53. No te metas

El sonido de la música suena, la boca de Ace con la mía, el calor se siente en el ambiente. Todo es perfecto, o sea todo es como soy yo.

—Yo dije que te ibas a quemar —me recuerda muy cerca de mis labios —. Aunque creo que el que está en llamas es otro.

—Tú y tus acertijos ¿De qué... —de repente siento que me agarran y jalan del brazo, entonces mi espalda choca con un torso.

—Bonito teatro te armaste —reconozco su voz mientras roza su boca en mi oreja y siento su respiración.

Me giro soltándome rápido y frunzo el ceño a mirarlo.

—Seyn Bradford, ¿Acaso tienes derecho a recriminarme algo?

Sonríe.

—Yo no, pero creo que tu guardaespaldas se sintió dolido, más aún cuando yo sí intervine y él no pudo.

—No te metas en lo que no te incumbe y ahorrame el estrés, aguafiestas. De Emmet me ocupo yo infeliz, no interfieras en su cabeza o me vas a ver más que enojado —bufo —. No se puede ni un segundo hacer tregua contigo, maldita sea —me giro molesto —¿Qué? —le digo a Ace que está sonriendo.

—Esa no me la contaste —aclara el adivino.

—¿La tregua? —levanto una ceja —Ya se acabó —camino a buscar las cosas que tire.

—¡Mariposa, espera! —Seyn me sigue.

—Que mariposa ni que nada, no me molestes —agarro mis zapatos y me siento en una de las sillas para ponérmelos.

—No te enojes —ruega porque es estúpido.

—Contigo es más fácil estar enojado que feliz.

—¿Acaso vas a tratarme así siempre? —frunce el ceño.

Me río.

—Te he tratado tantas veces mal, que no sé cómo es tratarte bien —me levanto cuando termino con los zapatos y dictamino serio —. Acostúmbrate —voy en dirección a dónde está mi saco, pero me detiene por el brazo —¿Qué? —frunzo el ceño a mirarlo y me suelto.

—Lo que sea, pero no me odies.

—¿Y ahora te vas a arrastrar? Ve a otro con ese cuento.

Bufa.

—No, pero si voy a decir que te cubras —señala mi sostén.

—No me des órdenes —me giro —que sino haré todo lo contrario como un niño pequeño —comienzo a caminar.

—¿Me puedes escuchar?

—Nunca en mi vida, antes me mato.

Logra agarrarme de la muñeca, me detiene de nuevo, pero esta vez me tironea hasta acercarme hasta su cuerpo y mi espalda choca contra su torso. Entonces me toma por la cintura y siento su respiración en mi nuca.

—Mariposa —susurra en mi oído y un cosquilleo recorre mi cuerpo, el cual me eriza la piel.

—¿Qué? —digo en tono bajo.

—No me perdonaste del todo.

—Eso se gana y vas por mal camino —le pego un codazo y me suelta, me giro a mirarlo seriamente —. Un consejo, no te metas dónde nadie te llama, pero sí cuando te necesiten.

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