Capítulo XXIII
Nacho llamó al resto de sus amigos para ir a comer a la tradicional feria del centro. Se reunieron en la Casa del Guardia ellos cinco, Ernesto, Miguel Ángel, Alejandro, Aída, María, Belén y Rafa, Paloma y Diego, y también se reunieron con ellos Dani y Nuria que irían directamente desde el hospital, a pesar de que Nuria le había recomendado encarecidamente que se quedara tranquilo en casa. Éste no consintió, alegando que no iba a permitirse estar mal ni un segundo más del necesario.
Por supuesto, faltaban Sandra, su prima Rocío, que se había tenido que quedar con ella, y el novio de ésta, Antonio. En el punto de encuentro, Nacho dio la noticia al resto de sus amigos y todos, excepto Laura con la excusa de que no se encontraba muy bien, brindaron con un vino dulce por aquel glorioso acontecimiento. Nacho se quedó bastante sorprendido porque se acababa de dar cuenta, ya que increíblemente no lo había hecho antes, de que, además de quitarse un lastre, había hecho felices no sólo a sus hermanas, sino también a sus amigos, a los que tampoco les caía muy bien su ex prometida.
El día fue dedicado a aquel acontecimiento y a las preguntas dirigidas a Dani, preguntando los motivos de su brecha en la frente. Durante la comida, que tuvo lugar en un restaurante llamado La Posada, donde Nacho tuvo que usar sus influencias con el dueño, uno de sus amigos y clientes para poder coger mesa, sólo hablaron de eso.
Intentaron dar una vuelta por el centro, pero casi les fue imposible, por la cantidad de gente que había, en todas las calles por las que pasaban. Como estaban cerca de la tetería, decidieron ir allí a refugiarse, aprovechando además que hasta las seis no abría. No sin dificultad, consiguieron llegar y ya más tranquilos, consiguieron hablar de todo detenidamente.
―Bueno, he de reconocer que te has tomado muy bien eso de cortar con Sandra ―comentó Ernesto.
―Pues sí, la verdad. Me resulta raro hasta a mí. No creí que me fuera a sentir así. Pero vaya, que a vosotros no se os ve muy tristes.
―¡Pues no! ―dijo Alejandro.
―Bueno, ¿y se puede preguntar por qué ha sido? ―preguntó Belén.
―En realidad ha sido por una tontería, porque me he levantado sin ganas de casarme, se lo he dicho y se ha mosqueado. Me ha puesto un ultimátum, que todo o nada, y yo eso no lo aguanto, así que... nada, al final.
―Vaya, que de pronto te ha entrado el avenate de no casarte ―comentó Aída.
―Sí... bueno... no ―rectificó―. No, no ha sido un avenate. Lo hubiera hecho, de verdad que sí, pero es que lo que yo pienso es que un papel no tiene tanta importancia.
―Y ella por supuesto no estaría de acuerdo contigo ―dijo Dani.
―No, no lo estaba para nada. Pero... por ejemplo mírate tú ―le decía―. Has estado muchos años con Laura, después cortasteis, pues muy bien, cada uno por su lado y aquí paz y... ¡ay! ―exclamó cuando notó el pie de Irene en su tobillo, a la que miró con el ceño fruncido.
―Yo estoy de acuerdo ―dijo Diego saliendo al paso―. Eso de casarse es una gilipollez.
―¡Oye! ―exclamó Paloma.
―A ver, cariño. Está claro que es una gilipollez para quien no quiera casarse... ―dijo intentando arreglarlo.
―De esta no te libra nadie Diego ―le comentó Rafa entre risas.
―Ya ves ―contestó escuetamente―. Bueno, mejor será que nos vayamos, ¿no? ―cambió de tema mirando a Paloma.
―¿Ya os vais? ―les preguntó Aída―. ¿No queréis tomar nada?
―Chiquilla, acabamos de comer. Además, le dije a mis padres que iríamos ―explicó Paloma.
A la vez que ellos dos, también se levantaron Belén y Rafa.
―¿Vosotros también? ―preguntó ahora Nadia.
―Sí, también le dijo a sus padres que iríamos ―comentó Belén refiriéndose a Paloma.
Se despidieron de los cuatro. Nadia y Aída fueron a preparar algo de beber, aun habiendo acabado de comer hacía poco, tal y como había apuntado Paloma, a más de uno le apetecía algo fresquito. Eran aún las cuatro y media y tenían un buen rato de margen para poder estar tranquilos. Con un batido, para quitar las penas, continuaron charlando.
―Venga, vamos a dejar el tema de mi separación y vayamos a otra cosa, que no tengo más ganas de ser el centro de atención.
―Sí, mejor, que Sandra se pone pesada incluso cuando no está ―bromeó Aída―. ¿Cuántos puntos te han tenido que dar, Dani?
―Diez ―contestó escueto―. Y ahora pasemos a otro tema que yo tampoco quiero ser el centro de atención, y sé que vais a empezar con el cachondeito.
―Pero... es que yo tengo una duda.
―Ya, Ernestito. Déjalo que ya me conozco yo tus dudas.
―No, en serio... ―dijo riéndose.
―¡Qué no, listo! ―interrumpió Dani, con una ligera sonrisa.
―Bueno, hablando de otra cosa... ―comenzó diciendo Laura para que dejaran de atosigar a su ex novio―. Estoy embarazada.
Aquello, dicho tan de sopetón, sorprendió a propios y a extraños. Los que conocían la noticia no esperaban que lo dijera de aquella forma, y los que no lo sabían se sorprendieron al escucharlo. Aprovechando el momento de silencio continuó.
―Y, para el que sea idiota y le surja la duda, sí, es de Daniel.
―Oye, eso es... ¡genial! ―dijo Ernesto, al que le faltó tiempo para levantarse y darle dos besos―. Porque nos podemos alegrar, ¿no? ―le preguntó mirándola de una forma extraña, aún de pie al lado de ella.
―Sí, claro ―sonrió.
Los demás también la felicitaron, excepto Dani, que no se movió de su sitio, y al que se le notaba que estaba algo dolido con ella.
―Bueno, pues vamos a brindar por ese niño que va a sufrir nuestras calamidades ―dijo Alejandro poniendo su vaso en alto a lo que los demás lo siguieron― Y porque sobrevivas a la ira de Paloma y Belén por decirlo cuando ellas se acababan de ir.
Todos rieron con el comentario, aunque estaban totalmente de acuerdo con él. Laura hizo una mueca de dolor, ya que no había caído en ese detalle.
―Sí, y también brindar por la futura mamá y el futuro papá ―añadió Nacho, aún riendo.
―Eso, y porque se dejen ya de estar como el perro y el gato y vuelvan a estar juntos, que es como tienen que estar ―concluyó Ernesto.
Dani no pudo soportar más tanto brindis. Soltó su vaso, se levantó y se fue, dejando el desencanto en sus amigos, que lo miraban con una mezcla de confusión y pena. Laura se quedó mirando el sitio por el que se iba, sin poder evitar la punzada de dolor que ello le provocaba.
―Pero ¿qué he dicho? ―preguntó Ernesto.
―¿Qué no has dicho, campeón? ―contestó Nadia dándole una colleja.
―Fue a hablar la reina sutil ―musitó Irene, aunque la escucharon todos.
Nadia la miró mal, y su hermana la retó con la cara a que le llevara la contraria en la afirmación dicha.
―No te preocupes, Ernes ―le dijo Miguel Ángel―. Voy a por él.
Miguel Ángel le dio un beso en la cabeza a Laura, que le agradeció con una leve sonrisa que él no llegó a ver, pues salió tras Dani. El resto se quedó allí, algo compungidos, sobre todo Ernesto que, con sus palabras, había provocado la reacción contraria a la que pretendía. A Miguel Ángel no le costó mucho alcanzarlo.
―¡Dani! ―lo llamó, aunque éste hizo oídos sordos y continuó andando, moviéndose entre el gentío―. Tío, espera ―le dijo de nuevo, esta vez cogiéndole del brazo para pararlo
Dani no tuvo más remedio que pararse, girando su cuerpo para mirar a su amigo.
―Dani, ¿estás llorando? ―preguntó incrédulo.
―No ―mintió, frotándose los ojos con las manos―. He ido esta mañana a hablar con ella y me ha echado. Me ha echado, Migue ―se atrevió a decir finalmente.
―¿Pero qué ha pasado? Cuéntamelo desde el principio o no me entero. Venga vamos a sentarnos, a ver si lo conseguimos ―miró a su alrededor buscando, y tardó bastante poco en ubicar su objetivo―. Vamos a aquel banco, que parece que no hay ninguna pota, milagrosamente.
Se sentaron en un banco que había cerca de ellos. Les parecía increíble, pero no había tanto tránsito de gente en ese lugar, sobre todo comparado con el resto del centro de la ciudad. No había mucho jaleo alrededor, ya que la música de los locales sólo se escuchaban cuando las puertas se abrían, por lo que pudieron hablar con cierta calma. Justo cuando se sentaron, apareció corriendo Ernesto que, agobiado por la culpa, también había salido para ver si los alcanzaba.
―Dani, hombre, siento mucho si he dicho algo... ―se excusaba Ernesto sentándose a su lado en el banco.
―No te preocupes, Ernes. No ha sido culpa tuya ―le interrumpió.
―Dani, es la primera vez que te veo llorar ―le dijo curioso Ernesto.
―Aprovéchate que no lo verás muchas más. Es culpa del golpe maldito éste ―dijo poniéndose las manos en la cara y apoyándose en sus codos.
―Ya, pero ¿qué te ha pasado?
―Que Laura no me quiere, eso pasa.
―¡Venga, ya! ¿Por eso? pero yo si te quiero mucho ―bromeó.
―No, Ernesto, va enserio ―dijo tajante, cortando todo intento de broma de su amigo―. He ido esta mañana a hablar con ella y me ha echado.
―Pero cuéntanoslo desde el principio ―le repitió Miguel Ángel.
―Pues nada, he llegado... ―le costaba contarlo, el dolor de cabeza había vuelto más agudizado―. He llegado fastidiándola, la verdad. Pero luego... luego le he dicho que quería que estuviésemos juntos, que el niño merecía tenernos a los dos.
―¡Joder, Dani! ―dijo Miguel Ángel, poniéndose las manos en la cara.
―¿Le has dicho eso?
―Sí, ¿qué pasa? ―preguntó con verdadera confusión.
―Esto ya lo hablamos, chiquillo. Te lo comenté el otro día, ella cree que quieres volver por lo del embarazo.
―Y no me extraña que lo crea, se lo has puesto a huevo ―añadió Ernesto.
―Ella ya sabe por qué quiero volver, no es tonta.
―¿Se lo has dicho? ―le preguntó Ernesto.
― Ella lo sabe.
―¿Pero se lo has dicho? ―insistió Miguel Ángel.
―No, no se lo he dicho así tan explícitamente como me pedís, no ―contestó finalmente.
―¡Pues mal hecho! ―comentó Ernesto.
―Sí ―añadió Miguel Ángel cruzándose de brazos.
―A las mujeres les gusta saberlo, hombre. En verdad a todos nos gusta saberlo, pero nosotros nos hacemos los duros. Y a nadie le gusta estar con alguien por motivos equivocados, ¿no?
―Bueno, ¿y ahora qué hago, doctor? ―se burló él, aunque con verdadera preocupación.
―¡Pues se lo dices! ―dijo Miguel Ángel como si fuera demasiado obvio.
―Sí. Mira, entras en la tetería y le dices todo lo que sientes.
―Claaaaro, claro, claro, claro ―repetía afirmando con la cabeza cínicamente―. Delante vuestra, no tengo yo nada mejor que hacer.
― Por supuesto que delante nuestra. Después de todo lo que hemos sufrido con vosotros, sería todo un detallazo. Eso sí, se lo dices bien dicho, nada de por el niño ni tonterías de las tuyas ―aconsejó Miguel Ángel.
―Y una cosa te voy a decir ―comenzó también Ernesto―. Si dices que ahora estás sensible por lo del golpe, es ahora cuando tienes que ir, si no lo haces ahora, no lo vas a hacer nunca, te vas a poner una excusa tras otra, y vas a ser desgraciado el resto de tu vida, y nos vas a hacer desgraciados a nosotros por no haber podido desdesgraciarte, y...
―Vale,vale. Voy ―dijo poniéndose de pie―. Pero voy por no escucharte más, que me está volviendo el dolor de cabeza.
Nota de autora: Me encantan los amigos como estos que se preocupan, escuchan y aconsejan. Por eso este capítulo está dedicado a ella, la que tanto ayuda y tanto está para mí.
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