"10"
Mi mente viajaba a través de los recuerdos donde fui feliz cuando merodeaba por esta casa. Me embriagaba en ensoñaciones para mantenerme despierta.
Mi madre se llevó a la tumba el excéntrico concepto de esa emoción. Me veía orillada a escarbar en las paredes por remanentes de su presencia, sedienta de volver a encontrarme con ella cuando mi memoria de niña crecía y la perdía entre los resquicios de las piedras erigiendo este lugar. Me destruía el tránsito mortuorio de la calidez que evocaban los recuerdos, cada año menos certero. Más tenues y débiles.
Hice lo que pude por mantener mi recámara como mamá a su gusto la decoró, no cambié nada, no tuve el valor. Me aferraba a cualquier grieta que mantuviese su inherencia intacta. Era de un rosa pálido, con detalles dorados en las manijas y el borde de las pinturas de corderos y flores, digno espacio de una princesa, me decía, pero fue como decretar una maldición, pues como una princesa, obtuve una madrastra malvada.
Edinson permitió que Tully y su criadero tornaran la casa en un recuadro desprolijo. Deslavaron los colores, se volvió una cueva, opaco, oscuro, similar a esconderse debajo de las alas de un cuervo. Un espanto de hogar, un calabozo, algo barbárico, con personas horribles habitando. Eran tal para cual, y me enervaba reconocerlo así, la contraposición de lo que mamá dejó para nosotras.
La muerte me la arrebató demasiado pronto, Lorraine se llevó más que su vida consigo. Eso explicaba porque lucía eternamente hermosa acomodada dentro del ataúd.
─Mis mejores deseos para ustedes─dije, mi voz apuñalando la niebla atestando mi garganta─. Dios bendito verá por este nuevo miembro.
Annette enarcó una ceja, visiblemente incrédula y no era desacertado, la mentira se alzaba soberbia en mi postura porque no me generaba más que rechazo enterarme sobre su embarazo, avanzado según los cálculos, lejanos en apariencia. Podría vestir un corsé y no vería diferencia. Esa era la gran noticia que ameritaba mi visita.
Apenas la vi pensé que estaba enferma de gravedad. Sus labios se perdían en el tono grisáceo de su piel, no pudo permanecer de pie cuando se le exigió rellenarle de vino la copa a su marido. Annette, de las dos, era quién más atención y esmero vertía en la estética. Las prendas armoniosas y de talla exacta le pertenecían a ella, siempre bien portada y asistente a lo que sea que Tully demandaba, claro que tendría privilegios. Esta noche tenía una especie de capa gris sobre los hombros y un vestido de antaño, de la época de la difunta abuela de su esposo.
Mi disgusto no recaía en ella, era su marido el que me retorcía las vísceras. Conociendo la cercanía que un par de cuerpos debían sostener para concebir una vida, me era inimaginable el sufrimiento de mi hermana. Ese hombre de ojos brotados por la ridícula arrogancia, despedía un olor agrio que me hacía picar la nariz.
─Así es, Agnes, que tu palabra sea decreto─comentó Tully, nadie más en la mesa tenía la mancha de una sonrisa contenta como ella─. ¿Has considerado la matrona que te recomendé, Annette? Carina recibió a mi Melliot, siempre he dicho que sus manos son sagradas, hicieron un trabajo fenomenal.
Rodé los ojos. Sí que fue magnífico, la dejaron incapaz de seguir reproduciéndose.
─Es un riesgo dar a luz en casa─volví la vista a Annette─. Deberías ir con un doctor de verdad.
Tully brotó un quejido de reproche. ─Desde la creación de este mundo las mujeres han alumbrado a sus hijos en casa, Agnes, para eso fuimos hechas.
─¿Para morir con un recién nacido en los brazos?─repliqué con escepticismo.
Padecer te eleva al encuentro con Dios, se repite y te lo incrustan en pero, ¿qué especie de sufrimiento te acercaba a la gloria divina? ¿Qué victoria obtendría en desprender una madre de su hijo?
Sacrificar a tu hijo a cambio de la salvación, ¿no te suena conocido? Podía escuchar a Ulrich susurrarme en el oído. Padre, ¿por qué me has abandonado...?
Me fracturaba el juicio y la sensación era alentadora. Daba por hecho que la perdición me había tragado hasta las rodillas. ¿Qué sentiría si me consumaba hasta el último cabello? ¿Libertad plena?
─Si es lo que Dios quiere, habrá que obedecer.
─¿Tu eres Dios?─interrumpí, Tully levantó el mentón dispuesta a soltar serpientes por la boca.
─Basta, Agnes─Edinson golpeó la mesa con el puño, sacudiendo los cubiertos sobre la loza─. Estás poniendo nerviosa a tu hermana con tus palabreríos.
Avisté a Annette por encima del borde del vaso con agua que acerqué a mis labios. Me asustó la ausencia de color en su semblante, era la perfecta representación de un fantasma sobre la mesa.
Tragué el agua deseando que arrastrara devuelta al estómago las palabras moldeadas por la ira atascada en la garganta. Las últimas semanas no me sentía más abrigada por eso. Rabia, deseo, carne y piel.
─Dios verá por ti y por mi sobrino, siempre lo ha hecho─cubrí con el velo de calma el enojo escociéndome las entrañas─. No tienes de qué preocuparte.
Cuatro pares de ojos reflejando distintas protestas, burlas, ubicaron mi expresión. Frente a mí debía haber un artilugio que me mostraba en diferentes versiones, porque de esas cuatro miradas, Edinson, Tully, Annette y su repulsivo esposo, ninguna expresaba algo remotamente similar.
Una decepción, una traidora, la zorra con el collar de santa, el mismo que usaron para provocarme un orgasmo. Pisaba el peor de los casos: no me enojada que me viesen como ellos creían y confiaban que era, pero sí que al menos podían interpretarme.
Peleaba por saber que era, ¿hipócrita e indecisa? Una creyente irrevocablemente estropeada. Algo más, tendría que buscar otra definición, esa me desagradaba hasta querer renegar de mi nombre. Los días de disputa con el espejo se alargaban y no hacía nada por mí más que un hundirme en el ahogo de la incertidumbre.
Annette parecía un fantasma con vida, y yo una vida siendo un espectro.
─Agnes, te invitamos esta noche para acompañar a tu hermana en esta nueva etapa de su vida y para conversar sobre el futuro de la tuya─Tully masculló─. Mañana cumples dieciocho años, hemos decidido que tu matrimonio ocurrirá antes de lo previsto, lo mejor sería que se inicie el papeleo correspondiente para que tengas todo en orden para el momento. Los padres de Lark acordaron en darles un hogar cerca del centro de la ciudad, estarán más que bien posicionados, pero necesitamos buscarte un vestido y organizar la celebración a detalle. Será un día muy especial para todos.
» Eres una muchacha afortunada, Dios ha provisto para ti grandemente, así que me ofrezco a encargarme de la ceremonia mientras te ocupas de tus responsabilidades, solo tendrías que pedirle un adelanto de un millón de euros a Felicia, con ese anticipo podremos trabajar en el día de tu boda y unir legalmente a las familias.
Dejé el cubierto en el plato.
—¿Unir legalmente a las familia? ¿Eso qué significa? Porque suena como que nos casaremos entre todos.
—No vengas con ingenuidades, Agnes—ladró, limpiándose en un ordinario movimiento el borde de los labios con la servilleta—. Tu padre invertirá en el negocio textil de la familia Peters, verás beneficios del lazo, por supuesto, ¿o es que piensas vivir únicamente de lo que Lorraine te heredó?
El párpado me tembló. ¿Cómo se le ocurría pronunciar su nombre con tal posesión?
—Podría perfectamente, tengo más de lo que papá en años ha podido ganar en años.
Todos sabían que mamá apoyó incondicionalmente a Edinson Becker en su negocio cuando Annette nació. Ella era la acaudalada de la pareja, descendiente de una mujer rebelde de la antigua Casa Wittelsbach, familia monarca asentada hacía más de un siglo en Baviera, que jamás quiso ceder el dinero que heredó de sus antepasados concretando un matrimonio. Él era el hijo de un zapatero y una ama de casa que apenas podían permitirse comer tres veces al día.
Se adueñaron de esta propiedad llena de historia, la historia de vida de mi madre y de todas las mujeres que estuvieron rondando los pasadizos antes que ella.
Si tan solo la tía Felicia fuese su hermana legítima, estos cerdos no estarían allanando esta propiedad como las ratas que eran.
—Esta decisión está tomada, Agnes, debes demostrar tu agradecimiento, no tienes idea lo mucho que tuvimos que rogar para que alguna familia de buen linaje te aceptase.
La sangre me latió detrás de las orejas con brutalidad y me vi avasallada por la ira destructiva e incontrolable.
—Si papá quiere invertir, que tome de su propio dinero.
—No estás comprendiendo.
—Explícame, Tully, ¿por qué daría de mí herencia?—dije, respirando despacio—. Ustedes fueron los que tuvieron la maravillosa idea de casarme con un desconocido.
Ella me miró, la vesania urgida por hacerle estallar los ojos y estuve orgullosa de no experimentar la imperiosa necesidad de apartar la mirada. ¿Qué podría hacerme? ¿Quebrarme otras costillas? Todas las humillaciones que sufrí y seguía padeciendo, las conocí de su mano impía.
—Es la empresa de dónde tu futuro marido obtendrá sus ingresos para mantener su hogar en alta estima y prestigio—justificó—. Es justo que contribuyas a su crecimiento.
Tully hablaba en exceso, ¿nadie, como a mí, le enseñó a guardar silencio? Habría que enseñarle, o más bien, amaestrarla, como a un animal salvaje.
—¿No fuiste tú quién por darse lujos innecesarios estuvo a nada de quebrar la empresa de papá?—inquirí—. Llegaste a esta casa sin nada, no contribuiste en nada más que arrastrarlo al filo de la debacle. Lark podrá vivir de su trabajo, yo velaré por mí con lo que me pertenece. Es mi última palabra.
Sus manos sujetas en el borde de la mesa se sacudían, poseída por la rabia. Mi estómago se contrajo de endemoniado miedo cuando se puso de pie empujando la silla hacia atrás. Me resigné a recibir un castigo más si no lograba escapar, nunca lo hacía. Sin embargo, no se movió de su sitio. Me miraba con odio, de la ira que emergía de las entrañas y producía sentimientos nauseabundos en el receptor. En mí. Y no fue un alivio. Una bofetada me perturbaría mucho menos.
—Rumanía te ha envalentonado, Agnes, estoy orgullosa de la chica que ha regresado. Es una lástima que escogieras la vía difícil—regresó a su asiento y como si nada hubiese ocurrido, señaló la puerta—. Roger y tu hermana te acercarán al colegio y por lo que más quieras, cuida el anillo, es valioso para la familia de Lark.
Quién sabe a dónde fue a parar.
─No hagas esta situación compleja, nos debes mucho, Agnes, sabes que si─Edinson intercedió, echándome castigos y reprensiones en una mirada─. Haznos el favor de escribirle una carta a Felicia, la boda necesita concretarse antes de la primera semana de junio.
Destilaba certeza, se imponía como el hombre altivo que jamás pudo ser. Era mi dinero, mi destino, ¿qué derechos tenían de decidir por mí? Suertudos y benditos eran de tener a Annette de su lado, buscaría echarlos lejos de esta casa.
─He dicho que no.
Los ojos de mi padre refulgieron, llamaradas de cólera le quemaban las pupilas. El fuego no me hizo daño, yo también me estaba incendiando.
─No estás en posición de negarte, ¿recuerdas la última vez que fuiste en contra de nosotros, tu familia?─espetó, gotas de saliva saltaron de su boca.
Hundí las uñas en las palmas, profundo, me rasqué los huesos. Nunca me encontré similitudes con Edinson Becker, no tenía sus ojos, ni el color de su cabello, ni siquiera su apellido. Tardé años en descubrir que los dos manifestamos la ira de la misma forma obtusa. Soportamos y callamos hasta que el fuego nos rebasaba.
Me sentí horrenda, quise arrancarme la piel del cráneo si eso significaba borrar la tétrica semejanza. Esto no es mío, este desborde de enojo no me pertenecía, ellos lo provocaron. Podría ser buena, un espíritu apacible, tenía que ser mejor que los escombros heredados de un padre despreciable.
Tendría que esforzarme un poco más. Lo intentaría al amanecer.
─No, mi memoria falla por momentos, pero padezco la inclemencia del recuerdo perenne de tu hijo, Tully─dije, sobria de recato─. Piensa un poco, no me gustaría verte en la misma situación, ¿no será esa la razón de la prisa y el silencio? Un misterio, eludiendo que alguien se entere.
Distaba de ser una amenaza, era un recordatorio que a mi espalda se alzaba una sombra con instintos ilícitos y me instaba a caminar pateándome los talones.
Ulrich estaría encantado de saber que lo utilicé como escudo. Por alguna razón en la que no quise ahondar, sentí un pellizco de placer al pensar en hacer algo que le talle una sonrisa.
Traer a Ulrich a la mesa descompuso el cariz endurecido por la furia y displicencia de Tully. La mujer echaba cenizas en cada exhalación. Se alisó las arrugas de la blusa con calma, penetrando mi entrecejo con el filo de su mirada.
─Es una vergüenza que escupas tu fe por complacer a un asesino, ¿qué crees que tu madre diría de esto?
─No nombres a mi madre, no eres digna de ese privilegio─pronuncié varios tonos más apagados.
En el comedor se oye el estruendo de su risa, mordaz y de ordinaria burla, y toda la rabia contenida en mis venas se transformó en violencia.
Encajé más las uñas en las palmas más profundo, no estaba en posición de ventaja, se echarían todos sobre mí en manada, me destrozarían y aún no conseguía llenarme con algo más que lo aprendido en esta casa.
Me puse de pie y sacudí las migajas de la ropa. Tenía que salir de aquí o acabaría sobre un pozo de sangre otra vez, y en este punto, dudaba de la misericordia de Dios.
La celebración se terminó, percibí el cambio del aire, lo sentí caer sobre mis pies y amarrarme en el piso. El crujir de la puerta principal sonó como estruendo en el comedor, un ruido le siguió, como si alguien arrastrara de mala gana un saco de arena.
Reconocí los pasos acercándose lentamente, la conmoción me retuvo de pie, esperando que la figura alta y sólida de Ulrich se desvelara entre las sombras.
Jadeos y gritos se elevaron como una melodía tétrica en el comedor, mis ojos cayeron a sus pies, donde el cuerpo de Lark flojo y de un tono mortuorio colgaba de su mano sucia de sangre.
—Lamento la tardanza, la cena demoró en salir de la madriguera—se excusó, los presentes saltaron lejos de la mesa cuando levantó el cadáver y lo arrojó sin menor cuidado sobre los platos.
El vino escurría al piso, se mezclaba con el hilacho de sangre que brotaba del agujero ennegrecido y perfecto en el cuello de Lark Peters.
No supe que decir, no tenía nada que decir.
—¡¿Qué has hecho, maldito bastardo?!—vociferó Tully, desatando lágrimas y la ira.
Capturé el sonido de un click, no supe que era, no pude apartar la mirada del rostro de Lark, de sus ojos velados por la compañía de la fría muerte.
Se los dije y no les importo, es culpa de ellos, ellos causaron esto.
—Siéntese, señor Becker, la conversación será breve—demandó Ulrich.
—¡Lo mató, Edinson! ¡Haz algo!—chillaba Tully.
—¿Qué demonios hiciste?—a Edinson Becker le costaba modular, sus palabras eran una maraña de silbidos que descifrar.
—¿Padece usted de alguna enfermedad mental, señor Becker?—pronunció Ulrich, dando una risa desierta de gracia—. Porque tengo vívidos recuerdos de la charla que compartimos, usted y yo acordamos una simple cuestión, ¿no es eso cierto?
¿Qué cuestión? ¿Le habría ofrecido parte de mi dinero? ¿Se tomó esas libertades a cambio de que me apartese como un pedazo de terreno?
Coloqué las manos encima de mi abdomen, sentía que en cualquier momento vomitaría la cena encima del cuerpo de Lark.
—¿A qué te refieres?—le pregunté, advirtiendo lo cerca que estaba de mí.
Inhalé su aroma infestado por el olor repulsivo de la sangre y las manchas esparcidas por su rostro. Estaba sucio, era inusual verlo en este estado desprolijo.
—¡Baja el arma!—no paraba de sollozar Tully.
—Estás equivocado, muchacho, ¿quién crees que eres para venir a mi casa a gritar mandatos sobre la vida de mi hija?—Edinson Becker gruño como una animal—. ¡Mi hija me pertenece! ¡No tienes ningún derecho sobre ella!
Ulrich levantó el brazo, apuntó el cañón del arma hacia él, mi padre, encerré mi garganta entre mis manos, la tensión y los gritos pellizcando mis nervios alterados.
—¡Edinson, haz algo!
—¡Tully, cierra la boca!—exclamé, agitada, percibiendo un hormigueo tibio paseando por mis piernas.
—Nosotros nos largamos—Roger finalmente abrió la boca—. Este asunto no es nuestro problema.
Ulrich apuntó a Annette.
—Tú te quedas.
Roger levantó los brazos.
—Amigo, no diremos nada.
—Ulrich, está embarazada y enferma, sólo mírala—dije, el temblor de mi cuerpo fracturó mi tono—. Deja que se vaya.
Aunque no se veía nada convencido, apartó la dirección del arma lejos del rostro de mi hermana.
Annette se sostenía de pie con ayuda del brazo de su esposo, lucía miserable, exhausta y sudorosa, en cualquier segundo caería al suelo. No tenía siquiera fuerza para echarse a llorar.
—¿Cómo se dice? Gracias, Agnes.
Prensó los labios, inhalando como si la vida se le fuese en la simpleza del acto.
—Gracias, Agnes—arrastró las palabras, con esfuerzo arrojó un débil vistazo a Tully y a Edinson.
Emulé la acción, un peso cayó en mi estómago al ver lo que papá manejaba entre sus manos con premura y desesperación.
—¡Ulrich!
Dos disparos resonaron en la sala, ensordeciéndome. Registré el pulso frenético en mi cabeza, los gritos en la lejanía, como si mi cabeza se hallara debajo del agua.
En cuanto recobré los sentidos, busqué a Ulrich en medio del desastre de platos y sillas, él ya se aproximaba hacia mí con dos armas en las manos, detrás de él, Edinson Becker presionaba las manos sobre su hombro herido, destilaba sangre a borbotones.
Moriría, ¿o no? ¿Me importaba? No sentía nada, podría pellizcarme y sería una caricia. Tenía la piel endurecida como el acero.
—¡Edinson! ¡Dios bendito, Edinson!—graznaba Tully.
—Tienen hasta la mañana para salir de esta casa y una semana para esconder a tu engendro—profirió Ulrich, cada palabra forjada en decisión y promesa—. Lárguense, corran lejos, descansen lo que puedan y esperen por mí. Es mi último acto de benevolencia, ¿cómo se dice?
Tully presionó los labios, sollozante y desconsolada, negó con la cabeza hasta que el cañón del arma que Ulrich empuñaba detuvo el movimiento.
La ira en su mirada me traspasó el entrecejo.
—Gracias, Agnes.
Ulrich se detuvo frente a mí, transpiré frío cuando noté la sangre emergiendo de su brazo. No se quejó, no bosquejó mueca alguna, extrajo las balas sobrantes de una de las armas antes de lanzarla al piso y pegarle una patada.
Tomó mi brazo y me instó a mover los pies.
—Camina.
El aire de la noche se estrelló contra el calor de mi rostro. En más de una oportunidad tropecé con mis pies, Ulrich me erguía y acomodaba mi cabello. Me creía su muñeca que arreglar, pobrecita de mí.
La distancia de la residencia al vehículo era escasa. Me fijé en el modelo, distinto al que manejé la noche que hice pedazos la lámpara en su cabeza, este tenía toda la estructura de haber sido salvado del basurero. Supongo que no le apetecía ensuciar el nuevo y reluciente.
Abrió la puerta y me acomodó encima del asiento casualmente. La herida en su brazo me lastimaba más a mí.
—Estás sangrando mucho, no puedes manejar así—musité, viendo las gotas caer de sus dedos.
—Ponte el cinturón—pidió, su voz hueca me causó escalofríos.
—Dame las llaves, solo dime a dónde quieres que te lleve—insistí.
—Estoy bien, Agnes, maldita sea.
Tomó la cinta y de un jalón furibundo la cruzó sobre mi pecho. Apreté los labios, conteniendo la sarta de negativas queriendo emanar.
Buscó en los asientos traseros hasta dar con una corbata, la anudó en su brazo para detener el sangrado y puso el carro en marcha.
Me encorvé, dejando que mi cabello escondiese mi rostro. Estaba aterrada, fue lo única cosa verídica que fui capaz de acertar. Miré de reojo a Ulrich a través del velo de mi cabello. Él no era el causante, o sí, pero también lo era algo más, no podía sacarlo de mis costillas, me lastimaba, me comía, me ardía y desconocía qué era.
—Está muerto—me lamenté—. Está muerto.
La luna se manifestó, revelando las emociones enfrascadas: alivio. Culpa. Despiadada culpa.
De no ser por esos el hambre de ese par de ambiciosos, de no ser por mi propia carencia de dominio sobre mí, quizás Lark seguiría con vida y su madre no tendría que llorar su pérdida.
Estaba muerto sobre la mesa, un festín de carne pudriéndose para los cuervos, ¿qué quedaba de mí? Sentir el cobijo de no tener que verlo nunca más, porque era acertado aceptar que la muerte de Lark me rasgó, pero también tenía que admitir que ese mismo hecho, me proveía de un inmensurable consuelo.
—Mí sentido pésame, querida, ¿te arruiné la despedida de soltera? ¿Necesitas que haga otra cosa?
¿Eso me convertía en una mala persona? Acababa de dispararle a mi padre, de asesinar a mi prometido, ¿qué predominaba debajo de mi piel? Sangre y un arrebatador alivio.
Limpié la solitaria gota en el lagrimal.
—Hiciste suficiente—emití un suspiro tembloroso—. Gracias.
El silencio fue nuestro pasajero.
Desperté del letargo cuando cesó el andar rústico del vehículo. Me restregué los ojos para borrar los signos del sueño, pronto me di cuenta de que era inútil, la ausencia de luz parecía a propósito, no se veía nada desde la alta e imponente enredadera de hierro salvaguardando la propiedad y la residencia.
Ulrich bajó del auto, enseguida hice lo mismo, descendí del carro y me encontré frente a su torso y su brazo sano. Acepté la ayuda extra, pues fui consciente del temblor de mi cuerpo en el primer y vacilante paso.
Caminamos en silencio los metros de terreno a la entrada, pasamos una fuente donde podría nadar, murallas de piedra pulida, estatuas con Dioses, personajes desconocidos, extravagantes decoraciones desperdigadas en el descomunal jardín.
—¡Joven Ulrich! ¡¿Qué ha sucedido?!—una mujer le dio la bienvenida a gritos.
Me escondí tras de él. La sangre en la mano de Ulrich la distrajo lo suficiente para pasar de mí.
—¿Sabes hornear pasteles, Therese?
—¡Necesita que un médico lo revise! ¡Se está desangrando!
—De chocolate con fresas, la quiero en mi recámara a la medianoche—ordenó con sequedad, retomando el camino a las escaleras.
—Pero joven...
—Ni una palabra a nadie, Therese, ¿de acuerdo?—apuntó hacia el reloj en la pared—. A la medianoche, que no se te olvide.
Con pinzas se hurgó debajo de la piel, su rostro perfilando una serenidad inaudita, tarareando la melodía que emergía del tocadiscos. Se quejó una vez, cuando la canción se repitió. Tuve que esforzarme horrores para no regurgitar sobre su reluciente piso.
Extrajo la minúscula bala, me la mostró sonriendo como si levantara un trofeo y procedió a cerrarse la herida al ritmo de una canción escandalosa, cociendo la piel con destreza, mi mente viajó a la noche que me inyectó y curó las heridas de mi mano, recordé lo impresionada que me tuvo su habilidad para reducir la molestia del pinchazo.
Le pregunté donde aprendió hacer todo eso, me contestó que en la academia militar tenías que ser tu propio enfermero.
—Tu habitación es como la esperaba—rompí el silencio cuando regresó del baño, gotas se deslizaban desde su cabello, le delineaban los hombros—. La luz es poca, tiene ventanas desde donde vigilar, llena de conocimiento—me miró, restregándose la toalla en la cabeza—, historia, arte. Lo rústico eleva su encanto.
Mentía, no detallé otra cosa además de la pila de libros sobre el buró, la sagrada Biblia entre ellos, y los cuadros de siglos de antigüedad colgando en la pared.
Enarcó una ceja, quizás pensaba que había perdido la cabeza, pero no sabía cómo llenar el mutismo con algo más que incertidumbres y reproches.
—Puedes tomar asiento en la cama, no planeo saltarte encima—repuso con acento satírico.
Si me apartaba de la puerta, acabaría en el piso echa un manojo de nervios. No me sentía lista para afrontar el giro que tomó la vida, me sentía colgando, con los pies en el cielo y la cabeza rozando el inframundo.
—No puedo.
Hundió el entrecejo, desconcertado.
—¿Por qué?
Sacudí la cabeza. La lengua me pesaba mil kilos.
—No lo sé, no puedo moverme, me duele, todo me duele—musité, mi voz se quebró, me cubrí los labios con una mano, conteniendo la inminente llegada del llanto.
Los ojos vacíos de Lark invadieron mi mente. No llores, no llores, no es momento de llorar.
Ulrich hundió las manos en mis hombros, masajeó despacio. Me tensé como un fierro, adolorida por la fuerza que sus dedos imprimían, aunque sabía que la fuerza era minúscula.
—Estás como una piedra, ven aquí—bajó la mano a mi espalda, me guío a la cama alta y tremendamente larga de sábanas blancas—. No se te ocurra desmayarte, no te gustará que te meta debajo la ducha helada.
—Está muerto, Ulrich, ¿qué pasará ahora? Su familia no descansará hasta dar con el culpable—hizo el ademán de alejarse, pero capturé su muñeca—. Necesito que me hagas un favor, tengo que advertirle a la tía Felicia que no le pediré cantidades exorbitantes de dinero. Estoy segura de que Edinson y Tully falsificarán una carta ahora que obtendré mi herencia.
Si es que seguía con vida. Mi Dios, si es que Ulrich no me habría dejado huérfana.
Habría creído que el remordimiento no me acogería si la muerte lo reclamaba, no estaba equivocada, la realidad era que me dolería que Annette o él perdieran la vida a manos de Ulrich. Eran unos monstruos, pero yo podría ser mejor. Siempre mejor.
─No es tan sencillo como estirar el brazo, querida, el proceso legal es tardío, tenemos que entendernos con la burocracia y nuestro mayor enemigo: los impuestos─expresó.
No tenía ni una ínfima idea sobre papeleos, mucho menos en este momento, la noche asemejaba a los desechos de un sueño febril. Asumí que con decir tú nombre era suficiente, y mostrar los papeles, claro, documentos que no sabía cuáles eran o en qué cajón de la residencia se hallaban. Si milagrosamente estuviesen allí.
Un torbellino de inquietudes se desplegó en mi estómago. En caso de que Edinson extinguiera los escritos que acrediten mi identidad, ¿qué procedería? ¿La tía Felicia pudiese hacerme valer? Miré atenta al hombre frente a mí, vertiendo toda su atención a mi rostro. Él me ayudaría, tenía la certidumbre de eso, y la inmediata aserción me tomó distraída.
¿En qué condenado momento Ulrich Tiedemann escaló posiciones en mi vida? Era irrazonable, quería creer, pero lo certero era admitir que tenía argumentos para probarlo.
Posé las manos en la base de mi cuello. Me faltaba el aire.
Tomé sin aviso ni permiso dinero de su pertenencia porque sabía que sería lo último que le molestaría, es probable que levantara los puños en señal de victoria por eso, le sobraba fortuna grotescamente. Me ha alimentado, solucionado inconvenientes, solventado necesidades y protegido con ferocidad y sin inmutarse en las leyes civiles y divinas.
Hecho que mi propia sangre me ha negado, y, por el contrario, lo ha propiciado como si se tratase de un espectáculo alucinante.
Ulrich era malvado, era testarudo y de vestirse con la moral, las prendas le colgarían de los hombros, esa ética le quedaba demasiado grande.
También señalaba mi fe, disfrutaba escribir pensamientos vulgares en contra de mis creencias en papeles que me hacía leer en la liturgia, pisoteaba el nombre de Dios, desmembraba versículos y cambiaba términos sagrados por obscenidades solo para tener material con que hacerme enfadar.
Y tenía que traer sobre la mesa sus noches de acecho, ¿no era suficiente ese detalle para querer correr lejos? Sí, sí, pese a todo y en contra de mi cordura y capacidad de discernir, Ulrich me provocaba un revuelo en las entrañas que me hacía querer vivir.
Vivir, no simplemente existir. Querer rasgarme la convicción del pudor, de conocer la tierra más allá de casa, de comportarme como una idiota, escuchar la banda del momento, saborear la cerveza, pintarme los labios de rojo como las mujeres en los libros y dejar el rastro de mis besos en la piel de un amante después de que me haya adorado fervientemente con sus fuertes manos.
Quizás por eso aborrecía con el alma a Chiara, porque era dueña de libertades a las que yo ni siquiera aspiraba. Era una idiota con complejo de superioridad que nadie incitó, pero lo era porque así decidía serlo.
Parpadeé rápido, deshaciendo el cosquilleo de las lágrimas acumuladas. Mi familia me repudiaba y el sentimiento era recíproco, no me apetecía regresar a la misa los domingos, ¿cómo podría? No compaginaba allí, buscaría una iglesia donde pudiese asistir, caras nuevas, nombres desconocidos, mi Dios seguía siendo mío.
¿Qué me quedaba? Además de la tía Felicia y mis amigas, una y la mitad de otra. La respuesta seguía abarcando mi vista, con el rostro contraído en una mueca de aversión mientras juzgaba con rigor mi viejo vestido beige.
La respuesta era categóricamente pasional, no había tanto que cavar. Fuera de la cama el mundo andaba, tendría que moverme de acuerdo a su cadencia desordenada. Y el pensamiento me expulsó a la deriva. No conocía nada sobre realidades lejos de la congragación. Inútil, desprovista de conocimiento, y es posible que tampoco tuviese identidad legal. ¡Un desastre! ¿Qué demonios haría? Antes de permitirme asfixiar por los tentáculos de los miedos y dudas, me aferré a la repentina revelación.
Necesitaba que alguien me diga que esto estaba bien, que no me estaba hundiendo, que aún tenía salvación. Alguien sabio que tome mis manos y me lo diga. Necesitaba a mí mamá.
No sabía quién era si me desnudaba de lo que aprendí en este encierro. Era tiempo de buscar nuevas ropas. Mi corazón se ocultó en algún confín desconocido. Esperaba que me ajustasen correctamente.
Esperaba, Dios, tomar la decisión, tan siquiera, menos lamentable.
─¿Qué te ocurre?─la voz de Ulrich ocultó el eco de mis cavilaciones─. Dime que sientes, te has puesto tan gris que te confundes con el tapiz.
Sentí punzadas en la sien. He estado inmersa en mi cabeza tanto tiempo estas semanas, me agotaba escuchar mi nombre. Vueltas a la misma interrogante, todavía me sentía perdida entre los matorrales.
─Nada─respondí, exhalando con lentitud─. Como te decía, de igual manera me gustaría avisarle sobre sus intenciones.
─Felicia Noir está enterada, hemos compartido una sarta de comentarios sobre tufuturo─dijo con naturalidad, acercando la mano a mi rodilla.
Fruncí el ceño.
─¿Puedo saber que han predicho sobre mí?
─Nada que no te haya dicho─apartó un mechón de cabello de su ceja—. Terminarás el año escolar con profesores particulares, compartiremos un hogar y quedará en ti que carrera estudiar, he notado que tienes una inclinación a cambiar cosas de su sitio, el templo jamás se mira de la misma manera luego de tu visita.
Una impecable estructura. Quise reír amargamente.
─Realmente pensaba en estudiar enfermería—contesté mordaz lo primero que vino a mi cabeza.
─¿Enfermería? ¿Qué te hizo tomarlo en consideración?—preguntó incrédulo, casi divertido.
─Me gusta atender a las personas.
─Maldita embustera, jamás me has ofrecido ni un trago de agua bendita─se reía con vileza—. Sin contar que te asquea cuando ves sangre, tu propia sangre.
─Pues ya lo veré—repliqué a la defensiva—. Soy joven, tengo tiempo suficiente para analizarlo.
─Es correcto─admitió, arrugando los labios tras echar una ojeada a mi vestimenta—. Pediré que te traigan algo que usar, no puedes darle la bienvenida a tu cumpleaños con esos harapos, te ves como la retrasada Heidi.
Una llamarada de rabia se encendió en mi pecho.
—¿Quién es Heidi?
Se arrimó hasta el vestidor, agradecí que no viese mi expresión desencajada.
—Una tonta que se la pasa corriendo y llamando a su abuelo en los Alpes—respondió, escogiendo que prensar usar.
A esa Heidi, ¿la conoció de pequeña, como a mí? ¿La visitaría en los Alpes? Me crucé de piernas y carraspeé.
—¿Hace mucho la conoces?
Me miró por encima de su hombro, con una mano aferrada a su cadera y la otra en lo alto del clóset, rebuscando entre los ganchos de terciopelo.
—Es una caricatura, Agnes, no es real.
Enmascaré el alivio aleteando en mi pecho.
─Bueno, podrías hacer el intento de preguntarme si quiero, ¿no crees?
Desató el nudo de la toalla, aparté de inmediato la mirada de su desnudez, pálida, simétrica y esculpida, como un guerrero inmortalizo en piedra.
Soltó una risita ronca.
─No me gusta perder el tiempo.
Le vi de reojo meterse en la ropa interior y luego en el pantalón. Me rasqué la cabeza, el pálpito de la incertidumbre permanecía inamovible a través de la extraña noche. La lejanía de la casa no lo mitigaba, la cercanía desmesurada de Ulrich no la acrecentaba.
─Ulrich, ¿de verdad confías en todo lo que dices?—mis pulmones se distendieron—. ¿O tengo que preocuparme todavía más por tu cabeza?
Me pasé la lengua por los labios, ansiosa y tirante.
─¿A qué te refieres?
─A nosotros, asumes un futuro en el que por lo visto, no tengo decisión─remarqué las palabras con acritud—. Eres el primero en echarme en cara que en casa mi libertad es un espejismo, pero contigo no parece ser distinto. Te esfuerzas en hacerme repudiar mi religión, entonces, ¿esta habitación será mi nuevo templo y tú tomarás el cargo de Dios?
Lo miré dubitativa, anhelando una respuesta concreta y revestida de coherencia.
─Ese es el problema con tu mente ultrajada, miras hacia arriba esperando que te lluevan indicaciones─dijo, incisivo—. Haz lo que te plazca, Agnes, siempre que me tengas a tu lado.
Se terminó de vestir, me dejó a solas en la recámara unos minutos, regresó con una botella de agua y una barra de chocolate. Dijo algo sobre un vestido, su voz no traspasó las ensoñaciones abarcando mi cabeza como una nube gris.
Pasó un minuto. Pasaron dos... Ulrich me contemplaba como a un animal en exposición desde el lado contrario, la tensión se intensificó, me absorbió los pensamientos que fueron cayendo por una vorágine.
─¿Puedo ser sincera contigo?
Se acercó hacia a mí, tomó la botella vacía de mis manos y el papel con migas del chocolate. No supe en qué momento lo mastiqué.
─No espero menos de ti.
La retahíla salió sin esfuerzo.
─Me cuesta comprender porque te tomas tantas preocupaciones conmigo, si afuera hay tantas muchachas hermosas deseando que le dirijas una mirada─toqué mi regazo, nerviosa y vulnerable—. Ayúdame a entenderte, a darle un significado distinto a un brote de locura que nunca trataste, quiero asegurar que le entrego mi atención a un hombre que tiene la capacidad de amar, que no se limite a poseer.
Me miró inexpresivo a una corta distancia de la cama.
─¿Te sientes difícil de querer?
Negué con un movimiento de la cabeza.
─No he dicho eso.
Se rascó la barbilla, pensativo, no sabía si le divertía o enfurecía el súbito cuestionamiento. Sinceramente no me importó.
─Tienes un concepto del amor excesivamente intuitivo, cuando es como cualquier otra emoción, con un origen producto de una correcta estimulación─ La gente se encandila a primera vista, comparten discursos, toman cercanía y ocurre lo esperado: se enamoran. Vaya, cuanta sorpresa. Entonces, ¿qué hay de malo en forjarlo con quién te beneficia?
Sus dedos aprisionaron mi muñeca, me hizo ponerme de pie y arrastró directo al espejo de cuerpo completo, junto a la ventana. Su mano cubrió mi rostro completamente, descendió lentamente, frotó el pulgar sobre mi mentón, bajó un poco más, mi piel se erizó cautivada por el contacto de su piel contra mi garganta.
Tocó con la punta del dedo el centró de mis clavículas y continuó la senda de una, provocándome un cosquilleo en el estómago.
» Quiero que te mires, que te aprecies. Posees belleza, un intelecto desaprovechado, derrochas dulzura, un maldito erotismo blanco que me desequilibra y viertes una descomunal pasión por una fe que te jodió la psique, pero continúas aferrada a excusarla porque, sobre todo, eres la última pieza de indulgencia pura que camina en este mundo. Eres valiosa, una joya, ¿cómo se te ocurre preguntarte por qué tú y no ellas? ¿No se te ha pasado por la cabeza que, si tomo medidas por ti, es porque cuando salgas de aquí, una horda de imbéciles te querrá arrebatar de mis manos? Soy un hombre precavido, eso es otra cualidad que debes conocer sobre mí. ¿Tienes algo más que decir?
Lo miré, expuesta a la incertidumbre de un futuro incierto, a la complejidad enmarañada en sus ojos. Era lo que él pensaba y se aferraba a ello como lo hacía yo a mi fe.
Tenía mucho por decir, pero pronuncié el primer pensamiento que alcancé.
—No vayas a prisión.
Esbozó una sonrisa, mis labios fueron su reflejo.
—Feliz cumpleaños, Agnes—posó un beso en mi cabeza—.Vamos a pulirte, es hora de que aprendas a brillar.
Holi😇
Sigo pensando que este libro me encantaría más en tercera persona, sería mágico, pero ya para qué, lo escribiré así para mí luego.
Creo que es correcto decir que estamos en la calma, sabemos lo que sigue, yo avisé.
Nos leemos,
Mar🖤
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