Capítulo LXVI
Una semana después...
-Tal y como lo recordaba -le dijo al oído al terminar.
Dolor inmerecido y placer indeseado. Eso es lo que sentía Kath además de miedo, vergüenza y humillación. Desde que estaba de nuevo cautiva era sometida a los deseos carnales de alguno que otro hombres miserable.
En esos momentos estaba en manos del marqués, Josef Cortés, quien gracias a los contactos de su esposa había salido libre de la cárcel, y tras celebrarlo debidamente con su amada esposa ahora lo hacía con ella, quien no sabía cuantas horas llevaba en sus manos, o si era de día o de noche. Recientemente la había tenido abrazada a uno de los postes de la cama mientras la embestía por detrás con fuerza y profundidad, incluso azotándola en la nalga alguna que otra vez. Él escuchó sus gritos de dolor y suplica, excitándose más hasta finalmente liberarse dentro de ella y dejándola caer agotada sobre la cama, incapaz de moverse, solo luchar por coger aire en sus pulmones.
-Estás más en forma que la última vez -comentó el marqués mientras se vestía-. Que pena que Nathan no te encontrará cuando vino a mi mansión hace unos días -dijo él burlándose.
Al escuchar aquello, Kath recordó horrorizada lo que escucho y presencia días atrás.
-¡No! ¡Parad ya por favor!
Los ruegos de Kath de nuevo eran ignorados por los dos individuos que en ese momento la compartían; William la tomaba por delante, besándola por el cuello, mientras que Henry lo hacía desde detrás, agarrando sus senos con las manos. Cuando uno salía el otro entraba, y de esa forma Kath gritaba de dolor y placer a la vez, incapaz de resistir a la sensación placentera de ser tomada por dos hombres a la vez. No creía que sobreviviera a semejante experiencia endiablada.
En algún momento de esa pesadilla, Kath se encontró tumbada en la cama, sola, desnuda, observando medio aturdida a los dos hombres a medio vestir tomando una copa en una esquina.
-Mi señor, quiero darle de nuevo las gracias -dijo Henry, haciendo un brindis-. Sin usted, ahora no estaría aquí, cumpliendo mi mayor sueño; tener a Kath para mí, disfrutando de ella.
-Me alegro mucho por ti, Henry. Y me honra que me hayas dejando probarla contigo.
-Siempre sentir curiosidad por aquello que llaman menage, es tan excitante como decían.
-Desde luego.
A Katherine le daba arcadas ver como aquellos dos monstruos se reían y vanagloriaban de sus actos contra ella. Debían escapar como fuera de ese lugar. Estaba convencida tras ver al marqués de que estaba de nuevo en su mansión, y sabía llegar a casa desde allí por la última vez. Solo necesitaba una oportunidad para huir sin mirar atrás.
Justo en ese momento, Henry se giró hacia ella y la vio observándoles.
-Mirad, ya está despierta -dijo él al barón, entonces se terminó la copa de un trago-. ¿Qué tal otra ronda?
Ante eso Kath sacó fuerza de todo fuera para moverse e intentar escapar, pero apenas podía moverse en la cama para cuando Henry se acercó a la cama y la agarro del tobillo para arrastrarla hasta tenerla ante él para empezar a tocarla entre las piernas.
-No... por favor... -suplicó ella intentando cerrarlas-, no más...
-Vamos, mi amor, relajate -animó Henry-, acabarás disfrutando tanto como nosotros.
Kath estaba dispuesta a contradecirle, pero algo la hizo callar de asombro. Y a Henry también.
-Lo siento, Henry. Son solo negocios.
Sin que ninguno lo esperará, William apuñaló a Henry en el costado desde detrás, con un enorme puñal que sacó después. Con ello Henry empezó a desangrarse con rapidez, intentó taponar la herida con la mano pero fue inútil. Acabó en el suelo sobre un charco de sangre, empezando a sangre por la boca ya que lo había apuñalando en el estomago bajo la mirada horrorizada de Kath.
Ella asustada se apartó hasta la cabecera donde no podía retroceder más, mientras veía a Henry desangrarse y a William bebiendo tranquilamente su copa y dejaba el puñal ensangrentado en la mesa como si nada. Tanto Henry como Kath no entendían el motivo de ese acto repentino y cruel.
-¿Por... por qué...? -preguntó Henry con apenas voz.
-Por negocios, amigo mío -dijo él acuclillándose a su lado-. En el momento en que me contaste que tu hermana trabajaba en la mansión Sullivan supe que ella trabajaba para mi primo, y por ello pagué tu deuda y te hice mi socio. -contó él terminando su copa, contemplando como el otro se moría ante sus ojos-. Al principio tenía pensado compartirla contigo como ahora, pero tras conocerla en casa de Nathan y ahora probarla, entiendo que soy totalmente incapaz de compartirla con un egoísta como tú, que hasta hace nada la consideraba su hermana. -Henry intentó agarrarlo pero William se apartó para alzarse y dejar la copa en la mesa junto al puñal-. Me saliste caro, Henry, pero lo considero una transacción justa por tu hermana. Vale cada penique.
-Des... graciado...
William solo encogió los hombros. Kath lloró por Henry. A pesar de lo que le había hecho, ella jamás deseaba la muerte de una persona, ni siquiera a su peor enemigo. Vio con horror como él se quedaba pálido y como el charco de sangre se hacía más y más grande, y entonces vio como Henry se quedaba inmóvil con los ojos abiertos fijo en William, quien ni se inmutó por su muerte.
-Sois un verdadero monstruo -susurró ella, petrificada de miedo.
-Te he liberado de un hombre que hasta hace poco considerabas tu hermano y que no ha tenido reparos en violarte por pura lujuria.
-¡Vos no sois diferente a él! -exclamó ella a voz en grito-. ¡Me tenéis aquí cautiva, violándome una y otra vez!
-Agradece que ahora solo me tendrás a mí y al marqués de Puerto Rico, querida.
En ese momento alguien llamó a la puerta. William dio permiso y un hombre entró, él vio el cadáver de Henry pero ni se inmutó. Kath no lo reconoció, pensó que era uno de los hombres del barón.
-Mi señor -saludó él-, vengo de la mansión del marqués.
Al escuchar eso Kath se sorprendió. ¿De la mansión del Marqués? Entonces, ¿ella no estaba allí? ¿Dónde estaba pues?
-¿Y bien?
-Tal y como vos dijistéis; él fue a buscarla allí junto al sheriff y todo un grupo de hombres.
-Excelente -dijo William con una sonrisa en la cara-. Hubiera deseado estar allí para ver su cara cuando han registrado la mansión de arriba abajo y no la han encontrado allí, ni tampoco indicios de que hubiera estado. Ahora él debe estar desconcertado y perdido -miró a su esbirro-. Reforzar la seguridad pero con discreción. Nadie debe saber que ella esta aquí. -entonces miró el cuerpo-. Que alguien venga a recogerlo y que lo entierren donde sea.
El lacayo asintió y se marcho de la habitación. Cuando estuvieron de nuevo a solas, William se volvió hacia Katherine y la vio confundida. Eso lo complació.
-Así es, querida. No estás en la mansión de Josef.
-¿Dónde estoy entonces?
-En el burdel que regento en la ciudad -respondió William mientras caminaba hacia la cama, quitándose la camisa de nuevo-, solo te lo diré una vez. Hay hombres vigilando tanto dentro como fuera del edificio. Tienen orden de matar a todo hombre que no venga a buscar compañía de mis chicas. Si alguno de ellos te ve intentando escapar, tienen carta blanca para estar un rato contigo antes de devolverte aquí. ¿Lo has entendido?
Katherine fue incapaz de hablar. Estaba totalmente aterrorizada por ese individuo que era capaz de matar sin miramientos. Ella debía pensar en su vida y en la de su hijo, por ello no tuvo más remedio que obedecerle sin rechistar mientras él de nuevo la tomaba a placer en aquella cama.
Ella no pudo evitar tener un pensamiento hacia Nathan, suplicando que la salvara.
Antes de que Kath cayera en los brazos de Morfeo por el agotamiento, la puerta de la habitación se abrió. Cuando vio a William se espanto, pero entonces vio que detrás de él varios lacayos suyos cargaban con una bañera de cerámica y varios cubos de agua caliente. También vio a tres mujeres ligeras de ropa cargando con ropas limpias y jabones, en todo momento con la mirada baja.
Kath entendió para su alivio que era el momento de lavarse, como le gustaba hacer al barón.
-Espero que hayas disfrutado de nuestra esclava, amigo mio -dijo William.
-¡Así es! Como siempre disfruto de ella -dijo Josef terminando de vestirse-. ¿Nos tomamos una copa en el bar de abajo antes de volver a mi mansión? Tanto follar me ha dejado seco.
William acompañó a Josef con una sonrisa, dejando a Kath con las chicas cuando sus hombres terminaron de llenar la bañera. Por unos instantes William se quedó atrás, observó a Kath de reojo. Ella sabía que la vigilaba, así que sumisamente dejó que las demás mujeres la ayudarán a levantarse para meterla en la bañera y empezar a lavarla de arriba abajo. Conforme, él se marcho cerrando la puerta. Una vez a solas, Kath respiró por fin en muchas horas.
-Espero que dures mucho tiempo -dijo una de las mujeres, la que lavaba su cabello-. Cuando el amo está contento nos deja tranquilas trabajando. Cuando no, paga su enfado con alguna de nosotras castigándonos por cualquier cosa.
-Mejor que goce de ti durante mucho tiempo -dijo otra que lavaba sus piernas-, tu estuve una vez con él y nunca más. Y prefiero seguir así.
Kath tenía claro que aquellas mujeres no la ayudarían a escapar de las garras de su patrón. Esa vez no tendría a nadie como Esther dispuesta a escapar con ella. Ahora estaba sola. Y por su hijo debía trazar un plan de escape para poder salir de aquel infierno y volver junto a su amado Conde.
No pensaba rendirse a los caprichos de unos hombres machistas, aunque este fuera un asesino despiadado. Ya se rindió ante los perversos capricho de un hombre, pero no más. El único hombre para ella era Nathan, el hombre que amaba y el padre de su hijo. Pensaba volver con él como fuera.
«Espérame, Nathan. Volveré a tu lado pronto».
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