Capitulo 1
Dos meses antes.
— ¿Señorita Mayra Webbs? — la voz femenina en el teléfono sonaba triste, algo culpable.
— Si. — Mayra tapó el oído para escuchar mejor, ya que el ruido del colectivo, donde estaba ella, lo impedía.
— Le llamo de la clínica "Nothern Briggs". Lamentamos informarle que hoy a las 11.05 su madre, la Sra. Webbs falleció de un paro cardiaco. — las palabras salían del teléfono como humo al aire.
Cuando la mente de Mayra reaccionó a la terrible noticia, el mundo se pintó de color negro, las palabras de los pasajeros se convirtieron en un zumbido de abejas y solo el motor del colectivo sonaba como trueno lejano que no tenía miedo a acercarse.
Mayar se puso a llorar. Seguía mirando por la ventana sin ver la vida, que seguía su ritmo. No le entraba en la cabeza que el mundo sigue girando, sol está brillante y la gente vive su vida normal y tranquila, y además algunos de ellos se ríen.
La chica del hospital hizo una pausa.
Mayra no sabía que decir. Solo preguntó — ¿a causa de qué?
— Disculpe, no estoy informada del asunto. Usted puede venir al hospital y recibir el informe del doctor Bullstock.
Los ojos de Mayra se taparon con los recuerdos de la madre. Salían como los flashes en la noche.
Mayra se desplomó en el asiento y siguió viajando recordando el pasado hasta que llegó a la última parada. El chofer la avisó que se tiene que bajar.
De allí al hospital Mayra llegó cerca de las 10 de la noche con ojos hinchados pero ya secos.
Se presentó en la recepción. La atendió una chica con flequillo verde y ojos de lastima.
— Buenas tardes señorita Webbs, yo le llamé para avisarle. — ahora Mayra reconoció la voz — mi nombre es Evelyn. Lamento mucho su perdida.
— Gracias. Que tengo que hacer ahora?
La chica salió del mostrador y le puso la mano en el hombro.
— Disculpe: ¿Quiere sentarse? ¿Le traigo algún calmante?
Mayra sacudió la cabeza.
— ¿Un café o agua?
— Le agradezco, pero no. ¿Qué tengo que hacer ahora?
La chica suspiro, acomodó el flequillo.
— Primero... tiene que ir a la morgue...
***
El informe sobre la causa de la muerte era totalmente inentendible. Muchos términos medicinales que no explicaban nada a un inexperto. Decir la verdad, a Mayra ya no le importaba mucho. Más grande era la perdida en sí, que la razón por la cual fue.
Después de ver su madre en la morgue Mayra se quedó destruida. Gracias a la chica de recepción, que se llamaba Evelyn, después de unas pastillas, Mayra pudo distinguir el color de la pared de la recepcion.
Al cerebro lo taladraba una sola cosa — ¿Qué hago ahora?
El doctor Devlin Bullstok; un joven de treinta años, obeso, con cara roja y la mirada perdida la llamó a su oficina.
— Siéntese, señorita... ¿cómo es su nombre?
— Mayra.
— Como el medico de su madre le quería expresar mis más sinceras condolencias y avisarle que siendo una paciente de nuestra clínica, nosotros cancelamos toda la deuda por el pago del tratamiento y además le ofrecemos cubrir los gastos funerarios. Solamente... — doctor sacó unos documentos — tiene que firmar acá. — el médico le ofreció una birome con pluma dorada.
Mayra no entendía nada. Tampoco le importaba. Con los dedos es como hechos de madera firmó los papeles.
— Gracias doctor. Le quiera hacer una pregunta. ¿Qué le pasó a mi madre? ¿De que murió? ¿Si la operación tendría que ser sencilla? Me dijeron no había riesgo.
El medico frotó la nariz, después la frente. Después desprendió el cuello del uniforme. Mayra pudo ver tela sucia y sudosa. El doctor se sentía incomodó.
— Eh... mire, señorita... ¿cómo es su nombre?
— Mayra.
— Si. Mayra. Como doctor le puedo decir que siempre hay riesgo. En su caso... o mejor dicho en el caso de su madre... era su madre, ¿verdad? El corazón simplemente no aguantó...
Minutos después Mayra salió de la oficina del doctor. En el pasillo los esperaba otro médico, mucho mayor que Devlin Bullstock y también muy obeso. Los dos eran en algo parecidos. El viejo doctor resbaló la mirada sobre Mayra y después pegó una mirada de pregunta a su colega. El otro sonrió y solo levantó el dedo gordo arriba. Lo último que puedo ver Mayra antes de salir, era que el doctor viejo le dio una palmada a su colega sonriendo.
***
La recepcionista Evelyn se ofreció a acompañar a Mayra a su casa, viendo su estado.
El taxi llego rápido. La noche era silenciosa.
La casa de Mayra estaba alejada del centro. Allí la encontró el taxista.
Una cabaña vieja, algo descuidada, pegada al costado del barrio. Apartada de otras casas. Pero rodeada de árboles y cerca del bosque.
Adentro todavía estaban las pertenecías de la madre. Aroma del perfume de ella. Olor de la comida que ella cocinaba. Años de vida que ya se terminaron.
Al entrar a la casa Mayra se sentó en el sillón y no paraba de llorar... hasta quedarse dormida.
***
Una semana pasó como un año. Larga, llena de dolor y existencia sin sentido.
Ya pasó el funeral dejando las cicatrices en el corazón.
Mayra no quería vivir. Solo estaba acostada en la cama, envuelta en la colcha. O miraba por la ventana. La vida no existía. O simplemente no tenía sentido.
Evelyn la visitaba todos los días después del trabajo. Se hicieron amigas.
Le hablaba, tratando de levantarle el ánimo. La joven recepcionista del hospital no entendía lo más importante. Hay dolor que no se puede tapar. Solo hay que dejar de pasar el tiempo. Pero nadie sabe cuánto. Posiblemente siglos.
Mayra no conocía su padre. La madre descuidó el asunto. Y ahora ella se fue. Ya no hay nada que hacer.
Esta mañana Evelyn llegó más triste que nunca. El flequillo verde se estaba colgado punta abajo y parecia mas oscuro. Preparó un té para Mayra y se sentó al lado en el sillón.
— Escúchame May. Te tengo que decir algo.
— ¿Qué es?
— Es que... yo hice unas averiguaciones en la clínica. ¿Sabes? Me pareció sospechoso que el viejo Bullstock, el cirujano más importante y también el mayor mezquino del condado, te dejara sin pagar los gastos del tratamiento de tu mama y además asumió los costos del funeral.
— ¿Y que tiene? — Mayra estaba sin entender.
— Y eso. Que tu mama la operó el hijo del viejo, el gordo Devlin Bullstock.
— ¿Ese que habló conmigo en su oficina?
— Exacto. Y este es un acomodado de su padre, viejo Bullstock. Este pibe de cirujano no tiene nada. ¿Sabes May? — Evelyn la miró a Myara a los ojos, mientras que los suyos se llenaron de lágrimas. — La muerte de tu mama no fue un accidente. Era la mala praxis del estúpido Dr. Devlin Bullstock. — Evelyn descargó las últimas palabras desde su alma.
Mayra no contestó. Solo miró abajo. La tasa se deslizó de las manos y se estalló sobre el piso derramando el líquido marrón.
— Voy a estar contigo — dijo Evelyn, el flequillo temblaba en cada palabra — te ayudaré en todo lo que necesitas. Pero — Evelyn suspiró — No puedes pagar un abogado. Para ti sería imposible demandar a alguien que es Jefe de toda la clínica y además es el amigo del gobernador del distrito.
— ¿Entonces qué puedo hacer? — Mayra se fue al grito — ¿comprar un arma y matarlos a todos?
Evelyn apretó los dientes y miró al techo.
Mayra le tocó la mano.
— Disculpa amiga. No te quise ofender.
Evelyn bajó la cabeza y miró a Mayra a los ojos.
— No es esto. No estoy enojada. Es que... si quieres vengarse... te tengo una propuesta.
— ¿Cuál?
— ¿Alguna vez acudiste a brujería?
Mayra se quedó con la boca abierta. Esperaba cualquier respuesta de su amiga, pero no una así... Era un delirio. Una estupidez. Lo más tonto que le podrían ofrecer. Mayra nunca creyó en la brujería. Y tampoco en los vampiros, zombis y toda esta pavada. Siendo la estudiante de la facultad de psicología siempre tenía la mente práctica, real. Ciencias ocultas nunca vivían en su cabeza.
Mayra no pensaba buscar una bruja para pedir ayuda, pero se dio cuenta que la vida empezó a cobrar sentido. La venganza es un excelente motivo para seguir viviendo.
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