Capítulo LI
―¿Y bien? ―preguntó Barbara―. ¿Lo has podido comprobar? Dímelo ya.
―Paciencia ―pidió el Barón sirviéndose una copa de bourbon―. No seas impaciente.
―¡Responde maldita sea!
William siempre disfrutaba poniendo nerviosa a Bárbara, conociendo su impaciencia por vengarse de la sirvienta de su ex-prometido. Era fácil de fastidiar. Francisca, por otro lado, estaba tranquila, disfrutando de su copa de jerez, también disfrutando del nerviosismo de su mejor amiga.
Barbara bien sabía que ambos disfrutaban a su costa, pero pasaba de ellos. Quería saber si sus sospechas eran ciertas; que Nathan y esa fulana tenían una relación intimida.
―Reconozco que estoy sorprendido por los actos de mi primo. Pero tampoco hay que negar de su buen gusto; la chica es atractiva ―dijo William volteandose de cara a ambas―. Confirmado, querida. Están juntos. Muy juntos ―recalcó lo último con las cejas antes de tomar un sorbo.
―¡Lo sabía! ―gritó Barbara, furiosa y humillada―. Esa... ¡zorra don nadie aprovechada!
―No se de que te sorprendes ―dijo Francisca sentándose en la butaca de terciopelo rojo del salón―. Casi nunca estabas con tu prometido, solo cuando querías que todo el mundo recordará que era tu futuro esposo, y en parte dueña de su gran fortuna. Lo que me sorprende es que Nathan tardará tanto en echarte a patadas por traicionarlo por celos sin sentido.
―¡Cállate Francy! ―exigió Barbara molesta―. Te recuerdo que tu estúpido marido se apunto a acostarse con esa zorra sin preguntarte. La violó, y disfruto de ello. Seguro que más que contigo.
―Eso no me importa. La fortuna de mi marido era mío antes de casarme con él. Quien mandaba era yo, no él ―dijo ella muy tranquila, sin sentirse ofendida―. Además, estuve presente cuando él violó a esa chica primero, y más tarde cuando sus hombres terminaron con ella.
Que Francisca confesará dichos antes escandalizó a Bárbara, quien no pudo mantenerse en pie y tuvo que sentarse en la butaca con la mano al pecho. La maldad de su amiga no tenía límites. Y por ello la quería, por que eran casi iguales, aunque ella no tenía tantos arrestos.
William las miró a ambas con una sonrisa de satisfacción. Le excitaba tener a dos hermosas mujeres para él solo, pero debía poner orden y calma si quería lograr sus propósitos contra su primo.
―Calmaos, por favor. No es momento de antiguas rencillas. Debemos actuar con sensatez.
Ambas mujeres miraron al Barón, luego entre ellas, entonces asintieron en acuerdo.
―Bien, William. ¿Qué hacemos con esos dos? ―preguntó Francisca.
―Vamos a tener que cambiar el plan original. Nathan no se fía un pelo de mi ahora mismo.
―Te advertir que era muy arriesgado presentarse de repente en su casa y con esa fulana desmayada contigo ―dijo Bárbara, aún molesta por dicha entrada―. ¿Le llegaste a hacer algo a ella?
―Esas cosas no se preguntan, querida mía ―dijo él sonriendo con petulancia―. Si puedo deciros que esa chica sigue afectada por lo sufrido en manos de tu marido, Francisca. Le dejo huella.
―No me extraña ―comentó ella con sorna―. Eso marca a cualquier mujer. Para siempre.
―¿Vas a contarnos de una vez en qué consiste tu plan contra Natha y esa zorra? ―preguntó Barbara. Ansiaba más que nada en el mundo vengarse de Kath por quitarse a su fuente de dinero―. ¿La harás sufrir de verdad?
William se terminó el bourbon de un trago y se reunió con ellas sentándose en una butaca.
―Te puedo asegurar que nunca olvidarán lo que tengo planeado para ellos ―juró él con una sonrisa que helaba la sangre―. Pero tengo que pedirte un poco más de paciencia. Con Nathan vigilándome en todo momento, tendré que esperar un poco.
Eso a Bárbara no le hizo ninguna gracia, pero William alzó el dedo.
―Mientras tanto, nuestra querida sirvienta irá sufriendo un poco de mi habilidad especial: intimidar a las criadas para que ellas mismas vengan a mi.
―¿Estás interesado en probarla también, William? ―preguntó Francisca con una sonrisa arrogante―. Josef no dejó de decirme que esa chica era digna para ser la reina de la prostitución.
―Allí es donde debería estar esa zorra; en un burdel de mala muerte ―dijo Barbara con odio.
William vio que Bárbara tenía demasiado odio acumulado en su ser. Y él estaba encantado de templarla un poco, o del todo si tenía toda la noche. Así pues, él se puso en pie y se acercó a ella para alzar su barbilla con los dedos y hacer que lo mirará a los ojos.
―No me gusta verte así, querida Barbie. ¿Quieres que te relaje?
―Oh William... ―halagó ella, sonriendo coqueta.
―Eres insaciable ―dijo Francisca, también coqueta y dispuesta a divertirse esa noche.
―No sabéis cuánto ―aseguró él con voz ronca―. Ahora, si me permitís, tengo unas ganas enormes de teneros a las dos sobre un lecho de satén rojo carmín.
Ambas mujeres no se hicieron de rogar y se reunieron con él, quien las sujetó por sus cinturas con cada brazos, acompañándolas a los aposentos de la anfitriona en el segundo piso.
―¿Y nos contarás tu plan después? ―preguntó Barbará, mordiéndose el labio inferior.
―Lo prometo. Pero no piense en eso ahora ¿de acuerdo?
―Estoy de acuerdo ―dijo Francisca, aflojando las ropas de William―. Relajémonos un poco.
* * *
Kath hubiera deseado poder retirarse a sus aposentos en el piso inferior, pero tenía el deber y la obligación de cumplir con sus obligaciones como sirvienta de esa mansión, y Nathan le había dicho que fuera a su despacho una vez que estuviera más calmada tras lo ocurrido en el salón con el barón.
Dentro de su cabeza era un vórtice de confusión, temor y dudas, pero en su corazón... Ella amaba a Nathan, y no lo hacía como una sirvienta a un conde, alguien superior a ella. Lo amaba como una mujer amaba a un hombre. Pero aún así estaba asustada por todo lo vivido y sentido desde que llegó a la ciudad, desde que lo conoció.
Tenía miedo de sí misma. De sus deseos más oscuros. No se reconocía.
Ante de llamar a la puerta, ella cogió aire y lo soltó, serenándose lo mejor posible. Entonces picó dos veces con los nudillos. Él le da permiso para entrar, y ella entra cerrando tras de sí.
―Te estaba esperando.
Ella dio por hecho que él estaría sentado en su sillón tras el escritorio, revisando papeles de su finca, pero no era así. Él estaba de pie ante la ventana tras el sillón, visiblemente preocupado. Cuando la vio allí quiso acercarse a ella, pero al verla encogida de espaldas a la puerta, frenó.
Nathan entendió que ella seguía como anoche. Recelosa. Distante.
Estaba claro que ella quería que la tratará como la sirvienta que quería ser, pero sin la parte donde ellos eran amantes. Tragó saliva, aguantando las ganas de agarrarla y besarla, y se volvió para rodear su mesa y sentarse en su sillón, como el conde respetuoso y noble que era.
―Acércate. ―dijo él educado pero serio―. Tenemos que hablar de algo importante.
Por su tono de voz Kath pudo adivinar que él estaba algo molesto por su actitud. Eso le dolió. Pero tenía que ser fuerte. Cogió valor y con la cabeza alta y la espalda firme caminó hasta estar de pie ante la mesa. Prefería estar de pie con las manos cogidas por delante.
―¿De qué desea hablar, amo?
―¿Estás mejor? ―preguntó él―. La actitud de William a sido...
―Estoy bien, descuide ―dijo ella, interrumpiéndolo bruscamente―. Le agradezco su preocupación.
Nathan no soportaba esa actitud tan recta e impasible. Deseaba ver de nuevo a su Katherine.
―Estamos tu y yo solos, Katherine. No tienes porqué ser tan recta conmigo, por favor.
Kath no pudo resistirse a esa súplica, así que se relajó un poco por él.
―Un vaso de agua, por favor.
Él sonrió complacido antes de levantarse y servirle lo pedido. Ella no se movió.
―¿Por eso deseaba verme? ―preguntó ella, preocupada―. ¿Por lo ocurrido con... su primo?
―Lo que ha hecho mi primo es algo imperdonable ―dijo él de espaldas a ella―. Pero no es solo de eso de lo que quiero hablar.
Nathan, además de servir un vaso de agua también llenó una copa de coñac. A esa hora él nunca bebía, pero la situación actual lo tenía con los nervios de punta. Necesitaba algo para calmarse.
Cuando se giró y le dio el vaso de agua a Kath, vio que ella lo miraba preocupada, como si no supiera de qué hablaba. Él volvió a su sillón sin dejar de mirarla a la cara.
―Estoy preocupado por ti, y quiero saber lo que te tiene tan rara desde anoche.
Al escucharle ella se atragantó con el agua, tosió un poco antes de poder parar y dejar el vaso en la mesa. Ella evitó mirarle a la cara desviando la mirada.
―No sé de qué habla.
―Lo sabes muy bien ―contradijo él con firmeza―. Estos últimos días has tenido pesadillas cada noche, según Sofía. Te levantas temprano y trabajas hasta quedar rendida, pero aún así despiertas asustada por las pesadillas. ¿De qué son?
―No lo sé ―respondió ella, nerviosa ante ese interrogatorio―. Son solo sueños malos.
―¿Son sobre Josef y sus hombres? ¿Son recuerdos que revives de cuando te violaron?
Kath alzó la cabeza espantada, mirando a Nathan. Él no había errado en sus sospechas.
Pero esa mirada le decía que había algo más que aún no sabía, y la mirada de ella así lo decía.
¿Qué era aquello que tanto le preocupaba que él supiera? ¿A qué le tenía miedo?
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