo? —pregunta.
Su tono cansado me pilla un poco desprevenida.
—¿Qué?
—Te he preguntado si he hecho algo malo, está claro que sí, y no quieres decírmelo. ¿Tanto te cuesta abrirte un poco conmigo?
De nuevo, su vulnerabilidad me pilla completamente por sorpresa. Doy un paso hacia ella y, aunque no lo retrocede, siento que se ha alejado mucho de mí. Ella sacude la cabeza, frustrada.
—No te entiendo —dice al final.
—Yo tampoco me entiendo mucho a mí misma —admito en voz baja.
Al menos, mi respuesta parece que la tranquiliza un poco.
—¿Puedes hacerme un favor? —sugiere—. Solo quiero saber si he dicho algo que te hiciera sentir mal. Solo eso.
Estoy a punto de negarlo. A punto. Y entonces me doy cuenta de que eso sería todavía peor. Además, no tengo por qué hacerlo. No tengo por qué mentirle.
—Pues... sí. —Mi voz se vuelve más decidida y doy otro paso hacia ella—. Sí, me molesta que hables de nuestro beso como si te arrepintieras de habérmelo dado.
—No es...
—Me molesta que fueras a esa fiesta con Astrid, también —añado, envalentonándome y dando otro paso—. Y me molesta porque sé que realmente no querías hacerlo, que solo lo hiciste para molestarme.
No sé si he arriesgado mucho con eso último, pero por su expresión culpable descubro que la he pillado de lleno.
De todos modos, pronto la cambia por una irritada.
—Mira, entiendo lo primero, pero... ¿me estás acusando de ir con otra persona? ¡Tú fuiste con Rebeca y Tommy!
—No es lo mismo.
—¿Y qué diferencia hay, Livvie? ¿Me dirás que ninguno de los dos te interesa en lo más mínimo?
—Lo mío con Tommy es amistad —aclaro, tensa.
—¡Una amistad en la que os acostáis juntos! ¿Y con Rebeca? ¿Cuántas veces he tenido que ver cómo te la comías con la mirada sin poder decir nada?
—P-pero... —Mierda, no sé cómo defenderme de eso—. No es lo mismo.
—¿Y qué diferencia hay?
—Desde que la besé ya no...
—¿...qué?
Lo ha dicho como un ladrido, y su expresión cambia por completo. Me quedo mirándola, pasmada por su perplejidad.
—¿Qué? —repito su misma palabra, confusa.
—¿La besaste?, ¿cuándo?
—En... en la fiesta por...
—¿La besaste? —repite en voz baja—. ¿La misma noche en la que tú y yo nos besamos?
Mi cerebro funciona a mil revoluciones por segundo. Intento recrear la escena en que nos dimos un beso, y recuerdo que Jane estaba delante. ¿Por qué se sorprende?
Y entonces me llega. Veo su expresión dolida y lo comprendo perfectamente. No cae en que me refiero a ese beso de apenas rozarnos los labios en medio de un juego; se piensa que, después de que ella se marchara, yo me fui a besar a Rebeca.
—No, espera —intento decir en tono dubitativo—, no es lo que...
Su risotada irónica —y dolida— me interrumpe.
—Y yo intentando arreglar las cosas... —murmura.
—¡No es lo que te piens...!
—¡Cállate, Livvie! —espeta, y me deja clavada en el sitio—. ¡Pensaba que había algo que solucionar, pero ya veo que me equivocaba!
—Pero ¡espera!
Joder, ¿por qué tiene que ser todo tan complicado?
Sino no hay trama.
No me da tiempo a decirle nada, porque se da la vuelta y sale prácticamente corriendo al interior de la fiesta. Y yo hago el ademán de seguirla, claro. Al menos, hasta que me doy cuenta de dónde estamos.
Mierda. Cumpleaños. Su prima.
Es la puñetera casa de Ellie.
Me quedo ahí, paralizada, y más cuando Jane ve que su prima está en la puerta hablando con Rebeca. Me mira por encima del hombro, su enfado creciendo a cada segundo, y entra hecha una furia en la casa, sorprendiendo a ambas.
Y, a ver, normalmente no entraría. O, mejor dicho, no lo haría por cualquiera. Y más en una situación tan incómoda.
Pero supongo que hoy toca sacrificarse.
Lo que hay que hacer para ligar.
Entro con la cabeza medio agachada, muerta de la vergüenza, y tanto Ellie como Rebeca abren mucho los ojos con sorpresa.
—¡Perdón, te juro que volveré a salir enseguida, solo necesito un momento! —le aseguro a Ellie con voz atropellada por el bochorno—. ¡Y... em... feliz cumpleaños!
Por suerte, no me persigue para sacarme de su casa.
Y... creo que esta es la peor decisión que he tomado en mi vida.
No hay manera de encontrar a Jane. No sé cuántas vueltas doy, a cuánta gente pregunto... no sirve de nada. Es como si hubiera desaparecido. Llego a preguntarle incluso a Víctor cuando me lo cruzo, pero está tan sorprendido con verme por ahí que apenas es capaz de responderme, así que reanudo la búsqueda.
Ya es medianoche cuando me doy cuenta de que, simplemente, no quiere que la encuentre. Da igual las vueltas que dé por la casa, la cantidad de mensajes que le mande, las llamadas que intente hacerle... no quiere hablar conmigo. Mierda. Solo necesito que lea cualquiera de los mensajes en los que le explico que no fue nada, que fue solo un juego y que ni siquiera me gustó, pero dudo que lo esté haciendo. Puedo vivir con que esté enfadada conmigo por un buen motivo, pero que sea por un malentendido me desespera. Y más sabiendo que la he dejado tan destrozada.
Mierda, qué desastre. Y tengo que volver a casa antes de que papá y mamá empiecen a preocuparse. Les he dicho que iba a hablar con una amiga antes de volver, pero estarán ansiosos de que les cuente cómo ha ido con la doctora. Tengo que volver.
Pruebo a mandarle un último mensaje a Jane, pero pasados unos minutos me doy cuenta de que no responderá. No hoy, al menos. Tengo que irme a casa.
Me doy la vuelta, buscando la salida, y lo único que encuentro es un plato que se dirige directamente contra mi cuerpo. Sorprendida, doy un paso atrás y levanto la cabeza. El pastel todavía me cae por el cuerpo cuando encuentro la mirada de Ellie, que todavía sujeta el plato que me acaba de estampar.
—Pero ¿qué...? —Me sale, perpleja.
¿Acaso Jane le ha contado algo y está enfadada? Joder, no pensé que llegaría a un enfado nivel arruino mi tarta de cumpleaños para echarte de mi casa.
Sin embargo, su expresión se vuelve furiosa en cuanto entablamos contacto visual, así que supongo que efectivamente ese es el motivo del ataque pastelero.
—¿No has dicho que te irías enseguida? —espeta.
Oh, no tengo el día para esta mierda. Ni la semana. Ni el mes.
—¿Esta es tu forma de decirme que me vaya? —espeto en su mismo tono. En otro momento me iría para evitar el conflicto, pero hoy no me da la gana—. Tan pacífica como siempre.
Conocer al enemigo tiene sus ventajas, y una es que puedes atacar justo donde duele. Sé que esa frase le va a joder mucho.
Pero la desventaja es que, cuanto más se enfade, pero será la discusión.
—¡Eso te pasa por meterte en medio! —salta, furiosa—. ¿Se puede saber qué le has hecho a Jane?
—¿Yo?
Oh, no. ¿Qué le ha contado?
—Sí, ¡tú! ¡Estaba muy disgustada, y sé que es por tu culpa!
—Pero ¿qué eres ahora?, ¿mi consejera matrimonial?
—¡Vete ahora mismo!
—¡Eso intentaba!
—¡Pues hazlo mejor!
Y eso hago: lo intento mejor.
¿Resultado? Chocarme de frente con ella al intentar apartarnos a la vez. Quizá no sería tan ridículo de no haber sido que ambas resbalamos sobre el pastel que queda por el suelo y, como consecuencia, caigo sobre ella.
No sé cómo me las apaño para apoyarme sobre mis manos y no aplastarla, pero de poco sirve, porque le doy un rodillazo sin querer. Ellie, desde el suelo, se pone roja de rabia y me da un empujón. Frustrada, se lo devuelvo. Y, cuando me da otro, nuestra fuerza bruta hace que rodemos por el suelo.
No es mi primera pelea, pero sí que es la más rabiosa que he tenido en mucho tiempo. No sé en qué momento empiezo a pagar todas mis frustraciones contra Ellie, pero siento que ella hace exactamente lo mismo. Nos tiramos del pelo, nos damos puñetazos, algún que otro insulto se escapa y, sin embargo, lejos de sentirme enfadada... me siento aliviada, como si me estuviera librando por fin de un peso que llevo mucho tiempo arrastrando.
Y entonces ella, en medio de los gritos de ánimo de la gente para que sigamos peleando, me da un codazo en la cara. El dolor es instantáneo, y me ciega por un momento. El sabor a sangre hace que la suelte y me cubra la boca con las manos, ahogando un jadeo de dolor, y ella se separa por un segundo, asustada por lo que acaba de pasar.
Es exactamente lo que necesitan los dos policías para separarnos.
No sé de dónde coño han salido, pero de pronto solo oigo las sirenas de sus coches. Trato de decir alguna cosa, pero mi boca se llena con el sabor a sangre y lo único que consigo es que el policía me coja de las muñecas y me dé la vuelta para ponerme contra el suelo. Noto las esposas y, de forma inconsciente, me vuelvo para mirar a Ellie. Está exactamente en la misma situación, solo que ella se remueve y grita, tratando de liberarse, mientras que yo me limito a quedarme muy quieta, en completa perplejidad.
Lo último que pienso cuando el policía nos obliga a ponernos de pie... es en la bronca que me echarán mis padres.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top