2 El amor imposible del monstruo - Parte 1

Elizabeth se sintió completamente aturdida, rodeada del lujo de la mansión mágica oculta en aquella grieta espacial. Estaba sentada en un esponjoso sillón en medio de una espaciosa sala, y no sabía hacia dónde mirar, si hacia las esferas de cristal que emanaban luz, al extraño embudo de donde salía música, o hacia la extraña tetera que parecía calentarse sola. Eran respectivamente bombillas, un fonógrafo, y una cafetera, pero ella no podía saberlo, y las tomaba por magia. Mientras, Meliodas leía su investigación bebiendo sorbos de té negro, y le dedicaba algunas miradas discretas, que ella no notó por estar embelesada ante tanta tecnología. Casi le hubiera parecido graciosa, de no ser por los sombríos pensamientos que lo acosaban.

«¿Por qué se parecen tanto?», reflexionó el mago, distrayéndose de su texto y dejando que se le formara un nudo en la garganta. La misma cara hermosa, la misma aura sensual, la misma silueta que, años atrás, lo despertaba a la lujuria. Antes de que sus pensamientos se volvieran peligrosos, decidió volver al presente. «No es ella», determinó deslizando sus ojos por los rasgos de la muchacha, pero igual sintió una rabia silenciosa subirle por el cuello.

Esa otra mujer, que por casualidad le había pedido lo mismo, le había destrozado la vida. Una sed irracional de venganza lo asaltó, y aunque sabía que no eran la misma persona, decidió que era lo justo desquitarse un poco con ella. «Después de todo, no es inocente», pensó en la corretiza reciente. «Bueno, pues juguemos», se relamió. Acto seguido, atacó con todo lo que tenía.

—Qué fórmula tan rústica —soltó, causándole un sobresalto—. Incluso usa un canto con rimas en vez de álgebra mágica. ¿En serio planeaba producir la poción de amor definitiva con esto?

—¿Perdón? ¿Qué quiere decir? —Él rio de forma burlona, listo para humillarla un rato.

—En teoría, su investigación es correcta. Sus métodos no están mal, y llevó a cabo su experimento en las mejores condiciones. Pero por favor —hizo un sonido despectivo con la nariz, provocando un adorable puchero en la muchacha—, ¿en serio pensaba crear amor como si fuera un cultivo de bacterias?

—¿Bacterias? —El rubio puso los ojos en blanco, y se explicó en términos más simples.

—Como los lácteos. Si entendí bien, intenta extraer la esencia del "amor verdadero" que se halla dentro de sus ingredientes, para después permitir que esta se reproduzca dentro de su poción. ¿En serio planea crearla usando la misma receta con la que se hace el yogur? —La albina se ruborizó como una fresa, y él sintió un inesperado placer al ver una reacción tan adorable.

—No tiene nada de malo. El yogur es delicioso —balbuceó, sin notar que su puchero había hecho sonreír al mago—. Y además, es lo más natural si consideramos la forma en que crece el amor.

—¿Su forma?

—Es exponencial. Si lo divides, se multiplica. Quien da amor, siempre recibe más amor. —El rubio se quedó en silencio tras esa declaración. Tal vez en otro tiempo la había creído, pero ahora, le parecía ridícula.

—Qué ilusa.

—¿Disculpe?

—Nada. Entonces... —devolvió la mirada a los textos como si de nuevo los estuviera analizando—. "Yogur" de amor. ¿Para qué necesita algo así, si es experta en pociones? Podría conseguir a cualquier hombre que deseara con esas habilidades. Y de hecho —pausó, mirando de forma apreciativa sus sensuales curvas—, me atrevería a decir que ni siquiera serían necesarias.

—¡N-no deseo un simple filtro amoroso! —gritó, tratando de no ruborizarse de nuevo con la mirada y la indirecta que le lanzó—. Crear deseo o lujuria es fácil, ¡pero los sentimientos reales son otra cosa!

—Vaya, no creí que una dama tan delicada como usted pudiera hablar tan fácil de deseo y lujuria —ronroneó, tratando de evaluar de nuevo su opinión de ella—. Pero no crea que no noto que evade mi pregunta. ¿Cuál es su motivo real para intentar crear una poción tan extraordinaria? —Por un momento, Elizabeth pensó inventarse algo, o decir que era por su reputación, pero algo en su mirada la detuvo.

Aquel hombre era sarcástico, frío y un poco cruel, pero le daba la impresión de que en el fondo no quería serlo. No iba a poder sacarse de la cabeza la misteriosa expresión de tristeza que había puesto y, siendo así, pensó que la manera más efectiva de convencerlo sería mostrándole un poco de la suya.

—Mi madre, señor. —El tono de dulzura de la joven hizo que el mago olvidara su venganza por el momento.

—Explíquese.

—Verá, ella murió de viruela de dragón cuando aún era pequeña. No existía la cura en ese entonces.

—Lamento su pérdida. —dijo en tono gentil. Meliodas no se consideraba tan maleducado como para burlarse de la muerte. Era algo que los nigromantes como él se tomaban muy en serio, y le hizo un gesto para que continuara, aún más interesado en eso que en ninguna fórmula mágica.

—Sin embargo, ni siquiera en sus últimos momentos dejó de amar a mi padre. Él era mortal —presumió, pese a saber que probablemente el mago tomaría eso como algo denigrante—. Su gran amor es algo que definió mi vida. Incluso después de que ella falleció, él nunca dejó de amarla. Se fue en paz, luego de siete años, justo a tiempo para que la exhumaran y pusieran sus huesos juntos. —Estaba atónito.

—¿Me está diciendo que no quiere regresar el tiempo, ni tratar de volver a sus padres a la vida, sino crear una poción que replique lo que vivieron juntos?

—¡Pues supuesto! —dijo radiante, complacida de que hubiera entendido su motivación—. La muerte no es nada ante un amor así, y no hay tiempo suficiente para abarcar lo que dura. Es mi destino crear una pócima que haga eso por otros.

—¿Y por sí misma? —cuestionó, y aunque esta vez tampoco pudo evitar el rubor, ya no se sentía avergonzada.

—Pues sí. ¿Me ayudará? Por favor, maestro —suplicó, y Meliodas tuvo la desagradable sensación de que la pared de hielo que había creado dentro suyo se estaba derritiendo.

«No. No volveré a la investigación del diablo», se dijo, debatiéndose internamente ante la casi irresistible ternura de la bruja.

—Lo siento, pero no. Juré no volver a tener aprendices, y no estoy dispuesto a retomar esta investigación.

—¡Por favor! ¡Haré lo que sea! —gritó sin pensarlo, y casi de inmediato, la joven bruja se dio cuenta de la gravedad de su error.

—¿Lo que sea? —susurró el mago, una expresión súbitamente siniestra mientras se levantaba del sofá—. Oh, mi querida, ¿de verdad estarías dispuesta a todo?

—Yo... Sí —se vio diciendo, más valiente de lo que en realidad se sentía—. A todo.

—¿Y qué harías? —ronroneó Meliodas, una parte oscura de él tomando el control de la situación—. ¿Qué podrías hacer por mí? No quiero aprendices —tomó un mechón de su cabello plateado y jugueteó con él rizándolo en su dedo—. ¿Qué otra cosa podrías ser que me beneficie? —Había una promesa, una amenaza sensual en su mirada que por poco desarma a Elizabeth. Sin embargo, era un golpe de buena suerte que preguntara, pues se ajustaba perfecto con su plan original, y lo que hizo a continuación cambió por completo la situación.

—¡Puedo ser su cocinera! —Un segundo de silencio, una lejana tetera, y el mago prodigio volvió a la realidad al ver que sujetaba sus manos mientras lo miraba con ojos brillantes de entusiasmo.

—¿Cómo dice?

—No soy conocida como la princesa de las pociones por nada —declaró la alegre albina, señalándose a sí misma con el pulgar—. Si sale de un caldero y yo lo hice, ¡le aseguro que sabrá delicioso! Permítame quedarme. Piense que la fórmula de la poción de amor es solo otra receta de yogur, y ayúdeme a terminarla. De esa forma, no tendrá que romper su palabra, ¡y yo podré aprender de usted al observarle!

—¡Absurdo! —exclamó, tratando de alejarse de la chica que le perseguía cual cachorro—. ¡De ninguna manera eso es un trato justo! ¡Yo salgo perdiendo en todo!

—No lo sabrá hasta que pruebe lo que cocino. Deme una oportunidad. Por favor. ¡¿Siiiiiii?! —El mago la miró con suspicacia, temiéndose algún truco o engaño de su parte. Sin embargo, tenía que reconocer que lo había noqueado justo en uno de sus puntos débiles.

Puede que fuera el alquimista más talentoso del mundo, pero la comida que él preparaba sabía espantosa. La comida hecha con magia no sabía a nada. Y en el fondo, era un glotón. Hacía tiempo que no probaba una comida exquisita. Pensando que esa era la mejor forma para conseguir una y además quitársela de encima, decidió aceptar la extraña propuesta de la bruja.

—De acuerdo. Probemos tu cocina, Ellie querida. Pero si no me siento inclinado a halagarla en voz alta, te irás de mi casa sin más protestas, ¿trato? —declaró tendiéndole la mano. Y de nuevo, Elizabeth tuvo dudas.

Solo había sido un instante, pero le daba la impresión de que Meliodas se había convertido en un ser realmente peligroso. Aquel fino caballero se había convertido en otra cosa, un ser más oscuro y sensual que, estaba segura, había estado a punto de hacerle una propuesta indecente. Además, incluso si aquella impresión no era correcta, estaba el hecho de que era un mago tan hábil en pociones de amor y afrodisíacos como ella. ¿No sería un peligro quedarse en la misma casa? No tuvo tiempo de pensarlo. La puerta de oportunidad se cerraba rápidamente, y ya había decidido que nada se interpondría en su meta.

—¡Trato! —aceptó. Y por dentro, una parte de Meliodas se relamía. Es verdad que quería deshacerse lo más rápidamente posible de ella, pero también, había una parte oscura de sí mismo que empezaba a verla como presa. Elizabeth entró por su propia voluntad a la guarida del monstruo, uno que consideraba el amor como un imposible, pero que estaba dispuesto a fingir lo contrario para obtener lo que quería. 


***

Uuuuuh *u* Esto podría salir muy bien o muy mal, pero una cosa es segura. Los experimentos de estos dos podrían terminar por salirse de control >3< 🔥💕 

¡No se vayan todavía! Es que... hoy también hay capítulo doble, fufufu 7u7 La verdad, iba a ser uno solo, pero lo que pasa es que me están quedando tan largos que estoy optando por subirlos en dos partes *0* Nos vemos en la siguiente página...




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