Capítulo XXIV


Ernesto, Miguel Ángel y Dani volvieron con paso firme a la tetería, y entraron en ella con el mismo paso firme, algo que dejó algo perplejos a los que estaban dentro. Dani comenzó a hablar, mientras que los otros dos se sentaron, ambos con unas casi imperceptibles sonrisas.

―¿Puedo hablar contigo? ―le preguntó, con voz tímida, directamente a Laura.

―Claro, dime ―dijo sin moverse.

―Quisiera, si es posible, en un sitio que estemos algo más tranquilos ―rogó―, sin la presencia de los cotillas estos.

―Dani, lo que me tengas que decir me lo dices delante de los cotillas o si no, no me lo digas.

―Vale, como quieras ―respiró hondo y prosiguió―. Quiero que volvamos a estar juntos.

Nadie se movía, intentaban no hacer ruido ni al respirar. Todos aguardaban la respuesta de Laura, con máxima atención. Aquello parecía una final de película romántica típica de Hollywood, lo que no sabían es si acabaría como comedia o como drama.

―No hace falta, Dani. Ya te he dicho que tendrás todos tus derechos de padre ―dijo ella poniéndose de pie con intenciones de salir.

―¡Me dan igual mis derechos de padre! ―dijo poniéndose delante de ella para que no se pudiera ir―. No quiero que vuelvas conmigo porque estés embarazada, si alguna vez te he dado a entender eso lo siento mucho, porque no era mi intención.

El corazón casi se le iba a salir del pecho, quería que ella entendiera sus razones, quería que le diera una oportunidad y quería, por encima de todas las cosas, que ese maldito dolor de cabeza le dejara pensar lo suficiente para no volver a meter la pata.

―Entonces ¿por qué, Dani? ¿Porque te lo han dicho Migue y Ernesto?

―¡Quieres dejar de atacarme!

―¡Pues dime por qué! Porque ya te he dejado claro que este niño...

―¡Porque te quiero, joder! ―la interrumpió, subiendo el tono y acercándose aún más a ella.

Laura se quedó callada. Los demás esperaban alguna respuesta. María lo hacía con el pañuelo en la mano, ya que no dejaba de moquear por aquella escena tan de película.

―Te quiero. Creí que lo sabrías, es un secreto a voces. ¿Pero es que acaso no te das cuenta? Siempre te he querido. De hecho no sé ni por qué cortamos. Discutimos, se nos calentó la boca y, de pronto, puf, lo dejamos. No sé quién empezó a discutir, o quién terminó, lo único que sé es que estos dos meses han sido una mierda, que casi me echan del trabajo por mi falta de concentración. Seguro que sigo trabajando porque eres tú quien me tenía que despedir.

Laura sonrió, de hecho eso era verdad. Más de una vez había tenido que dar la cara, pidiendo que le dieran un poco de margen, porque estaba pasando una mala racha. Nunca le dijo nada a él y esperaba que su ayuda pasara desapercibida.

―Te veía allí todos los días, pero mi orgullo no me dejaba decirte lo que sentía. Pero lo más triste es que, si no fuera por este tremendo dolor de cabeza, que me ha descolocado, y por estos dos cojoneros ―dijo señalando a Miguel Ángel y Ernesto―, no me habría atrevido a decírtelo.

Laura bajó un poco la cabeza y Dani lo malinterpretó.

―Vale, ¿no me crees? ¡Aborta! ―ella levantó ahora la cabeza y lo miró con ojos desorbitados. Escuchó el siseo de sus amigos y veía, por el rabillo del ojo, que más de uno se había tapado la cara con las manos, pero los ignoró y continuó―. Sí, si el problema es que crees que te lo digo por el niño, aborta. Seguiré queriendo estar contigo, me creerás por fin y podremos tener 8 más si quieres, pero... ¿estás llorando? ―le preguntó de pronto.

―No... es que... ―titubeaba mientras se intentaba limpiar las lágrimas disimuladamente―. ¡No, no estoy llorando!

―¡Sí que estás llorando! ―dijo, impertinente, Ernesto.

―Estaba llorando de emoción ―reconoció ella al final―. Hasta que te dio por decir que abortara a este para tener a otro, so idiota.

―Sí, ahí se ha colao ―susurró Nadia, aunque todos la escucharon.

Irene le dio una colleja y Dani la miró con odio. Ella, después de quejarse a su hermana, se encogió de hombros de manera inocente, y le hizo un gesto con la mano a su amigo para que volviera su atención a Laura, que no había dejado de llorar.

―Vale, sí. Ha sido una barbaridad ―reconoció. Se frotó la frente con sus manos, intentando paliar el dolor de cabeza, que seguía estando ahí, pero necesitaba aclararlo todo, así que continuó―. Quiero a este niño, de verdad. Pero sobre todas las cosas te quiero a ti, Lauri, tienes que creerme.

Dani, con algo de miedo, le enjugó las lágrimas con los pulgares. Luego, se armó de valor, no se fuera a llevar un guantazo, y la besó. Primero tímidamente, pero luego comenzó a profundizar el beso. Laura se recolgó de su cuello y le desordenaba el pelo, mientras que él la agarraba de la cintura, no se fuera a escapar. Sus amigos comenzaron entonces a aplaudir, a silbar y, entre otros gritos de ánimo se escuchaba algún "buscaros un hotel". María seguía con su llantina que había pegado a Irene y a Aída, y a punto estaban de empezar también Nuria y Nadia.

Laura y Dani cortaron su beso cuando se percataron, por fin, de que no estaban solos. Ambos, con una radiante sonrisa en la cara, continuaron abrazados.

―Venga, no empecéis ―dijo Laura a sus amigas.

―Es la idiota esta, que me lo ha pegado ―alegó Irene.

―A ti siempre te lo pegan, ¿no? ―dijo María en un tono lastimero que provocó la risa de todos.

―Se nota que estamos contentillos, ¿eh? ―comentó Ernesto que tenía una gran sonrisa de felicidad.

―No te niego que es un gran día ―corroboró Dani besando otra vez a Laura, esta vez sin dejarse llevar.

―Sí, ya sólo falta que se decida Migue ―dijo de nuevo Ernesto, al que le gustaba poner en aprietos a sus amigos.

―¿Qué? ―dijo poniéndose rojo.

―No, nada, nada ―contestó queriendo disimular pero soltando una carcajada que contagió a otros.

―Ha sido muy tierno ―dijo María secándose un par de lágrimas que aún le caían.

―Ahora sí que podemos brindar por los futuros papás ―observó Alejandro.

Todos alzaron sus vasos con más convicción que nunca y brindaron por ellos.

Dieron las seis y había que abrir la tetería. A ellos no les importó lo más mínimo, y continuaron allí charlando, excepto Aída y María que, con la ayuda de los dos muchachos que habían contratado hacía bastante tiempo, atendían las pocas mesas que se iban ocupando. Poco después, unos amigos requirieron la ayuda de Alejandro.

―Bueno, me voy ―avisó.

―¿Adónde te vas ahora? ―le preguntó Dani.

―Con unos viejos amigos de la Universidad, a los que prometí, estúpido de mí, que les ayudaría en la mudanza.

―¡Que trabajador es el niño! ―bromeó Nacho.

―Oye, abuelo, también podrías venirte ―le dijo picándolo.

―Mira niño, un respeto a tus mayores.

―Vaaale, vale ―concedió―. Pero te lo digo en serio. Te puede venir bien para quemar energías. Y así me llevas, que me tendría que ir en autobús y tú tienes tu coche muy bien aparcadito en tu plaza.

Nacho rió. Lo cierto es que tener el despacho en el centro y una plaza de garaje, le venía bastante bien para trabajar y también para esos momentos, en los que no tenía que preocuparse en dar vueltas buscando aparcamiento.

―Bueno, por lo pronto te voy a llevar. Lo otro ya lo hablaremos por el camino.

Ambos se levantaron para marcharse.

―Yo también me voy, que tengo turno de noche ―dijo Nuria.

―Lo tuyo es un trabajo 24 horas ―comentó Laura.

―No lo sabes tú bien ―contestó dándole dos besos.

―Nosotros ya vamos a aprovechar para coger mis cosas ―le dijo Laura a Irene y Nadia―. ¿Estás... estás de acuerdo? ―titubeó ahora mirando a Dani, ya que lo había dado por hecho pero no les había dado tiempo de hablarlo.

A Dani se le iluminó la cara.

―¿Bromeas?

Laura negó con la cabeza, también sonriente, y Dani la volvió a besar. Él estaba deseando que ella volviera a la casa de la que salió hacía dos meses, aunque no quería tocar ese tema aún, por no presionarla, aunque ahora comprobaba que no era el único que estaba impaciente por retomarlo todo, y que ella era la primera que estaba deseando volver.

―Toma las llaves, anda ―le dijo Nadia que veía divertida el intercambio―. Ya me las darás.

―Vale ―dijo cogiéndolas al vuelo y saliendo apresurada, tirando de él, que se había quedado rezagado con cara de bobo.

Todos los que no habían salido corriendo, se despidieron de los demás con besos y allí, sentados, se quedaron Irene, Nadia, Víctor y Miguel Ángel.

―Me da remordimientos dejar a estas dos, mientras yo estoy aquí sentada. Me hace sentir mala socia ―comentó Irene.

―Sí, y además esto se está animando ―añadió su hermana.

―Bueno, pues vamos a ayudar ―sugirió Víctor.

―O mejor hacemos otra cosa. Nosotras vamos a ayudar mientras que tú hablas con María y luego vienes y te incorporas con tu, seguro que inestimable ayuda. ¿Qué te parece? ―le dijo Irene a Víctor.

―Eso a mí me lo tenéis que explicar porque me he perdido algo, creo. ¿Por qué tiene que hablar Víctor con María? ―comentó Miguel Ángel.

―Te lo contaré cuando tú me digas quién es esa chica que te gusta ―le dijo Irene en voz baja.

Acto seguido cogió a éste y a su hermana y se los llevó a la barra, donde le dijo a María que fuera a hablar con Víctor que éste la estaba esperando. María, haciendo caso de su amiga, no se hizo de rogar y fue a la mesa.

―Hola ―dijo escueta.

―Hola, ¿no te sientas?

―¡Ah, sí! Es deformación profesional ―dijo sentándose, un tanto incómoda. No había hablado directamente con Víctor desde la confrontación y no sabía bien hasta qué punto la había fastidiado―. Bueno, me ha dicho Irene que tenías que decirme algo.

―Pues sí, yo...

―Antes de nada ―interrumpió, porque entendía que era ella quien tenía que dar explicaciones―. Quiero pedirte perdón por haberme puesto como me puse. Me pasé mucho, muchísimo. No tenía ningún derecho a decirte lo que te dije. Yo no quise decirte que no eras mi amigo por esa estupidez, porque está claro no lo pienso.

―De eso mismo quería hablarte. Yo lamento que os tuvierais que enterar por Nadia. Me gustaría habéroslo dicho, habérselo dicho yo a todos mis amigos, pero la verdad es que no tenía valor suficiente.

―Bueno, pero ya está. Todo eso ya no importa. Me gustaría haberme enterado de otra manera y yo... Bueno, da igual.

―También quería pedirte perdón si en algún momento te he dado falsas esperanzas, nada más lejos de mi intención.

―Ya. Eso ha quedado muy claro ―dijo con cierto humor negro.

―No, no lo decía por eso ―comentó riéndose de su comentario―. Lo digo porque no quería hacerte daño. Tú eres una amiga muy importante para mí, quiero que eso siga igual.

―¡Claro que sí, tonto! ―exclamó dándole un leve golpe en el hombro―. Pero no vayas a esperar que sea igual de cariñosa contigo, que mis actos tenían un objetivo ―continuó bromeando.

―Hombre, es comprensible ―decía mientras seguía riéndose―. ¿Sabes qué?

―¿Qué?

Él entonces le cogió la mano, y la miró fijamente a los ojos. Ella se puso nerviosa, no lo podía evitar. Los sentimientos que tenía por él no podían desaparecer de la noche a la mañana.

―Ojalá fuera hetero ―declaró más serio―. Te lo digo de verdad. Tienes todo para que, cualquiera que te merezca, te quiera― finalizó abrazándola.

Ella se arrebujó en su abrazo, sintiendo la calidez que él le transmitía. Se sentía fatal desde que tuvo la discusión, tanto con Víctor como con Nadia. Y, aunque con ella las cosas siempre se acababan solucionando tarde o temprano, no sabía qué podía pasar con él.

Se separaron lentamente. Víctor mantuvo sus manos en los hombros de ella, y se encorvó un poco para ponerse a su altura.

―Te quiero. ¿Lo sabes, no?

―Me lo acabas de decir ―contestó ella casi susurrando.

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