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         Theodore Schmidt tomó el último suspiro en los brazos de su hija pasadas la medianoche.

No fue un imprevisto, apenas Ulrich escuchó la noticia, tomó la decisión de regresar a casa, a la seguridad de su recámara. Tenía que escoger que traje usar en el funeral.

El funeral tuvo fecha tres días después, los arreglos estaban pactados con antelación. El ciclo se cumplía. Tus padres preparan la cuna para recibirte, tú escoges en que parcela de tierra sepultarlos. Era para perder la cabeza pensando y meditando. Estar vivo es un incesante descubrimiento para la ciencia, la muerte es el misterio jamás revelado.

La brisa dispersaba el humo del cigarrillo y revoleaba mi vestido negro. Es lo que ha hecho sin parar desde que salimos de la residencia de Helga y Ferdinand. Escucho su voz para lo necesario, la comida está servida, vamos a dormir, te ves preciosa esta mañana, esta tarde, todas noches. Atravesaba su duelo en silencio y carácter estoico.

Me preocupaba que nunca le vi derramar lágrima, ni siquiera la mirada cristalizada. Puede que sea normal, no tenía la certeza, era tan confuso para mí, cuando yo lloraba por todo, tomaba cualquier excusa para vaciarme, incluso por Theodore, porque no pude compartir más que una presentación con él. Sentía que se ahogaba y no podía tenderle la mano.

—Puedes llorar libremente—dije, engarzando la mano en su brazo—. Será nuestro secreto.

Se le ocurrió extender una sonrisa.

—Theodore acabaría aquí antes de que el año terminara, era verlo y saberlo—pronunció la primera oración en días.

—Lo querías mucho, puedo sentir tu tristeza—subí la mano a su antebrazo, apreté los dedos—. Tenías la seguridad de que se iría y no lo volverías a ver nunca más, sé que dicen mucho sobre que nosotros los humanos somos seres con el raciocinio evolucionado, lo leí en los libros que me diste, pero no lo suficiente para prevenir sentimientos. Eres tan humano como el resto, Ulrich, es bueno saberlo.

Negó con la cabeza, dejando escapar una risita opaca, sombría. Encajaba en el ambiente de despedida y resignación que empapelan las honras fúnebres.

Tomó la punta de la cinta negra sujetando mi cabello, jaló de ella hasta soltarla al viento. Entendí. El negro no era mi color.

—No es tristeza, es frustración. No tengo manera de regresarle la vida. Nada más puedo hacer por él que erigirle un sepulcro que jamás conocerá—se infló el pecho tras una calada y apuntó a la salida del cementerio con un gesto de la cabeza—. Larguémonos de aquí.

✦✧

Mayo terminó, la cercanía del verano bañó de un suave calor las tardes. Eso solo nos decía que la graduación de las chicas se aproximaba vertiginosamente.

Yelda nos arrastró hacia el mall para conseguir vestidos para la celebración. La urgencia por encontrar los mejores de la temporada no existía, las estudiantes del internado se hacían con las prendas más feas y opacas, las que cumplían los requisitos de modestia y decoro que el internado exigía. Era la primera vez que recorríamos las tiendas desde que salí del colegio.

Prometí no comprar una prenda más hasta que tuviese mi propia residencia, no había espacio para una blusa en el armario, pero era una chica más en compañía de sus amigas y una tarjeta sin límites en la cartera.

Mientras Hilde se probaba un vestido y Yelda se decidía por uno en la treintena que tenía acaparada, Uma me jaló del brazo para sacarme de la tienda para buscar de algo de beber con que refrescarse.

En el camino me contó lo extasiada que estaba de salir de ese lugar, también que se iría de viaje a Japón y volvería para la celebración de la boda de su hermano. La segunda en tres años, valía acotar. Uma decía que le apasionaba recolectar novias.

Dejé que escogiese por mí. Pidió jugo de naranja para ella, de fresa para mí, cuando recibimos la orden, no pude retener la pregunta quemándome la lengua.

—Uma, ¿conoces a Barto?

Ella tomó un trago de su bebida, disfrutó del sabor antes de mirarme con el ceño fruncido.

—¿El raro que profana tumbas?

Abrí los ojos del susto, echando una ojeada alrededor, esperando que nadie la hubiese escuchado.

—¿Qué? ¿De qué hablas?—cuestioné, tomando su mano para sacarla de la tienda.

—El único Barto que conozco vende huesos en la facultad de medicina, trabaja en la funeraria de su familia y en la morgue local, Axel lo conoce, bueno, todos lo conocen, es popular en la ciudad—explicó en murmullos—. Supongo que tu Ulrich ya te lo presentó, dicen que Barto desapareció los cuerpos de los delincuentes que estuvieron vandalizando casas con Ulrich. ¿Sabes algo de eso?

Ese pedazo de información lo desconocía. Tomé un trago para aplacar la impresión.

—La verdad es que nada—respondí en el momento que un sujeto pasó a mi lado golpeando mi hombro, tirando mi bebida al piso.

El líquido rojizo terminó desparramado sobre mis nuevos zapatos relucientes.

—¡Imbécil—gritó Uma, furiosa—. La gente no tiene educación, ¡malditos idiotas!

Sacudí los pies frunciendo con disgusto los labios. La tarde entretenida terminaba aquí, no caminaría por allí con los zapatos sucios y pegajosos.

—No podemos señalar, las clases en el internado son una mediocridad—dije mordaz, recordando el rostro de la abadesa—. No sabemos nada sobre nada, es vergonzoso conocer solamente la historia de Jesucristo, ¿por qué nadie habla de Adolf Hitler?

Un millar de ojos se posaron indiscretos y críticos en mi rostro, parecía que en cualquier momento me saltarían encima. Uma me tomó del brazo, riendo como si cometiera una merecida trasgresión.

—Ya sabes porque—susurró con complicidad, empujándome de vuelta a la tienda.

✦✧

La señorita Gutten guardó sus libros y lapiceros dentro de su maletín, lo cerró y se puso de pie, sellando el final de la clase. Estos eran los momentos memorables de las tardes.

Doblé la hoja de la prueba, la aplasté con el portalápices de madera. A estas alturas, con el verano a las puertas, con aprobar tenía suficiente.

Tenía sed de conocimiento, estaba hambrienta por descubrir, de leer sobre todo, de aprender. Pero nada me satisfacía completamente cuando requería de notas infladas. Llenas de nada, lo aprendido volaba lejos, como un globo perdido. La presión de consumir años de conocimiento en meses me abría hoyos en la cabeza. Sería una erudita con el paso del tiempo, en mi lecho de muerte, es probable. Que importaba.

—El lunes iniciamos con magnitudes y densidades. Vaya repasando teorías, señorita Wilssen, le ayudará a retener lo aprendido—ordenó, sujetando la tira doblada del maletín—. Que pase un buen fin de semana.

Me levanté para despedirme de ella. Le vi cerrar la puerta de la biblioteca para caer de nuevo en la silla. La puerta volvió abrirse, se trataba de Alcira portando una bandeja con dos tazas de té y galletas como todas las tardes, esta vez la presencia de Ulrich surgía detrás de ella, con el rostro vestido con una radiante sonrisa y una carpeta apresada en su mano enguantada.

El nudo en mi estómago se tensó, tuve la iniciativa de recibirlo de pie por cortesía, pero me agradaba contemplar su mirada desde ángulos bajos.

—Esa sonrisa es de un uno—saludó, notando la sonrisa de bienvenida en mis labios primero que yo.

Palmeé el filo del escritorio. De saber que hoy también aparecería antes del atardecer, habría quemado la hoja. Noches enteras marcando hojas para un resultado mezquino.

Le agradecí a Alcira por su atento servicio, esperé que se retirara para atrapar una galleta con jalea de frambuesas embadurnada el centro. Mis favoritas.

—Aprobé por suerte, los cálculos se me dan, pero no bajo la presión de la mirada de la señorita Gutten—crucé las piernas, acomodé el vestido sobre las rodillas—. Tú sí que tienes una sonrisa de un uno, ¿tiene eso que ver con esos papeles?

Mi corazón crecía y crecía con cada paso que lo traía a mí. Mordí la galleta, esperando que el dulzor se impregnara en mi boca. Los besos sabrían a él y a frambuesa, divina combinación.

—La transferencia se realizó exitosamente, el dinero de Lorraine Wilssen vuelve a quien pertenece—me tendió la carpeta, como si me cediera un trofeo—. A ti.

Nunca salté de una silla tan rápido. Me comí una galleta más y recogí los papeles de su mano bendita y con las mías temblando como si el mundo se sacudiera ferozmente, pasé las hojas leyendo el veredicto, bebiendo las palabras como si fuesen gotas de vino.

Mío, era mío, el legado de mamá volvía a mí. Las lágrimas se acumularon, me las tragué con el gusto de la jalea. Lorraine y Agnes Wilssen, juntas en apellido, en papeles. Susurré su nombre. Lorraine. Se disolvía en mis pupilas y me alimentaba. Una sensación opuesta a Edinson y la palabra padre que me descomponían los labios. No, yo le pertenecía a mamá completamente.

—Gracias a Dios—clamé, apretando la carpeta contra mi pecho, no pasé desapercibida la mirada tintada de rojo y agravio de Ulrich—. Y a ti, claro, a ti también. Te compraré un regalo, será lo primero que haga, ¿qué quieres? ¿Un reloj? ¿Un auto nuevo? Dime y te lo concederé, es mi agradecimiento.

Se quitó los guantes y sonrió.

—Cásate conmigo.

—Un auto será—repliqué, sonriendo también—. De un azul reluciente, ya tienes media docena del mismo color.

Se carcajeó con ligereza, tomando una galleta de chocolate del plato. Se la comió de un bocado y se frotó los dedos y los introdujo en su boca para limpiar las migajas. Un gesto sucio de pulcros movimientos, tal como el despliegue de placer que exhibía sobre las sábanas.

El deseo se gestó en mi vientre. Un fuego voraz y ávido. Me sentí incómodamente húmeda.

—Entonces sabes cuánto es media docena, las clases surten efecto.

—Que chistoso—espeté, dejando la carpeta sobre la mesa—. Le escribiré una carta a la tía Felicia, se pondrá tan contenta.

Se llevó otra galleta a la boca, observándome con el ceño fruncido.

—Agnes, los teléfonos existen por una razón.

Presioné los nudillos en mi ceja, la vergüenza me contagiaba rápidamente. Por supuesto, los teléfonos que hay por todas partes, en mi habitación, incluso.

—Es verdad, lo olvido—emití una risa, un sonido bajo—. Ulrich, a veces tengo la percepción de que tienes algo que decirme.

En ocasiones puntuales, como estas, lo veía frente a mí y se desenvolvía como era habitual, profiriendo sus bromas o comentarios desatinados y repletos de lubricidad. Se comportaba como una personalidad afilada por la costumbre, pero vacía de su espíritu. Su voz era una remembranza de errores y encuentros pasionales. Ahora resonaba un eco. No podía explicarlo.

Su mirada se reflejó en la ventana, suspiró con fuerza y se despeinó el cabello de la nuca.

—Solo que aún queda un proceso que resolver—contestó, serio y conciso—. Tu hermana es propietaria de la mitad de la residencia, tienes tres opciones: la primera es acceder por la vía legal, compras su parte y liquidamos el problema, sin embargo, tomando en consideración el estado deplorable de Annette, en caso de que fallezca, es el inútil de su marido quien heredará sus posesiones. La segunda opción es obligarla a firmar la transferencia.

Una llamarada se encendió en mi cabeza. Obligar en el vocabulario de Ulrich era sinónimo de muerte.

Que desconcierto, desde que mordí la mano de Dios y se volvió sordo ante mis plegarias, Ulrich ha sido la experiencia más cercana al paraíso prometido.

—¿Y la tercera?—quise saber, la esperanza afinando mi tono.

Su mirada me advirtió que no debí preguntar.

Liquidar a tu hermana y a su marido.

Es decir, me ofrecía dos opciones. Legal y muerte. Solo le gustaba parafrasear.

—Hablaré con ella cuando se encuentre mejor—decidí, colocándome en pie—. Hablar con ella será una pesadilla, pero dará resultado, no se tendrá los bolsillos vacíos.

Sentí el aire acariciando mis muslos cuando levantó mi vestido sin discreción.

—¿Esto qué es?—dijo, con cierto humor obsceno.

Miré a que se refería por encima del hombro, me sentí desfallecer al atisbar la mancha roja ensuciando mí vestido azul. Esa era la molestia entre mis piernas.

—¿En qué momento...? ¡¿Qué haces?!—chillé perturbada al mirarle arrastrar un dedo en mi muslo y acercárselo a la boca.

—El postre se adelantó.

La aversión me estalló un violento ardor en la cara cuando introdujo el dedo en su boca. Arremetí con golpes contra la mano que sostenía mi vestido arriba como una cortina y me di la vuelta para esconder lo evidente.

—Que asqueroso, deja de hacer eso—musité con la voz hundida en el sofoco de la modestia y timidez—. No comprendo, hace poco tuve este sangrado.

O así lo percibía, no recordaba la fecha exacta. El tiempo aquí se desplazaba en tren.

Ulrich reía con soltura, volvía a ser él sin limitantes. Mis sonrisas únicas y privadas reaparecían. Colocó la mano en mi nuca, sus dedos abrazaron mi cabello y mi corazón se hinchó y se sacudió tremendamente exaltado cuando sus labios presionaron un beso en mi comisura. Sellaba mi boca encerrando las emociones que su tacto despertaba.

Se separó y arrugué la nariz. Sabía y a frambuesa, pero a sangre también.

—Querida, hace meses sangrabas cuando tu cuerpo recordaba que eres mujer. Tu ciclo se ajusta perfectamente a la nueva rutina. Te alimentas acorde a tus horas, caminas por las tardes y duermes en una cama cómoda después de temblar por los orgasmos que te doy—tocó la punta de mi nariz con su dedo una vez—. ¿Recuerdas aquella noche que me dijiste que vivir conmigo sería... un cuento de terror?

Era bueno, plácido y querido. Yo era buena, un placer y querida.

Cometí errores con las mismas manos que se alzaban para alabar. Las uso para complacer, no es distinto a venerar, es lo que dicen, sentir placer en el acto de adorar. Seguía siendo el mismo concepto, con distinta interpretación. Podía ser buena cometiendo errores.

—Lo es—admití—. Se ha vuelto mi género favorito.

Decoró mi sien con el dócil toque de sus labios.

—Barto me dijo de una fiesta en las afueras de la ciudad, no es mi estilo pero podemos probar—comentó, apartando el cabello de mis pestañas—. A Theodore le fascinaban las celebraciones, puedes saberlo, bailó con la muerte en su cumpleaños.

Empecé a organizar mis útiles, los dejaría aquí por lo que resta de día. La señorita Gutten y sus enseñanzas podrían esperar.

—¿Puedo invitar a mis amigas?

Se encogió de hombros.

—Como quieras.

—Iré a ducharme, tengo muchas llamadas que hacer.

Corrí a la puerta, con el sonido de sus pisadas siguiéndome de cerca.


Holi😇

Capítulo corto, pero lindo y sangroso. Esos que voy a recordar cuando la historia esté terminada y piense en lo feliz que fueron.

Nos leemos,
Mar🖤

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