Capítulo IX

IX - CALMA


—Así que la cita ha sido todo un éxito, ¿eh?

El tono burlón de Tommy hace que ponga los ojos en blanco y cierre la ventana detrás de mí. No sé qué le ha dado últimamente a todo el mundo con colarse por la ventana de la habitación de los demás, pero no puedo ser menos.

He ido a ver a Tommy porque... bueno, porque sí. No creo que necesite mucha justificación.

Él va vestido solamente con una camiseta y unos calzoncillos, y tiene la consola de su habitación encendida. Como siempre, no ha hecho la cama y hay bolsas de comida por todos y cada uno de los muebles. Por impulso, tomo unas cuantas de las vacías y las lanzo a la basura.

Él me observa hacerlo y vuelve a colocarse los auriculares.

—Oye, tengo que irme —les dijo a los demás miembros de su partida—. Sí, en serio. ¡Tú el otro día te fuiste a cenar y yo no me quejé tanto, así que cállate!

Cuelga sin añadir más, muy airado, y va a apagar la consola.

—¿No te parece que va siendo hora de dejar de discutir con críos de siete años por internet? —sugiero.

—Jamás. Bueno, ¿vas a decirme cómo ha ido la cosa o qué?

Suspiro y me quito los zapatos. Después, me tiro sobre su cama. Él hace lo propio y entrelaza los dedos tras su cabeza, mirándome con curiosidad.

—Nada muy interesante —digo al final.

—Oh, vamos. No me lo creo.

—Jane y yo hemos estado picándonos todo el rato con comentarios irritantes. Al final, le he dicho que, si ella dejaba su cita, yo dejaría la mía.

—¿Y bien?

—Justo le ha llamado alguien para hacerle una entrevista de trabajo, así que al final me ha dejado sola con Rebeca y Astrid. —Hago una mueca de disgusto—. No ha sido muy divertido. Básicamente, yo miraba el móvil y ellas hablaban entre sí.

—Bueno, te lo mereces. Igual que Jane. Después de todo, os habéis aprovechado de ellas.

—Yo no me aproveché de Rebeca, ¡le dije en todo momento de qué iba la cosa!

—¿Y Jane?

—¿Estás seguro de que ella no iba en serio con Astrid? Porque yo no.

Tommy lo considera unos instantes.

—No lo sé —admite—. ¿Quieres seguir hablando de ello?

—No. Dime cómo ha ido tu día.

—Bien. —Al igual que yo, tampoco entra en muchos detalles. Nos quedamos un momento en silencio—. ¿Vas a quedarte a dormir?

—Si me dejas... En casa están dos amigos de mis padres, así que estaré más tranquila contigo.

—Si te dejo dormir, claro. —Intenta un ojo, pero pierde un poco de credibilidad cuando se le cierran los dos a la vez.

—¿Eso es un intento de seducirme?

—Eso es un intento de sentirme sexy. No juegues con mi sensualidad, por favor.

Sonrío, aunque sin muchas ganas, y finalmente me meto bajo las sábanas. Tommy me observa con extrañeza, como si no le cuadrara que no me moleste en ponerme siquiera un pijama.

—Oye, ¿va todo bien? —pregunta.

—Sí, sí. Es que estoy cansada.

Me tumbo de lado y me subo las sábanas hasta el mentón. La habitación permanece unos segundos en silencio. Tommy, al cabo de unos instantes, se tumba también, aunque no me toca.

—¿Quieres que te abrace o prefieres que cada uno se quede en su lado? —murmura al final.

—Abrázame, si te estás muriendo de ganas.

Ha sido un intento de hacer una broma, pero el tono de voz no lo acompaña demasiado. Por lo menos, Tommy se adelanta y me pasa un brazo sobre la cintura, por encima de las sábanas. Noto su aliento en la nuca, pero no hace un solo ademán de acercarse más.

—Oye... —empieza entonces—. Sé que no te gusta que te pregunte, pero...

—Estoy bien —aseguro enseguida.

—¿Segura?

—Sí, Tommy.

—¿No es... como la otra vez?

—¡No! —aseguro enseguida, aunque no me vuelvo para mirarlo—. No lo es.

Pese a que no le veo la cara, sé cuál es su expresión. Para calmarlo, me echo un poco más para atrás para pegarme a él.

—No es como la otra vez —repito.

—Vale... te creo.

—No suenas como si me creyeras.

—¿Podrías... hablar con el psicólogo ese de tu escuela? ¿Aunque sea solo para que nos quedemos más tranquilos?

—¿Nos quedemos? ¿O te quedes tú más tranquilo?

No me doy cuenta de lo odiosa que he sonado hasta que nos quedamos en silencio. Suspiro con pesadez.

—Lo siento —murmuro—. No debería hablarte así.

—No pasa nada.

—Sí que pasa. Hablaré con Johan.

—¿Se llama Johan?

—Sí.

—No me cuadra. No es nombre de psicólogo.

Sonrío al instante.

—¿Y cómo se supone que es un nombre de psicólogo?

—No sé. Leonard, Alfred, cosas así.

—¿Y Johan no?

—Johan es nombre de tipo que te manda fotopollas por Omega y que cuando lo bloqueas le dice a sus amigos que tampoco estabas tan buena.

Esta vez no puedo evitarlo y suelto una carcajada. Más animada, señalo la consola.

—¿Quieres que juguemos a una partida? —pregunto.

Apenas puede contener el entusiasmo.

—¡VALE! ¡Voy a enseñarte como mato a todos los trolls malignos yo solo porque los demás son unos inútiles!

—Tienen siete años, Tommy.

—Tener siete años no justifica la inutilidad. ¡Vamos!

○○○

Han pasado varios días desde la cita desastre... y hoy me he despertado con un poco de dolor de cabeza. Mientras dejo un libro en la taquilla, aprovecho para meter la cabeza en ella y soltar un suspiro.

Quizá eso de subir otro vídeo anoche no fue muy buena idea.

Quién sabe.

No sé muy bien cómo surgió. Estaba en casa con mis dos tíos, charlando, y de pronto me apeteció tocar el piano un rato más de lo habitual. Y me dije, ¿por qué no lo grabo, y así tengo más material para mis queridos y numerosos veinte seguidores?

Sí, bajaron a veinte, porque descubrí que mis tíos formaban parte de mis me gusta y, como Tommy, me rompen la estadística.

¿Cómo se atreven? Qué descaro.

Decidí tocar una pieza más moderna y, en lugar de ir a por un compositor del siglo dieciséis, preferí tirar por algo de la época de mis padres. Una canción que mi padre odiaba y mi madre, por otro lado, adoraba. I want it that way. Era una elección un poco rara para tocar en un piano, y quizá fue por eso que llamó tanto la atención.

Y vaya si llamó... En cuestión de unas diez horas, he pasado de tener veinte seguidores a tener seiscientos treinta y dos.

Seiscientos-treinta-y-dos, REPITO.

Es un número muy grande, ¿no?

Piensa que peor sería un seiscientos sesenta y seis.

Meto la cabeza un poco más hondo en la taquilla y suelto un suspiro pesado. Todo empezó con un comentario de una chica compartiéndoselo a su amiga, y a partir de ahí se formó una cadena de recomendaciones un poco extraña. Y no solo eso, sino que también hubo personas que pusieron en comentarios las siguientes canciones que querían escuchar. Las había de todo tipo. Y, cada vez que entraba en comentarios, había mínimo dos o tres más.

La pregunta es: ¿me gusta? Porque por un lado lo hace, pero por el otro... me abruma. No sé si estoy preparada para el momento en que reciba la primera crítica. No sé cómo enfrentarme a tanta gente y sobrevivir en el intento.

—¡Buenos días!

La voz alegre de Rebeca, aunque normalmente me alegra, hoy hace que ponga una mueca de disgusto. Nada peor que tener a alguien contento alrededor cuando tú estás de mal humor.

Aun así, fuerzo una sonrisa y saco la cabeza de la taquilla.

—Hola —murmuro.

—¿He interrumpido un momento importante? —pregunta con diversión—. Parecías muy concentrada, con la cabeza metida ahí.

—Es mi momento de reflexión mañanera.

Rebeca sonríe. Hoy, como casi todos los días, lleva la ropa de bailarina puesta y el pelo atado con cuidado tras la cabeza. La mochila le cuelga de un hombro y los zapatos de ballet del otro, atados entre sí. Siempre que puede, se pasea con las zapatillas. Supongo que será más cómodo.

Es la primera vez que la veo con ese atuendo y no me genera ningún tipo de reacción. Ni nervios, ni ganas de sonreír, ni de mirarla de arriba abajo varias veces. Supongo que no es mi día.

—Vi tu último vídeo —comenta entonces—. ¡Te quedó muy bonito!

—¿Sí? ¿Te gusta?

—Claro que me gusta, Livvie. ¡Me gustaría cualquier cosa que subieras!

Sé que lo dice para animarme, pero igualmente me siento un poco contrariada, como si no me gustara la sensación. Me froto un brazo de forma inconsciente, incómoda.

—Gracias —digo al final.

—Bueno, ¿qué te pareció la cita del otro día? —añade al notar que el tema no me está gustando mucho.

—No estuvo tan mal como pensé —admito—. ¿A ti? ¿Te lo pasaste bien, al menos?

—Entre tus mini-peleas con Jane y charlar con Astrid, me lo pasé genial.

—Menos mal que alguien lo disfrutó —comento con media sonrisa.

—No finjas que tú no lo hiciste.

Abro la boca para responderle, pero entonces noto que alguien se acerca a nosotras. Me tenso de manera inconsciente al pensar que se trata de Jules, pero tan solo son Ashley y Astrid, con grandes sonrisas y un montoncito de papeles bajo el brazo.

Peligro.

—¡Hola, chicas! —exclama Astrid con una sonrisa.

Creo que, de todas las que estábamos en la cita doble, fue la única que no se dio cuenta de la tensión que emanábamos las demás.

—Qué suerte encontraros juntas —dice Ashley, por su parte, y recoge dos papelitos para entregárnoslos—. ¡Aquí tenéis!

Recojo el mío a la vez que Rebeca, y ambas lo leemos con confusión. Pone una fecha y una hora, y una frase que desea que estés disponible para el evento, pero poco más.

—¿Qué...? —empieza Rebeca, y claramente no sabe cómo formular la pregunta sin ser maleducada.

—¡Es por mi cumpleaños! —aclara Ashley con alegría—. Será el sábado que viene, en mi casa. ¡Y recordad traer bikini o bañador, que hay piscina!

Al instante, se me viene la imagen de Tommy siendo la persona más feliz del universo en un ambiente como ese.

—¿Puedo traer a un acompañante? —pregunto.

Ashley está a punto de responder, pero Astrid interrumpe:

—Oh, ya he invitado a Jane, no te preocupes.

Sé que no lo ha dicho como algo malo, ni mucho menos. Pero... en mi cerebro, lo que hace click es la vena irritada. Esa que hace que se me tuerza el gesto.

—No estaba pensando en Jane —aclaro.

—¡Estaba pensando en mí!

Casi me da un infarto cuando Jules, de repente, aparece a mi lado. De hecho, todo el grupo da un saltito por el espanto. Con una mano en el corazón, Rebeca la mira con el ceño fruncido.

—Pero ¡¿de dónde has salido?!

—Estaba pasando casualmente por aquí y he oído la conversación —dice Jules con una gran sonrisa—. ¡Yo te acompaño, Livvie, no te preocupes!

Tanto Ashley como Astrid me miran con confusión, como si me estuvieran preguntando quién es.

—¿Estás segura? —me pregunta Ashley al final.

—En realidad...

—¡Claro que está segura! —interrumpe Jules—. Somos amigas.

—Ah, bueno, entonces vale.

Me quedo mirando la situación un momento. Más concretamente, la expresión satisfecha de Jules. Pero ¿cómo puede ser tan mentirosa? O, mejor dicho, ¿cómo puede vivir tan engañada?

Por desgracia para ella, me ha pillado justo el único día que, probablemente, tengo el mal humor suficiente como para no tolerar esa clase de mierda.

—No —interrumpo justo cuando van a darle una de las invitaciones.

Todo el mundo me mira con sorpresa.

—¿No? —repite ella.

—No somos amigas. Lo siento, Jules, pero no pienso invitarte conmigo. Voy a ir con un amigo.

Silencio.

Jules, que hasta hace un momento tenía una gran sonrisa, empieza a borrarla lentamente hasta que se convierte en una mueca un poco extraña, a medio camino entre la pena y la rabia.

—¿Qué? —pregunta.

—No somos amigas —repito—. Lo siento, pero si te invitan, que sea por ti misma.

De nuevo, nos quedamos todas en silencio. Rebeca, Astrid y Ashley intercambian miradas entre nosotras, sin entender nada. Jules, en cambio, mantiene los labios apretados con fuerza.

—¿No somos amigas? —repite.

—No, lo siento.

—¿Y por qué no?

—Porque tú no quis...

—¿Por qué tienes que ser así? —interrumpe, y me quedo pasmada al ver que se le llenan los ojos de lágrimas—. ¿No te bastó con humillarme el otro día en la cafetería? ¿Tienes que seguir haciéndolo?

—¿Humillarte? ¿Yo?

—Vale, no somos amigas, ya ha quedado claro. ¿Tienes que tratarme así? ¿Qué te he hecho tan malo como para humillarme continuamente delante de todo el mundo?

—Pero... yo no...

—¿Sabes qué? Que quizá no deberíamos ser amigas —replica con la voz temblorosa, y se limpia una lágrima—. Tienes razón. Creo que tu amistad no me hace bien.

—¡¿Que la...?!

—Livvie... —interrumpe Astrid, dubitativa—, no creo que gritar ahora mismo sirva mucho...

—¡No estoy gritando!

—Eso es gritar —susurra Rebeca con precaución.

—¡Porque está mintiendo! —explico con desesperación.

—¿Mintiendo? —repite Jules, pasmada—. ¿No es verdad que dejaste de hablarme?

—¡Pero fue porque tú no...!

—¿Y no es verdad que el otro día intenté hablar contigo en la cafetería y pasaste de mí?

—¡No es tan...!

—¿Se puede saber qué pasa aquí?

La voz de una de las profesoras, que se ha detenido al oír el alboroto, hace que me guarde la respuesta. Todo el mundo se vuelve hacia ella, pero Jules sigue mirándome. Y, en el momento en que nadie la ve, deja de llorar y esboza una pequeña sonrisa.

Y ya está. Es todo lo que necesito.

—Eres una imbécil —me escucho decir a mí misma.

Silencio. Todo el mundo me mira, profesora incluida.

—¿Disculpa? —musita, parpadeando.

Y sé que debería callarme. Sé que, ahora mismo, no estoy jugando a mi favor. Pero no puedo hacerlo. A veces, cuando me enfado mucho, algo dentro de mí impide que haga las cosas con lucidez. Y está empezando a pasarme.

—¿Necesita que lo repita? —pregunto con aspereza.

La profesora entreabre la boca, pasmada, y mira a Jules. Ella, por supuesto, ha vuelto a ponerse a llorar.

—¿Te parece que esa es forma de hablarle a alguien? —me pregunta, al final, la mujer.

—¡Lo es cuando te tratan como si estuvieras loca! ¡Esta chica es una manipuladora! —añado, señalando a Jules.

La aludida sacude la cabeza y los ojos vuelven a llenársele de lágrimas. Tengo que luchar con todas mis fuerzas para no lanzarle algo a la cabeza.

—¡¿Lo ves?! —chillo—. ¡Está fingiendo!

—Ya basta —replica la profesora.

—¡Pero es que está fingi...!

—¡He dicho que ya basta! —corta en seco—. Nada justifica hacer llorar a una compañera, y mucho menos insultarla. ¡Al despacho de la directora ahora mismo!

—¡No!

De nuevo, me contempla con perplejidad. El corazón me late rápidamente, y mis manos tiemblan. Noto que Ashley, Astrid y Rebeca me miran sin saber qué hacer, y Jules sigue llorando. Me da igual. Ahora mismo, solo puedo notar la rabia que me está dando la situación.

—¿No? —repite la profesora—. No es una opción, es una orden.

—No he hecho nada malo.

—¡No lo ponga más difícil! —advierte.

—¿O qué? ¿Me va a arrastrar del brazo?

—¿Veis cómo es? —añade Jules.

—¡Cállate de una vez! —espeto, ya furiosa—. ¿Tan desesperada estás por tener amigos que tienes que montar esta escenita para dar lástima? ¡Es patético!

Adiós, reputación.

Se oye un uuuh general y me doy cuenta de que todo el mundo nos está contemplando. Y, por si no fuera poco, no parecen estar de mi parte. Por la forma en que me miran, deduzco que la situación se puede malinterpretar muy fácilmente.

Pero lo que termina de confirmármelo es que Jules hunde la cara en sus manos, se pone a sollozar, y varias personas se adelantan para consolarla. Astrid y Ashley entre ellas.

—¡Ah, menos mal! —exclama entonces la profesora, y me doy cuenta de que el psicólogo del centro se ha acercado al tumulto de gente—. ¡A ver si puede lidiar usted con esta chica!

Creo que no es hasta que veo a Johan que me doy cuenta de la gravedad de lo que estoy haciendo. Mi rabia se esfuma como si me hubieran pinchado el globo, y agacho un poco la cabeza. Él contempla la situación, suspira y se queda pensando unos segundos.

—¿Por qué no me acompañas, Livvie? —dice al final—. Así hablaremos un rato.

—¡Tiene que hablar con la directora! —exclama la profesora, indignada—. ¡Su comportamiento es intolerable!

—Yo me encargo, muchas gracias.

A él no le digo que no. Cierro mi taquilla, miro de reojo a Rebeca —ella parece pasmada—, y sigo al psicólogo por el pasillo, abriéndome paso entre la gente que se ha puesto en medio de mi camino.

No sé qué es más incómodo, escuchar los murmullos o sentir las miraditas. Al final, decido fingir que no lo estoy notando y me centro en la espalda del terapeuta, que me lleva sin decir absolutamente nada hacia su despacho.

Una vez a solas, él suspira, deja sus libros y carpetas en el escritorio y ambos tomamos asiento a cada lado de la superficie.

Tras unos segundos de silencio en los que se da cuenta de que no pienso decir nada, él es quien lo rompe.

—¿Y si me cuentas lo que ha pasado?

—¿Para qué? —salto enseguida, sin mirarlo—. Está claro, ¿no? La muy imbécil solo ha tenido que ponerse a llorar y ya todo el mundo se ha puesto de su lado.

—Para empezar, intentemos no insultar.

—No, si la única imbécil soy yo, por haber caído...

—Livvie —interrumpe, ahora un poco serio—, ¿puedes explicármelo? Yo no estaba y no he visto llorar a nadie, así que no puedo asumir nada.

Me paso las manos por la cara y, en cuanto las alejo, me doy cuenta de que siguen temblando de forma violenta. Enseguida las escondo bajo la mesa.

—Jules, la chica que lloraba —aclaro—, está loca.

—Vale, ¿y si me lo explicas sin faltarle al respeto?

—¡Es que lo está! ¡O paranoica! ¡O zumbada, como quieras! El primer día me dijo que teníamos que hacernos amigas de la gente más popular, y luego pasó de mí por lo del vídeo de la pelea. Ahora, quiere volver a ser mi amiga y, de repente, ¡hace lo de hoy para darle pena a los demás! ¿Eso no es estar loca?

—¿Qué es lo de hoy?

—¡Se ha puesto a llorar para que todo el mundo se ponga de su parte en la discusión! ¡Es una manipuladora!

Johan me contempla unos instantes, analizándome, hasta que al final aprieta un poco los labios.

—¿Y cómo te sientes al respecto?

—¡¿Y tú qué crees?!

—Me gustaría que me lo dijeras tú, si puede ser.

—Pues... ¡frustrada! ¡Es injusto! ¡No puede hacer eso! ¡Ahora todo el mundo se piensa que yo soy la mala, como en el instituto!

—¿En el instituto pasó algo parecido?

—¡Sí! ¡Una amig... una chica contó un secreto, me enfadé y... nos peleamos! ¡Y, como era yo la que empezó, todo el mundo empezó a odiarme!

—Entonces, ¿sueles enfadarte así muy a menudo?

—No, porque... ¡eso da igual! ¿No me estás escuchando?

—Sí, pero intento centrarme en ti, y no en los demás —explica con una calma que me pone todavía más nerviosa—. ¿Estas reacciones son habituales?

—¡No!

—Entonces, ¿solo han sucedido dos veces?

—¡No es...! —me callo, furiosa, y me paso las manos por el pelo, solo para poder hacer algo—. ¡Eso no importa!

—Yo diría que sí que importa, Livvie. ¿Cuál fue el secreto que esparció esa chica, que tanto te afectó?

Oh, no, eso sí que no. Me pongo bruscamente de pie y recojo mi mochila, que he dejado tirada en el suelo.

—No hemos terminado —repone con calma.

—¡Me voy a casa!

—Livvie, voy a tener que llamar a tus padres —me recuerda—. Ya te avisé una vez. Y, si no lo hago yo, lo hará la directora. No puedes...

—¡¡¡Puedo hacer lo que quiera!!!

Quizá me he pasado, porque se queda perplejo. Sin embargo, no hace que me detenga. Al contrario: empiezo a andar más rápido y salgo del despacho sin mirar atrás.

No hay un plan muy claro. Lo único que sé es que quiero salir del centro, así que eso hago. Y empiezo a andar, furiosa, sin ningún rumbo fijo. Creo que ni siquiera veo donde estoy yendo, así que es un verdadero milagro que no me pase nada malo.

Creo que ha pasado media hora cuando empieza a sonarme el teléfono. Primero es mamá, y al cabo de un rato papá. No respondo. De hecho, lo pongo en silencio. Estoy tentada a lanzarlo en medio de la carretera, pero entonces me doy cuenta de que me he metido en un parque. La alternativa es lanzarlo a alguna fuente, pero paso de seguir andando.

Al final, lo único que se me ocurre es dejar la mochila en un banco cualquiera y sentarme al lado. Acto seguido, hundo la cara en las manos.

Mierda, ¿qué he hecho?

Maldita Jules. Maldito todo. Me propuse tener mejor reputación de la que tuve en el instituto, que esta vez no la cagaría de esta manera. Y... ¿qué he tardado? ¿Un mes? No me lo puedo creer. Tanto esfuerzo... y todo para que se hunda con la imbécil esa. ¡Menuda manipuladora! ¡No me puedo creer que haya hecho todo eso por una estúpida invitación a una fiesta de personas que, seguramente, nunca le importarán tanto como para llegar a conocerlas de verdad!

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando me atrevo a mirar el móvil otra vez. Papá y mamá tienen mi móvil colapsado, pero no tengo coraje para abrir ninguno de sus mensajes o múltiples llamadas perdidas. En su lugar, voy bajando hasta llegar al contacto que me interesa, a quien no me ha hablado desde la cita doble.

Livvie: ¿Puedes recomendarme una canción tranquila?

Honestamente, no espero una respuesta. Pero la recibo de forma casi inmediata.

Jane: ¿Va todo bien?

Livvie: Sí.

Jane: No lo parece.

Livvie: ¿Me recomiendas una, por favor?

Jane: Si me dices qué ha pasado, sí.

Estoy tentada a pasar de ella, pero al final me encuentro a mí misma tecleando.

Livvie: Me he peleado con una chica y luego he salido corriendo del conservatorio.

Jane: Golden, de Hippo Campus.

Livvie: Gracias.

Jane: ¿Y si me mandas tu ubicación, y la escuchamos juntas?

Livvie: No creo que te apetezca hablar conmigo ahora mismo.

Jane: Subestimas lo mucho que me gusta hablar contigo.

Se me escapa una sonrisa, y termino envidándole la ubicación.

Jane llega al cabo de unos diez minutos, y se sienta a mi lado. Sin necesidad de decir nada, toma uno de mis auriculares y ambas nos ponemos a escuchar la canción que me ha recomendado.

Mientras tanto, la miro de soslayo. Hoy lleva el pelo atado en una coleta, con algunos mechones sueltos por la nuca. No lleva nada de maquillaje y, en lugar de pantalones cortos, lleva unos por las rodillas. Por lo demás —camiseta sin mangas y Converse— va exactamente como de costumbre. Incluso ha vuelto a ponerse el montón de pulseras de siempre.

Jane escucha la canción en silencio, y cuando llegamos a la mitad, se vuelve hacia mí. Yo no me molesto en disimular que la estaba mirando.

—¿Quieres hablar de lo que ha pasado? —pregunta al final.

—No.

—¿Ni para hablar mal de la otra? Te aseguro que desahoga.

Esbozo una pequeña sonrisa y niego con la cabeza.

—Vale —accede al final—. Pues como quier...

—¿Crees que soy una persona violenta?

La pregunta la pilla por sorpresa, y se queda contemplándome unos instantes. Incluso diría que contiene una risotada.

—¿Violenta? ¿Tú?

—Me viste una vez, cuando intenté atacar a ese chico en la fiesta...

—¿Al idiota ese? Si no lo hubieras hecho tú, habría sido yo.

—Ya, pero hoy me ha pasado lo mismo.

—¿Y qué? ¡Yo también tengo reacciones de mierda alguna que otra vez!

—¡Pero no es lo mismo! —insisto, frustrada.

—Vale, Livvie, está claro que quieres que te diga algo muy concreto. ¿Por qué no me dices qué es?

—¡No lo sé! —admito con frustración, y dejo de mirarla—. Si lo supiera, seguramente no tendría tantos problemas.

—No tienes tantos problemas —asegura—. Bueno, los tienes, como todo el mundo, pero no son nada que no puedas superar.

—¿Y tú qué sabes?

—No lo sé, pero mejor pensar eso que deprimirnos, ¿eh?

Sacudo la cabeza, divertida.

—Qué gran apoyo eres... —murmuro en tono de broma.

—Oye, ¡he andado diez minutos solo para verte! No tengo ese nivel de compromiso con todo el mundo.

—¿Compromiso? —repito con retintín—. Astrid me ha dicho que vas a la fiesta de Ashley con ella.

—¿Y por qué no lo haría?

—No sé, a mí me da igual.

Parece que va a discutir, pero al final opta por pasar y me roba el móvil para pasar canciones hasta que encuentra una que le gusta.

—No hace falta que hablemos si no quieres —dice al final—. El silencio también está bien.

Estoy a punto de responder, pero al final opto por no hacerlo. Respiro hondo y me pongo a escuchar la canción. Al cabo de unos segundos, Jane apoya su cabeza en mi hombro. Y así escuchamos el resto de la melodía. 


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top