Capítulo XVII

No hacían más que reírse, debido a lo torpes que habían sido por no reparar en ese detalle de la maternidad. Justo en mitad de la diversión, apareció el médico.

―Veo que están más contentas.

―Sí, la verdad es que la noticia de que todo está bien nos ha alegrado bastante.

―Bueno, yo venía a ratificarles que todo ha ido bien y que su amiga está dentro diciendo que quiere irse.

―¿Puede irse ya? ―preguntó Nadia.

―Sí, no hay ningún problema. Sólo ha sido un susto, pero lo que sí que tiene que tener es un poco más de cuidado a partir de ahora.

―Genial. Entonces, ¿ahora sí podemos pasar? ―preguntó Irene.

―Sí, por supuesto. Las acompaño.

Las cuatro siguieron al médico, que las llevó hasta la habitación. Allí ya estaba Nuria. Entraron todas de golpe. Laura estaba sentada en la cama esperando que llegaran para poder irse.

―Hola ―saludaron todas casi a la vez.

―Hola ―contestó Laura con la voz algo apagada.

―¿Qué? ¿Nos vamos? ―le preguntó María.

―Cuando queráis.

―Espérese que aún le tengo que decir un par de cosas ―le dijo el médico.

―Bueno, mientras David os comenta eso yo me voy, que tengo trabajo.

―¡Espera Nuria! ―le dijo Nadia que salió con ella―. Muchas gracias.

―Vale, pero me lo podíais haber dicho antes ―comentó algo decepcionada.

―No lo sabe nadie. Laura no quería decirlo por...

―Dani.

―Sí.

―Bueno, por esa os vais a librar. Escucha, Laura va a estar ahora una semanita de baja.

―Pero es que creo que está de vacaciones, ¿no?

―Da igual. Que se quede con alguna. Porque aparte de que se va a aburrir mucho en casa sola, tiene que estar de reposo. Le diría que se quedara conmigo, pero nunca estoy en casa, y va a ser lo mismo.

―Claro, claro. Sin problema.

―Pues eso. Además, yo me iré pasando a ver cómo está. Y ahora me voy que tengo trabajo ―dijo dándole un beso y marchándose acto seguido.

Nadia no tuvo que entrar de nuevo en la habitación, porque antes de que pudiera hacerlo ya estaban saliendo todas.

―Bueno, son las tres y media. Sugiero que vayamos a comer a mi casa ―dijo Aída.

―¡Ostras! ―dijo de pronto Irene.

―¿Qué? ―preguntó algo exaltada María, que había pegado un repullo, al escuchar el grito de su compañera.

―¡Los de la playa!

―Ups ―dijo Aída―. Bueno, los llamaremos desde el camino.

Todas apoyaron la moción y se fueron a comer.

Dani, mientras, estaba en su casa, ya se había hartado de dar vueltas con el coche sin saber lo que hacer. Finalmente, decidió llamar a Miguel Ángel, necesitaba hablar con alguien y no podía pensar en otro mejor que su mejor amigo.

Necesitaba su análisis. Siempre el hombre tranquilo. El que tenía una respuesta para cualquier cosa. Escuchaba como nadie y siempre tenía una palabra de ánimo para quien lo necesitara.

Miguel Ángel ni siquiera tuvo que preguntar para qué quería hablar con él, con el tono de su voz le bastaba para que apareciera donde estaba su amigo. Tenía además la mosca detrás de la oreja desde que Irene lo había llamado, y le había puesto una excusa para no ir a la playa, que no le resultaba del todo convincente. En veinte minutos, apareció por casa de Dani sin haber pasado antes por la suya propia, así que iba con los atuendos playeros.

―¿Qué ha pasado? ―preguntó nada más entrar por la puerta.

―Pasa.

―Dime. Estás muy serio.

―¡Qué vista tienes! ―dijo sarcástico.

―Venga, Dani, déjate de tonterías. ¿Qué ha pasado? ―preguntó de nuevo sentándose en el sofá.

Dani hizo lo mismo y comenzó.

―Es Laura, está embarazada ―dijo escueto.

―Eso es... ¿genial? ¿No? ―dijo algo tímido.

―Sí, cojonudo. Pero me he enterado hoy cuando la llevaba al hospital.

―¿Qué ha pasado? ―preguntó preocupado.

―Nada, está bien.

―Entonces...

―No sé, Migue. Tío, me he tenido que enterar así. ¿Por qué no me lo ha dicho?

―Yo es que de psicología entiendo lo justito, pero...

―¿Pero qué?

―Hombre, tú sabes que Laura te quiere, tío, no habrá encontrado el momento para decírtelo, o... ―al decir esto no supo si continuar o no.

―Dilo, o...

―Bueno, tú no vas a dejar que tenga ese niño sola. Tú, pues...

―¡Claro que no quiero que tenga ese niño sola! ―lo interrumpió exaltado―. ¡Yo quiero estar con ella!

―Es que... es un poco sospechoso el querer volver con alguien que te dice que está embarazada.

―¿Qué? No tiene sentido lo que me dices.

―Sí que lo tiene. Porque tú estás seguro de que estáis juntos porque los dos queréis, pero, ¿y ella? ¿No crees que se preguntará los motivos de ese cambio repentino de opinión?

―Pero no es un cambio repentino, todos lo sabéis.

―Pero ella no, Dani ―dijo como algo obvio―, y es ella quien lo tiene que saber, no el resto del mundo. Y en esas circunstancias aunque se lo jures una y otra vez, ella siempre tendrá la duda.

―Vale, ¿entonces qué? Dime, ¿qué tengo que hacer ahora?

Miguel Ángel lo miró, le cogió un hombro con su mano, apretándola en señal de apoyo. Respiró hondo, probablemente iban a tener la conversación que tendrían que haber tenido hacía un tiempo, pero Dani estaba en fase de negación, al querer hacer ver todo el tiempo y a todos, que estaba bien.

―Vamos a tomarnos a comer algo, anda, que nos va a venir bien.

Iban las cinco en el coche de Irene dirigiéndose a casa de Aída. Durante el camino, no habían estado muy habladoras, entre otras cosas por el nerviosismo del momento. Después, todo eso cambió. Laura se quedó con Nadia y María en el salón, mientras que Irene y Aída estaban en la cocina preparando algo de comer. De pronto, y sin que nadie dijera ni hiciera nada, Aída rompió a llorar. Irene se quedó parada en un principio, porque no se esperaba aquello, pero enseguida reaccionó.

―¡Oye! Venga, tranquila ―le dijo abrazándola.

Las otras tres desde el salón escucharon algo raro y se asomaron para ver qué pasaba. Y allí estaban las dos, llorando como dos magdalenas.

―¿Qué pasa aquí? ―preguntó Laura.

―La idiota esta, que ha empezado a llorar y me lo ha pegado ―contestó, limpiándose las lágrimas, Irene.

―¿Y por qué lloráis? ―preguntó ahora María.

―No sé.

―Oye, cortaos un poco que me lo vais a pegar ―comentó María rascándose los ojos.

―¡Ya está bien, chicas! ―dijo Laura―. Ya hay dos llorando y a punto está la tercera de empezar. Si es por mí no hace falta, no ha pasado nada.

―Ya, ¿pero y si hubiera pasado? ―preguntó Aída.

―Pero es que no ha pasado, y no podemos estar así por algo que ha podido, o no, pasar ―dijo Nadia.

―¡Pero es que me sale solo! ―dijo de nuevo Aída.

Tuvieron que esperar un rato hasta que Aída pudo parar y, finalmente, pudieron empezar a comer. La conversación fue más distendida que lo que había sido en la cocina, pero el tema del día no se podía obviar.

―Bueno ―comenzó Nadia―, ¿qué te ha dicho Dani cuando le has dicho que te llevase a maternidad?

―La verdad es que se ha quedado un poco extrañado, como si estuviera haciendo cábalas, pero no me ha preguntado el por qué, y la verdad es lo he agradecido, que tampoco he tenido fuerzas para decírselo. Pero, decidme mejor vosotras cómo se lo ha tomado.

―Bueno, sólo ha preguntado si era suyo ―contestó Aída.

―¿Y de quién se creería éste que era? ―preguntó algo dolida Laura.

Todas se encogieron de hombros.

―Lo que sí creo que tienes que hacer es hablar con él claramente ―dijo Irene.

―Ya, lo tendría que haber hecho hace mucho tiempo.

―Pues sí, para qué negarlo ―comentó asintiendo con la cabeza Nadia.

A Aída se le empezaron otra vez a llenar los ojos de lágrimas, fue Nadia, que estaba sentada a su lado, la que se dio cuenta de ello.

―No, Aída, otra vez no, no empieces por favor.

―¡Otra vez! ―exclamó Irene.

Aída no hablaba, aunque por señas indicó a sus compañeras que le dieran agua cuando por fin se hubo tranquilizado pudo contestar.

―Es que algo picaba mucho ―contestó en cuanto pudo, sacando la lengua y abanicándose con la mano.

Aunque sus amigas intentaron aguantar la risa no se pudieron contener. Dentro de toda la tensión acumulada, aquel fue un gran momento, de lo más cómico. Todas creyendo que iba a romper a llorar otra vez, cuando lo que ocurría es que no podía aguantar el resquemor de la lengua.

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