U N O (2011)
VICTOIRE'S POV
Al fin tenía esos ansiados once años. Al fin podría ir a esa prestigiosa escuela de la que todo el mundo hablaba. Y lo mejor de todo: al fin podría tener un lugar para concentrarme, para simplemente alejarme por un tiempo de mis hermanos y de mis padres. En ese momento, agarraba con seguridad mi carrito portando el baúl y me disponía a pasar por primera vez entre el andén 9 y 10.
Me preparé para el choque y avancé con decisión hacia él. A pesar de saber que no me pasaría nada, me llevé una gran sorpresa al ver que estaba en otro andén y sin ningún rasguño. Mi madre también parecía confusa. Por lo que sabía, ella estudió en una escuela francesa y solo vino aquí para el "Torneo de los tres magos". También sabía que mi padre y ella habían estado platicando mucho sobre a qué escuela iríamos mis hermanos y yo. Una parte de mí, estaba entusiasmada por ir a Hogwarts y no a otro lugar.
Cuando miré a mi alrededor, me di cuanta de que no era un andén diferente al resto. Las familias se despedían. Los niños cargaban con equipajes y un enorme tren rojo encendido esperaba a que todos subieran. Comprobé que tenía mi baúl y que mi pequeño gato blanco, Nuage, estaba a mi lado.
—Pronto también podréis ir vosotros —aseguró mi padre.
Dominique rió con una carcajada seca.
—¿Por qué querría yo ir a la escuela?—después, dirigiéndose a Louis, añadió con su tono más entusiasta:— Disfruta de las pequeñas cosas de la vida, hermanito. No te preocupes por el futuro. Vive el ahora. Vive la vida y goza de tu libertad antes de llegar a Hogwarts. Este año, yo te enseñaré; pero cuando yo vaya a Hogwart quiero que tú hagas lo mismo, ¿entendido?
El pequeño asintió efusivamente, esforzándose por comprender las palabras de nuestra hermana.
—Bueno, yo ya me voy. Adiós—me despedí.
—Espega, hija. ¿No vas a dagnos un beso?—preguntó mi madre atrayéndome hacia ella y abrazándome. Me plantó dos besos en las mejillas y yo hice lo mismo.
Abracé a mi padre rápidamente. Le di un beso a Louis. Y, cuando me tocó el turno de despedirme de Dominique, creo que una lágrima se me escapó. A pesar de todas las idioteces que decía, de nuestras diferencias, la quería mucho.
—Cuídate. Y no hagas muchas locuras—le reprendí. Ella rodó los ojos con impaciencia. Pero después me dio un fuerte abrazo hasta el punto que yo no podía respirar. Aún así le correspondí el abrazo. Cuando la solté, ella intentó mirar a otro lado y apretó sus labios, ambos gestos característicos de cuando llora.
Me despedí una última vez con la mano y subí al tren. Buscaba por el pasillo algún vagón vacío cuando me choqué con alguien. Justo con quien más necesitaba encontrarme.
—¡Ted!
Él había crecido algunos de centímetros desde la última vez que nos vimos, casi a finales de verano. Ahora, su pelo era azul eléctrico y sus ojos eran marrones. Sus hombros estaban bastante anchos y lucía la misma sonrisa perfecta de siempre. Los adorables hoyuelos en sus mejillas me hicieron perder la inseguridad.
—¡Cuidado, se acerca la Perfección Rubia!—exclamó al verme.
—Ja, ja. Tú sigue burlándote Tornado Azul...
—Ya lo hago, ¿no me ves?
Puse los ojos en blanco y me crucé de brazos.
—Estaba buscando el vagón donde supuestamente estaban mis amigos, pero no los veo. ¿Buscamos un sitio vacío?
Asentí con la cabeza.
—Por cierto— dijo Ted mirando a su lechuza.— Vic, éste es Lunático. Lunático, ésta es Victoire.
Reí e hice las presentaciones a mi mascota.
Una vez encontramos un vagón vacío, ambos entramos y nos sentamos al lado.
—¿En qué casa estás?—pregunté entonces yo.
—Hufflepuff— respondió él con orgullo.
—No te veía como un santurrón— vacilé.
—No lo soy. Sólo que soy trabajador, gentil, generoso...
—Repito. No te veía así.
—¿Y cómo me verías?— dijo él sin prestarme mucha atención.
—Noble, valiente, pero también que te gusta llamar la atención, seguro de ti mismo...
"Atractivo", pensé sin decirlo en voz alta.
—¿Quién te dice que yo no sea así?—preguntó con una sonrisa de medio lado.— El Sombrero me iba a poner en Gryffindor al principio, pero después vio que siempre estoy sonriendo, que me gusta hacer a los demás felices... Soy Hufflepuff, pero eso no quiere decir que no tenga rasgos de Gryffindor.
Después de esa lógica aplastante que jamás me hubiera esperado de él, me preguntó sobre dónde quedaría.
—Francamente, no lo sé.
—Bueno, tú eres muy lista. Y, además, falta poco para saberlo.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Ted?— pregunté.
—Claro—respondió él alegremente.
—¿Qué pasó con...— bajé la voz— el mapa del Merodeador?
Pude ver cómo él se revolvía en el asiento incómodo mientras sus ojos cambiaban de color rápidamente.
—Justo lo tengo aquí—. Dijo al fin palpando el bolsillo de su chaqueta. Trató de sonreír, pero resultó realmente falso.
—¿Ha pasado algo, Ted?
Traté que no rehuyera mi mirada y, cuando al fin me miró, no había rastro de su particular sonrisa.
—Verás, me esperaba que de alguna manera, eso me conectara con mi padre. Pero no es así en absoluto. No le veo utilidad. A veces sólo lo abro y leo el nombre "Lunático" una y otra vez.
Tras ese arranque de sinceridad, lo único que se me ocurrió hacer, fue abrazarle. Él no reaccionó. Sólo cerró los ojos para que las lágrimas no se escaparan.
—Puedes llorar. Nadie lo sabrá—le aseguré.
Fue entonces, cuando al mirarle, vi su rostro surcado de pequeñas gotas que brotaban de sus ojos cerrados. Su apagado cabello marrón le tapaba la frente. Las comisuras de sus labios apuntaban hacia abajo. Todavía abrazada a él, contemplaba su rostro impotente. Sin esperarlo, él me rodeó con un brazo devolviéndome el gesto. Apoyé mi cabeza sobre su hombro sin soltarme aún y cerré los ojos.
—Victoire, despierta— la voz de Ted mientras me daba suaves sacudidas es lo siguiente que recuerdo. Levanté poco a poco los pesados párpados.— Buenos días, Perfección Rubia—dijo con una sonrisa.—Ya hemos llegado.
Sus ojos, ahora verdes, brillaban como siempre. Su caótico pelo era ahora naranja. Y, lo mejor de todo, su perfecta sonrisa formaba los hoyuelos en sus mejillas.
Caminamos con tranquilidad hasta la salida del tren. Hice amago de caminar junto a él, pero me paró y negó con la cabeza.
—Los de primero con Hagrid a las barcas.
Yo asentí con la cabeza algo decepcionada y seguí al gigante con una infinidad de niños y niñas de mi edad. Cuando quise darme cuenta, estaba sentada en una barca con una chica de cabello castaño y ojos oscuros (no negros). Por sus ojos centelleantes y su expresión de enorme felicidad, alcé la mirada. Dudo que alguna vez hubiese visto algo más espectacular.
Un enorme castillo que emanaba multitud de luces. Sus muros aparentaban ser gruesos e inquebrantables. Dos torres a sus lados. Un gran portón principal.
Las aguas del lago eran oscuras y de vez en cuando no encontrábamos alguna que otra alga. Saqué mis finos dedos de la barca y los hundí en el lago. Era cálida y algo espesa. Tenía ganas de zambullirme en ella, pero una voz en mi cabeza me dijo que no lo hiciera. Bueno, no exactamente en mi cabeza.
—¡No te acerques!—advirtió la chica que estaba a mi lado. Me tendió una mano y se presentó: —Me llamo Violett.
—Yo soy Victoire.
—Encantada.
Me ofreció una honesta sonrisa que yo le devolví gustosa.
Desembarcamos y las dos juntas seguimos a Hagrid por el gran portón de madera. Ojos curiosos nos observaban tras el marco de los cuadros. Escaleras traviesas trataban de confundirnos sin permanecer inmóviles. El gigante se ausentó un momento y entró por una puerta a una sala. Todos intentamos ver su interior, pero nadie pudo.
Los alumnos revoloteaban de un lado a otro en un inmenso caos de nerviosismo. En medio de toda esta marea de confusión, tan sólo Violett y yo permanecíamos en calma. Bueno, nosotras y otra chica. Su piel era oscura y sus rizos negros me hicieron acordarme de mi prima Roxanne. (Oh, ¡cuánto necesitaba a un Weasley en ese momento!). La chica tenía los ojos verdes encendidos y miraba con una frívola tranquilidad todo.
Cuando la puerta se volvió a abrir, apareció tras ella la figura de un hombre anciano y encorbado. El pelo le nacía detrás de las orejas y su sonrisa mellada era inquietante. El señor abrazaba un gato cuyo pelo no estaba en mejores condiciones que el de su amo (¿irían a la misma peluquería?).
Cuando entramos, pudimos ver una gigantesca sala con varias mesas dispuestas en orden. Perpendiculares a nosotros, había cuatro repletas de alumnos con distintas insignias y distintos uniformes. En una de ellas pude ver a Ted infundiéndome ánimos levantando los pulgares. Yo reí y bajé la mirada sonrojada. (¿Por qué me sonrojaba? Sólo era Ted). Paralela a nosotros, otra mesa al fondo de la sala. Ésta, en cambio, estaba llena de adultos que intentaban evaluarnos con la mirada. Al final del improvisado pasillo, un pequeño taburete servía de pedestal a un andrajoso y sucio sombrero con muchos remiendos.
Cuando intenté contemplarlo mejor, éste se alzó provocando un respingo a los de primer año. Y empezó a cantar.
— No me juzgues por lo que ahora puedas ver,
pues te aseguro que nada mejor podrás conocer.
En tu mente entraré
tratando saber qué vas a ser.
Gryffindor tal vez.
Nobleza y valentía como emblema.
Ravenclaw quizá.
Conocimiento y sabiduría llevan.
Hufflepuff puede.
Bondad y trabajo tienen.
O Slytherin podrías.
Ambición y poder ansían.
(N/A: La canción la he intentado hacer yo, no juzguen. Es complicado)
Los novatos nos acercamos con paso vacilante. El anciano señor llegó cojeando y se colocó junto al taburete con un pergamino en la mano.
—Soy Argus Filch—escupió con una desagradable voz estridente.— Cuando oigáis vuestro nombre os pondré el sombrero y ya sabéis el resto. Os iréis con la casa que os diga y... bueno, eso.
"Que este no sea mi profesor", rogué a Merlín. Más tarde supe que sólo era el conserje.
—Scarlett Andrews.
La chica tranquila de antes avanzó decidida hacia el sombrero y esperó a que el hombre se lo colocara.
—RAVENCLAW—bramó este nada más le rozó las puntas del cabello.
Con una orgullosa sonrisa, la chica fue hacia la mesa correspondiente.
Un sinfín de chicos y chicas desconocidos desfilaron ante mí.
—HUFFLEPUFF.
—GRYFFINDOR.
—HUFFLEPUFF.
—SLYTHERIN.
—GRYFFINDOR.
—RAVENCLAW.
—SLYTHERIN.
—Violett O'Donell.
Mi nueva amiga fue hacia el sombrero y éste gritó al poco:
—GRYFFINDOR.
Ella suspiró y se encaminó hacia los leones, que aplaudían. Me dedicó una sonrisa y yo alcé un pulgar.
Mientras yo me miraba y remiraba los zapatos, llegó mi turno. Con timidez llegué a la banqueta y me senté con miedo. Con desgana, el hombre dejó caer el sombrero sobre mi cabeza.
—¿Es que nunca os acabáis?— escuché en mi cabeza.
"¿Qué?" No entendía nada.
—Me refiero a vosotros, los Weasley. Pero no eres pelirroja... Intrigante. Como sea, —dijo de repente sacándose de sus propios pensamientos—, tu mente es muy buena. Un buen lugar sería RAVENCLAW.
Miré a Violett que decía con los labios: "Tranquila, coincidiremos." Yo asentí de vuelta y, mientras caminaba hacia mi nueva mesa, busqué a Ted. Un brillo de (¿decepción?) se instaló en sus ojos, pero él seguía sonriente. "Nunca se le acabarán las pilas...", pensé.
En ese momento, una señora algo delgada y arrugada se pudo en pie. Era alta, y con su puntiagudo sombrero parecía aún más.
—Queridos alumnos, tanto nuevos como veteranos, estoy muy orgullosa de volver a dirigir una vez más el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Recordad, el pasillo del tercer piso totalmente prohibido. Y, a los de primer año, cuidado con el Bosque Prohibido. Ahora procederé a presentaros a los profesores que impartirán vuestras clases. Rubeus Hagrid, Cuidado de las criaturas mágicas.— El fiel amigo de la familia se puso en pie ofreciendo una afable sonrisa.— Neville Longbottom, Herbología. Y profesor de la casa de Gryffindor. —Tío Nev también se puso en pie y saludó.— Horace Slughorn, Pociones. Y profesor de la casa de Slytherin.— Un anciano rechoncho y bajito saludó.— Filius Fltwick. Profesor de la casa de Ravenclaw y subdirector de la escuela.— Cuando el pequeñajo profesor se puso en pie, toda mi casa rompió en aplausos, y yo, por no ser menos, les imité.— Sybill Trelawney. Adivinación. —Una mujer escuálida de cabello castaño y porte débil sonrió. — Rolanda Hooch. Vuelo. —Una mujer ya mayor, pero al parecer muy dura y estricta. —Susan Bones. Estudios muggles. Séptima Véctor. Aritmancia. Cuthbert Binns. Historia de la Magia.— Me lo tenía que estar imaginando. Ese hombre no podía ser un fantasma.— Aurora Sinistra. Astronomía. Bathsheda Babbling. Runas Antiguas. Marian Rosewood. Transformaciones. Y profesora de la casa de Hufflepuff. Mark Jean. Defensa contra las artes oscuras. Una vez dicho esto, que empiece el banquete.
Centenares de platos y bandejas aparecieron ante nosotros. Asados, corderos, pollo, patatas, ensaladas, zumos, etcétera.
No me di cuenta del hambre que tenía hasta que lo vi todo ahí. Mis tripas rugieron desesperadas. Me serví un poco de ensalada de queso y un trozo de cordero asado en mi plato y empecé a devorarlo. Después, llegaron los fantasmas.
No puedo decir un momento específico. Sólo recuerdo que no estaban y luego sí estaban. Al principio había cuatro y cada uno se fue a cada una de las mesas. Ted charlaban con un fantasma rechoncho con pinta de fraile. Violett sonreía a lo que en otra vida había sido un conde o un noble o mínimo un sir. E hizo algo asqueroso. Inclinó su cabeza dejando ver su medio-decapitado cuello. Otro fantasma, con pinta de conde o varón llegó a la mesa de los Slytherin y con nosotros, vino una dama. Parecía no haber sonreído en mucho tiempo, pero ahora sí lo hacía.
—Hola...—saludó con una voz apagada que arrastraba las sílabas. Su sonrisa cansada demostraba que no estaba acostumbrada a saludar a tantas personas.
—Buenas, Helena—saludó un chico mucho más mayor que yo. Quizá quinto o sexto año. Era muy alto y delgado. Su nariz era alargada y sus ojos pequeños y negros.
—Buenas noches, Charles.
—Buenas noches, Helana—saludó otra chica al lado de Charles. Ella también era larguirucha y delgada con los ojos pequeños y negros. Eran como dos gotas de agua.
—Buenas sean pues, Jessica.
Ambos siguieron comiendo mientras el fantasma seguía recorriendo la mesa y saludando a todos los alumnos.
—Buenas noches, Helena—dijo la chica calmada llamada Scarlett con tanta seguridad que casi llegué a creer que era de séptimo año.
—A ti, Scarlett.
Ella sonrió y volvió a concentrarse en su plato.
—Ehh...—titubeé yo mientras la dama se paraba frente a mí.— Buenas noches, señora.
—Buenas noches, muchacha.
Ella pasó de largo y yo pude volver a respirar.
—Es Helena Ravenclaw, hija de la mismísima Rowena Ravenclaw—me informó Scarlett.— O más conocida como Dama Gris. Es bastante susceptible, así que hay que elegir las palabras apropiadas con ella.
Yo asentí.
Al concluir la cena, Charles (que insistió que todos le llamáramos Charlie) y Jessica nos guiaron a los dormitorios. Nos explicaron que para entrar a la sala común debíamos resolver una adivinanza. Al entrar en la sala común quedé maravillada.
Era una amplia sala circular con una alfombra azul medianoche. Ventanas de arco adornadas con suave seda azul y cobre. Techo abovedado cubierto de estrellas. Mesas y sillas en un perfecto orden. Sofás y sillones de tela color cobre alrededor de una cálida chimenea. Estanterías en cada hueco de la pared. Y una puerta con una estatua de una mujer. Charlie nos explicó que era el busto de Rowena Ravenclaw, fundadora de la casa. Esa puerta conducía a los dormitorios, así que todos corrimos escaleras arriba para verlos.
Todos eran idénticos. Dos camas con sábanas azules. Paredes cobre. Y un amplio ventanal. A Scarlett y a mí nos tocó compartir cuarto. Y yo estaba contenta con eso, la verdad. Ella no parecía de esas que se quedan despiertas toda la noche hablando. Ni de esas que interfieren en tu vida. Y, honestamente, prefería que no fuera así.
Mi baúl ya estaba allí y Nuage se había acomodado en un pequeño rincón con su mantita blanca. En la otra punta de la habitación, la lechuza negra de mi compañera ya estaba durmiendo en su jaula abierta.
—Le dejo libertad—había comentado Scarlett.
Para finalizar aquel día, me quedé dormida entre mis suaves sábanas azules escuchando el viento silbar por la ventana.
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