Capítulo V
Habían terminado de comer, estaban bastante llenas, pues habían pedido demasiado. Con la pizza siempre les ocurría lo mismo. Seguían aún alrededor de la mesa de comedor, aún con los pocos restos que habían quedado, charlando de cosas triviales y del día a día, cuando Nadia volvió a la carga.
―Bueno, cambiando de tema. Yo no creo que me tome las cosas de forma distinta a vosotras.
Todas se echaron las manos a la cabeza sabiendo, además, que habrían de resignarse pues, hasta que no encontrara respuestas no pararía. En cierta forma, todas admiraban la constancia de Nadia. Cuando quería algo y estaba a su alcance, luchaba por conseguirlo.
―¿Ves? Es que nos estás dando la razón, Nadia, y no es algo a lo que tengas que darle tanta importancia. No pasa nada, chiquita, cada uno es como es. Y para ya, antes de que nos entre dolor de cabeza ―le dijo Laura.
―Vale ―cedió finalmente―. Ya me callo.
―Gracias, hija ―comentó Aída.
―Bueno, mejor será que, por nuestro bien, pasemos a otro tema o Nadia nos bombardeará de nuevo ―dijo ahora María.
―¡Oye! ¿Acaso me estás llamando pesada?
―¡Claro!
―¡Ah! ―contestó resignada―. Bueno, vale. Vamos a pasar a otro tema.
―Disculpadme ―dijo de pronto Laura y, acto seguido, se levantó de la silla y fue rápidamente al lavabo.
―¿Y a esta qué le ha pasado ahora? ―preguntó Irene.
―Yo no he sido ―comentó rápidamente Nadia, alzando las manos en señal de inocencia.
María fue a buscarla, aunque las otras tres la siguieron unos segundos después.
―Niña, ¿qué pasa? ―le preguntó Aída a María, que continuaba en la puerta del servicio.
―No lo sé, aún no me ha contestado. Además, acabo de llegar y me habéis seguido, ¡qué apretadas sois!
En ese momento, Laura salió del servicio como si no hubiera pasado nada.
―¿Qué te pasa? ―le preguntó María.
―Nada, me ha tenido que sentar mal la pizza.
―¿Estás bien? ―dijo ahora Irene tocándole la frente.
―Sí, no os preocupéis ―contestó regalándoles una sonrisa, que esperaba fuera tranquilizadora―. Vamos al salón, ¿no?
―Claro ―dijo Nadia―. Pero que muy bien no tienes que estar cuando dices que te ha sentado mal la pizza ―bufó.
Todas sonrieron, resignadas ante las ocurrencias de su amiga. Todas compartían la pasión por la pizza, pero Nadia, a veces, lo llevaba demasiado al extremo, siendo una prueba más, de la pasión que demostraba para todo.
Volvieron al salón y continuaron hablando. El tiempo se les pasó muy rápido y, antes de que se dieran cuenta, ya se había hecho de noche. A las diez, decidieron comenzar a hacer la cena. Cada una se encargó de hacer algo y, mientras tanto, continuaron con lo que llevaban haciendo toda la tarde: hablar. Algo en la forma de estar de Laura inquietaba en cierta manera a Nadia, no sabía lo que era, pero sí quería saberlo cuanto antes.
―Oye, Laura, ¿te pasa algo?
Ésta, mientras, continuaba lavando la lechuga para la ensalada, de forma muy meticulosa.
―No, ¿por qué? ―contestó sin mirarla.
―Por nada en especial, lo que pasa es que te noto rara, no sé. ¿Triste, tal vez? ―dijo, aunque sonó como una pregunta.
―¿Triste? ¿Por qué habría de estarlo?
Todas la miraron extrañadas ante aquella respuesta, aunque ella seguía lavando alimentos. También lo habían notado y, de hecho, era normal, puesto que tenía motivos para estarlo. La pelea y posterior ruptura con Dani no fue plato de buen gusto para nadie.
―No sé, simplemente se me ha ocurrido mencionarlo ―dijo sentándose en la encimera.
―Bueno, si te da esa impresión, no sé, no lo pretendía ―sonrió a su amiga, aunque de una manera un tanto forzada.
―Me lo imagino. Pero no pasaría nada si...
―La ensalada ya está, ¿nos vamos al salón? ―le interrumpió Laura bruscamente, para cambiar de tema.
Pusieron todas las cosas sobre la mesa y empezaron a comer. No hubo mucha charla durante ese tiempo. Al terminar, Nadia volvió a retomar la conversación.
―¿De verdad que no te pasa nada?
―Nadia, no seas pesada. Si le pasa algo y nos lo quiere contar, ya nos lo contará ―intercedió María.
―Vale, vale, es verdad. Pero que conste que no soy pesada. Lo que pasa es que me preocupo. Al fin y al cabo, no he hecho más que llegar, y quiero saber cómo os ha ido durante este tiempo.
―Perfectamente comprensible. ¿Queréis café? ―preguntó Irene.
Todas, excepto Laura, contestaron que sí, a pesar de la hora, así que fue a la cocina, acompañada por Aída. Tardaron muy poco en llegar con los cafés en una bandeja. Laura, que en ese breve lapso de tiempo, había estado de lo más callada, se atrevió a hablar en ese momento.
―Estoy embarazada ―soltó de sopetón.
Todas se quedaron perplejas ante aquella bomba. A Irene se le cayó la bandeja al suelo y, olvidándose de las tazas rotas y del café derramado, se sentó en uno de los sillones. Ninguna sabía lo que decir. Después de un instante de silencio que pareció de lo más largo, todas reaccionaron.
―Es... ―comenzó María aunque sin saber lo que decir―. Es... ¿genial? ―terminó preguntando al no saber cómo se lo estaba tomando.
―¡Claro que sí! ―añadió Aída que aún estaba en pie―. ¡Es la leche!
―Laura, cariño, ¿cómo dices esas cosas así de sopetón? No me lo esperaba ―comentó Irene.
―Bueno, pero es genial. ¡Enhorabuena! ―dijo Nadia.
―No sé...
―¿Cómo que no sabes?
―Que no sé, María. Estoy hecha un lío.
―Bueno y... ―comenzó Nadia dudosa de si terminar la frase o no.
―¿Y qué?
―Y... ¿qué ha dicho Dani al respecto?
―Dani no lo sabe.
―Pero Dani es el padre... ¿no? ―dijo ahora Aída.
―¡Claro que es el padre! ―dijo con tono de obviedad y un poco de enfado ante la duda―. Tenía cita esta mañana con el médico. Estoy de dos meses.
―Vaya, te dejó un buen regalo de despedida ―dijo Irene en un susurro, aunque bastante audible.
Todas la miraron asombradas pues esperaban cualquier frase excepto una así. Irene abrió mucho los ojos, dándose cuenta del comentario que había dicho.
―¿He... dicho eso en voz alta?
Aída fue quien asintió en respuesta. Se hizo entonces un leve silencio, mientras que todas intentaban contener la risa.
― Sí, y créeme que ha sido algo muy embarazoso ―bromeó ahora Nadia consiguiendo el que todas explotaran a carcajadas.
Después de un buen rato de risas, volvieron a la realidad, donde Laura tenía lo que, a todas luces, parecía ser un verdadero problema.
―Vale, ya fuera de bromas, ¿se lo piensas decir, no?
―No sé, María. Es que... no es tan fácil ―titubeaba―. Yo no quiero que se sienta culpable ni responsable de nada, esto puedo llevarlo yo sola.
―No es cuestión de llevarlo sola o no, Laura ―comenzó Irene―. No es falta de capacidad. Es cuestión de que él es el padre, y tiene derecho a saberlo. Tampoco... yo qué sé, rompisteis por una tontería...
―Ahí quería llegar ―interrumpió―, porque si ahora él dice de volver, ¿por qué es? No sé si me sigue queriendo. Y yo no quiero estar con alguien que no me quiere. No quiero que sigamos con lo nuestro por motivos equivocados.
―A ver, ¿por qué lo dejásteis? ―preguntó tímidamente Nadia.
―Por gilipolleces, porque los dos fueron gilipollas ―dijo concluyente María.
―Muy gráfico, sí, a la par que descriptivo ―comentó bromista Aída, dándole un apretón en el hombro.
―¡Dime que no es verdad! Y encima, los dos son tan orgullosos como para no volver a hablar del tema e intentar solucionarlo.
―Mejor somos nosotras las que dejamos el tema, que luego acabamos tirándonos de los pelos ―sugirió pacificadora Irene.
―Sí, será mejor ―afirmó Laura―. Porque como nos pongamos aquí a hablar, se puede liar la de San Quintín.
―Bueno, pues dejamos ese pero, ¿os dais cuenta de que vamos a ser titas? ―comentó Nadia.
―Pues es verdad ―dijo Laura.
―¿Quién nos iba a decir que Laura iba a ser la primera en tener un hijo? ―bromeó, una vez más, Aída.
―Bueno, tendré que mirar un papelito que tengo por ahí, a ver quién ha ganado la apuesta ―dijo Nadia.
―¡Es verdad! Tenemos un documento muy ilustrativo.
―Bueno, creo que esto se merece un brindis ―sugirió Irene mientras se levantaba.
―Sí, pero antes lo que se merece es que recojamos lo que has tirado ―dijo María.
―Ha sido del mismo susto. Que no veas cómo lo ha soltado. Vamos, que voy a tener que comprar un juego entero de café. Si no fuera porque has engendrado a mi primer sobrino...
―O sobrina ―añadió Laura.
―O sobrina ―concedió―. Pues si no fuera por eso, haría que lo recogieras tú, jodía.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top