Capitulo 7

El demonio motosierra había caído. El temible héroe del infierno, la aberración que desafiaba la muerte misma, fue finalmente reducido a un cadáver incompleto a mis pies. Su cuerpo, antaño indestructible, ahora yacía fragmentado, apenas una cabeza y un pedazo de su torso, insuficientes para su milagrosa regeneración. Aquel que había masacrado a los demonios más temibles, que había derrotado al demonio de las bombas nucleares y a incontables horrores del infierno, ahora había encontrado su final ante una fuerza infinitamente superior.

Yo, Ryomen Sukuna.

Observé lo que quedaba de él con una sonrisa satisfecha. Pocos en esta existencia podían decir que lograron entretenerme verdaderamente, que despertaron mi emoción genuina por la batalla. Este demonio lo hizo. No solo resistió, sino que me empujó a un combate sin igual. Lo reconocía, fue un digno oponente.

No te preocupes, no te olvidaré, héroe del infierno —dije, con una sonrisa de respeto teñida de malicia—. Siéntete orgulloso, porque fuiste un rival fuerte… el mejor que he tenido desde que llegué a este lugar.

Pero el infierno no olvida, y mucho menos perdona.

La noticia de su derrota a mis manos se esparció como una maldición imparable, impregnando cada rincón de este miserable mundo. Los rumores se convirtieron en certezas; el terror se volvió absoluto. Los demonios que antes murmuraban sobre desafiarme ahora temblaban solo con la mención de mi nombre. Ya no quedaban insensatos con el valor suficiente para interponerse en mi camino.

La presencia de Sukuna se convirtió en una sentencia de muerte.

Los demonios, antes orgullosos y salvajes, ahora se postraban como bestias temerosas, implorando clemencia que jamás llegaría. Aquellos que aún conservaban deseos de batalla se esfumaron como polvo en el viento, consumidos por el abismo de su propia cobardía. El infierno había cambiado. Ya no era solo un campo de batalla eterno entre demonios hambrientos de sangre. Ahora tenía un rey indiscutible.

Y allí estaba yo, sentado en la cima de este mundo podrido, contemplando la miseria a mi alrededor. El aroma de la ceniza y la carne chamuscada aún flotaba en el aire, un eco de la masacre que había dejado a mi paso. A mi lado, Yuki permanecía en silencio, su expresión aún marcada por el asombro. Su admiración era evidente, pero no hacía falta decirlo en voz alta.

Por primera vez en mucho tiempo, estaba de buen humor. Así que, solo por hoy, permitiría que estos insectos vivieran un poco más.

—Bueno, esta batalla me abrió el apetito.—

Sukuna dejó escapar una carcajada satisfecha, su voz resonó con poder absoluto en medio del cráter ennegrecido. La boca de su abdomen se abrió con un chasquido húmedo, las fauces dentadas se expandieron grotescamente, y su lengua se deslizó ansiosa, palpitando con anticipación. No había nada más exquisito que devorar a un enemigo digno después de un combate satisfactorio, y el demonio motosierra, ahora reducido a un montón de carne carbonizada y metal chamuscado, sería un festín digno del Rey de las Maldiciones.

Pero antes de reclamar su banquete, Sukuna dirigió su mirada carmesí a Yuki. Su pequeña demonio del hielo, siempre fría y contenida, permanecía a su lado con la misma expresión tranquila de siempre. Sin embargo, él conocía la naturaleza de los demonios. Sabía que, en el fondo, anhelaban volverse más fuertes. Y no había mejor oportunidad que esta.

Con un movimiento casual, Sukuna arrancó lo más valioso del cadáver del héroe del infierno: su corazón. Un órgano aún caliente y palpitante, repleto de la esencia del demonio motosierra, la clave de su tenacidad absurda.

—Toma, Yuki. Deberías comértelo.—

La arrojó el corazón con un simple gesto, como si no fuera nada, pero en realidad le estaba ofreciendo un tesoro. Yuki atrapó el órgano con una sola mano y lo observó en silencio. Era la primera vez que tenía en sus manos la carne de un demonio tan poderoso. Si lo consumía, se fortalecería. Su poder escalaría a alturas que jamás habría imaginado.

Por primera vez en mucho tiempo, la indiferencia de Yuki pareció desmoronarse un poco. Sus ojos reflejaban un brillo de expectación mientras sus labios se separaban y sus colmillos se hundían en la carne demoníaca. La textura era extrañamente fibrosa, pero su sabor era una mezcla única de hierro y algo más profundo, una esencia pura y densa de maldad comprimida. Mientras devoraba el corazón, un escalofrío recorrió su cuerpo, su poder comenzaba a cambiar, a crecer.

Sukuna sonrió con satisfacción al verla consumir su parte, y sin más preámbulos, se lanzó sobre el resto del cadáver. Su boca abdominal se expandió en un espectáculo grotesco de mandíbulas deslizantes y dientes afilados. No le importó que la cabeza del demonio motosierra estuviera compuesta de carne y metal, lo trituró todo sin esfuerzo, sintiendo el crujir del acero entre sus colmillos.

—Hmph. Un poco duro, pero el sabor no está mal.—

Las llamas de su cocina encendida aún danzaban en su interior, haciendo que la carne estuviera perfectamente dorada, con un ligero aroma a carne asada. Un manjar digno de un rey. Mientras devoraba, la esencia del demonio motosierra se fundía con la suya, no en forma de poder, sino como un trofeo de victoria, un recuerdo de la mejor pelea que había tenido desde su llegada a este lugar.

Cuando terminó, pasó la lengua por sus labios, saboreando los últimos rastros de su banquete.

Heh... qué buena comida.—Sukuna no olvidaría esta batalla. Ni el nombre del guerrero que cayó ante él.

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Los días siguieron pasando en el infierno. Sukuna, por el momento, se mantenía tranquilo. Su hambre por una buena pelea seguía saciada, pero no sería así para siempre. Tarde o temprano, su sed de destrucción y combate volvería a consumirlo, y entonces, recorrería de nuevo el infierno, arrasando con cualquier demonio que se cruzara en su camino.

Por ahora, disfrutaba de la calma.

A su lado, Yuki había cambiado. Su poder se había incrementado de manera abrumadora tras devorar el corazón del demonio motosierra. Ahora, su mera presencia hacía que la temperatura descendiera a niveles extremos. El frío que la rodeaba ya no era un simple descenso de temperatura, era un concepto absoluto. La misma idea del frío se manifestaba en su existencia. La tierra a su alrededor se cristalizaba en hielo con su sola presencia, la atmósfera crujía al congelarse y la brisa se convertía en cuchillas de escarcha que podían desgarrar la carne de cualquier ser que no tuviera la resistencia adecuada.

Pero para Sukuna, eso era irrelevante.

El frío no le afectaba. No le importaba.

Actualmente, Sukuna estaba sentado, sin hacer nada en particular. Su mirada carmesí vagaba por el horizonte infernal, su expresión era la de alguien que simplemente existía, esperando a que algo interesante sucediera. Yuki, siempre fiel, estaba a su lado. Nunca se apartaba de él, como si su existencia misma estuviera atada a la de su rey.

Pero esa tranquilidad se vio interrumpida. Una nueva presencia se hizo sentir en el ambiente. Poderosa. Imponente. Sin embargo, la expresión de Sukuna no cambió en lo absoluto. Ni siquiera se molestó en mostrar interés, simplemente giró su mirada en dirección a la entidad que se acercaba.

Yuki también la vio. Pero su expresión se mantuvo fría, inmutable.

No es débil… Tal vez pueda divertirme un poco con ella si es que viene buscando pelea.—La presencia se acercó a paso tranquilo, sin ninguna prisa. Pero lo que más llamó la atención de Sukuna fue su actitud. No había miedo en ella. No había el más mínimo rastro de terror, ni de sumisión.

Desde que derrotó al demonio motosierra, ningún otro demonio se había atrevido siquiera a mirarlo directamente. Todos se inclinaban ante él, temblaban, apenas podían respirar en su presencia, sofocados por su aura de maldad absoluta. Pero esta vez… este ser no mostraba signos de estar afectado.

Sukuna entornó los ojos con un destello de diversión y sorpresa.

Me sorprendes. Solo porque puedes soportar mi presencia, te dejaré vivir un poco más.— Sukuna se enderezó un poco, mostrando un interés leve, pero real. —Di tu asunto, mujer. Más vale que sea algo bueno.—

Fue entonces cuando la recién llegada rió. Su risa era femenina, ligera pero con un matiz extraño, No era una risa de nerviosismo, No era una risa de burla, Era una risa de emoción. El poder que emanaba de ella era inconfundible. No era un demonio común. No era uno de esos demonios nacidos del miedo superficial de los humanos. No. Sukuna ya lo había entendido, Este demonio había nacido del miedo más primitivo, Un Miedo Primordial.

Así que es real… tu maldad parece no tener fin. —La voz del demonio resonó, cargada de una mezcla de respeto y fascinación al sentir la abrumadora oscuridad que emanaba de Sukuna. El aire se volvió más pesado, opresivo, como si la misma atmósfera estuviera impregnada de la maldad que fluía de Sukuna. Y eso solo hizo sonreír más ampliamente a Yoru. —Me presento, Rey de las maldiciones, soy el demonio de la guerra, la gran y poderosa guerra. Puedes llamarme Yoru.

Sukuna alzó una ceja. Eso explicaba el gran poder que emanaba de ella. Las guerras siempre habían sido temidas por los humanos, no importaba el lugar, la guerra siempre traía consigo un miedo profundo y persistente. Un miedo primordial hacia algo que los propios humanos habían provocado. Aquí, frente a Sukuna, estaba el miedo encarnado hacia la guerra misma.

La guerra era tan antigua como la humanidad. Existía desde los primeros pasos de la raza humana, y eso significaba que este demonio era, sin lugar a dudas, poderoso. Aunque, a pesar de la magnitud de su poder, Sukuna no podía evitar pensar en algo:

La guerra, al igual que todos los miedos, podía debilitarse con el tiempo. Las eras de paz temporales que habían ocurrido a lo largo de los siglos, podían haber hecho que Yoru se debilitara. Esto era algo que Sukuna despreciaba de los demonios; su poder parecía ser tan volátil. Podían ganar poder de la nada, alimentados por el miedo, pero tan pronto como ese miedo se disipaba, el poder se desvanecía igual de rápido. Era algo que consideraba patético.

Pero aún así, frente a él, Yoru seguía siendo un demonio formidable.

Bien, demonio de la guerra. ¿A qué has venido? No soy nada piadoso con los demonios que me encuentro. —Sukuna sonrió, mostrando su tradicional confianza y desdén. La boca de su abdomen también se curvó en una sonrisa, deseando sentir la emoción de una buena pelea.

Oh, tranquilo, Rey de las maldiciones. —Yoru sonrió de vuelta, una sonrisa tranquila pero llena de intenciones ocultas. —No he venido a luchar, sino a conocer al que derrotó al demonio que tanto odiaba… al demonio motosierra.

Una leve chispa de admiración brilló en los ojos de Yoru, una sensación de fascinación palpable.

Escuché que derrotaste al demonio motosierra. Solo quería ver al responsable de tal hazaña. —Había algo más en su mirada, algo que no podía disimular: el deseo de conocer más sobre el rey de las maldiciones, una mezcla de respeto, curiosidad y, quizás, una ligera fascinación. —¿Qué hiciste con su cuerpo? La pregunta flotó en el aire, tensa y llena de interés.

Sukuna, sin perder su sonrisa confiada, respondió con una simpleza absoluta.

Me lo comí. —La respuesta no parecía sorprender a Yoru, pero la forma en que Sukuna lo dijo, con tal naturalidad, fue un recordatorio de su naturaleza brutal y despiadada.

Como ya sabes, soy el demonio de la guerra. —Yoru, a pesar de la emoción que le provocaba la situación, sabía que debía tener cuidado. Sukuna era un ser peligroso, y ella no deseaba provocar una pelea innecesaria. Su tono de voz se mantuvo firme, pero respetuoso, mientras continuaba. —Creación de armas: Al ser el demonio de la guerra, mi poder distintivo refleja parcialmente mi naturaleza, lo que me permite convertir cualquier cosa que me pertenezca en un arma, a capricho de mi imaginación, tanto objetos como seres vivos.

En ese preciso momento, Yoru extrajo algo de su lado, un objeto pequeño pero inconfundible, un regalo. Era una creación personal, hecha con la esencia de la guerra misma. Con cuidado, lo sostuvo frente a Sukuna, como si se tratara de un obsequio preciado.

—Llamé a esta arma Kamutoke. La voz de Yoru se llenó de orgullo mientras observaba la reacción de Sukuna. La creé cuando me apoderé del demonio rayo.

Lo que Yoru ofreció era una arma extraña, algo que no se veía a menudo. Era similar a un tokkosho, un vajra, pero con una sola hoja, extremadamente delgada, más parecida a una daga que a una lanza. Sin embargo, la verdadera maravilla de la creación radicaba en su forma central. El mango estaba bordeado por dos aros planos que se cruzaban en un ángulo recto, formando esferas, casi como una cápsula que contenía un poder latente. La energía de la guerra misma parecía fluir a través de ella, imbuida de un poder ancestral.

Es un arma poderosa —continuó Yoru, explicando su creación mientras su mirada se mantenía fija en Sukuna.— La forjé con el demonio del rayo, por lo que tiene la capacidad de invocar torrentes de electricidad o rayos desde el cielo. También puede absorber la electricidad y devolverla, manipulándola a voluntad. —La voz de Yoru se suavizó un poco, como si se lamentara de tener que desprenderse de algo tan útil, pero su intención era clara: quería ganarse la confianza de Sukuna. Y si eso significaba darle una de sus armas más poderosas, estaba dispuesta a hacerlo.

Sukuna observó el arma con interés. Era pequeña, ligera, y parecía resonar con una energía peligrosa. No había duda de que la creación de Yoru era formidable. Con una sonrisa, Sukuna la tomó con una de sus manos superiores.

¿Qué tal? —Sukuna dijo en voz baja, probando el peso del arma en su mano. Era cómoda de agarrar, y aunque era liviana, podía sentir la energía que emanaba de ella. La sonrisa en su rostro se expandió más. Era la primera vez que alguien le ofrecía algo como un regalo, algo que no era simplemente una ofrenda.— Este será un buen juguete —dijo en voz baja, mientras se ponía de pie con el arma en la mano, admirando su potencial.

El sonido del aire que se desplazaba por la zona parecía intensificarse con cada movimiento de Sukuna, como si la misma atmósfera temiera su presencia. Será muy divertido para Sukuna matar a los demonios con su nueva arma.


Yoru, observando a Sukuna, entendió que su gesto había sido bien recibido. Había entregado una poderosa arma, pero más que eso, había comenzado a forjar una relación con el Rey de las maldiciones, una relación que podría traer consigo más poder, más guerra, y quizás, incluso una mayor oportunidad para su propio poder.













Fin dél capítulo

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