Muerte
PRIMER SUEÑO: MUERTE
El banco se hallaba en plena labor esa tarde, la amenaza de lluvia obligaba a los clientes a apresurar sus transacciones por lo que la concurrencia al lugar era mayor de lo habitual. Una ligera llovizna comenzaba a caer y dentro del banco estallaría pronto una tormenta.
Un grupo de sujetos armados con semiautomáticas y con los rostros cubiertos irrumpen dentro, reduciendo a la vigilancia policial y obligando a los clientes a tenderse en el piso bocabajo. Los hombres no parecen el grupo común de asaltantes puesto que llevan ternos café y zapatos guindos muy lustrosos, pero a los ojos de Mariko, una niña que se halla en el banco, la inusual situación se debe a otra cosa, uno de los asaltantes baja el cuello de la chompa de cuello alto que le cubre la parte inferior del rostro y se dirige a uno de los policías reducidos en el piso, ella puede escucharlos claramente, sin embargo, el hombre armado ¡no mueve los labios!
―¿Por qué?, ¿por qué desean llevarse esa cosa? ¿Acaso quieren llamar al horror? ¡Nos destruirán a todos! ―oía Mariko al policía, aunque no podía verle.
―No intentamos eso, solo dinos el paradero de la piedra ―replicó el asaltante.
―No permitiré que la utilicen. Mira, la policía acaba de llegar, activé el sistema de alarma sin que se dieran cuenta.
En efecto, las sirenas sonaban estruendosas bajo una lluvia que aumentaba en intensidad. Los oficiales conminaban a los ladrones a rendirse y estos miraban fijos a su líder con el rostro descubierto.
―Perdiste, no te daré el lujo de rendirte, de hecho, ninguno de nosotros puede darse ese lujo ―gimió el policía que se hallaba herido―, un interrogatorio sería algo problemático, ¿verdad?
El policía se levantó y con una terrible expresión en el rostro, se dirigió hacia el grupo armado con la clara intención de recibir la mortal descarga.
La chica escuchó aterrada las ráfagas de metralla que cegaban la vida del hombre junto a los gritos de las demás personas que sonaban horribles, sintió que su madre la cubría con su cuerpo.
―¡Maldito! ―exclamó el líder―, lo hizo para que la policía entrara y nos matara a todos.
―¡Que haremos, jefe! ―gritó uno de los asaltantes.
―Debía encontrarse con ese hombre, ¡mátenlos a todos! ―sentenció.
Mariko fue testigo de cómo el mundo a su alrededor se ralentizaba y el sonido pareciò haberse esfumado. La masacre fue peor del que representaban las películas más violentas. Los asaltantes disparaban a discreción a los clientes del banco con descargas automáticas de sus armas, se situaron en círculo y asesinaban a los pobres desgraciados que se hallaban alrededor de ellos postrados en actitud fatalista, gritando desesperados. Los policías que se hallaban fuera del banco, disparaban a los asesinos cegándoles la vida e hiriéndoles, sin embargo, estos desechaban la idea de salvaguardar su propia seguridad e ignorando la muerte y el dolor se dedicaban a pleno a cumplir su execrable carnicería.
El ruido era ensordecedor, pero Mariko no oía casi nada, muda e inmóvil por el miedo, podía sentir el cuerpo de su madre que trataba de cubrirla, así como los estertores de dolor de ella al recibir los impactos de bala.
Solo veía que uno de los asaltantes corría a la parte trasera del banco.
―Revisen a las personas, debe haber alguien con vida ―ordenó un hombre con una voz seca.
Un oficial vestido con chaleco antibalas y con el rostro cubierto por una máscara de gas, dirigía su mirada hacia Mariko, pero no veía a la chica pese a que ella se hallaba frente a él. El policía escaneaba la escena con su mirada, pero no veía a la chica, dirigió su vista hacia la izquierda deteniéndose en seco para luego mirar directo donde se hallaba la joven, hubo algo alarmante en la mirada del hombre, sus ojos estaban muy abiertos por la sorpresa.
Mariko que se despertó ese momento, veía al policía, pero no se reflejaba su imagen en las pupilas del hombre.
―Señor, hay alguien vivo... Es una chica ―dijo el policía, al mismo tiempo que se quitaba la máscara, revelando un rostro fuerte de frente estrecha y ojos pequeños, negros como escarabajos, cabello corto de estilo militar y con un cuello grueso y musculoso que sostenía una mandíbula grande y cuadrada.
Mariko que era sostenida por los musculosos brazos del policía, podía ver por fin su imagen reflejada en los ojos del hombre que aún la miraba con sorpresa.
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