La princesa bañada en luz verde


DÉCIMO SUEÑO: LA PRINCESA BAÑADA EN LUZ VERDE


Navegaban lento por el río en la lancha a motor que alquilaron en Puerto Wood, los delfines de rió jugueteaban cerca de la embarcación y los manatíes flotaban perezosos delante suyo, muy despreocupados respecto al daño que podría ocasionarles las hélices del motor, sin embargo, Báku dirigía la lancha con precaución haciendo muchos movimientos de zigzag para evitar hacerles daño alguno.

―Trata de no golpear a los manatíes ―dijo Mariko, algo preocupada.

―Lo sé, pero estas criaturas son muy mansas y no dejan de ponerse delante del bote, tal vez sea porque a este lugar no llega nadie y no están acostumbradas a ver seres humanos, no nos tienen miedo en absoluto ―dijo Báku, cada vez más molesto de tener que navegar tan lento.

―No creo que ese sea el motivo ―le contradijo Dío―, en Estados Unidos, en las aguas costeras de Florida, también viven manatíes en áreas con relativa población humana y a diario son muertas por las lanchas rápidas que navegan en ese lugar, son criaturas muy mansas para su propio bien.

―Es increíble que los conquistadores españoles confundieran a estas criaturas con las sirenas mitológicas ―dijo Mariko, que se estiraba sobre el borde de la lancha y tocaba el lomo de un manatí.

―Los españoles en su búsqueda de El Dorado, encontraron a los manatíes y las confundieron con las sirenas debido a las largas mamas que tenían las hembras y que mostraban cuando se daban vuelta en la superficie ―explicó Báku―, de todas formas no veo la relación, es imposible confundir a estas enormes criaturas con las sirenas de la mitología, que tenían rubias cabelleras, torsos humanos atractivos y cola de pez. Supongo que con el terrible calor que hace aquí debieron tener alucinaciones al ver a estas cosas.

―No lo sé ―interrumpió Mariko―, en la iglesia de San Salvador de Salinas, en el pueblo potosino de Yocalla, se encuentran talladas en el frontis barroco de la entrada del templo la figura de dos sirenas ambidiestras, cada una tocando un charango, y es que ese pueblo es considerado la cuna del charango.

―¿En serio? ―preguntó Báku.

―Es cierto ―afirmó la chica―, el pueblo es rodeado por colinas rojizas o de color rosa, un espectáculo espectacular. Claro, en la actualidad se ve muy abandonado y el templo corre riesgo de derrumbarse y eso que fue declarado monumento nacional para preservarlo del deterioro.

―Ustedes los bolivianos no son muy querendones de su identidad nacional ―dijo Dío a modo de reproche.

Mariko miró ceñuda al chico, pero no pudo reclamarle respecto a este punto y es que Dío tenía razón.

―En fin ―continuó Mariko―, como decía, en la portada de piedra de estilo barroco, hay dos sirenas, ambas tienen una fisonomía muy rechoncha, prácticamente obesas. Tal vez los conquistadores españoles sí vieron sirenas en los ríos de Bolivia, no simples manatíes.

―Si no hubiéramos recibido esa información en España, no creo que hayamos podido llegar hasta aquí ―admitió Báku.

A Mariko también le intrigaba la ayuda que recibieron de manera anónima y se preguntaba sobre el paradero de aquella persona y la verdadera naturaleza de su ayuda.

―¡Dios mío, creo que los mosquitos nos comerán vivos! ¿Cuánto falta para llegar? ―preguntó Mariko, sofocada.

―Es difícil decir ―dijo Báku―, el lugar se encuentra entre Puerto Wood y Puerto Bush.

―En verdad es un lugar muy apartado ―dijo Dío, secándose el sudor de la frente.

―El triángulo del sudeste boliviano, nadie se interesa por la tierra salvo la secta moon ―explicó Báku―, escuché que querían comprar la tierra para crear su propio estado.

Llegaron a su destino, la vegetación estaba más densa y las numerosas ramas circundantes, amenazaban con detener la lancha. Bajaron y se dirigieron a la especie de cueva que se encontraba delante de ellos.

Estaba parcialmente cubierta por la vegetación que caía de dos árboles que se habían torcido hacía ya siglos sobre la cueva formando una especie de cruz.

Mariko avanzaba con cierto miedo, debido a las pirañas que podría haber por ese lugar, ella sabía que llegaban a medir hasta sesenta centímetros.

―No te preocupes por las pirañas, ellas no te atacarán ―la calmó Báku, que leyó la preocupación en el rostro de su amiga.

―¿Por qué dices que no debería preocuparme?

―Porque las pirañas solo se encuentran en aguas quietas y estamos en una corriente constante, las pirañas tienen fama inmerecida por culpa de Hollywood, son más carroñeras que otra cosa, de hecho, les gusta más comer las pequeñas frutas y semillas que caen de los árboles.

―Vaya, que alivio ―dijo la chica, aunque todavía tenía la mandíbula rígida.

―Es cierto ―agregó Dío―, lo que nos debería preocupar es el candiru.

―¿Candiru? ¿Qué es eso? ―preguntaron Báku y Mariko al mismo tiempo, seguros de que no les gustaría la repuesta.

―Es una especie de diminuto bagre vampiro ―explicó Dío para el horror de ellos―, se alimenta de sangre al introducirse en las agallas de los peces y una vez allí a salvo de otros depredadores, se dispone a chupar la sangre de su anfitrión.

―¿Pero si se alimenta de la sangre de otros peces, por qué...? «¡¿qué estas preguntando, Mariko, seguro que no quieres saberlo?!», le dijo una voz en la cabeza.

―Es que a veces se confunde, al candiru le atrae el calor de su víctima y se introduce por el pene de los hombres, si eso pasa es imposible sacarlo, la única forma es cortando el pene por alrededor, como si se quisiera hacer un bucle para el cabello si no desea amputar el pene. Supongo que también se introduce en las mujeres, así que será mejor que ninguno de los tres orinemos.

El rostro de Mariko se ponía cada vez más y más azul.

—¡YIAAA!

.

.

Atravesaron la entrada y encendieron las linternas, el piso de la cueva se elevaba en forma de una tosca rampa de manera que el agua del rió no inundaba la entrada, al dirigir la luz de las linternas, vieron que delante el suelo desaparecía, lo que indicaba que de nuevo descendía. Se miraron y decidieron avanzar.

―Báku..., ¿seguro que estas bien? ―preguntó Mariko, bajando la voz―, mira que diste un buen grito hace un momento.

―¡Claro que estoy bien! ―gritó―. ¡Solo fue un accidente, de veras!

―Pues gritaste como actriz barata ―dijo Dío, con el rostro inclinado y cerrando los ojos como si se burlara.

―¡Serás!

Pareció que Báku iba hacia Dío para darle un golpe, pero solo agarró su mochila repleta de equipo de supervivencia y se dirigió a las profundidades de la cueva desapareciendo de la vista al haber pasado la rampa.

―¡ATATATAY! ¡ATATATAY! ¡ATATATAY!

Escucharon como Báku se tropezaba y se quejaba. Mariko y Dío se miraron, cerrando los ojos resignados, luego corrieron para ayudar a su amigo con los ojos muy abiertos para no tropezar al igual que él.

Descendieron por la cueva y vieron que Báku se sostenía la canilla con ambas manos.

―¿Te encuentras bien? ―preguntó Mariko.

―Vaya, tuviste suerte ―dijo Dío, señalando a la derecha de Báku.

Era una fosa estrecha pero lo bastante grande como para que una persona cayese y se perdiese en su interior, al iluminarla intuyeron que debía tener una gran profundidad pues no vieron el fondo.

Una vez recuperado Báku, se dirigieron a las profundidades de la cueva, parecía haber sido excavada por el hombre y en diversos tramos presentaba ligeras curvas que coincidían con fosas iguales a la que encontraron al principio.

―Seguro ―dijo Mariko―, estas fosas tienen la función de tragar toda el agua del río cuando este se desborda, aunque no entiendo cómo pudieron excavarlas lo mismo que este túnel, ya va una hora que caminamos y aún no encontramos nada.

―El calor es increíble, pero gracias a Dios es un calor seco ―gimió Báku, al mismo tiempo que se secaba el sudor de la frente―, debió haber costado mucho excavar este túnel con herramientas de la edad del bronce, tal vez Erich Von Daniken tenía razón.

―¿Von Daniken, el astroarqueólogo? ―preguntó Dío―, su teoría dice que fueron los extraterrestres quienes ayudaron a los humanos a construir las pirámides de Egipto y Centroamérica.

―No solo eso ―agregó Báku―, él cree que esos entes ayudaron a construir túneles muy largos que cruzan de un extremo a otro Sudamérica lo mismo que Centroamérica.

―La teoría de Daniken es nada ortodoxa ―agregó Mariko con voz cansada―, aunque ciertas cosas son inexplicables: como que dentro de los bloques de piedra de la gran pirámide de Giza se hallasen cabellos y uñas humanas, esas rocas se formaron antes que los dinosaurios, ¿cómo pudieron encontrar uñas allí?, se dice que los antiguos egipcios y otras culturas conocían el secreto de reblandecer la piedra.

―De seguro ―dijo Báku, cada vez más cansado―, entes venidos del espacio, dieron las pautas para el desarrollo de ciertas habilidades a los antiguos humanos y estos con su ingenio las desarrollaron hasta poder construir sus edificaciones. Esa técnica desarrollada por ellos se perdió debido primero, al secretismo que imponían sus líderes religiosos y segundo, los señores de la guerra de esas civilizaciones antiguas acabaron por arrasarlo todo.

―Pero en el relato épico del Gilmanesh, los Dioses-extraterrestres dan ayuda directa a los humanos ―dijo la chica.

―Tal vez al ver lo que hicieron esos hipócritas sacerdotes y señores de la guerra, abandonaron la Tierra, se repetía la misma historia en diversas partes del planeta, seguro pensaron que hicieron más mal que bien al ayudar a los humanos ―teorizó Dío.

―Quieres decir, ¿que la tierra fue una especie de lejano oeste espacial al que todos se dirigían? ―preguntó Báku.

―No solo eso, también combatían por apoderarse del planeta, en todos los relatos míticos se relata cómo los dioses combaten entre ellos por apoderarse del mundo ―explicó Dío.

Pasó otra media hora y sintieron como el camino descendía, tras otra curva y sorteando un par de fosas, divisaron una especie de resplandor verde.

―Parece que ya llegamos ―exclamó Mariko, esperanzada.

Penetraron a una caverna cuya cúpula natural no era muy elevada, el área del piso, sin embargo, tenía una extensión de respetable tamaño. El resplandor verde que vieron en la entrada de la caverna era más intenso y parecía provenir de todos lados.

La caverna parecía vacía, salvo por un pequeño altar de piedra semejante a una tosca mesa de sacrificios, la cual se hallaba en el centro y, encima de ella una figura reconocible.

―¡Un cuerpo! ―gritó Mariko, señalando al centro de la caverna―, hay alguien encima de ese altar, vayamos a ver.

Se dirigieron con prisa al centro de la caverna hasta llegar a la mesa de piedra, en ella reposaba el cuerpo de una joven mujer de unos catorce años, ataviada con delicadas y extrañas prendas, así como de brazaletes de oro con incrustaciones de inmensas gemas de color violeta y una extraña corona de oro consistente en tres laminas doradas que se extendían hacia atrás siguiendo la curvatura de la frente como si formaran la figura estilizada de un ave de tres patas.

―¡Es hermosa! ―exclamó Mariko.

Los rasgos de la joven eran delicados y presentaban una estética armoniosa, no se veía rastro alguno de maquillaje en el rostro o los parpados cerrados, no los necesitaba, el rostro tenía un saludable y atractivo color canela claro. Los labios eran carnosos y algo sonrosados, el delicado rostro era fino y alargado, pero no lo suficiente como para disimular su juventud, el cuello era largo y hermoso como el de un cerval, adornado con una especie de collar de oro con incrustaciones de gemas color azul marino.

Los brazos eran largos y finos, lo mismo que sus manos que poseían unos dedos finos y elegantes. El resto del cuerpo, parecía revelar unas formas muy desarrolladas para su edad bajo una túnica blanca que se veía más delicada que la seda, pero no confeccionada con ese material, parecía estar hecho de lana de vicuña, trabajada de una manera como nunca antes vieron, no podían entenderlo.

―¿Muerta? ―preguntó Báku.

―Eso parece ―contestó Dío, mirando con el ceño fruncido a la figura que se hallaba delante ―, por la vestimenta que lleva debe estar en este lugar cientos, tal vez miles de años.

―¿Pero cómo puede ser eso posible? ―preguntó Mariko intrigada―, si parece que tan solo durmiera.

―Yo también me pregunto lo mismo ―agregó Báku―, este clima no permite la adecuada conservación de un cuerpo y que yo sepa ningún pueblo desarrollo técnicas tan avanzadas de preservación del cuerpo después de la muerte.

―Se parece a la princesa de La Joya de las Siete Estrellas ―murmuró Dío para sí mismo.

―¿Quién? ―preguntó Mariko, intercambiaba miradas con Báku que tampoco comprendía a que se refería Dío.

―Una obra de Bram Stocker.

―Bram Stocker, ¿el mismo que escribió Drácula? ―preguntó Báku.

―El mismo ―corroboró Dío―, en su obra, unos arqueólogos ocultistas encuentran en una cámara secreta que se hallaba perdida en el desierto, el cuerpo de una antigua gobernante egipcia, que se encuentra en perfecto estado de conservación, al igual que la mujer que tenemos delante nuestro, claro que en la obra de Stocker, la mujer es cubierta de vendajes como si se tratase de una momia a diferencia de aquí.

Se quedaron observando en silencio el cuerpo de la joven que yacía delante de ellos. Luego de un par de minutos, Dío sugirió que buscasen la piedra blanca.

Se pusieron en marcha y colocaron nuevas pilas en las linternas. Había bastante luz debido al resplandor verde que parecía provenir de todos lados de la caverna, pero el resplandor dificultaba ver con más claridad el suelo cubierto por una especie de neblina.

No parecía que hubiera ningún otro objeto en la caverna aparte de la mesa de piedra donde se encontraba la extraña princesa, pero siguieron buscando a conciencia para hallar cualquier pista de donde podría hallarse la piedra blanca. El hambre que tenían fue suprimida debido a la frustración de no encontrar nada en absoluto, sin embargo, decidieron continuar.

Luego de una ardua búsqueda, se reunieron de nuevo delante del cuerpo de la princesa.

―Tal vez deberíamos revisar el altar ―sugirió Báku―, quizás sea hueco por dentro.

Se pusieron a la tarea de golpear con cinceles la roca, pero parecía que no hubiese ningún compartimiento en su interior.

―Deberíamos levantar el cuerpo de la mujer ―dijo Dío―, quizás haya debajo un pequeño compartimiento.

―¿Mover el cuerpo? ―Dijo Mariko, algo aprensiva―. No sé, quizás se desintegre si lo tocamos.

―No lo creo ―le contestó Dío―, parece que el cuerpo se ve muy bien conservado.

―¿Bien conservado? ―repitió la chica con los ojos bastante abiertos―. ¡Dío, parece solo dormida, como si hubiese muerto hace un segundo!, ¿cómo sabemos si se halla igual por dentro?

―La única forma de saberlo será moverla, ¿no?

―Él tiene razón ―le dijo Báku, poniendo su mano en el hombro de su amiga para tranquilizarla―. No te preocupes, Dío y yo la levantaremos con cuidado y tú te encargarás de revisar si hay un compartimiento debajo.

―De acuerdo ―asintió Mariko―, pero tengan mucho cuidado al levantarla.

Dío y Báku, sujetaron el cuerpo de la mujer por los extremos, levantándola con cuidado y luego Mariko vio cómo se dirigían miradas de asombro.

―¡No puedo creerlo! ―exclamó Báku―, Mariko tenía razón, parece que solo estuviese dormida.

Al levantarla quedó claro para su asombro que el cuerpo retenía toda su flexibilidad. La volvieron a colocar sobre el altar e intercambiaron todos miradas nerviosas.

Ambos hombres miraron a su amiga y ella asintió con la cabeza y procedieron a levantarla de nuevo.

Mariko se dispuso a picar con el cincel la superficie del altar, pero no pudo encontrar nada, ni siquiera una inscripción o algo por el estilo. Volvieron a colocar a la princesa en el altar como estaba antes, pero Mariko, tomando las manos de la princesa, las entrelazó como si estuviera orando.

El hambre en ese momento hizo presa de los amigos y decidieron comer algo. Según el reloj, era ya muy tarde y decidieron reanudar la búsqueda por la mañana, con la esperanza de que algo se les hubiera escapado. Prepararon sus bolsas de dormir a la entrada de la caverna, no querían permanecer dentro puesto que la luz verde era intranquilizadora.

―Este lugar me parece bien ―dijo Báku―, el resplandor de la caverna da suficiente luz sin que tengamos que entrar dentro, y el túnel se extiende a lo lejos con lo que podemos ver de antemano a algún depredador y las fosas para el agua están lejos.

Comieron las raciones que llevaban y bebieron de sus cantimploras, quizá haya sido debido al cansancio, pero permanecieron en silencio todo el tiempo. Luego decidieron dormir y aunque no parecía necesario hacer alguna guardia, los chicos decidieron turnarse y Mariko se sumergió en un sueño profundo del cual no obtuvo recuerdo alguno.

.

.

Reanudaron la búsqueda de la piedra blanca, aunque como sabían de antemano, eso no les conduciría a nada. Luego de un momento pararon de buscar alguna pista y echaron una última mirada a la princesa antes de partir de ese lugar y retornar a la barca en silencio.

Al salir del túnel, la radiante luz del sol y el claro sonido de las aves levantaron el ánimo de los amigos, pese a no haber encontrado la piedra blanca, subieron a la barca y se alejaron de la cueva.

―¿Crees que era una princesa Tiwanacota la que estaba en la caverna? ―preguntó Mariko, mientras remontaban el rió.

―Es lo más probable debido a la vestimenta que tenía ―explicó Báku.

―Pero yo nunca vi vestimentas así.

―Por eso mismo ―continuó Báku―, recuerda que no se sabe poco de los que construyeron Tiwanacu. Cuando los conquistadores españoles preguntaron a los nativos sobre los constructores de Tiwanacu, ni los quechuas ni los aymaras lo sabían. En cuanto a la vestimenta de la princesa, es diferente a las vestimentas indígenas actuales, claro que eso no es de extrañar, las supuestas indumentarias folklórico autóctonas tanto de quechuas y aymaras no son tales, son imitaciones de los trajes de los conquistadores europeos de esa época, toma por ejemplo el traje folklórico de los Tinkus, su diseño es una adaptación de las armaduras que usaban los españoles de ese entonces.

―¿Quieres decir que los indígenas no preservaron nada de su cultura? ―preguntó Dío.

―Sí, eso es verdad ―suspiró Báku―, los españoles les quitaron todo, lo único que pudieron conservar fue la técnica de construcción de balsas de totora y sus tristes melodías con la quena.

―La vestimenta es muy extraña ―agregó Dío―, pertenece más a un clima cálido que al altiplano.

―Bueno ―agregó Mariko―, la encontramos en la jungla, es lógico que tuviera prendas ligeras.

―A mí no me parece que esa sea la razón ―dijo Dío―. Si era de la realeza, vestiría la misma clase de prendas sin importar el lugar.

―Creo que sé a dónde quieres llegar ―dijo Báku.

―¿A qué te refieres? ―Preguntó Mariko.

―Se refiere a la teoría de que el altiplano en la antigüedad era un fértil valle a la altura del mar y luego de manera súbita se elevó a la altura que tiene en la actualidad.

―Nunca oí de esa teoría.

―No me extraña ―dijo Báku―, aunque hay hechos curiosos que confirman la teoría, como por ejemplo, los niveles de sal elevados en el lago Titicaca en comparación a otros lagos del mundo solo superados por el mar muerto en Israel, sin contar con la única especie de caballito de mar de agua dulce que vive en el mundo.

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