capitulo 1
Los demonios querían huir. Cada fibra de su ser les gritaba que escaparan, que no enfrentaran a aquella figura que parecía trascender la propia naturaleza del infierno. Pero sus cuerpos estaban congelados, incapaces de responder a ese instinto primordial. La figura, al notar a los cuatro demonios, dejó escapar una sonrisa malvada, una que irradiaba superioridad y desprecio. Su voz resonó, cortando la tensión como una cuchilla afilada, con un tono que no dejaba espacio a la duda o a la desobediencia.
Miren lo que tenemos aquí... Cuatro seres miserables. ¿Por qué todavía siguen de pie? —pregunté, cruzando dos de mis cuatro brazos mientras los observaba como si no fueran más que insectos insignificantes, indignos incluso de mi mirada.
El demonio de las flechas, el de las katanas y el de las bombas cayeron al suelo casi de inmediato. Sus cuerpos temblaban mientras presionaban la frente contra la tierra, demasiado aterrados para alzar la vista. Sabían que una mirada equivocada podría significar su fin. Sin embargo, el demonio del lanzallamas, ya sea por orgullo o por pura incapacidad de mover su cuerpo bajo la presión de mi presencia, permaneció de pie.
Aquella insolencia no pasó desapercibida. Con un simple pensamiento, las marcas de cortes comenzaron a aparecer en su cuerpo, como si cuchillas invisibles lo estuvieran desmembrando lentamente. En un instante, su forma entera fue reducida a una grotesca pila de pequeños cubos de carne que se esparcieron por el suelo.
¿Creyó que podía permanecer de pie ante mí sin mi permiso? —murmuré, dejando que mi voz, cargada de sarcasmo y desdén, resonara en el aire—. Las ramas con más grano cuelgan bajo, pero parece que su cabeza no tenía mucho grano.
Lentamente, giré mi atención hacia los demonios que seguían arrodillados ante mí. Sus cuerpos temblaban como hojas al viento, y podía sentir el terror que emanaba de ellos. Me deleité en su sumisión, disfrutando del espectáculo de estas criaturas temibles convertidas en simples juguetes ante mi presencia.
Levanten la vista —ordené, mi tono mezclando amenaza y condescendencia—. Quiero ver los rostros de los que tendrán el honor de inclinarse ante el verdadero Rey.
Sabía que no se atreverían a desobedecer. Pero al mismo tiempo, disfrutaba de su sufrimiento, prolongando este momento de dominación con el único propósito de satisfacer mi naturaleza sádica. La muerte no era un castigo suficiente; era su miedo, su desesperación, lo que verdaderamente me alimentaba.
Los demonios seguían arrodillados, temblando ante mi presencia, demasiado aterrados para levantar siquiera la mirada. Mi paciencia, escasa de por sí, comenzaba a agotarse. Observándolos con indiferencia, dejé que mi voz cortara el silencio como una navaja.
Ahora, díganme dónde estoy. —Mi tono era seco, carente de interés. Ninguno de ellos valía el esfuerzo de mi tiempo.
Intentaron hablar, pero las palabras se les atoraban en la garganta. Cada uno luchaba por encontrar una forma de responder que no pudiera interpretarse como un insulto o una falta de respeto. Habían visto lo que le ocurrió al demonio del lanzallamas, y ninguno deseaba compartir su destino. Sin embargo, sabían que permanecer en silencio demasiado tiempo sería aún peor.
M-mi señor... —La voz temblorosa del demonio de las bombas rompió el incómodo silencio. Escogía cuidadosamente cada palabra, midiendo su tono como si su vida dependiera de ello, lo cual era cierto—. En estos momentos... se encuentra en el infierno, el lugar donde nacemos y habitamos... incluso los demonios más poderosos.
¿El infierno? —Repetí, mis cuatro ojos entrecerrados mientras reflexionaba sobre sus palabras. Cerré los ojos un instante, intentando comprender por qué estaba aquí y no en el mundo humano, donde sabía que debía estar. Todo esto carecía de sentido.
Esto es confuso. Yo no debería estar en este lugar... debería estar en el mundo humano. —Abrí los ojos mientras la boca en mi abdomen se curvaba en una sonrisa voraz. El hambre empezaba a hacerse presente, un anhelo por carne que solo podía saciarse con sangre fresca.
Fue entonces cuando ocurrió. Tal vez por un destello de estupidez o por un atisbo de valor, el demonio de las katanas se atrevió a alzar su voz, interrumpiéndome con palabras que solo podían ser vistas como una osadía.
—Se equivoca, señor. Cuando un demonio nace, lo hace directamente en el infierno, no en el mundo humano.
Sus palabras hicieron eco en el lugar, captando toda mi atención. En un instante, sin necesidad de moverme, la cabeza del demonio fue destruida por completo por un ataque cortante que lancé apenas moviendo dos dedos. La precisión y brutalidad del ataque dejaron su cuerpo decapitado en el suelo, mientras una ligera sonrisa se dibujaba en mi rostro.
Es increíble que haya pensado que podía corregirme... que pudiera decirme que estaba equivocado. —Dejé que mi voz destilara sarcasmo y burla mientras mi mirada se posaba sobre el cadáver del demonio—. Eso ameritaba un castigo.
Con la sonrisa desvaneciéndose lentamente de mi rostro, fruncí el ceño ligeramente mientras observaba lo que quedaba de él.
Qué asco me das. —Escupí las palabras con desprecio, como si incluso dirigirle la palabra a un ser tan miserable fuera una pérdida de tiempo.
Los otros dos demonios, aterrorizados, se arrodillaron aún más, rogando en silencio no sufrir el mismo destino. Para mí, su sumisión no era más que un entretenimiento pasajero, algo que alimentaba mi ego mientras contemplaba cómo jugar con ellos antes de decidir si valían la pena como alimento... o como simple desperdicio.
Oigan ustedes dos. —Mi voz resonó mientras giraba mi atención hacia los dos demonios que aún permanecían arrodillados, temblando como hojas bajo mi mirada—. ¿Cómo salgo de este lugar?
Ambos tragaron saliva con fuerza, temerosos de responder, conscientes de que cualquier error, cualquier palabra mal colocada, podría significar su fin. No intentaron agregar nada que no se les hubiera pedido, sabían que su deber era limitarse a responder.
La única forma de ir al mundo humano es... muriendo aquí en el infierno para así renacer en el mundo... o pedirle al Demonio del Infierno que lo lleve al mundo humano. Él es... el único demonio capaz de mover a otros entre ambos mundos a voluntad. —El demonio de las bombas finalmente habló, midiendo cuidadosamente su tono y cada palabra como si su vida dependiera de ello, lo cual era cierto.
Sus palabras me hicieron fruncir el ceño ligeramente.
Eso es un problema. —Declaré, dejando que la irritación se filtrara en mi tono—. No me dejaré matar por ninguno de los seres miserables que habitan este lugar.
Cruzando mis brazos, suspiré con una mezcla de frustración y superioridad.
—Mi única opción, por el momento, será encontrar a ese Demonio del Infierno.
Hice una pausa, observándolos con desprecio. Mi mirada descendió hasta ellos como si no fueran más que gusanos arrastrándose ante mi magnificencia.
Bueno... como parecen reconocer su lugar como las criaturas insignificantes que son, los dejaré vivir. Pero no esperen que esta indulgencia se repita. —Sonreí con malicia, una sonrisa cargada de superioridad que dejaba en claro lo poco que valían ante mí.
Dándoles la espalda, comencé a caminar. Mi figura irradiaba una presencia que parecía divina, casi celestial, pero acompañada de una maldad tan densa que era imposible ignorarla. Era un ser que trascendía la comprensión de los demonios comunes, un rey entre bestias.
Los dos demonios, aterrorizados, no se atrevieron a moverse ni a levantar la cabeza. Permanecieron inmóviles hasta que mi abrumadora presencia desapareció. Solo entonces, cuando finalmente dejaron de sentir el peso de mi poder, se atrevieron a levantar un poco la mirada, asegurándose de que realmente me hubiera ido.
Cuando confirmaron que ya no estaba, exhalaron con dificultad, liberando el aire que habían contenido durante tanto tiempo. La emoción que los humanos sentían ante ellos ahora la habían experimentado en carne propia: terror absoluto.
Mientras intentaban calmarse, el caos comenzó a apoderarse de su entorno. Los demonios más débiles, aquellos que habían observado desde las sombras, aprovecharon el caos. Sin dudarlo, se lanzaron sobre el cuerpo del demonio de las katanas y los cubos de carne que antes habían sido el demonio del lanzallamas. Ansiosos por absorber el poder de los caídos, comenzaron a devorar sus restos con una voracidad que solo los demonios podían comprender.
Todo en este mundo estaba gobernado por la supervivencia del más fuerte, y yo acababa de alterar el equilibrio de este lugar. Había dejado claro que el nuevo rey de estas tierras no era otro que yo.
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No sabía si habían pasado horas o días, pero seguí caminando, buscando al demonio del infierno. Después de mi encuentro con aquellos cuatro seres tan patéticos, no había vuelto a encontrar ningún otro demonio. Parecía como si todos se escondieran de mí, huyeran ante la mera presencia de mi poder. Eso solo me hacía reír, eran tan débiles que ni siquiera se atrevían a verme de lejos. No merecían ni eso.
Tras unos minutos de más caminata sin rumbo, mi paciencia comenzó a agotarse. Así que, en un parpadeo, apareció frente a mí un demonio. Un ser tan insignificante que ni siquiera valía la pena mirarlo dos veces.
Tú, ser patético. —Dije con desdén, mirando hacia abajo, ya que mi estatura era mucho mayor que la suya—. Tengo algunas preguntas que hacerte.
El demonio se quedó completamente congelado, paralizado por la magnitud de mi maldad y poder. Pero, en un impulso de desesperación, se arrodilló rápidamente, con la frente pegada al suelo.
Bien, solo por eso vivirás un poco más. —Mi voz era fría, casi como si no me importara lo que pasara con él—. La pregunta es simple. ¿Dónde puedo encontrar al demonio del infierno?
El demonio comenzó a temblar violentamente, como si fuera gelatina. Sabía que no tenía la respuesta, y lo peor era que tampoco podía mentir, porque si no me daba la información que pedía, su vida sería muy corta. Lo sabía con total certeza.
M-mi señor... —Su voz tembló como nunca, deseando que su respuesta fuera la correcta—. Lamentablemente, no sé dónde puede estar el demonio del infierno... Pero... hay un demonio que podría tener la respuesta. Se llama el demonio del cosmos, un demonio solitario que habita en las zonas más aisladas y solitarias del infierno.
El demonio estaba al borde de la desesperación. Su miedo era tan grande que pensaba en suicidarse, pero su cuerpo no respondía. El miedo que sentía hacia mí lo mantenía inmóvil, incapaz de escapar, y lo peor es que su mente lo impulsaba a querer acabar con su vida mientras mi presencia lo mantenía cautivo.
¿Demonio del cosmos? —Repetí, considerando la nueva información. —Bien, has sido el primero en darme una respuesta. Así que te dejaré ir... pero no con vida.
Una sonrisa macabra se dibujó en mi rostro. Mi hambre no era solo por la carne, sino también por la sangre, por la destrucción. Y esa necesidad de matar, de hacer sufrir, era algo que solo podía saciar cuando veía la agonía de aquellos que se atrevían a cruzarse en mi camino.
Con un simple movimiento de dos de mis dedos, la cabeza del demonio voló de su cuerpo, al igual que sus piernas, que fueron cortadas de la cintura hacia abajo. En un abrir y cerrar de ojos, el demonio fue rebanado en tres partes, su cuerpo cayendo al suelo como carne inerte.
Con esta nueva información sobre el demonio del cosmos, comencé a caminar nuevamente, esta vez hacia los lugares más remotos y solitarios del infierno. Probablemente, ese demonio tan débil y miserable se ocultaba en algún rincón olvidado, intentando sobrevivir a pesar de su insignificancia. Me repugnaba solo pensar en cómo una criatura tan débil podía existir en este lugar.
Fin del capítulo
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