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No sabía donde se había metido Ulrich.

Desperté abruptamente, aplastada por una molestia en el pecho. Angustia, reconocí, la sensación empeoró al advertir el vacío en la cama. Sin él, la habitación se extendió como una pradera inmensa y solitaria.

El reloj en el escritorio marcaba los primeros tres minutos de las seis de la mañana, me debatí entre esperar su retorno o salir a buscarlo, pero terminaría perdida en algún lugar recóndito de la residencia y no tenía ánimos de explorar el lugar.

Solté el pomo de la puerta y retrocedí a la cama. ¿La policía lo habría venido a buscar? Aún era temprano, ¿es posible que se enterasen del desastre que dejamos en casa? ¿Qué les diría si viniesen por mí? Podría ofrecerles las migajas del pastel.

Un dolor punzante se esparció en mi cabeza, sentí un centenar de pinchazos desde mi sien a la nuca. Tenía que organizar el desorden en mi mente. Lark estaba muerto, era la realidad, no un mal sueño, y es probable que Edinson Becker también.

Tully tenía fama de rencorosa, no se quedaría callada, en este momento debía estar junto Annette y su marido tocando la puerta de la comandancia.

La molestia acrecentó. La cabeza, un tramo más profundo, palpitaba con la vehemencia de mis latidos frenéticos. Finales trágicos se armaban y descocían en mis pensamientos. Necesitaba hablar con Ulrich, con Uma, me sentía perdida en la soledad de la cama.

El reloj marcó las siete y cuarenta, salté fuera de las sábanas al oír pasos agudos, contundentes, afuera de la recámara.

La puerta se abrió lentamente, alisé la bata de dormir, aminorando la severidad de los nervios carcomiéndome.

El corazón subió a mi garganta cuando el bello rostro de Franziska Tiedemann apareció frente a mí, la reconocí por su altura y la inconfundible mirada azul, gélida como una noche de invierno.

No se esperó encontrarme aquí, la expresión solemne establecida en su cara fue reemplazada por la fría impresión.

No dije nada, ella tampoco, me estudió de pies a cabeza durante un momentáneo y exhaustivo mutismo. La mujer de rasgos filosos terminó su inspección con una torcedura de sus labios maquillados de un intenso tono borgoña. Probó el vino y la mancha nunca se destiñó de su boca.

Suspiró con pesar, cerrando la puerta.

—Esto es nuevo, Ulrich nunca ha traído ninguna prostituta a casa—dijo con desprecio, adentrándose a la recámara—. Es inconcebible que se haya metido en problemas por una puta, que además, es una simplona.

Reparé en mi aspecto desordenado y pies descalzos. ¿Cómo se suponía que se veían las prostitutas? Hermosas y seductoras, mujeres que no podías evitar apreciar. Con tomar un vistazo de su porte, podría apropiarme de la acusación.

—No soy una prostituta, señora—musité, bajando las mangas de la bata hasta cubrir las palmas de mis manos.

Se cruzó de brazos, un gesto refinado y grácil. De ella Ulrich sacó sus distinguidos ademanes, pude verlo con claridad.

—Bien, entonces, ¿quién eres? ¿Qué apellido llevas?—exigió saber.

—Soy Agnes Wilssen, hija de Lorraine Wilssen—respondí, alzando el mentón, la mujer se echó a reír, un sonido de burla, fino y agudo.

—Lorraine Wilssen—mencionó tal como diría un reproche—. Tu madre está muerta, niña, no vengas a mi casa con estos aires de honor y magnificencia.

Presioné los labios. Pasé por alto la mofa, no valía la pena, era evidente que Franziska Tiedemann no tenía idea sobre las reglas de cortesía.

—¿Ha dicho que Ulrich está en problemas?

—Eso supongo, ha estado encerrado en la oficina con su padre y abuelo desde hace horas, el recibidor se ha convertido en una pasarela de desconocidos y nadie me dice una palabra, vine aquí a buscar respuestas y estás tú usurpando su alcoba—enarcó una ceja, exaltando el desprecio en su tono—. Dime, ¿qué fue lo que hiciste? ¡¿A quién le pediste que matara?! ¡Responde!

—Franziska, ¿no te parece tierna la hora para estos interrogatorios?—Helga Tiedemann hizo presencia con la discreción de un susurro en la habitación—. ¿Quién te crees? ¿Sherlock Holmes?

El duelo de miradas entre las dos altas y orgullosas mujeres empequeñeció la recámara de una manera que Ulrich no pudo lograrlo.

—Es mi hijo el que está metido en problemas, mujer ponzoñosa.

Helga se encaminó a las ventanas, las abrió de par en par y apartó las cortinas de un tirón, permitiendo el paso de la tenue luz de la mañana.

Ambas permanecieron alejadas en esquinas opuestas, mitigando las notas a cedro, pino y lavanda. Fue las de ellas a café, flores y almizcle, la esencia bañando la mansa brisa de la mañana.

—Esa palabra te queda tan grande como ese saco que llevas puesto, te pondré en contacto con mi modista de confianza—Helga volteó a mirarme—. Agnes, ve a ducharte, tomaremos el desayuno e iremos de compras, lo que Ulrich ha guardado para ti es de temporadas pasadas, además—revoleó la mirada hacia la mujer de labios rojos—, en esta casa se respira whiskey y estrés.

Franziska tuve el deseo de responder, prefirió guardar la compostura y, después posar en mí la toda la intriga y consternación ocupando sus ojos azules, se llenó los pulmones de aire y salió de la habitación con sigilo, tal y como Helga entró.

La abuela de Ulrich ingresó al baño, percibí la vibración del andar apresurado de sus tacones en la planta de los pies. Regresó a la recámara con un cepillo nuevo y una toalla limpia y en los brazos que me ofreció y me apuré en recibir.

Vacilé qué paso dar. Esperaba que las autoridades tocaran la puerta en cualquier momento o en un caso más alentador, pasar el día preocupándome por pensar que será de mi vida después del caos de la noche. En ninguno de todos los escenarios irrumpiendo mi sanidad mental, me iría a comprar banalidades. El día mejoraba con el pasar de los minutos y la aguja del reloj aún no apuntaba el siete.

—Es muy amable, señora Helga, pero aún no recibo mi herencia.

No sabía si me dejarían regresar al internado, no tenía idea si Edinson Becker realizó el pago por el año entero o lo hacía cada mes. De seguir con vida, era indudable que me quitaría la educación. Esperaba que el tiempo que estuviese con los bolsillos vacíos y sin papeles fuese pequeño.

Tenía que comunicarme con la tía Felicia cuanto antes, de no hallar solución viable pronto, tomaría un tren a París.

—Ulrich estaba en lo correcto, eres demasiado ingenua—Helga mostró una sonrisa prudente y señaló la puerta del baño—. Ve, ve, apresúrate, tenemos mucho que hacer.

☽༺♰༻☾

Tragué la pastaba untada en la deliciosa salsa roja, hacía tanto no probaba un platillo a la carta. Estiré las piernas y sacudí los pies, los tobillos me ardían, sentía que tenía una soga ajustada alrededor.

Helga era conversadora y de palabra sencilla, con un gusto definido y unas ganas por acaparar cuanto artículo robase su atención.

Recorrimos tiendas y joyerías por horas, estaba agotada y con la piel sensible debido a las constantes pruebas de ropa, prendas hermosas de las telas más finas y delicadas. Todas estaban dentro de un sinfín de bolsas en las maletas de los vehículos que nos trajeron aquí.

Era una recompensa por no impedir que Ulrich le disparara a mi padre. Dios se manifestaba de maneras misteriosas. Obré mal y obtuve esta retribución. Quizás era esta la razón del vil comportamiento de la abadesa, Edinson, Tully. Y todos los demás. La maldad atrae gratificación.

—Señora Helga—murmuré, dejando de lado la comida—. ¿Usted cree que Ulrich tendrá graves problemas?

Lo meditó un instante.

—Creo que le fastidiará no verte en casa cuando termine la reunión con Jörg y Ferdinand—respondió con una entonada baja, para que solo yo pudiese oírla—. ¿Cómo te sientes con todo esto? Atraviesas un cambio radical, comprendo que debes tener la mente vuelta un caos.

Revolví la pasta con el tenedor. Mamá me diría que dejara de hacer eso, es de mala educación.

—Trato de no pensar demasiado o acabaré sin cabeza—me sinceré, ella me regaló una palmada comprensiva en la mano.

—No te mentiré, Agnes, no estoy de acuerdo con las acciones de Ulrich, ha sido un muchacho errático y solitario toda su vida, las cosas se pudieron resolver con sensatez y no a patadas impulsivas—sacudió con ligereza la cabeza, una negativa terminante—. Pero no puedo revertir lo que hizo, estoy vieja para preocuparme por lo que es justo y lo que no. Aquí me tiene como siempre, siguiendo la ruta de sus malas decisiones para despejarle el camino.

Hice un gesto con la mano hacia la copa junto a mi plato.

»Termina el vino, iremos al salón, tienes un cabello precioso, pero descuidado. ¿Qué me dices de un corte con capas? Hay que darle volumen, te pareces a esta modelo, ¿cuál era su nombre? ¡Ah! Brigitte Bardot, ¿sabes quién es?

☽༺♰༻☾

Encontramos la residencia de Jörg y Franziska Tiedemann ocupada por una plaga de reporteros. Acercaban los enormes lentes a las ventanas, sedientos por obtener una foto del interior del vehículo.

—¿Qué hacen aquí?—inquirí preocupada, la última vez que alguien de la prensa se acercó a mí, fue en el funeral de mi madre.

Helga ladeó el rostro, sus cejas se levantaron por encima de las grandes gafas de sol.

—Ulrich salvó a su novia de una trágica noche, todos quieren una foto de la afortunada, y las primeras declaraciones del heroico príncipe—declaró, la petulancia acentuando su voz.

Abrí los ojos con sorpresa. La situación tenía un origen tan ambiguo, que incluso con esta nueva narrativa, la historia encajaba a la perfección. Pieza por pieza, si descartamos las más sangrientas, se relataba como un cuento de princesas.

Podía imaginar la cara de Hilde cuando leyese el reportaje, no le perdía pisada a ninguna revista, sería la primera en enterarse.

Ulrich abrió la puerta y me ayudó a descender del carro. Me percaté de la ausencia de sonrojo en sus mejillas y de los surcos generados por el cansancio enmarcando sus ojos. Y él se fijó en los cambio de mi cabello, tomó uno de los mechones que rozaba mi mentón.

No pudo completar de su rutina de sabueso, un hombre de canas y ojos idénticos a los suyos, le colocó una mano encima del hombro y extendió la otra hacia mí.

—Agnes, un gusto conocerte, soy Ferdinand Tiedemann—se presentó con ilustre educación—. Los agentes están aquí para tomar tu declaración sobre los hechos ocurridos en tu residencia, ¿te sientes acorde para proceder?

Busqué la mirada de Ulrich. No pensé en qué decir. No sabría que mentira decir para ponerle en las manos el escudo y la espada.

—¿Qué les digo?—musité, consternada.

Debió darse cuenta de mi conflicto interno, pues bajó una mano a mi cintura para brindarme suaves toques reconfortantes.

—Todo está bien—y repitió, esbozando una sonrisa cómplice—. Todo está bien.





—Señorita Agnes Dorothy Wilssen, ¿es correcto?—la mano de Ulrich haciendo peso sobre mi hombro me anclaba en el momento.

Asentí, los nervios me hincaban doloroso aguijonazos en el estómago.

—Correcto.

El sujeto presionó los botones del artefacto ocupando la mesa, carraspeó, reacomodándose en el filo del mueble de la oficina.

—Perdone, olvidé encender la grabadora, leeré su declaración y me dirá si es correcto, ¿de acuerdo?—vocalizó con moderación, no me dio tiempo de contestar—. Llegó a la cena con tu familia de la mano de su novio Ulrich Tiedemann con intenciones de formalizar la relación, pero su padre, Edinson Becker, se opuso a este noviazgo porque que ya tenía planes de obligarla a contraer nupcias con Lark Peters, pero usted mantuvo su postura, hecho que no le agradó a su padre, quien para aclarar, le sometía a maltratos físicos y emocionales, arremetió en contra de Ulrich Tiedemann con su revólver calibre treinta y ocho el cual no sabía cómo manejar y acabó atinándole al joven Peters en el cuello y en el brazo al muchacho Tiedemann, quien se hallaba de pie junto a Peters, ¿eso es correcto, señorita Wilssen?

Me quedé pasmada procesando todo lo que ha dicho. Miré hacia arriba, muerta de nervios, Ulrich afirmó con la cabeza.

Pasé saliva para erradicar el nudo tejiéndose en mi garganta.

—Lo es.

El desconocido resopló y anotó una cosa más en el pequeño bloc de notas.

—Bien, señorita Wilssen, todo es acorde a lo que su hermana declaró.

—¿Annette?

Paró de escribir para mirarme.

—¿Tiene usted una hermana más?

—No.

Guardó la grabadora en el bolsillo del abrigo y se puso de pie, dando por finalizado el extenuante interrogatorio.

—Gracias por su tiempo, señorita, espero que pronto mejore su situación—llevó la vista hasta Ulrich y asintió a modo de despedida—. Que pase una buena tarde.

Esperé que el caballero nos dejara a solas para levantarme del sofá, girar sobre mis talones y dedicarle mi más rencorosa mirada a Ulrich. ¿Por qué no me advirtió que no tendría que decir nada? Estuvo a punto de vomitar el almuerzo por nada.

Y me enfrenté a la clásica disyuntiva: reproches o besos. No existían puntos medios.

Sin embargo, mis palabras fueron calladas por el curioso recorrido de sus dedos en mi cabello largo, pero con capas que enmarcaban mi rostro y un brillo que cegarían a cualquier individuo que me viese más de un minuto. El resultado fue magnífico, resaltaba el marrón de mis ojos. Aún me dolía la raíz por culpa de los jalones y golpes del cepillo.

Dolor a cambio de la vanidad. Un trato justo, decían en el salón. La belleza es, sin dudas, dolor. De cabeza, si quería ser más específica.

—¿Qué te han hecho en el cabello?—preguntó, siguiendo la curva de las capas con sus manos.

—¿No te gusta?

Sus ojos se atiborraron de una emoción que no supe definir como otra cosa más que idolatría. La reconocería incluso en cuencas vacías.

—Vamos a la recámara, allá puedo darte una respuesta concreta.



Una vez en la habitación, me escurrí hasta el balcón para admirar la vista al jardín extravagante, la fachada de la residencia era majestuosa, una enorme mansión de mármol, con colinas en la espalda, setos altos y columnas como gigantes custodiando la entrada.

Era un entramado de colores estrafalario, hojas regadas, hijas de la primavera, de marrón oscuro y otras rojizas. Nada compaginaba.

Los jardineros cumplían labores, la amable mucama traía las galletas de avena y té de manzanilla que Ulrich pidió, en tanto una pequeña manada de caballeros llenaban el piso de la recámara con las docenas de cajas y bolsas, y no supe que pensar.

El día transcurría con una insólita calma y normalidad, nada parecía cambiar en la vida de esta familia, resolvían una ola de crímenes en cuestión de horas y como regalo por ello, saltaban a la prensa como héroes.

No podía negar el alivio de la inusual tranquilidad, pero tampoco la alarma que la acelerada resolución encendió. Si quisiera salir corriendo de aquí, porque Ulrich, como en una fantasía revertida, de príncipe salvador mute a una bestia agresiva y despiadada, me pregunté qué tan lejos podría llegar.

Miré los caminos de adoquín dividiendo el jardín. Escaparía por el bosque, algo me decía que no alcanzaría la puerta principal.

—¿Cómo la pasaste?—me ofreció una de las tazas humeantes—. Helga puede ser un fastidio cuando de compras se trata, me sorprende que regreses radiante, suele robarle la vitalidad a la víctima que decida llevarse.

—Como puedes ver—respondí, volteando a ver al suelo—, me gasté la vida sin problemas y con mucho gusto.

Nos adentramos de vuelta a la recámara, vacilé si sentarme en la cama, en el sofá, o en la silla del escritorio, no encajaba en ningún sitio, pero afuera tampoco. Terminé apoyando la espalda en la pared más cercana.

—¿Han ido a la casa de Annette?

Bebió mi expresión con cautela.

—Y ella y su apestoso marido han dado cordialmente sus declaraciones, como tú—deslizó el abrigo fuera de sus brazos y lo acomodó sobre la cama—. Tu padre estará tras las rejas y a tu disposición. Con respecto a Tully y su engendro, la mujer todavía no sale de la ciudad, ¿qué es lo que quieres hacer con ellos?

Las manos me picaron con el ardor naciendo en mis palmas.

—Quiero que se queden sin un centavo, que sientan el estómago retorcerse de hambre, que se vean arrimados en un cuartucho húmedo y con goteras—el calor de la taza me quemó los dedos—. Y que todo lo que dejaron en mi casa lo usen para encender una fogata.

Ulrich estiró los brazos y se tronó los huesos de la nuca exudando pereza, incapaz de ocultar su decepción.

—Esperaba un final más elaborado, pero por ahora eso estará bien—su mirada me recorrió entera—. Dejaré que reposes y asimiles donde te encuentras. Te noto un tanto dispersa.

Bebí un pequeño sorbo de té. Con esa gentuza lejos de mi propiedad, tenía un lugar a dónde ir, sin embargo, la residencia necesitaba una limpieza profunda y mano de obra pesada en cada rincón para volver a ser un hogar habitable. Si es que Annette no se adelantaba y llevaba a su horrendo marido a vivir allí.

—Debería ir a casa a buscar mis papeles, no sé donde podrían estar.

—En la caja fuerte de tu padre, son copias legales, los originales están bajo la custodia de Felicia Noir, los tuyos y los de la pulgosa de tu hermana—Ulrich tomó asiento en la orilla de la cama—. ¿Por qué no me muestra que hay en estas bolsas? Necesitaremos una habitación nueva para acomodar tus pertenencias.

Tenía la contra en la punta de la lengua. En casa tenía espacio de sobra, pero preferí callar, disfrutaría la tibieza del té y la calma de su compañía.

Porque me complacía, en ratos como estos, rodeados de silencio.

Caminé entre las bolsas para alcanzar el escritorio y dejar el té en la bandeja antes de que se me incendiaran las manos. Qué extraña situación. Pasé la noche en la cama del hombre que me gusta y enciende de deseo la piel, el mismo que comete actos que me ahuyentan, pero de alguna desquiciada manera, me mantienen adosada a él.

Estaba más que dispersa, y a la misma vez, con la vida más unida que nunca.

Me froté los dedos para mitigar la sensación de calor. Respiré hondo una y dos veces y quité el cabello estorboso de la cara. Todo estaba bien, confiaba en Dios que iría a mejor.

—Gastamos mucho dinero, pero mucho mucho, en serio—me arrodillé en medio de la fiesta de bolsas, comenzaría por mostrarle el reloj que su abuela eligió para mí.

Ulrich elevó el brazo sano y proclamó:

—Bendito sea Dios.


El aire y el rastro de sus dedos me acariciaban la espalda descubierta, uno de los vestidos que le mostraba resbalaba de mis hombros cuando quise atacar la bandeja repleta de frutas.

Conocí un hecho más sobre Ulrich: no podía estar sin comer más de una hora.

—No le agrado a tu madre—casi me ahogué con un trozo de manzana—. Me acusó de ser una prostituta.

Enarcó las cejas, su mirada flameó con enojo.

—¿Ah, sí? En un rato iré a visitarla.

Llevé una uva a mi boca y me levanté de la alfombra. Sacudiendo el vestido, descubrí un hecho sobre mí: me sentía bien teniendo a quien acudir.




El atardecer nos atrapó pronto, las horas se esfumaban sin consecuencias.

El vestido del color de la sangre se abrazaba a mi cintura, caminaba con un pie delante del otro con suma lentitud, leyendo los títulos de las obras en el estante ocupando toda una larga pared.

—Filosofía, psicología, lenguas, números—arrastré las puntas de los dedos sobre los lomos—. ¿Has leído a Anaϊs Nin?

Una humarada salió de en medio de su sonrisa, procedió a restregar la colilla del tabaco en el pocillo de cristal

—¿Cuál me recomiendas?


Y la noche absorbió la luz completamente, una bandeja con la cena que no me apetecía consumir ocupó el escritorio, al igual que un sinfín de planes se desenmarañaban en mi cabeza.

Quise saber sobre Yelda, Uma y hasta Hilde, si seguía con vida después de que se enterase de la noticia. Me echaron de casa hacía meses, pero esto era distinto y más complejo, la congregación me culparía por la situación de Edinson, por lo que, de pedirle a Ulrich que me acercase a casa de alguna de mis amigas, sus padres me tirarían la puerta a la cara.

Mañana prometía ser un día... interesante.

—Cuando obtenga mi dinero compraré un apartamento en el centro, sería lindo tener todos esos sitios de entretenimiento cerca, Ulrich, los quiero conocer todos—comenté, rellenando el vaso con agua—. Podrías visitarme seguido, ¿bien? No hace falta que me espíes por la ventana, aunque en caso de que se te dé por recordar viejos hábitos, buscaré un último piso, alto, inalcanzable...

Levantó una mano, acallando el apresurado fluir de mis palabras.

—Espera, detente un momento...

—No me interrumpas—rechisté, apoyando la espalda en el filo de la mesa—. ¿Piensas que podría hacerlo antes o después de graduarme? Mi Dios, me perderé la graduación, no quiero ver a nadie de la congregación y ellos tampoco querrán verme a mí. Visitar al padre Fredo es mi prioridad, la hermana Nadine me ayudará es seguro, después de conversar con mis amigas, claro. Todo es un completo desastre, pero creo que empiezo a ver detrás de los nudos.

Ulrich se levantó del sofá, caminó frente a mí a la pared a mi izquierda, a un par de metros de distancia, para apoyarse en ella de brazos cruzados, se dedicó escudriñarme con un ímpetu feroz.

—Me causa intriga saber cómo pretendes llevar a cabo todo eso.

—Iniciaré mañana cuando vaya al colegio—contesté—. Tengo que estar allí temprano, no tengo la vestimenta adecuada conmigo.

Toda la curiosidad se desvaneció de su expresión.

—Estaré muerto antes de permitir que regreses a ese maldito colegio—repuso con soberbia y determinación.

Me crucé de brazos, exactamente como él.

No te estoy pidiendo permiso.

No volverás a ese maldito lugar—pronunció contundente—. He dicho que tomarás clases aquí, con los mismos profesores que me instruyeron a mí.

El silencio se alojó en la recámara. Ladeé la cabeza, repitiendo lo que ha dicho con la esperanza de haber escuchado mal.

—¿Estás hablando en serio?

—¿Me estoy riendo?

Le observé por un tiempo, asimilando la crudeza de su voz. No hubo emoción que rompiera la dureza de su expresión.

—¿Para eso me sacaste de mi casa? ¿Para pisotear mis decisiones con las tuyas?

—No tomes ese camino, no es por ahí por donde debes andar—presionó los labios con fuerza, dejando la sonrisa mordaz en un cruel amago.

Le vi inquieta recoger el abrigo de la cama y lanzárselo sobre el hombro, la ira me agobió cuando se dirigió a la puerta.

No, no se largaría y me dejaría aquí sola con todas estas preguntas sin respuesta. Corrí a su encuentro, tiré de su brazo cuando su mano tocó el pomo de la puerta, le obligué a mirarme, necesitaba que lo hiciera.

—No me des la espalda cuando te hable y menos pretendas irte, es irrespetuoso—sermoneé, clavó su filosa mirada en mí.

—Agnes, he dicho que no—dijo con simpleza, como si fuese nada, como si no valiese una respuesta.

—¿Entonces qué? ¿Todo lo que profesabas sobre tomar el control de mi vida, olvidarme de todo y de todos, de pasar por encima de mi fe por salir de esa gente asquerosa, eran falsedades?—mi voz tembló—. Me das todo esto, ropa, maquillaje, zapatos, ¿a cambio de qué? ¿Tenerme encerrada como un pájaro en esta habitación? ¡¿Para qué me obligas abandonar lo que conozco si me darás lo mismo, pero adornado de oro?!

—¿Qué es lo que quieres? ¿Regresar a revolcarte en la miseria? ¡¿Verte las rodillas y la cara pintada de moretones?!—rebatió, solemne—. Si tenerte aquí es convertirme en tu captor, felizmente tomaré el título, pero a ese lugar no regresarás nunca más.

—Ni siquiera hablaba de vivir, ¡hablo de tomar las clases! ¿O cuál es tu plan? ¿Mantenerme aquí todo el día, mirando por la ventana esperando tu regreso?—posé las manos en sus brazos, concertando mi declaración en el fuerte contacto—. No huiré, Ulrich, volveré a ti, no es como si tuviera a donde ir de todos modos.

Negó, observé la cólera colmarle los ojos.

—Tu padre y su mujer están sedientes de dinero, la policía han congelado sus cuentas, no tienen nada, ¿sabes lo que significa eso?—acunó mi rostro entre sus manos—. Que les sobras . No pienso ponerte en riesgo porque tu corazón no soporta estar lejos de Emma.

—¡Uma!—le corregí—. ¿Tienes problemas de memoria? Lark está muerto, tú lo mataste de un balazo, te lo recuerdo.

Se mantuvo callado meditando que diría a continuación. Hizo el ademán de pronunciar alguna cosa, pero se retractó, solo para terminar suspirando con pesadez previo a soltar lo que sea que le costase vocalizar.

—Estoy seguro que alguna vez te cuestionaste a donde iban las niñas y muchachas que enviaban a Rumania, porque no compartiste con ellas, ¿o me equivoco?—sondeó, refregando con delicadeza los pulgares sobre mis mejillas.

Le miré desconcertada.

—¿La hermana Nastya te lo dijo?

—Yo se lo dije a ella—aseveró, la corriente de aire se impulsó en medio de los dos cuando se apartó de mí. Tomó el vaso con agua de la mesa y apuntó a la silla—. Siéntate y bebe esto, tengo mucho que decirte.

Por los siguientes minutos, vació en la alcoba una extensa colección de historias asquerosas, relatos que me pusieron los vellos de punta. Ulrich eludía emplear términos descarnados, pero nada podría endulzar las calamidades que barboteó sin descanso.

Una asociación de pedófilos, gente de poder, depravados desde la cuna que compraban y desaparecían muchachas y niñas. El templo al que asistí por años para adorar a Dios servía como fachada santa y divina para los horrores del que el obispo, el cardenal y la fallecida Clawtilde, era regentes y partícipes. ¿Podría saberlo Edinson? No supo responder con certeza.

No comprendí todo lo que dijo, era increíble, eso, no podía dar crédito a lo que revelaba. Esa gente era malévola, no obstante, lo que Ulrich decía, cruzaba los límites infernales. Era inhumano, desalmado y no supo ponerle otro nombre.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?—reclamé, observándole con recelo.

—¿Me habrías creído?—cuestionó—. ¿Siquiera me crees ahora mismo?

No.

No tiene sentido, lo decía para sembrarme el miedo y buscase refugio en su cama. Que me escupiese aquellas patrañas para conseguir moldearme a sus mandatos me enfureció.

Me puse de pie, no podía estar quieta en la silla.

—He vivido todo este tiempo allí, ¿por qué te comportas de esta manera cuándo ya me tienes aquí?—empuñé las manos fuertemente—. Me agrada el calor, la comodidad de tu cama y puedo incluso soportar tu sofocante compañía. Puedes tener la tranquilidad de que no me iré, te lo dije, no es como si tuviese los bolsillos llenos para hacerlo y no sé qué haré luego de graduarme, pero justo en este momento, me sostengo en ti.

Pasó las manos con rudeza por su rostro.

—No crees una mierda de lo que te dije.

—Honestamente no, Ulrich—admití—. Rezamos todos los días, estar aquí contigo va en contra de lo mis principios, ¿cómo puedo creer algo como eso? ¿Así pretendes cortejarme? ¿Encerrándome hasta hacerme ceder? Vaya matrimonio del infierno tendremos.

Entornó la mirada con sagacidad.

—Te llevaré y buscaré yo mismo, no te alejarás de Nadine y enviaré un perro a custodiar la zona—hizo una pausa—. La siguiente semana.

Pestañeé perpleja e indignada.

—¿Y qué pasa con estos días?

—Todo esto está reciente—dijo, la frustración desbordaba en su tono—. No serán días de ocio, empezarás a tomar clases por las tardes, este verano lo tendrás ocupado aprendiendo—espetó, el desafío alzando sus facciones.

Mi estómago dio un vuelco. No me contradigas. El mensaje era contundente.

—Este verano iré a Francia con la tía Felicia, ya te lo había dicho.

—A tu tía no le molestará que inviertas el tiempo en tu educación.

Cada palabra que salía de su boca tenía consonancia de mandato, los conocía bien, hasta la noche de ayer me quisieron imponer.

De repente me sentí extraña en su cercanía. Anoche debí comprender lo que necesitaba oír y no lo que realmente dijo, no tenía congruencia el cruce de declaraciones. Eso era, anoche me dejé comprar por su discurso, dulce como el chocolate, hoy eran frías órdenes.

La sensación de terror subiendo por mi garganta me doblegó.

Ulrich se mantuvo bien erguido, portando una autoridad que él mismo se adjudicó sobre mí. Aunque comenzaba a creer que le di ese poder, a fin de cuentas, nada le costaba embaucara una tonta si le adornaba la celda con sus gustos, mucha ropa. ¿De qué podría quejarme? Debía estar feliz, él se arriesgó por mí, ¿quién ha llegado tan lejos por mí?

El llanto arrulló mi mirada. Coloqué una mano encima de mi pecho, el pulso veloz golpeteó contra mi palma.

—¿Para ti qué soy? ¿Un proyecto? ¿Un negocio? ¡¿Una vasija rota que quieres reparar con los pedazos que tú quieras?!—exclamé, incontenible—. ¿Esta es la libertad que tanto mencionabas? ¡El paraíso para la oveja descarriada! Encerrada en tus dominios para mantenerme vigilada.

Tensó el músculo de la mandíbula.

—Cuidada.

—¡Acechada!—increpé—. Era de esperarse, Dios, ¿en qué momento pensé que esto sería una buena idea? Creer en ti, confiar en ti, eres igual que ellos, ¿qué harás la próxima semana cuando decida salir a beber té con mis amigas y las horas pasen? ¿Me reclamarás la tardanza? ¿Me dejarás un moretón en la cara?! ¡Eres igual que ellos!

Se sostuvo impasible.

—Sigue reclamando.

—¡¿Eres idiota?! Pero, ¿qué pregunta? ¡Claro que lo eres y yo lo soy más!—quité el reloj de mi muñeca y lo arrojé a sus pies—. Ya no quiero nada de esto si el precio es otro cautiverio.

Continuó observándome. No sabía si lo disfrutaba o reprimía las ganas de quebrarme el cuello.

—Te escucho, Agnes.

Puse las manos en mi cabeza, me pesaba un mundo, sentía que me caería sobre el hombro.

—¿Para qué me dijiste todo eso? ¿Para qué me llenas la cabeza de promesas si me darás lo mismo, pero decorado con oro?—dije, sin poder reprimir ni asimilar lo que vociferaba—. Tengo oro, Ulrich, ¡más oro del que tu maldita madre puede ostentar en su vida! ¡Me hiciste escupir en mi fe! ¡Entonces hazlo valer!

Temblaba de pies a cabeza. La conmoción me hizo traspirar cuando los gritos dispararon mi temperatura. Estaba ardiendo de rabia, pura y desmesurada desilución.

Ulrich no se inmutó, seguía contemplándome como si fuese un estúpido animal enjaulado.

—Te sigo escuchando, Agnes.

Mi respiración perdió cadencia regular. Mis pulmones ardían con cada respiro.

—¿Eso es todo lo que piensas decir?—espeté.

—No, por supuesto que no. Lo has dicho todo, ¿cómo te hace sentir eso?

Su mueca rigurosa se diluyó tras el velo de lágrimas acumuladas.

—¿Qué crees tú? ¡Furiosa! ¡Decepcionada y tengo tantas ganas de llorar...!—mi voz se quebró con un sollozo. Me tomó unos segundos recuperar la compostura—. Ni siquiera me dejaste unos días vivir el engaño, cambiaste de discurso demasiado rápido. Ulrich, mi vida era un infierno, pero era lo que conocía, aquí no tengo a nadie en quien confiar, no los conozco, me siento perdida, ¡¿entiendes eso?!

No respondió.

Su intachable mutismo rebasó mi paciencia, el llanto me humedeció las mejillas, antes de pensarlo, empujé su pecho con mis puños. Quería que se moviera, que se quitara de en medio, que dijera algo, lo que sea, que me contradijera, fue la presión de sus labios sobre los míos fue la reacción que obtuve.

No existía sutileza en el gesto, por lo que correspondí con la misma brutalidad, mordiendo su boca hasta que el gruñido de dolor vibró en mis labios y el sabor metálico y salado de la sangre me impregnó el gusto.

—Déjamelo en claro—profirió, marcando una húmeda estela de besos rojos a través de mi garganta—. Dime que es lo quieres y te lo daré, cada cosa que pidas será tuya.

La urgencia de sus manos destrozó el escote del bonito vestido caoba, del mismo tono del escritorio que desocupó de un manotazo y en el que me hizo tomar asiento.

Su lengua delineó mi hombro, fundió un camino de besos hasta mi clavícula, no se detuvo hasta alcanzar mis senos expuestos y esconder los pezones dentro de la calidez de su boca. La oleada de sensaciones recorriéndome como fuego intensificó el descontrol de emociones. Aferré los dedos alrededGor de sus brazos, extasiada hasta la el último confín que mi piel ocultada.

Cerré los ojos, deteniendo la caída de las lágrimas, los sollozos se convirtieron en gemidos cuando apartó mis muslos con su rodilla y hundió una mano entre ellos, desesperado por apartar el pedazo de tela cubriendo mi intimidad.

Tomé consciencia y atrapé su muñeca antes de que sus dedos me tocaran y me hicieran perder la poca cordura que me quedaba. Ulrich se apartó de mis senos para afincar la mirada enormemente dilatada en mí.

Que difícil era expresarme con rectitud y diplomacia cuando ansiaba que se hundiera dentro de mí.

—Volveré a clases mañana mismo con mis amigas, las cuidarás a ellas como a mí—decreté, tratando de recuperar la respiración—. Iré a Francia todo el mes de agosto y si no estoy enojada, puedes venir conmigo una semana.

Ulrich no apartó los ojos de mí mientras con una mano bajó mi ropa interior hasta dejarla colgando de mi tobillo.

Se deshizo de las barreras de su cinturón y cremallera. Mi corazón se removía frenético, la espera por sentirlo completamente crecía como un peso muerto en mi vientre.

Finalmente capturó mis muñecas, las llevó a mi espalda y acomodó las palmas encima de la superficie, para balancear mi peso en cuanto se cernió sobre mí, sus labios rozaron mi mentón, me estremecí ansiosa ante el contacto obsceno de su erección sobre mi humedad.

—Hecho—profirió, y se enterró en mi cuerpo de una estocada, arrebatándome un jadeo.

Entonces salió, subió la fuerza de sus dedos alrededor de mis muñecas y volvió empujó las caderas contra las mías, una muestra de dominancia y sometimiento en el mismo gesto.

La tela rasgada caída a los lados de mis pechos como aquella noche en el mausoleo, esta vez su boca tenía acceso completo a mi piel, se lo ofrecí, arqueando la espalda y aproximando las caderas al borde del escritorio. Quería tomar y probar todo lo que pudiese darme.

Su lengua circuló la areola y succionó la punta, sus dientes dejaron huello en la piel. Le mesa chocaba contra la pared con cada embestida fuerte y precisa, un cuadro se vino abajo y gemí su nombre, presionando los talones en sus glúteos para atraerlo más a mí, más profundo, más duro.

Me corrí murmurando su nombre como una plegaria sagrada, y él me siguió poco después, maldiciendo, desbordándose sobre mi vientre por primera vez esa misma noche.

Holi😇

Nada más paso a decir que el próximo capítulo lo narra Ulrich.

Gracias por los votos y comentarios, nos leemos,
Mar🖤

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