Capítulo XX
Llevaba despierto desde las nueve, aunque continuaba en la cama dando vueltas. A su lado estaba Sandra, como siempre. Roncando, como siempre. Aquella mujer que lo tenía tan loco desde hacía más de un año. Loco en el sentido literal de la palabra. Era un encanto de mujer, pero su belleza no compensaba sus momentos de soberbia y arrogancia. Por eso mismo no estaba nada seguro de la boda.
―¿Ya estás despierto, cari? ―le preguntó Sandra dándose la vuelta y abrazándose a él.
―Sí, llevo un buen rato pero no quería despertarte, ¿por qué?
―No, por nada. Oye, ¿te pasa algo? Te noto la voz un poco rara.
―No, es que estaba pensando.
―¿Y en qué? Si puede saberse.
―En la boda.
―Ah, yo también pienso mucho en eso ―contestó con un sobreactuado gesto soñador―. ¿No es genial? Me encanta la idea.
―Ya pero es que...
―¿Pero qué? ―preguntó incorporándose un poco.
―Pero es que tengo mis dudas, ¿sabes?
―¿Qué dudas? No te entiendo. Seguro que esto ha sido cosa de tus hermanas ―dijo incorporándose del todo.
―No metas a mis hermanas en esto, que no tienen nada que ver ―contestó incorporándose ahora él―. Son cosas mías, que ya soy mayorcito. Es que hay veces que no te entiendo. Estamos bien así, ¿para qué tenemos que cambiarlo?
―Porque a mí me hace ilusión.
―¿Esa es tu razón? ¿Te hace ilusión casarte?
―Pues sí, me hace ilusión.
―¡Pero si es un simple papel!
―¡Bueno, pero yo quiero tener ese cacho de papel!
―Es que no lo entiendo, Sandra. Una mierda de papel no va a decirte que te quiero. ¿No te basta con que sea yo quien te lo diga?
―¡Pues no!
―Yo alucino. ¿Tú nos estás viendo? Es que parecemos dos gilipollas discutiendo ¡por una mierda de papel! ―dijo levantándose finalmente.
―¡Y dale con que es una mierda de papel! ¿Es que no me puedes entender? ¡Yo necesito tener ese papel! ―argumentó poniéndose a su nivel.
―¿Para qué? ¿Para convencer a la gente de que te quiero? ¿Para autoconvencerte tú?
―¡Pues sí! Para ambas cosas es muy válido.
―Haré como que no he escuchado eso ―dijo levantándose de la cama―. Me voy a duchar y, cuando salga, seguiremos hablando más tranquilos ―finalizó yéndose al cuarto de baño.
―No ―contestó ella levantándose también―. Quiero una respuesta ahora. O nos casamos o me voy.
―¿Me estás dando un ultimátum?
―Llámalo como quieras ―comentó cruzándose de brazos.
―Muy bien, de acuerdo ―dijo.
A Sandra ya se le empezaba a ver la media sonrisa, pues pensaba que había ganado la batalla.
―Ten cuidado cuando cierres la puerta no te vayas a dar.
Sin esperar ninguna respuesta se fue a duchar, dejándola allí. Sandra no daba crédito a lo que escuchaba. En efecto, Nacho había cortado con ella y ni siquiera se acordaba de por qué había empezado todo. Se vistió lo más rápido que pudo y salió de allí, dispuesta a vengarse como una buena mala de película. Aún no sabía cuál podría ser su venganza, pero seguro tenía mucho tiempo para planearla.
En su casa, Dani también llevaba bastante despierto y levantado. No hacía más que darle vueltas al mismo tema una y otra vez. Finalmente, se decidió por hablar lo más claro posible con Laura, sobre el niño, por supuesto, porque debido a su orgullo no pensaba hablar de otro tema. Se dirigió a casa Irene, ya que Miguel Ángel le había comentado la noche anterior, que Laura pensaba quedarse allí algunas noches. Estaban Víctor e Irene en la cocina, y Laura y Nadia levantándose, cuando Dani pegó a la puerta. Laura, que era la más cercana a la puerta fue la que abrió, y también la que se sorprendió bastante al ver aparecer a Dani por allí.
―Hola ―dijo escueto.
―Hola, ¿qué haces aquí?
―Si quieres me voy.
― No, no. Pasa. Es que me ha sorprendido verte porque supuse que no me querrías hablar en un tiempo.
―Pues así era. Pero creo que deberíamos solucionar un par de cosas.
Ambos entraron al salón donde ya estaban Víctor, Irene y Nadia.
―Hola ―dijo Dani a modo de saludo general.
―Bueno, yo creo que me voy ―comentó Víctor.
―No te vayas todavía ―le pidió Nadia―. Lo que podemos hacer es irnos a mi cuarto, y así pueden ellos hablar tranquilos.
―Yo estoy de acuerdo, sí. Así les dejamos intimidad ―dijo Irene marchándose presurosa.
Los otros dos salieron tras ella y, de esta forma, Laura y Dani se quedaron solos en el salón.
―Bueno, tú dirás ―dijo ella sentándose.
―Tanto como que yo diré... Eso deberías haberlo hecho tú―contestó sentándose también―. Te puedes imaginar que quiero hablar del niño, porque puesto que me han dicho que soy su padre, creo que tengo algo que decir.
―No me gusta ese tono de "me han dicho" ―puntualizó ella―. Por supuesto que tienes muchas cosas que decir, no creo que nunca te haya dado motivos para dudar de mí.
―De acuerdo. Pero quiero que quede claro desde ahora, que no me ha gustado nada la forma que has tenido de llevar las cosas.
―Lo comprendo. Yo...
―Y te aclaro también ―interrumpió―, que espero que esta situación no llegue a un punto límite, pero si fuera de esa forma, llegaré hasta el final sin contemplaciones.
―Vale. Ahora me toca a mí decirte que no vuelvas a amenazarme ―dijo en un tono bastante más serio del que estaba teniendo hasta el momento―. Yo nunca he pretendido dejarte fuera de esto, ni creas que lo pensaba hacer, pero no sabía cómo decírtelo.
―No me vale esa excusa. Creí que al menos éramos amigos, y ahora vas tú y me haces esto, ¿cómo quieres que reaccione?
―Mira ―dijo poniéndose de pie―, hace dos meses éramos novios, ¡y ahora vas tú y me haces esto! ―continuó señalándose la barriga―. ¿Cómo quieres que reaccione yo? No estaba en mis planes tener un niño ahora, ¿sabes?
―¡Tampoco estaba en los míos! ―contestó él poniéndose también de pie―. Mira... yo... a mí... ―balbuceaba―. ¡Bah! Mejor será que me vaya.
―No, ahora no. Creo que será mejor para los dos, que lo que sea lo solucionemos ahora.
―Da lo mismo una semana más que menos, y tú ahora tienes que descansar.
―No da lo mismo. Yo quiero saber lo que pasa entre nosotros cuanto antes mejor, que no quiero llevarme sorpresas de última hora.
―Vale.
Volvieron a sentarse y continuaron hablando un poco más tranquilos.
―Bien. ¿Qué es lo que pasa exactamente entre nosotros? ―preguntó ella poniéndolo en un compromiso.
―Está claro que somos amigos... buenos amigos... sí, eso ―dijo poco convincente.
A Laura se le cambió la cara. Obviamente esperaba otra respuesta, así que, después de respirar hondo, le contestó fríamente.
―Amigos. Ya. Pues bien, amigo mío ―dijo remarcando las palabras―. Si he entendido bien, tú has venido aquí para recordarme que eres el padre de mi hijo. Bien, no te creas que alguna vez se me ha podido olvidar, así que te puedes ir tranquilo que nadie te va a poner impedimentos de ningún tipo. Vas a poder ver a tu hijo, vas a poder llevarlo al colegio. Vas a poder hacer todas esas cosas que hacen padres e hijos. Así que, si ya estás tranquilo...
―No, no estoy más tranquilo ―la interrumpió de nuevo.
―Bueno, pues yo no puedo hacer más.
―Sí que puedes. Puedes volver conmigo.
Laura se quedó bastante sorprendida de aquello.
―Dios, qué basto es ―dijo Irene tapándose la cara con la mano.
―Demasiado ―corroboró Víctor.
Los tres tenían la oreja pegada a la puerta, pues no se querían perder palabra de lo que ocurría fuera. En el salón, mientras, reinaba el silencio hasta que la, todavía incrédula Laura, lo rompió.
―¿Qué?
―Sí, quiero que volvamos a estar juntos, quiero que ese niño crezca teniéndonos a los dos. Quiero...
―Ya ―lo interrumpió, justo antes de volver a ponerse en pie―. Será mejor que te vayas.
―¿Qué? ―preguntó ahora él igual de incrédulo.
―Que será mejor que te vayas ―concluyó con los brazos en jarras.
―Vale ―dijo decepcionado―. Despídete por mí de esta gente.
Y sin mediar una palabra más, se fue. Sentada en el sofá se quedó Laura, abatida. Víctor, Irene y Nadia salieron de la habitación en cuanto oyeron cerrarse la puerta de la calle.
―¿Pero a ti qué carajos te pasa? ―le preguntó Nadia a Laura nada más verla.
―Muy sutil, Nadia, muy sutil ―le recriminó su hermana.
―¿Habéis estando escuchando la conversación?
―Bueno, no hemos podido evitarlo, estabais hablando un poquito alto ―contestó ella misma a modo de excusa.
―Ya ―dijo sin creerse una palabra―. Bueno, de todos modos da igual.
―¿Por qué le has dicho que no? ―le preguntó ahora Víctor.
―Porque sólo lo ha dicho por el niño, pero al final los dos acabaríamos mal. Os habéis equivocado, no me quiere.
Los tres, algo compungidos, se sentaron con ella. Su tristeza y decepción era palpable. Sus ojos estaban brillantes por las lágrimas que no quería derramar.
Irene la abrazó, queriendo transmitir con ese abrazo todo el apoyo que tenía en ellos, que no le fallarían.
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