6 El amor verdadero de la bruja - Parte 1
*suspirito de amor mientras los mira* Por fin, tras un viaje largo e intenso, la calma está regresando ❤Hola a todos, aquí Coco, quien les trae un nuevo capítulo de nuestro especial convertido en novela corta y quien, enamorada del otoño, les agradece que continúen aquí conmigo durante estos últimos días de la cozy season 😌✨🍁
Es época de abrazos para soportar al frío, tiempo de ir juntando nuestras cosas para despedir el año. La navidad está a la vuelta de la esquina, ¡y parece ser que un poco se coló a esta historia! 🤣🎁 Pronto verán a qué me refiero, pero mejor no los interrumpo. Vayamos a leer lo que pasó con el mago y la bruja, con la pareja de vampiros, y sobre todo, con la duda que nos hemos cuestionado desde el inicio de esta historia. ¿Qué es el amor de verdad? Ya saben qué hacer, fufufu 💋
Posdata: si de verdad quieren ver un pedacito de la Navidad asomarse, ¡No duden en darse una vuelta por mi libro de Coconoticias! Nos vemos allá.
***
Ese sería el último intento, la última batalla. Meliodas llegó a la pequeña choza rodeada de niebla donde se suponía que se escondía Liz, cada paso siendo una agonía de dolor tras el sacrificio que había hecho. Su sombra se detuvo en la barda de la humilde morada, y esperó, sabiendo que su sola presencia bastaría para invocar a la bruja. No se equivocó. La joven pelirroja salió cubierta con la capa azul que tan bien conocía, y al verlo, una tímida sonrisa asomó a sus labios.
—Mel —balbuceó, acercándose hasta tocar la cerca de madera—. Qué gusto me da verte. No sabía si eso volvería a ser posible.
—Aquí estoy, Liz. He venido a decirte que tuvimos éxito.
—¿Éxito? —Meliodas rebuscó en su capa, y sacó tres paquetes pequeños antes de volver a hablarle.
—El elixir del amor. Creo que ahora lo entiendo, he encontrado la fórmula definitiva.
—Meliodas... —intentó interrumpir, pero él le pidió que parara con un gesto, y comenzó la confesión que tendría que haber hecho años antes.
—Liz, perdóname por lo que te hice. No entendía de lo que hablabas sobre el significado del amor. Desear la felicidad del otro, su paz, ser capaz de realizar sacrificios. Pero ahora lo hago, y he venido a hacer todo eso por ti. —Entonces abrió el primer paquete, el cual resultó ser una botella de intenso color rojo—. Es mi versión de la piedra filosofal. Con ella, no temerás la muerte ni la enfermedad nunca —La depositó suavemente en sus manos, y antes de que ella pudiera hablar, sacó el siguiente paquete, una cajita roja que contenía un anillo de oro —. Conmigo, nunca te faltará nada. Y por último... —Aquel era el verdadero tesoro, la pieza clave de su declaración—. Te dije que conseguiría crear amor. Te alegrará ver que nuestras investigaciones dieron resultados.
Liz le devolvió brevemente los otros regalos para abrir el estuche de terciopelo negro que le ofrecía, y al abrirlo, soltó un respingo, asombrada ante la joya que ahí reposaba. Una piedra cristalina más brillante que un diamante y con todos los colores del arcoíris. La tomó entra sus manos, acunándola como a una avecilla, y lloró en silencio mientras percibía su calor y su latido.
—Usaste ese método, tramposo —rio—. Oh, Meliodas. Después de todo, si me amabas.
—Aún lo hago, Lizzy. Aún podemos estar juntos. —Liz lloró, sonriéndole como cuando eran niños, y tras dar un beso en la brillante superficie de la gema, se la devolvió.
—¿Qué...? —balbuceó él, entendiendo lentamente su último rechazo—. ¿Por qué?
—No estés triste, Meliodas. Lo hiciste. Aunque sea un poco tarde, descubriste lo que es el amor. Debes sentirte orgulloso de un éxito tan asombroso.
—¡No! ¡¿Por qué?! —Fue su turno para llorar, tomando sus manos mientras los regalos caían al piso—. ¿Por qué no me correspondes? ¡¿Por qué no puedes amarme?!
—Si lo hago. Lo haré por siempre, aunque no sea de la forma en que tú lo deseas.
—¿Por qué...? —quiso continuar, pero no pudo seguir haciéndolo, pues en ese momento notó algo bajo la capa de Liz que lo dejó en shock—. ¿Qué es eso? —Ella sonrió más, y se hizo para atrás, descubriendo su vientre. Un enorme y redondo vientre de embarazo—. No...
—Yo también seguí mi búsqueda del amor, querido —explicó con cariño, acariciando la esférica superficie—. Y lo he encontrado. Lo que crece dentro de mí es amor en su estado más puro.
—¿Por qué sigues lastimándome así? —le reclamó, borracho de dolor—. ¿Me odias? ¿Estás castigándome, es eso? ¿Esta es la venganza de la bruja? ¿Por qué no solo matarme y...? —Liz no pudo soportarlo. Dio un paso más allá de la barda, desapareciéndola, y le dio un abrazo tan fuerte que casi lo derriba.
—No, Mel —le susurró al oído—. No te odio. Jamás lo he hecho. Simplemente, no es el destino que los dos estemos juntos —Se separó lo suficiente para ver sus ojos, y besó su frente con todo el amor que le tenía—. Te perdono, Meliodas. Y espero que me perdones a mí también.
Él se quedó callado, intentando asimilar que, pese a ser un maestro en magia del tiempo, había llegado tarde. Pudo sentir el latido de la vida a través de la piel de Liz, su cuerpo convertido en un matraz de alquimia, y sintió una rabia ciega contra la criatura que ahí crecía, pues era la existencia que ella amaba más que a cualquier otra.
—Aún podría tenerte —neceó, la parte más oscura de él tomando el control—. Puedo darte cuanto desees. Vida, riqueza, y amor eterno, todo eso sería tuyo.
—Pero si ya lo tengo —explicó como si fuera un niño pequeño—. Gracias a mi bebé, una parte de mí vivirá por siempre. Todo el oro del mundo no podría comprar una de sus sonrisas. La amo cuando ni siquiera ha nacido, y la amaré mucho después de que me vaya. He encontrado la fórmula del amor verdadero, Meliodas. Y me alegra ver que, pese a todo, tú también.
—¿De verdad? —se rio, su corazón y alma cerrándose, mostrando la primera sonrisa sarcástica que definiría a la persona que iba a ser—. ¿Estás rechazando la inmortalidad y prosperidad infinitas por un ser que aún no existe? ¿Por esa pequeña criatura malvada que también envejecerá y morirá? —pese a lo oscuro de sus palabras, ella era pura luz. Asintió con los ojos llenos de determinación y valentía, y ese fue el momento en que él lo decidió. No volvería a confiar en las brujas. No volvería a tener una aprendiz. Jamás volvería a amar a alguien—. Estás loca —determinó—. Haz lo que quieras. Hasta nunca, Liz. —Tomó cada uno de sus regalos, sintiendo que arrancaban partes de su alma, y se dio la vuelta sin mirar atrás. Esa fue la última vez que la vio. Y sin saberlo, fue también la primera vez que estuvo ante el aquelarre de las brujas del amor.
*
—Señor Meliodas, despierte. —Una voz lo llamaba a la distancia, y cuando por fin fue capaz de reconocer a quién pertenecía, no se atrevió a abrir los ojos, temeroso de enfrentarla. Una risita traviesa se burló de su intento de evadirla, y pudo saber que había fallado cuando ella pellizcó una de sus mejillas, obligándolo a abrir los ojos—. No tiene sentido que finja, lo conozco lo suficiente para saber que está despierto. Vamos, que no puedo hablar con usted si sigue babeando la almohada.
—Y-yo no babeo —se quejó, indignado. Ella le regaló otra sonrisa llena de diversión mientras lo cubría con la manta, y él sintió que sus ojos ardían ante una presencia tan luminosa.
—No, claro que no. Solo estoy jugando con usted, ya sé que el único momento en el que babea es cuando voy a servirle de comer. Hablando de eso, ¿quiere panqueques con mermelada misteriosa? —Meliodas se quedó ahí, pasmado ante una escena que parecía sacada de un sueño y, temeroso de volver a su pesadilla, agachó la mirada y abordó el tema directamente.
—¿No estás... enojada conmigo?
—¿Por qué? Ayer me salvó la vida —La albina tembló con un súbito escalofrío, uno que se sacudió de inmediato para volver a sonreír—. No podía controlar mi cuerpo. Aún no comprendo muy bien qué pasó, pero le agradezco por haberme rescatado.
—No me refiero a eso. —Si estaba condenado, quería recibir el castigo cuanto antes.
—¿Entonces a qué? —preguntó Elizabeth con un adorable puchero. El mago ya estaba temiendo que el vampiro le hubiera borrado la memoria, cuando la joven bruja por fin atacó—. Ah, ya sé. ¿Se refiere a haberme roto el corazón a propósito? —Fue su turno de sentir escalofríos, y se hundió aún más en las mantas, tratando de huir a hacia su oscuridad. No pudo hacerlo. Y no pudo, porque la albina le saltó encima con un enorme abrazo, uno que lo sacó de su refugio y lo asfixio con sentimientos que ya no podía reprimir.
—¿Elizabeth?
—Bueno, no niego que estaba enfadada. De hecho, furiosa. Tanto, que mi suflé no esponjaba, y mis pociones quedaban amargas. Aún pienso que es un idiota, y no entiendo del todo por qué hizo eso. ¿Pero sabe qué? —No quería mirarla, se negaba a hacerlo, presintiendo que algo terrible iba a pasar si lo hacía. Fue inevitable al oír sus siguientes palabras—. Al carajo. Ya no me importa.
—¡¿Cómo dices?!
—Lo que escucha. No vale la pena sentirme así, sobre todo cuando sé que eso no cambia en nada quién soy, o lo que opino de usted, o lo que pienso del amor.
—Alto —le suplicó, sentándose en la cama—. Más despacio. Explícame, que no entiendo.
—Muy bien. Señor Meliodas —empezó, y apretó sus manos mientras apoyaba su frente contra la de él en un gesto lleno de ternura—. Usted... es un hombre cínico, frío y cruel.
—¡Oye! —No se había esperado aquello, pero ella estaba lanzada con su explicación.
—Es un quisquilloso con la comida, un gruñón perfeccionista, y un excéntrico con gustos raros por las máquinas, la tecnología y el futuro.
—Vaya, gracias —dijo entre ofendido y divertido—. ¿Algo más?
—Pues sí —rio ella, y sus ojos brillaron de tal manera que era como ver un par de estrellas—. También es el hombre más maravilloso que he conocido —confesó, dejándolo completamente aturdido y con la boca abierta—. Un amigo leal dispuesto a darlo todo por quienes quiere, un caballero noble y de palabra, un maestro generoso con el conocimiento, paciente y entregado. Me he enamorado de usted por todo lo que es, señor Meliodas. Y eso no cambiará, aunque usted no pueda corresponderme o yo ya no esté.
—Yo... —tembló al caer en cuenta de lo que implicaba—. Espera. ¿A qué te refieres con eso?
—Bueno... —Pensó en todo. Muerte. Secuestro. Pero la última opción fue la peor.
—¿Me abandonarás? —preguntó, el miedo, asentándose en su estómago—. No puedes irte, ¡por favor!
—Vamos, cálmese —Lo consoló, acercándose más a él—. No me refiero a eso. Además, no podría dejarlo. Contrató cocinera por un año, ¿lo recuerda? —le guiñó coquetamente, antes de soltar un gran suspiro de pena—. Me refiero a lo que pasará después. Al ritmo que voy, no lograré terminar mi pócima a tiempo, y acordamos que usted se llevaría toda mi magia de no lograrlo —Aquella realidad le cayó como un balde de agua fría, pero ella no parecía ni un poco asustada y, en cambio, se pegó más a él, apoyando la cabeza en su pecho.
—No, no lo haré.
—No se preocupe, ya estoy mentalizada. Lo justo es justo. Usted siempre cumple su palabra, esa es una de las cosas que más amo de usted.
—Pues ya que crees tanto en mi palabra, entonces te haré una promesa aquí y ahora. —La obligó a separarse de su abrazo, y la miró a los ojos con una intensidad que logró ruborizarla como el día en que se conocieron—. Jamás volveré a hacerte daño, ni dejaré que nadie te lo haga si puedo impedirlo. Y además, no te dejaré rendirte con tu poción. Soy tu maestro. Tu fracaso sería el mío, y ya sabes cómo odio fracasar. —Elizabeth se soltó a reír con ganas, y asintió con la cabeza, mientras él se ponía a acariciar su cabello.
—Tengo confianza en mi éxito sobre la petición de lady Gelda, y de hecho, tengo una propuesta especial para los Diavoli. Pero aún me falta el último ingrediente de mi fórmula, y es tan infernalmente complicado conseguirlo, que no creo lograrlo a tiempo. —Fue el turno de Meliodas para sonreír con un atisbo de tristeza, y se inclinó para besar su frente en un abrazo tan gentil que ambos suspiraron.
—No te preocupes. Yo tengo el último ingrediente.
—¡¿En serio?!
—Sí —Meliodas delineo los rasgos de la albina con uno de sus dedos, grabándolos en su memoria, y su sonrisa fue incrementando mientras, con una sensación agridulce, se daba cuenta de que tarde o temprano se tendrían que separar—. Solo necesito saber algo antes de dártelo. Elizabeth, ¿en serio me perdonarás, a pesar de lo que te hice?
—Así es —afirmó, colocando la mano sobre su corazón—. De hecho, ya lo hice, y puede estar seguro de eso, aunque no me dé nada.
—Te creo. ¿Y... me amas? ¿Aunque yo no pueda corresponderte?
—Pues sí —rio—. Sé que suena tonto, pero...
—No —susurró, tomando sus manos para llevarlas a sus labios—. No suena tonto para nada. —Depositó un suave beso en ellas y, aprovechando la inercia del momento, confesó lo que se temía, pero que era su verdad—. Elizabeth, estoy roto. Puede que yo no tenga la capacidad de amar, pero juro que lo que te digo es verdad. Nunca he conocido ni conoceré a nadie más digna de amor que tú. —La brujita derramó nuevas lágrimas, esta vez de felicidad, y le dio un nuevo abrazo, uno con el sabor agridulce de las despedidas.
—Gracias, maestro. Bueno, pongámonos a trabajar.
—¿Ahora? —rio él.
—Sí, ahora. Comenzando por esos panqueques. —Y así, el mago y la bruja volvieron a ser lo que eran, y mucho más. Estaban listos para empezar la última parte de su viaje.
*
—Por las estrellas —Zeldris no sabía si sentirse furioso, o apenado, o feliz, o todo al mismo tiempo mientras veía las dos botellas frente a él, una vacía, y la otra, llena. Elizabeth y Gelda se abrazaban con idénticas sonrisas traviesas, y Meliodas tuvo que hacer su mejor esfuerzo por no reírse—. ¿Cómo pudieron?
—Cariño, te conozco demasiado, y definitivamente tú no habrías permitido que te grabaran, incluso si hubiéramos estado seguras del éxito de nuestra poción para la fertilidad.
—No se inquiete, Lord Zeldris —se disculpó la brujita, comparando el tono rosado de las mejillas del moreno con el de la botella llena—. Le prometemos hacer buen uso de sus...
—¡Calla! —ordenó poniéndose decididamente rojo, y ahí fue cuando Meliodas no pudo aguantarse la risa.
Al parecer, sus astutas mujeres les habían tendido una trampa. Elizabeth había tenido éxito en su poción especial, y se la había dado a beber a Gelda antes de hacer el amor con su marido. A cambio, ella lo había convencido para hacerlo en su refugio secreto, y copularon bajo sus efectos con el fonógrafo oculto entre las hojas. La botella estaba llena hasta el tope con el líquido rosa de sus gemidos, y Zeldris ocultaba el rostro entre sus manos, queriendo contener el bochorno.
—Muchas gracias, querida —declaró la condesa, abrazando de nuevo a su amiga—. Sea que mi bebé llegue pronto o no, ahora jamás perderé la esperanza.
—¡¿Cómo?! —se indignó el noble—. ¿Ya le has pagado cuando no saben si funcionará?
—Definitivamente funcionará —aseguró Elizabeth, con tal firmeza que detuvo sus dudas—. Pero puede que tardemos en ver sus efectos. Verá... sin intención de ofender, conde, pero no se supone que los vampiros puedan concebir de esa forma.
—¡¿Cómo dice?!
—Cariño, es cierto —se entristeció la rubia—. No te apenes. Nosotros nos multiplicamos a través de la mordida, no la copulación. Lo sabías cuando te hice mío, ¿recuerdas? —Él agachó la cabeza, más triste aún. Había elegido convertirse y amarla de esa forma, sin ser consiente del sacrificio que ambos hicieron por eso.
—¿Y entonces? —Elizabeth sonrió en una pose victoriosa, y miró a Gelda, que asintió llena de entusiasmo.
—Pues que hice que Lady Gelda se tragara una estrella. Tenía en mi poder un fragmento del Sanguis Cometa, la estrella de la calamidad y del amor. Cuando llegue el momento y los astros se alineen, el milagro de la vida ocurrirá. Solo... bueno, podría tardar algunos años. Y desafortunadamente no puedo quedarme tanto tiempo.
—Elizabeth tiene prisa, cariño. Perdona que no te lo comentáramos, pero todo tenía que ser en secreto para que se diera como debía. —Las emociones seguían siendo contradictorias en el rostro de Zeldris, pero cuando por fin se asentaron, la que predominaba era la decepción.
—Entonces, debemos resignarnos —declaró—. No seremos padres, sino en un futuro lejano e incierto.
—No exactamente —intervino Meliodas, que puso la mano en el hombro de su hermano—. Tenemos una propuesta que hacerles. Síganos.
Aquello ni siquiera Gelda se lo esperaba. Fueron tras la pareja de alquimista y bruja hasta la torre que ella había estado ocupando, sintiendo que sus corazones inmortales se aceleraban con cada escalón que subían. Cuando por fin llegaron ante la puerta que daba a su alcoba, la albina se detuvo un momento para sonreírles.
—¿Están listos para conocerlo? —giró el picaporte, dejando entrar a la pareja a un cuarto lleno de linternas mágicas. Al centro de todo, había una cuna. Y dentro de la cuna, un hermoso bebé de alocados cabellos verdes.
—¡Zel! —gritó la condesa, que contemplaba a la criaturita dormida con la expresión de que estaba a punto de romper en llanto.
—Su nombre es Percival. —anunció Elizabeth, mirando con atención la reacción de ambos—. El pequeño está muy enfermo, y su abuelo está dispuesto a dejar que lo adopten, siempre y cuando lo ayuden y les permitan a ambos vivir aquí.
—¿Puedo...? —empezó la rubia, perdida su dignidad de noble mientras estiraba y retraía los dedos—. ¿Puedo cargarlo?
—Por supuesto —respondió la bruja, que vio maravillada como aquella feroz vampira tomaba al pequeño con la misma delicadeza que a una rosa.
—Eres tan hermoso —le susurró al niño, que apenas se movía. Entonces Percival comenzó a toser, y Gelda miró a su marido con el rostro contraído de la angustia—. Zeldris... —Sin embargo, la mirada de él se había tornado súbitamente sombría.
—No es humano —declaró, y se acercó para ver el bulto envuelto en mantas que su esposa protegía—. La criatura está enferma porque no resiste el poder de su propia magia. ¿Qué especies conforman a este híbrido?
—No lo sabemos —declaró Meliodas, orgulloso de ver que su hermano aún era un brillante mago experto en criptozoología—. Su origen y pasado son un misterio. Pero ninguna de las dos cosas importa, si no vive lo suficiente para tener un futuro. ¿Qué harás, Zeldris? ¿Serás padre ahora, o luego?
—¡Zel! —suplicó la vampira, viendo que Percival respiraba con dificultad. El pelinegro se acercó a ambos, su aura llena de poder doblegando a su compañera. Le quitó al niño, y clavó sus intensos ojos rojos en él.
Ambos se quedaron congelados mirándose, el bebé y el vampiro. Cualquier otro niño habría sentido terror ante un monstruo así, y Zeldris estaba preparado para escuchar su llanto. Entonces, ocurrió lo contrario. Percival le sonrió, y comenzó a hacer gorgoritos de risas, estirando sus manos para asirse a su ropa. El conde sintió como si le hubieran clavado una estaca en el corazón.
—¡Oh, Zel! —gimió la rubia en éxtasis al ver que su esposo abrazaba al niño, y se acercó para abrazarlos a ambos, siendo una familia por primera vez.
—Le haré una poción con espíritus de vida —dijo el moreno, que no pudo evitar que su voz se quebrara mientras devolvía el niño a su nueva madre—. Mientras la preparo, puedes darle unas cuantas gotas de tu sangre. Eso lo mantendrá fuerte hasta que sepamos cómo ayudarlo.
—¿Oíste, Percy? —lloró Gelda, acariciándolo—. Papá te hará medicina.
—¡Bah! —gritó el nene, antes de ponerse a chupar el dedo que Gelda le ofrecía, con una gota de brillante líquido rojo que, apenas bebió, le devolvió el color a sus suaves mejillas. El amor en los ojos de la vampira le recordó a Meliodas la sonrisa de Liz el último día que la había visto y, pese a la profunda pena que sintió con su recuerdo, no pudo evitar pensar que había tenido la razón respecto a que había encontrado el amor verdadero.
—No hay amor más fuerte que el de una madre. —le susurró Elizabeth, y ambos entrelazaron las manos mientras escuchaban a Gelda cantar una nana.
*
El tren hacia Budapest era seguido por un precioso atardecer de tonos dorados, y Meliodas sonreía suavemente mirando la ventana, comparando los rayos del sol con la calidez de las manos de Elizabeth. Esta definitivamente era superior. La hermosa albina dormitaba apoyando la cabeza en su hombro, los dedos entrelazados con los suyos, respirando acompasadamente y con una expresión de profunda paz.
—Pequeña criatura malvada —susurró, tan bajo que no podía escucharlo—. Ganaste.
Donde sea que ella pasara, el amor florecía por imposible que fuera. Su propio corazón, que él creyó irreparable, latía con fuerza, y besó su cabeza inhalando su aroma, un suspiro lleno de paz brotando en su pecho. Aunque el suspiro también estaba lleno de otra cosa. Meliodas sabía que pronto tendrían que despedirse, y estaba preparándose internamente para hacerlo de la mejor manera, tratando de mantener a raya la tristeza.
«No me necesitas», pensó. «Eres hermosa, fuerte, y llena de un valor que yo no tengo. No requieres de mí para ser feliz. Solo necesitas ser tú misma y hacer lo que haces», sin embargo, para seguir siendo quien era, sabía que tenía que liberarla. Una vez que llegaran a Londres, le daría el último ingrediente, y ella podría volver a su casa para completar la pócima que, estaba seguro, sería un rotundo éxito.
Una parte de él se retorció en agonía, resistiéndose a la idea de dejarla ir, pero luego vio cómo sus labios se curvaban en una sonrisa, y la oscuridad quedó silenciada mientras intentaba adivinar qué sueños tendría. No se sentía capaz de arrebatárselos solo por sus deseos egoístas. Lo que sentía por ella era lo suficientemente potente como para dejarla irse, sin tratar de detenerla, aunque su alma clamara por tenerla a su lado.
«Este dolor que siento... es un precio justo», pensó en todo lo que le hizo, pero era mucho más lo que le motivaba. Tomaba esa decisión porque deseaba su bienestar, y no solo para redimirse. Debía dejarla marchar para que tuviera éxito, encontrara el amor verdadero, formara su propia familia, y se alejara de los recuerdos con él que le dolían. Debía olvidarlo, y seguir adelante con su vida. «Duele. Duele mucho. Pero nunca nada se sintió más correcto». Se iba a morir si lo dejaba, y eso era justo lo que quería. Sonrió igual que ella, en paz y satisfecho, y también se quedó dormido, mientras la luna los cuidaba en la última parte de su viaje.
***
Sniff Sniff 😭💕 Ahora sí estamos llegando a la última parte de nuestra historia, me cae. Eso sería todo por hoy, mis coquitos. Les mando un beso, una abrazo, todo mi amor otoñal, y si las diosas lo quieren, nos vemos el próximo domingo para más.
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