Capítulo XII
Todos sus amigos estaban preocupados. Habían tomado alguna copa por el centro y no dejaron de llamar a Nadia y Víctor, sin recibir respuesta alguna, y ya comenzaban a preocuparse.
Finalmente, a las tres y media optaron por ir a descansar. Cada uno fue a su casa, excepto Nacho, Laura, Aída y María, que fueron a casa de Irene a ver si estaban allí. Continuaron su ruta por casa de Víctor, donde comprobaron que tampoco estaban. A la preocupación se unió la impotencia, pues sabían que no tenían donde buscar y no podían hacer nada.
A las cinco se rindieron. Se quedaron todos en casa de Irene, por si Nadia aparecía. María apenas pudo dormir pensando en lo peor y echándose la culpa de todo.
A las ocho se levantó Irene. Ya no podía dormir más, la preocupación no la dejaba. Nada más escucharla, se levantó también Laura. Ambas, en la cocina, charlaban al respecto en voz baja para no despertar a nadie. Pero los demás se fueron despertando conforme olían el café recién hecho.
Mientras, en el coche, Víctor y Nadia seguían hablando. Llevaban así toda la noche y, en ese tiempo, no se habían ni acordado del resto del mundo, mucho menos de los móviles, en los que ya habría quinientos mensajes.
Los minutos y las horas pasaban y todo continuaba igual. Sobre las once y media, Víctor y Nadia oyeron un móvil, ambos creyeron que era el suyo, sin caer en la cuenta que lo habían desconectado la noche anterior. Fue entonces cuando cayeron en la cuenta de que sus amigos podrían estar preocupados. Conectaron de nuevo los teléfonos y, en efecto, el sonido que anunciaba la llegada de mensajes no dejó de sonar. Decidieron volver, aunque con mucho cuidado, ya que el sueño podría aparecer en cualquier momento. Nadia salió del coche de su amigo y se metió en el suyo. Llegaron a Málaga capital pasado el mediodía. Cuando llegaron a donde vivía Nadia, se despidieron desde el coche y él continuó. Era ahora cuando el sueño hacía mella en ellos.
Cuando Nadia subió, se encontró la casa llena de gente. Entró como si no hubiera pasado nada, pues no estaba dispuesta ni a hablar mucho, ni a aguantar reproches.
―Hola ―dijo escueta.
Soltó las llaves en la mesa y se quitó la sobrecamisa que, por suerte, tenía siempre en el coche, ya que por la madrugada había refrescado.
―Me voy a dormir.
―¡¿Cómo que te vas a dormir?! ―le gritó Nacho.
―No me grites que no estoy sorda ―dijo con calma.
―Pero tía, ¿se puede saber dónde estabas? ―preguntó Dani, que había llegado a las diez para saber qué había pasado.
―No quiero ser borde, y sin embargo sé que lo voy a ser, pero no creo que os interese mucho.
―¡Por lo menos podías haber llamado! ―gritó de nuevo Nacho, que estaba un poco exaltado.
―¡Que no me grites! ―repitió ella devolviéndole esta vez el grito.
―Tranquilo, Nacho, joder ―le dijo Irene.
―Pero sí que podías haber llamado, estábamos preocupados, podría haberos pasado cualquier cosa ―comentó María.
―A ti precisamente es a la que menos tenía que haber llamado ―dijo con bastante acritud―. Y ahora que habéis visto que sigo viva, me voy a dormir.
―Pero Nadia...
―¿Qué, Irene? ―interrumpió.
―¿Cómo está Víctor?
―Bueno, no creo que me cuente muchas cosas más, ya sabes que es un poquito radical.
Irene no contestó, tan sólo apretó los labios en disgusto, sabiendo lo dolido que estaba su amigo, y mirando a Laura que tenía prácticamente la misma expresión de pena que ella.
―Gracias por preocuparte.
Nadia se metió en el cuarto y los demás continuaron hablando de lo que había sucedido.
―Pero ¿por qué no le has dicho nada? ―le preguntó Nacho, incrédulo a su hermana.
―Es que creo que no soy quién para decirle nada, y tú tampoco. Ya no somos niñas de diez años a las que tienes que proteger.
―¿Acaso no te molesta que ni siquiera haya llamado? ―preguntó ahora Dani.
―Me ha preocupado. Y una cosa os voy a decir para que lo tengáis muy presente. Yo soy ella, y por el pollo que le hemos formado, lo primero que hago es mandaros a todos a la mierda... y luego me voy a dormir sin más.
―Seguramente cualquiera de nosotros hubiera hecho lo mismo ―comentó Aída.
―Bueno, yo me voy a mi casita ―dijo Nacho aún enfurruñado―, que Sandra ya estará que trina.
―Sí, yo también me voy ―dijo ahora Laura.
― Si quieres te llevo ―le comentó Dani.
―De acuerdo ―contestó―. Aunque... ―dijo reflexionando―, ya que hemos podido dormir algo y que sabemos que los niños, aunque cabreados, están bien, ¿por qué no nos vamos a la playa?
―¿A la playa ahora? ―preguntó Aída.
―O después de comer.
―No creo ―dijo de nuevo Aída―. Es que no voy a dejar otra vez a los chicos con el marrón de la tetería.
―Es verdad ―afirmó María.
―No, tú si quieres vete ―le dijo a su socia.
―No, qué va, que no ―replicó.
―Que sí, vete anda. Así me libro de ti aunque sea un día.
―Bueno, ¿entonces nos vamos, no? ―preguntó de nuevo Laura cortando así una nueva replica del tipo de enamorados que no quieren colgar el teléfono.
―Vale. Después de comer en la playa ―sugirió Irene―. Donde siempre.
―Pues allí quedamos ―afirmó Laura.
Entonces todos se levantaron y se fueron a dormir, al menos un par de horas, antes de ir a la playa.
Después de comer, Irene preparó sus cosas y le dejó una nota a Nadia de dónde iban a estar. Ésta se despertó sobre las seis con bastante hambre. Así que lo primero que hizo fue comer. En el camino a la cocina se encontró con la nota y, por un instante, dudó si ir o no. Sabía que se iba a encontrar con caras poco frecuentes y reprochadoras a la vez. Eso, unido a que tampoco tenía muchas ganas de encontrarse con nadie, y mucho menos con María, fue lo que decantó la balanza hacia la opción de quedarse en casa. Parecía ser la idea más sensata, dadas las circunstancias.
Aburrida y sin tener nada que hacer, se puso a ver todas las fotos y diapositivas que tenía, algo que le llevó bastante tiempo pues no eran pocas. Durante todo el tiempo que estuvo allí, viendo fotos, no podía dejar de pensar en que, desde que llegó, había tenido tres discusiones, dos de ellas con María y por la misma cuestión, y desde luego aquello daría que hablar.
No dejaba de darle vueltas y vueltas al mismo tema, sin llegar a descubrir qué era lo que pasaba. Tal vez en los meses que había estado en Madrid María había cambiado, o tal vez era ella la que lo había hecho. O tal vez era que la relación entre ellas, simplemente no era igual. Fuera como fuese, no conseguía llegar al fondo de la cuestión. Seguramente aquello sería una crisis pasajera, si es que se podía llamar crisis. Muchas otras veces habían pasado por circunstancias adversas y las habían superado. Si durante diez años consiguieron mantener y consolidar esa amistad, no iba a ser ahora cuando la iban a romper, eso Nadia lo tenía muy claro. La duda le venía cuando se preguntaba si María lo tendría igual de claro.
En momentos así se duda de todo y, aunque se crea tener las cosas claras o la solución a muchos problemas, la duda puede incluso aumentar.
Irene apareció sobre las diez y media de la noche. Mientras, Nadia estaba en su cuarto dando una segunda ronda a las diapositivas. Antes de entrar en la ducha, Irene se asomó sigilosamente al cuarto de su hermana, para ver si esta aún dormía.
―Ya estás aquí. No te he escuchado.
―¿Qué estás haciendo? ―preguntó mientras entraba completamente en el cuarto.
―Viendo diapositivas.
―¿Por qué no te has venido?
―No tenía ganas, ¿cómo os lo habéis pasado?
―Bien, ¿esto es lo que has hecho toda la tarde?
―¡Toda la tarde! Si me he despertado a las seis o a las siete.
―Pues te podías haber venido.
―Irene, no tenía ganas.
―Vale, vale. Bueno, me voy a duchar, ahí te quedas.
Nadia comenzó a recoger las cosas y fue a la cocina para preparar la cena. Cuando Irene terminó de ducharse y, acto seguido, ponerse el pijama, fue también a preparar la cena, pero se encontró con que se le habían adelantado. En principio se alegró, porque así se libraría, aunque después reflexionó y le asustó un poco la idea, ya que Nadia no era precisamente una joya en la cocina.
―Pero si has preparado la cena.
―No pongas esa cara que en Madrid he tenido que comer ―explicó.
―Supongo que lo has tenido que pasar mal ―bromeó.
―Vale lista, pues tú no comas.
―Bueno, venga, ¿qué has hecho?
―Filete con champiñones. Algo sencillito porque vale que en Madrid haya tenido que comer, pero tampoco es que me haya convertido en Arguiñano.
―Ya. A mí me da igual, mientras eso sepa a filete con champiñones tengo suficiente.
Nadia hizo una risa falsa, y luego le sacó la lengua a su hermana. Ésta se sentó en la mesa y probó la cena, con cierta reticiencia.
―Oye, pues está bueno y tó ―comentó sorprendida.
―Tú sigue con el cachondeito, que te vas a encontrar con los filetes puestos de sombrero ―amenazó.
―Vaaaale ―dijo ahora, levantando las manos en señal de inocencia―. Aunque te lo digo en serio, extrañamente está bueno, ¿eh?
―Pues claro. Yo si hago algo es para que esté bueno, si no hubiera pedido algo.
Después de cenar se fueron a dormir, tenían que recuperar las horas perdidas. Nadia porque aún le quedaba una semana de trabajo, Irene porque tenía que escribir algo, el estar mucho tiempo sin que se le ocurriera nada de lo que escribir le inquietaba un poco.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top