Capítulo III


Se pusieron en marcha. Fueron en el coche de Irene, ya más tranquilas, sin discusiones de ningún tipo. Nadia estaba deseosa de llegar pues llevaba sin ver el mar los seis meses que había estado en Madrid. Aparte de a todas las personas que dejó en Málaga, aquello era lo que más echaba de menos. Ese mar que se puede ver sobre todo en invierno, sin bolsas de plástico, ni botellas, ni latas de refrescos entre otras cosas. Ese mar azul intenso que se puede observar desde un espigón. Echaba de menos el rumor de las olas al golpear la orilla, el poder tumbarse en la arena, cerrar los ojos y, con el susurro del agua, dejar fluir las ideas. Echaba de menos sentarse en la playa y observar el atardecer, siempre distinto. Sabía que ese no era el mar que iba a ver en agosto, pero al fin y al cabo, en Madrid lo único que podía hacer era sentarse en el césped y ver como alguien chapoteaba en la piscina, algo que no le inspiraba mucho.

Aunque sólo tardaron veinte minutos, el camino se le hizo larguísimo y ya la emoción comenzaba a hacer mella. Tuvieron suerte y aparcaron bastante cerca, sólo tuvieron que andar unos pocos metros hasta llegar al paseo marítimo. Una vez allí, Irene vio donde estaban sus amigos, pero Nadia seguía mirando el mar. Estaba absorta.

―Nadia ―la llamó su hermana.

―¿Qué? ―contestó sin mirarla.

―La gente está allí ―dijo señalando un grupo que estaba sentado debajo de una red de voleibol.

Nadia seguía sin mirarla.

―¡Nadia, joder! ―le gritó dándole un pequeño golpe en el hombro.

―¡Voy! ―dijo finalmente―. Estaba pensando que llevo seis meses sin pisar la arena.

―Y lo que te queda, porque esto es tierra, recuerda que es la malagueta, no Cabopino ―comentó sarcástica―. También llevas seis meses sin verlos a ellos.

Estaban todos comiendo. Aún no se habían dado cuenta de que estaban allí hasta que Laura lo advirtió. Mientras, Irene y Nadia seguían andando para encontrarse con ellos. La mayoría de ellos se tuvieron que girar para poder verlas. Entonces se pusieron en pie, excepto un par de ellos que no conocía. Se comenzaron a saludar todos como si se hubieran visto el día anterior, algo extraño, pero que Nadia agradecía como gran gesto por parte de sus amigos.

―Bueno ―comenzó Rocío, una de las presentes―. Creo que no conoces ni a Antonio ni a Rafa.

―No, no los conozco ―confirmó Nadia.

Rocío los presentó y continuaron hablando. Allí estaban los de siempre. Ninguno había cambiado, obviamente el tiempo no había sido el suficiente para hacerlo, sólo uno de ellos se había ido.

―¿Falta alguien, no? ―preguntó.

―Unos cuantos, en verdad ―dijo Víctor―. Ernesto...

―¿Dónde está? ―interrumpió algo ansiosa.

―En Granada ―contestó de nuevo Víctor.

―¿En Granada? ¿Qué le ha pasado? ¿Qué hace allí?

―Bueno, no tenía muchos motivos por los que quedarse, al parecer ―contestó Laura en voz queda.

―Joder, ¡qué rollo! ―dijo algo melancólica―. Pero... ¿Y Aída y Dani?

―Han ido a comprar, relájate ―dijo esta vez María, sonriente.

―Bueno, ¿y cómo te ha ido? ―le preguntó Víctor.

―Eso, cuéntanos algo ―añadió María.

―Pues bien. Aunque lo único que he hecho ha sido trabajar.

―¿Y de novios... qué? ―preguntó Alejandro.

―Tú siempre tan indiscreto ―le dijo Laura―. Pero ya que lo ha mencionado...

Una risa generalizada se hizo en todos ellos.

―Ya he dicho que me he dedicado por completo al trabajo.

―¡Mira que eres sosa! ―dijo Aída que acababa de llegar y estaba justo detrás de ella.

Nadia, que estaba sentada, hubo de echar la cabeza hacia atrás para ver quién había dicho eso, aunque la voz era inconfundible. Al hacerlo apareció Aída.

―Hola ―dijo escuetamente aunque sin dejar de sonreír.

―¡Hola! ―exclamó Nadia, mientras se levantaba con más entusiasmo que el de su amiga―. ¿Qué haces?

―Ya ves.

Ambas se saludaron con un abrazo.

―Te he echado de menos, tía ―comentó Nadia.

―No me extraña ―comentó la otra.

Irene cogió un puñado de arena y se lo tiró a Aída.

―¡Ay! ―se quejó.

―Es que no tenía flores ―explicó restándole importancia.

Aída se sentó en su toalla. Mientras, Nadia fue a saludar a Dani, que estaba bebiendo agua. En cuanto terminó soltó la botella en el suelo, dio un paso hacia donde estaba Nadia y se agachó para abrazarla.

―Se te ha echado de menos ―dijo él levantándola por los aires acto seguido.

Nadia pataleaba mientras él le seguía dando vueltas. Todos, atentos a esto, se reían de su cara y de las pataletas que estaba dando. Cuando finalmente la soltó, ambos estaban mareados, tal y como era de esperar. Nadia intentó darle un guantazo en el hombro, pero apenas lo tocó debido al mareo. Los dos se sentaron en la toalla de Dani, ella aún no había sacado la suya. Cuando ambos recuperaron el aliento pudieron hablar.

―No es por nada, será de mis mejores amigas ―dijo ella, ante la atenta mirada de los allí presentes, haciendo una pausa para coger aire―, pero tu novia me va a hinchar a palos.

Dani miró ligeramente a Laura, con cierta nostalgia y finalmente le respondió a Nadia.

―No lo creo ―se limitó a decir.

Nadia miró a su alrededor y notó cierta tensión en el ambiente. No tardó en darse cuenta que había metido la pata, aunque esa no fuera su intención, al fin y al cabo, ella no había sabido nada de ellos en el tiempo que estuvo fuera.

―Vaya... lo siento ―dijo tímidamente.

―No te preocupes ―contestó Laura negando con la cabeza―. Tú no sabías nada.

―Cierto. Y además, todavía somos muy buenos amigos. ¿Verdad, Laurita?

―No por mucho tiempo si me sigues llamando Laurita.

―Bueno... ―dijo Dani mientras se levantaba y se sacudía el bañador como si tuviera arena―. ¿Jugamos?

―Sí, venga, vamos ―contestó Nadia efusiva.

―Oye, que yo todavía no he terminado ―comentó Belén, otra de las allí presentes que aún no había abierto la boca, pues seguía comiendo.

―Aún así vamos a hacer equipos... ―opinó Nuria.

―Sí, eso ―interrumpió Rocío―. Hacemos equipos y luego que Belén entre.

―Vale, buena idea... Nuria ―dijo Víctor sarcástico.

El comentario no le gustó nada a Rocío, que trató de fulminarlo con la mirada.

Entraron todos en el campo y decidieron hacer los equipos. Lo malo es que eran catorce personas y tenían que hacerlo de forma que, más o menos, estuvieran igualados. Cuando Belén hubo terminado, se unió a sus amigos en el equipo que le tocó en suerte.

Fue un día lleno de emociones para Nadia. Estuvo todo el día con sus amigos, jugando al voleibol, a las cartas, hablando, riendo. En el tiempo que había estado fuera, aquello era lo que más echaba en falta: estar con sus amigos sin pensar en otras cosas. Estar con ellos significaba alejarse de la rutina, alejarse de los problemas cotidianos. Aquello era algo que muy poca gente podía conseguir, algo que muchos buscaban sin éxito, y ella lo tenía.

Eran las diez de la noche y, aunque muchos de ellos tenían que trabajar al día siguiente, allí estaban, jugando. No se veía mucho, así que poco después decidieron recoger las cosas. Al terminar de recoger se quedaron pensando en lo que hacer, si marcharse ya cada uno a su casa o continuar por ahí. Como si no fueran a verse más, decidieron ir a cenar a cualquier sitio y así poder seguir hablando.

Terminaron cerca de las dos de la madrugada. Algunos querían seguir la diversión, pero los demás tuvieron que ceder, entre ellos Nadia, a la que aún le quedaban quince días de trabajo. Entre una cosa y otra, se acostó a las tres de la madrugada, y no quería ni pensar en que esa mañana se tendría que levantar a las siete. Se había desacostumbrado pronto y ya se imaginaba en el trabajo, sin poder mantener los ojos abiertos.

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