Capítulo XVIII

A las seis de la tarde se fueron a casa de Laura a por ropa, para que pudiera quedarse en casa de Irene, cosa que no le hacía gracia, no por el hecho de quedarse, sino por el motivo por el que lo hacía. Sobre las ocho llegaron, finalmente, a casa de Irene. En la puerta estaba Miguel Ángel, esperando a que llegara.

―¿Qué haces aquí? ―le preguntó extrañada Irene.

―Esperándote.

―¿Y por qué no has llamado al móvil?

―Lo he hecho. He llamado a todos los móviles que se me han ocurrido.

―Pues estábamos en casa de Aída, podías haber llamado allí.

―¡Es verdad! Al ser yo Rappel sabía que estabais allí, pero no he querido abusar de mi poder ―contestó sarcástico.

―Hola, Migue ―dijo Nadia―. ¿Puedes abrir ya la puerta? ―le dijo ahora a su hermana.

―¡Sí, claro! ―dijo abriendo la puerta acto seguido.

―Hola Laura ―le dijo Miguel Ángel dándole un beso a modo de saludo ―Perdona, es que no te había visto.

―No, se ve que no has visto a nadie ―le recriminó Nadia.

― Sí, perdo...

No le dio tiempo a terminar la frase cuando Nadia entró rápidamente en la casa.

―Tampoco creo que haya sido para tanto, ¿no? ―comentó Miguel Ángel.

―No, es que tenía que ir al servicio urgentemente ―contestó Laura por ella.

Entraron ellos tres en la casa con algo más de calma. Fueron directamente al salón, donde dejaron las cosas de Laura hasta que las colocaran más tarde.

―Bueno, ¿y tú cómo estás? ―le preguntó a Laura.

―Bien, gracias.

―Es que... ―titubeó―. Dani me ha comentado que has tenido que ir al hospital hoy.

―Sí, me he llevado un sustillo.

―Pero no ha sido nada, así que... ¡Enhorabuena! ―dijo finalmente abrazándola.

―¡Ya estoy aquí! ―dijo Nadia nada más entrar.

―Que hola, que antes he sido un maleducado.

―Pues sí, para qué vamos a negarlo.

―A todo esto ―comenzó diciendo Irene, ignorando lo dicho por su hermana―, ¿para qué me estabas esperando?

―Pues quería hablar contigo.

―Os podéis ir a mi cuarto, si queréis ―sugirió Nadia―. Lo digo porque el mío está más lejano al salón y así os escucharemos menos, aunque no digo que no haremos por escuchar, claro.

―Sí, creo que eso será lo mejor ―dijo Miguel Ángel sonriendo por la broma.

Ambos se fueron para la habitación de Nadia, mientras ella y Laura se preparaban en la cocina algo para picotear.

―¿Y bien? Dime ―le dijo Irene algo intrigada.

―¿A qué ha venido lo de esta tarde?

―Me he perdido ―contestó confusa.

―La excusa que me has puesto cuando me has llamado.

―¡Ah, eso! Pues nada, es que no se me ha ocurrido otra y...

―¡No lo digo por eso! ―interrumpió―. Lo digo por el hecho de que me has mentido.

―Bueno, Laura no tenía ganas de decírselo a nadie, y yo no soy quien para... ―se frenó un poco reparando en lo que estaba diciendo―. ¿Y yo por qué te estoy dando explicaciones?

―Pues no me parece normal, como tampoco me parece normal que Dani se haya enterado de la forma en que lo ha hecho ―contestó en un tono algo más alto.

―Eso ya no es culpa mía, así que no pretendas cargarme a mí el muerto ―dijo ella ajustándose al tono.

―¡Ya lo sé! ―dijo reconociéndolo.

―Entonces no entiendo a qué viene esta reprimenda. La verdad es que no creo que tenga que darte explicaciones de nada de lo que hago o de lo que digo, así que no sé por qué tanto rollo.

―Es que... ¡no sé! ―continuaba diciendo nervioso, andando de un lado a otro, todo lo que la habitación le permitía―. Me parece muy injusto que no tengáis confianza en mí, ¿sabes? Y... y... yo creí que tú sí que la tenías.

―Y confío en ti, Migue ―dijo ella suavizando el tono―. Pero no pretendas que te diga algo que no está en mi mano decir.

―En realidad no sé ni por qué he venido. Lo cierto es que estoy totalmente de acuerdo contigo. Ya lo estaba antes de venir. No sé qué hago aquí.

―Pues si no lo sabes tú.

―¿Sabes lo que me pasa? ―dijo ahora algo más tranquilo, sentándose en la silla del escritorio.

Ella se sentó también, aunque en la cama, para escuchar su explicación.

―Lo que me pasa es que día tras día tras día, veo como dos de mis amigos, dos de mis mejores amigos, van por la calle haciendo el gilipollas.

―No te pillo ―comentó ella acompañándolo todo con un gesto inquisidor.

―Pues que veo a Laura y a Dani, como van los dos haciendo el lila porque son tan asquerosamente orgullosos, que ninguno de ellos le va a reconocer al otro que no puede aguantar más el estar separados.

―Ya, te entiendo.

―Lo peor de todo, es que Dani, aún queriendo a Laura más que a nadie, si en estos momentos le dice a Laura lo que siente, ella no se lo va a creer.

―Sí, es verdad.

―Y yo sé lo que se siente. Sé lo que se siente yendo con alguien y disimulando que no sientes más amistad por esa persona.

Ella tan solo asentía con la cabeza, un tanto ausente, aunque sin dejar de escucharlo.

―Y todavía en mi caso es normal que tenga que disimular, al fin y al cabo la otra persona no siente lo mismo que yo, pero, en el caso de estos dos, es algo inquietante, ¿no crees?

―Ajá ―contestó mecánicamente.

―¿Qué te parece?

―¿El qué, concretamente? ―preguntó.

―Pues lo que te he dicho.

―Sí, me parece que tienes razón. ¿Pero a qué te refieres exactamente? Es que han salido varios temas.

―Venía a preguntarte, ya que tú eres una persona tan versada en un amplio repertorio de temas, qué pensabas sobre todo eso en general. Si quieres vamos por partes.

―Sí, mejor. Hagamos como el forense y vayamos por partes ―bromeó.

―A ver, con respecto a lo de Laura y Dani, ¿qué piensas? ¿Es tan difícil como parece que es que vuelvan a estar juntos?

―Pues no sé. Sí que me parece que son tontos, coincido con tu análisis. Pero es que eso es algo que tienen que hacer ellos, nosotros no podemos intervenir.

―Sí, es verdad. Pero a lo mejor les hace falta un pequeño empujón, ¿no crees?

―Realmente no creo que sea buena idea, que ellos no siempre llevan bien lo de los pequeños empujones, y lo mismo contestan con un gran empujón, y yo no estoy dispuesta a caerme.

―Bueno, ese tema habrá que tratarlo tranquilamente para que no se den ni cuenta de que los responsables del empujoncito hemos sido nosotros. Y ahora, respecto al otro tema, ¿qué?

―¿Con respecto al tuyo de ir disimulando dices?

―Ajá ―dijo ahora él.

―Es algo complicado decirte al respecto, porque yo no conozco a la persona que me dices. De todas formas, tú no sabes realmente lo que ella siente ¿no?

―Hombre, saberlo, saberlo, lo que es saberlo... pues no, no lo sé.

―Pues si no sabes lo ella siente, no puedes decir que no siente lo mismo por ti, porque a lo mejor no es así, ¿sabes lo que te digo?

―Sí, claro.

―Así que, puesto que ya sois personas adultas, o al menos eso espero ―dijo sonriendo y provocando que él también lo hiciera―, deberías hablarlo cara a cara con ella y decirle claramente lo que sientes.

―El problema es que yo soy una persona bastante tímida, eso tú ya lo sabes.

―Sí, y te cuesta, ya.

―Sí. Además, ella es una gran amiga...

―¿Ah, sí? ¿Quién es? ¿Acaso yo la conozco? ―le interrumpió, preguntando con verdadera curiosidad.

―Prefiero no decírtelo, por ahora ―se sonrojó un poco.

―Como quieras.

―Lo que te decía, que ella es una gran amiga, y si ella no siente lo mismo que yo, tampoco me quiero arriesgar a romper nuestra amistad.

―Ya, pero Migue, hay que arriesgarse tío, si ella no siente lo mismo que tú te lo dirá, y tampoco eso tiene por qué romper vuestra amistad ―contestó ella con un tono de voz un poco más neutro―. Yo creo que si de verdad te gusta tendrías que decírselo. ¿Quién sabe? Tal vez te corresponda.

―Sí, me lo pensaré. Bueno, vale. Ya me voy que he quedado con Dani. Piénsate lo del empujón.

―De acuerdo ―dijo finalmente.

Salieron de la habitación y Miguel Ángel se despidió de todas. Nadia y Laura, para no perder la costumbre, preguntaron de qué habían estado hablando allí dentro.

―Sois unas cotillas ―acusó Irene.

―Pues sí ―contestó Nadia ―¿Cuántas veces lo voy a tener que reconocer?

―De cosas. Estaba algo dolido por no haberse enterado de lo de tu embarazo por ti ―le dijo a Laura.

―Ya, me lo imagino.

―Y está preocupadillo por Dani.

―¿Te ha dicho algo de él? ―preguntó Laura intrigada.

―De hecho sí. Me ha dicho que es un gilipollas.

Las otras dos se quedaron algo perplejas por las palabras de Irene, ya que se esperaban cualquier respuesta excepto esa.

―¿Qué? ―preguntó Nadia algo confusa.

―Lo que os digo. Me ha dicho que es un gilipollas, en serio. Claro que tú ―continuó dirigiéndose a Laura―, eres otra.

―¿Por qué exactamente? Aparte, claro está, de porque no he gritado lo de mi embarazo ―dijo en un tono más duro.

―Pues porque los dos vais por la calle haciendo el tonto y disimulando lo que sentís.

―¡Mira por dónde! Ahí sí que estoy de acuerdo ―dijo Nadia asintiendo efusivamente con la cabeza.

Su hermana le respondió el asentimiento y se sentó en el sofá, cogiendo un puñado de cacahuetes. Aquello prometía dar de que hablar y ella ya había dado el primer golpe.

―¿Y bien? ¿Qué contestas? ―le dijo Irene a Laura, mientras seguía comiendo frutos secos.

―Pues no tengo por qué contestar ―se puso a la defensiva.

―Eso está claro ―comenzó diciendo Nadia―. Pero... ¿no te cansas de fingir?

―Pues no. Créeme si supiera que él siente lo mismo que yo, no tendría ningún problema.

―¿Pero es que no lo ves? Una cosa es que el amor sea ciego, pero tampoco es que tenga que ser imbécil ―decía Nadia―. Te has empeñado tanto en cambiar y en tapar lo que sientes, que por no ver ya no ves ni a tu lado.

Laura, con una cara algo más reflexiva y seria, optó por cambiar de tema.

―Bueno, ¿habéis hablado de algo más? ―le preguntó finalmente a Irene, ignorando el bufido de Nadia.

―Sí, es que tiene problemas de mujeres. Le gusta alguien y no sabe lo que hacer.

―¿Te ha dicho quien era? ―le preguntó Laura con una leve sonrisa.

―No, no me ha dicho si la conocía o no, ni me ha querido decir el nombre. Se ve que está loquito por ella.

Nadia no daba crédito a lo que escuchaba. Su hermana no se daba cuenta que Miguel Ángel le había estado hablando todo el tiempo de ella, no se daba por aludida. Nadia no sabía bien si gritarle, si decírselo suavemente o, simplemente, dejarla en ascuas hasta que Miguel Ángel se decidiera, pero no tuvo que elegir porque finalmente Laura se le adelantó.

―Y después decís de mí ―comentó, haciendo un gesto de negación con la cabeza.

―¿Qué? ―preguntó Irene confusa.

―Que hablaba de ti, idiota ―volvió a decir Laura dándole una colleja en la nuca.

―¡Tú flipas!

Al final, Nadia, con su poca paciencia habitual, tuvo que decantarse por pegar un grito.

―¡Que sí! ―dijo en un tono algo subido y poniéndose de pie― ¡Que parecéis tontas las dos! Una por no hacer caso de lo obvio, y la otra por no darse por aludida en lo que ha sido casi una declaración. ¡Pero seréis imbéciles! ―concluyó volviéndose a sentar y soltando un suspiro de alivio.

―No creo que fuera por mí ―sacó en conclusión Irene.

Su hermana alzó los brazos en señal de desesperación y, antes de marcharse a la ducha les soltó otra retahíla.

―A ver, os lo voy a decir despacito para que os enteréis las dos ―dijo poniéndose de nuevo de pie―. Sois idiotas, lo más subnormal que he visto. Y yo os lo digo con todo mi cariño. Yo os quiero mucho, de verdad que sí, pero la estupidez que tenéis en lo alto no es normal. Y es que no sois más gilipollas porque no entrenáis...

―Creo que ya hemos pillado lo de los insultos, Nadia. ¿Puedes pasar al siguiente punto que tengas que decir? Gracias ―comentó irónica Irene interrumpiendo todo aquello.

―Vale, pero... ¿es que no os dais cuenta de verdad, o es que preferís cerrar los ojos para no ver lo que tenéis delante de ellos? Vosotras sois más que simplemente mis amigas, pero Dani y Migue también son muy importantes y, sinceramente, no soporto ver como ellos sufren porque vosotras no queréis ver lo evidente. Claro que ellos tampoco se quedan atrás ―añadió para luego marcharse.

Las dos se quedaron allí, mirándose con los ojos muy abiertos, preguntándose cómo habían consentido que Nadia las insultara en el modo y en la cantidad en que lo había hecho. No tenían respuesta para aquello. La verdad es que las había dejado algo atolondradas, pues sólo pudieron reaccionar pasados cinco minutos largos.

―¿Tú has oído lo mismo que yo? ―le preguntó Laura a su amiga.

―Sí, creo que sí. Creo que mi hermana nos ha puesto verde.

―Sí. Claro que tenía razón en lo tuyo ―comentó.

―¡Y en lo tuyo!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top