Capítulo X


Habían quedado a las cuatro de la tarde y, a esa hora, estaban todas en la puerta, excepto María que, como siempre, se retrasaba. Sólo pasaban cinco minutos de la hora pactada, cuando apareció la que faltaba y entraron para ir preparando las cosas.

Se pusieron a colocar las sillas y las mesas para poder abrir a las cinco, hora del té en Inglaterra y, en España, también para algunos.

Aunque sólo dos de ellas trabajaban allí, de forma habitual, las demás sabían perfectamente todos los ingredientes de cada té, de cada zumo, y de cada "invento" que allí se preparaba. La única que había podido olvidarlo un poco era Nadia, pero ni siquiera la distancia, pudo hacerle olvidar el olor de aquellos tés aromáticos, y de aquellas tartas tan bien preparadas por María. Al fin y al cabo, mucho de los "inventos" habían salido de la imaginación de Irene y Nadia.

Cada una había aportado algo. Las hermanas Espinosa contribuyeron, con su imaginación, a la elaboración de nuevas y sensacionales mezclas de sabores. En el caso de Aída fueron los nombres, pues su mente estaba siempre repleta de nombres nunca oídos y casi descabellados. María aportó su casi pasión por las teterías y su buena mano con todo lo que tuviera que ver con la repostería. Laura contribuyó con su pasión al chocolate y su grito de aliento cuando todo estaba a punto de venirse abajo.

Debido a que eran suficientes y podrían arreglárselas solas, optaron por dar el día libre a todos los que, durante esa semana, habían trabajado tanto. Aída, sabiendo que sus amigas no fallarían, ya se había encargado de hablar con su asesor para que no tuvieran problemas con una posible inspección, así que lo tenía todo controlado, como siempre.

A las cinco ya estaba todo listo y, pocos minutos después, abrieron las puertas. Al principio todo era tranquilidad, un par de parejas y poco más, pero a medida que pasaba el tiempo, aquello se empezaba a animar.

Las siete de la tarde fue el momento de pleno apogeo, y ninguna de ellas daba a bastos. A esa misma hora, apareció Dani, que pasaba solamente a saludar a María y Aída.

―Hombre, Dani ―dijo Aída que estaba poniendo unos tés en una bandeja―. ¡Cuánto me alegro de verte! ¿Vas a ayudar, verdad, bonito? Esto es casi una cooperativa ya.

―Venga, vale, pelota. ¿Qué hago?

―Lleva esto a la sala azul, anda.

Sin decir una palabra más, Dani cogió la bandeja y, con sumo cuidado, la llevó a la sala que le había indicado Aída, que era una de las que estaba arriba.

Poco después, sobre las siete y media apareció también Víctor, que llegaba para hablar con María, algo que, en aquel momento, le iba a resultar un poco difícil. Al llegar vio aquello como nunca lo había visto. Debido a su sentido de la responsabilidad y la solidaridad y, también por mero aburrimiento, nada más llegar a la barra, una vez que hubo saludado a todo el mundo de una forma bastante escueta, cogió una libreta y comenzó a atender.

Víctor tenía una simpatía innata, que derrochaba allá por donde iba. No sólo atraía su físico, muy acorde a su apellido, Alemán, con su porte alto, rubio con ojos azules; si no lo cortés de su forma de hablar, que encandilaba a cualquiera que cruzaba con él dos palabras. Siempre tenía a punto una sonrisa o un comentario de ánimo, cosa que, a sus amigos, les encantaba. Saber que se tienen a alguien siempre dispuesto a escuchar y a ser sincero es algo que cualquiera es capaz de agradecer. Aunque no era muy dado a expresar sus intimidades, no tenía ningún reparo en expresar sus sentimientos. Podía parecer que le preocupaba bastante poco lo que pudiera pensar la gente, pero sí le dolía en demasía, las críticas que pudiera recibir de la gente más allegada a él, sobre todo sus amigos, ya que al fin y al cabo, al contrario de lo que le ocurría al resto de sus amigos de infancia, él no tenía una buena relación con sus padres, que no aceptaron cómo era su hijo. 

Por esto y por muchas cosas más, Víctor, aparte de un amigo imprescindible, era una persona que deslumbraba por su forma de ser, y ninguno de sus amigos podía negarle nada, o casi nada. Entre ellos estaba María que, aparte de quererlo como se puede querer a un amigo, vio cómo los sentimientos hacia él crecían desmesuradamente. Para ella fue un impacto enterarse de su homosexualidad, ya que esa idea ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Pero lo que causó mayor impacto y su principal enfado, fue el no haberse enterado por él.

Aparte de con simpatía, Víctor estaba atendiendo las mesas con una rapidez pasmosa, que asombró a todos. Si no fuera porque sabían que había estudiado matemáticas, todos habrían pensado que se había tirado todos los años de carrera ejerciendo de camarero.

Cuando aquello comenzó a tranquilizarse, sobre las diez de la noche, pudieron hablar de algo más que no fueran pedidos.

―Víctor, te veo muy puesto, tío ―le dijo Dani.

―¿Ah, sí?

―Desde luego, yo estoy asombrada ―añadió Aída―. Es que eres un máquina. Si alguna vez quieres echar una mano ya sabes.

―Pues precisamente de eso quería hablar con María ―contestó―. Y contigo, claro.

―¿Conmigo? ¿De qué exactamente? ―preguntó María algo seria. Luego se dirigió a Dani―. Dani, perdona, ¿puedes llevar esto a arriba? A la C-4.

―¡Tocado! ―bromeó como si jugara al hundir la flota, pero al ver el ambiente cambió el tono―. Sí, claro.

En aquel momento todos, excepto Dani, se encontraban dentro de la barra escuchando, o al menos intentando escuchar la conversación. Irene y Laura, tenían pegada la oreja mientras preparaban los pedidos, y Nadia lavando los platos, justo al lado de los tres implicados en la charla.

―Pues de si aún necesitabais gente para trabajar.

―¿Era eso?

―Sí, María, era eso. Te dije que era algo importante, pero es que me daba un poco de corte, al ser amigos...

―¿Amigos? ―interrumpió.

Nadia cerró el grifo, se secó las manos y entró en la conversación.

―María, relájate que ya sé a dónde quieres llegar ―dijo de la forma más calmada posible.

―¿Qué me quieres decir, María? ¿De qué me estáis hablando? ―preguntó confuso Víctor mirando de una a otra.

A Aída no le quedaban sitios a los que mirar, así que optó por quitarse de en medio, e ir a atender una mesa donde la requerían.

―Te hablo de que no creo que me consideres una amiga.

―¿A qué viene esto?

Irene, que continuaba al lado de Laura escuchando la conversación, no quería entrar, por el momento, aunque se mantenía pendiente para intervenir en caso necesario.

―María... ―advirtió ya más seria Nadia.

Irene fue a poner un poco más alta la música, no lo bastante para interferir en las conversaciones de los clientes, pero sí lo suficiente para que no escucharan las bombas de la guerra que iban a comenzar a lanzarse. María seguía sin atender a lo que decía su amiga.

―Pues que si me consideraras realmente tu amiga...

―¡María ya está bien! ―dijo ahora Irene intentando interrumpirla.

En ese preciso momento llegaron Aída y Dani, al que habían entretenido más de la cuenta.

―Me habrías dicho que eres gay ―concluyó habiendo ignorado todas las advertencias.

Nadia cerró los ojos un instante pensando en lo que María le acababa de hacer. Abrió los ojos cuando notó que Víctor tenía los suyos clavados en ella.

―Víctor... ―balbuceó Nadia.

Entonces él, sin mediar palabra, soltó la libreta que tenía en el bolsillo y el bolígrafo que tenía apoyado en la oreja y se marchó. En sus ojos se podía leer un serio sentimiento de reproche y dolor, por la confianza traicionada.

―¿Ves lo que has hecho? ¿Estás contenta? Joder, María, tenías que decirlo, ¿verdad? No podías callarte. ¿Pero tú quién te crees que eres? ―culminó bastante enfadada.

―Nadia, tranquila ―dijo Aída.

―¿Cómo que tranquila, Aída? ¿Acaso ella ha estado tranquila? ―luego se volvió a dirigir a María―. ¿Tú sabes lo que has conseguido?

―Vamos Nadia ―continuó Aída―. Ahora se le explica y ya.

―¿Y vosotros creéis que es tan fácil? Si así lo veis es que no entendéis nada ―continuó mirando ahora a Irene y a Laura―. ¡Y vosotras ahí sin hacer nada!

―¿Qué querías que dijéramos? ¡He intentado callarla pero es muy cabezona! ―contestó Irene.

―Además, si decíamos algo hubiera sabido que nos lo dijiste a todas, y no sé qué hubiera sido peor ―añadió Laura a la que también se le notaba la decepción en la cara.

―Bueno, Nadia, se lo explicas y ya está ―dijo María como si no le importase.

―Tú, tú, tú... ―balbuceaba mientras pensaba qué decir―, ¿tú eres tonta o sólo te lo haces? ¿Pero cómo puedes ser tan...?

―Vale ―interrumpió Aída.

―Parece que no os enteráis, ¿eh?

―Perdona... ¿me puedes dar la cuenta? ―le interrumpió ahora una cliente.

―¡¿Es que no ves que estoy hablando?! ―le contestó Nadia cortante.

―Yo te la doy ―le dijo Dani intentando arreglarlo.

Entonces Nadia pudo seguir con lo que estaba diciendo.

―Pensad que me contáis algo, importante, muy importante, sólo a mí. Y ahora pensad que yo traiciono vuestra confianza diciéndoselo a la gente. Y ahora pensad cómo os sentiríais, la opinión que tendríais de mí entonces y, cuando penséis esto y un millón de cosas más, sabréis cómo se siente ahora mismo Víctor... y yo. Piénsatelo, María. Piensa mucho la gilipollez que acabas de hacer y luego me lo cuentas ―concluyó.

Todas se quedaron calladas. Sabían que la mayor responsable de aquello había sido María y su genio, pero todas se sentían culpables, en cierta forma.

―Me voy ―avisó Nadia, quitándose el delantal que llevaba, cogiendo sus cosas y marchándose acto seguido.

―Pero... ―fue lo único que le dio tiempo a decir a Dani antes de que Nadia saliera por la puerta.

Dani era el único que no sabía a qué había venido todo aquello, aunque de la esencia de la cuestión sí que se había enterado, de hecho, hubiera sido difícil no enterarse.

―¿Alguien me puede explicar qué está pasando aquí? ―preguntó sin saber a quién mirar.

―Ya nada. Vamos a seguir con lo nuestro que todavía hay gente ―contestó Laura de forma práctica.

―Pero Lauri...

―Luego, Dani. Luego ―repitió ella mirándolo de forma extraña, tras escuchar de nuevo cómo la había llamado él, de una manera que hacía tiempo que no oía.

Aquel día pudieron cerrar a las doce y media. Poco a poco todos los amigos que solían quedar los sábados por la noche, habían ido apareciendo, dando por hecho que, si no recibían ningún aviso que dijera lo contrario, se irían por ahí de juerga.

Estaban todos en la tetería esperando a que Víctor y Nadia llegaran, algo que, los que habían presenciado la discusión que había tenido lugar horas antes, sabían que no se produciría. Por más que los llamaban no conseguían contactar con ninguno de los dos, ambos habían desconectado sus teléfonos móviles.

―Bueno ―dijo Nuria―. ¿Vamos a donde sea y los llamamos desde allí?

―Yo, la verdad ―comenzó Laura―, es que no tengo ganas de salir, Nuri.

―¿Qué os pasa? ―preguntó Nacho algo confuso―. ¿Qué le ha pasado a Nadia?

―No le ha pasado nada ―le contestó Irene―. Sólo hemos discutido, ya está.

―Bueno, pues nos vamos nosotros. A mí nunca me ha hecho falta nadie para irme por ahí ―dijo Sandra con arrogancia.

―Pues ya sabes ―volvió a decir Irene―, ya puedes estar cogiendo la puerta que llegas tarde.

―Mira, id vosotros ―dijo Aída para calmar un poco los ánimos―. Si no hace falta que estemos nosotras para que salgáis.

―Venga, vamos a celebrar que nos casamos, cari ―dijo con la misma arrogancia.

―A lo mejor no es el mejor momento, Sandra ―comentó.

―¿Cómo que no es el mejor momento?

―Oye ―comenzó Miguel Ángel―, ¿por qué hay que celebrar algo? Podemos salir como siempre. Damos una vuelta, nos lo pasamos bien y ya está. Y cuando las cosas se arreglen con Nadia, y supongo que también con Víctor, porque tampoco está aquí, pues celebramos la... la... bueno, la noticia tan estupenda que nos acabáis de dar ―finalizó con una leve mueca.

―Bueno, en ese caso ―dijo Sandra―, creo que podría hacer un esfuerzo y celebrarlo más tarde.

―Yo es que de todas formas no...

―Venga, Laura ―habló otra vez Miguel Ángel, interrumpiéndola―. Sólo vamos a dar una vuelta por ahí. Como diría Diego, de marchita. Las celebraciones más adelante, para el fin de semana que viene que, además, os adelanto que hay sorpresa. Vamos, mujer, no seas así. Sólo un rato a ver si os quitáis el mal sabor de boca que parece que tenéis.

―Bueno, vale, pero sólo porque eres muy persuasivo ―cedió Laura.

Finalmente se marcharon, no sin antes dejarles un par de mensajes a los desaparecidos.

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