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-Dígame, señor Gibbs, ¿Qué se siente saber que su compromiso se ha anunciada en el periódico?

La pregunta de Hunter flotó en el aire con diversión. Tenía la boca llena de burla y de whisky, mientras, frente a él, Damon lo veía con el ceño fruncido y el rostro teñido de frustración.

-Cállate, Standich. No creas que no sé que los padres de Madeline han vuelto a Londres gracias a tus travesuras-le soltó las palabras mientras alzaba la mano para servirse un poco de alcohol-. Dime tú, ¿Qué se siente saber que la perderás en una semana?

El rostro del duque hirvió de coraje.

Los amigos se miraron durante unos segundos con ansiedad. Entre ambos flotó un ambiente de frustración que contenía cada uno de sus demonios personales.

-Touche-Hunter degustó la palabra mientras se recargaba en el escritorio-. Me he metido en el problema más grande de la vida, pero no me arrepiento.

Damon asintió mientras le daba un trago al whisky. El liquido ámbar le bajó por la garganta como si fuera fuego, como si cada gota raspara con distinta intensidad a su piel rosada.

Tosió sirviéndose más.

-La verdad es que yo tampoco me arrepiento de lo que sucedió anoche con Adeline-acompañó sus palabras con otro trago.

El duque alzó una ceja con diversión, dejando de lado sus problemas para poder disfrutar aquel momento de debilidad del poderoso Damon Gibbs.

-¿Y qué fue exactamente lo que sucedió?-preguntó con las manos en la barbilla, mirando cómo el hombre frente a él tomaba aire para poder hablar.

-La llevé al baile de los Higgins-en su mente comenzaron a transcurrir lentamente las escenas-. Se puso un vestido rojo impresionante.

Las cejas de Hunter se alzaron más.

-¿Rojo?

Y una sonrisa apareció en los labios de Damon.

-Rojo.

-Vaya, que atrevimiento. Me encanta.

-Se veía impresionante, entró como si el salón fuera suyo. Todo iba de maravilla, hasta que el imbecil de Phillip apareció y yo... no podía defenderla-se bebió el whisky de un solo trago seco y se pasó las manos por el rostro intentando despertar de la pesadilla-. Tú sabes como es la ley. Adeline no tiene apellido ni familia, no hay nadie que la proteja de ese desgraciado. Ni siquiera yo podía meter mis manos en el fuego, así que le solté que estábamos comprometidos porque fue lo único que se me ocurrió para protegerla.

Estaba lastimado y resentido. Quería odiar a Adeline con todas sus malditas fuerzas, pero al final, siempre terminaba buscando la forma de protegerla.

Las cejas de Hunter se bajaron lentamente degustando la situación mientras asentía.

-Es una completa locura-se tragó las ganas de soltar una carcajada porque sabía que no le sentaría nada bien a su amigo. Vamos, que tenía el sentido del humor más escaso del mundo-. ¿Por qué no mejor lo destruyes antes de que los destruya a ustedes? Te debe lo suficiente como para dejarlo en la calle por una buena temporada. Sufriría vergüenzas y deshonra.

Era sencillo para el duque, y no entendía por qué su amigo había tenido que complicarla tanto.

Damon, frente a él, se atrevió a soltar con malicia la carcajada que Hunter se había tragado.

-Sí, me debe lo suficiente como para dejarlo en la calle por unos cuantos meses, quizás un año si llevo suerte. Puedo quitarle sus propiedades en Londres y vaciar lo que guarda en el banco, pero es un marqués, Standich. Y eso no se lo podré quitar.

Hunter lo miró con el cuestionamiento y la duda pintados en las pupilas.

-¿Qué hay con eso?

Damon se estiró hacia el frente de la silla, colocó las manos sobre sus rodillas y delineó con la lengua cada una de sus palabras:

-Siempre seguirá teniendo gente que lo respalde, y ante eso no puedo hacer nada, pero ahorita que me debe, que tengo poder sobre su vida, quizás se duerme en las noches pensando igual que tú, y se cuestione entre sueños en qué momento atacaré y le quitaré todo. Yo soy el motivo de alguna que otra de sus pesadillas, y de lo desganado que se levanta en las mañanas sabiendo que todo lo que trabaje será para pagarme.

Un silencio enorme se levantó entre ambos.

-Eres perverso-musitó el duque.

Damon negó.

-No, soy inteligente. Ahorita puedo quitarle sus propiedades de Londres, pero dentro de un año, con los intereses y sus constantes prestamos, podré dejarlo tan arruinado que se quedará sin un solo techo para protegerse de mi ira. Entonces, podré pedir a cambio lo que yo quiera. Lo convertiré en mi marioneta, y te aseguro, que eso lo destruirá más que cualquier bala en el pecho.

Hunter tardó un segundo en digerir lo que su amigo acababa de decir. Las palabras le resultaron amargas y pesadas, cargadas de rencor. Definitivamente había un nudo en su estomago que guardaba las penas que se negaba a liberar.

-Ese hombre destruyó mi vida, Hunter-susurró bajito.

Se quedó con la mujer que amaba, con su cuerpo, con sus labios y su alma. Acabó con ella, mató sus esperanzas y sus sueños. Los hizo trizas. Y quien sabe, quizás si no hubiera intervenido, Adeline y él ya hubieran podido tener un par de hijos. Quizás una niña con sus ojos color cielo y una casa bonita, de esas que le había prometido algún día construirle.

-Definitivamente ocupas más whisky-concluyó Hunter levantándose de su asiento para rellenarle el vaso.

Pasaron la tarde con penas, entre charlas amargas y risas secas, recordando aquella época en la que tres jóvenes querían comerse al mundo.

León, Hunter y Damon eran indestructibles e imparables. Hacían negocios en un parpadeo, nadie les ganaba en las finanzas. Todo el que los veía temblaba. Habían construido un imperio desde un cumulo de cenizas, hasta que León Paradig partió a America, y los otros dos amigos aprendieron a cuidarse las espaldas.

Se volvieron tan inseparables, que no cabía duda de que, si uno caía, ahí iba a estar el otro para alcoholizarlo hasta amortiguar el golpe, y después, juntos, acabar con el problema que provocó la destrucción.

~•~

Cuando la luna calló Damon volvió a su casa con la mente nublada y sus pasos temblorosos. No estaba ebrio, definitivamente se detuvo antes de que el alcohol se volviera destructivo. Lo único que mantenía a sus pasos dudosos era la dama que yacía en su casa.

Era tan típico en él comportarse seco con ella y después abrazarla fuerte. Luchaba consigo mismo para no verla, para no saludarla, para no compartir la mesa con su presencia, y después se traicionaba mandándole a la modista, llevándola a un baile, proclamándola su prometida y durmiendo entre sus brazos.

Era como una tormenta con truenos poderosos que una mañana, justo en el alba, se convertía en un brisa que acariciaba el rostro. Y eso le daba miedo, por Dios que sí. Temía estar reviviendo sentimientos, escarbando zanjas que dio por clausuradas y abriendo puertas a las que una noche les perdió la llave.

No quería volver a sentir todo lo que una vez esa mujer destruyó, se negaba completamente a imaginar esperanzas destinadas a acabar entre escombros heridos. No deseaba volver a sentir que ardía, a sabiendas de que su piel se volvería a convertir en cenizas.

Y quizás por eso se congeló en el marco de la puerta de su despacho cuando encontró a Adeline a mitad de éste. Estaba sentada en un silloncito admirando la portada de un libro que había sacado de la repisa. Sus ojos yacían perdidos y sus rosados labios se abrieron con sorpresa cuando percibió su fuerte presencia masculina.

-¿Qué haces aquí?-preguntó Damon mientras dejaba el saco en un perchero y andaba lentamente hacia ella. Procuró no acercarse mucho, no volver a traspasar la linea de su debilidad. Solo anduvo lo justo para sentir que caería de rodillas cuando sus inmensos ojos azules impactaron sus pupilas.

-Yo... te estaba esperando para hablar-le respondió la dama poniéndose de pie y levantando la barbilla.

El hombre alzó una ceja en su dirección. Se veía decidida, terca y hermosa, una chispa que hacía ya unos cuantos años vio por última vez en su rostro. Y eso le gustó. Mucho.

-¿Hablar sobre qué?-preguntó curioso, sintiendo como le cosquilleaba la lengua.

Adeline sonrió y le indicó con los ojos el enorme escritorio de madera de roble que abarcaba la mayor parte del lugar.

-Tome asiento, señor Gibbs. Quiero proponerle un trato.

Y definitivamente eso lo sorprendió más.

-¿Un trato?-degustó la palabra.

-Tomé asiento, por favor-repitió la mujer.

Damon le pasó por un lado con los zapatos resonando en la madera. Llevaba un andar elegante y la camisa, sin el saco, se le ajustaba perfectamente en los enormes brazos trabajados que Adeline delineó mientras se ubicaba detrás del escritorio.

La mujer admiró cómo se ajustaba el pantalón, levantaba la barbilla y recargaba sus manos en la madera. Damon era serio, imponente, calculador, frío y tierno. Era la combinación perfecta que aún la hacia suspirar.

-Ahora sí, ¿De qué trato quieres hablar?-cuestionó con la voz grave mientras le señalaba a la dama la silla que estaba frente a él.

Adeline asintió, recordando el discurso que había practicado en su ausencia, y tomó asiento mientras agarraba en sus manos el sobre que preparó en un momento de decisión. Se perdió un segundo mirando el papel, recordando las lineas que había escrito y las cientos de emociones que le bailaban en el alma cuando pensaba en lo que estaba a punto de hacer.

-¿Y bien?-insistió Damon.

La dama bajó el sobre para poder ver sus ojos. Tomó aire armandose de valor.

-Bien, señor Gibbs. Supongo que recordará nuestra charla de anoche.

-Imposible olvidarla-respondió el hombre rápidamente.

-Bueno, he estado degustando su oferta y dándole muchas vueltas-la voz se le fue bajando poco a poquito, hasta convertirse en un susurro que murió en su boca.

-¿Ha llegado a alguna conclusión?

Adeline asintió.

-He llegado a un trato-lo corrigió mientras se erguía en la silla.

La fascinación poco a poco se le comenzó a colar por el cuerpo a Damon.

-¿Un trato?-levantó la ceja. Esos eran sus favoritos.

La dama volvió a asentir.

-Sí, señor. Sé que usted es un hombre de negocios, y su palabra vale oro.

-Puedes seguirme tuteando, Adeline.

-Los modales vuelven la situación más seria, y necesito que la tome en ese sentido-se atrevió a sacar el papel que yacía adentro del sobre y se lo tendió temiendo la expresión que aparecería en su rostro. Damon lo tomó con sus dedos, escuchando lejana la voz de la mujer-. Pienso aceptar su propuesta, señor Gibbs. Pero, dadas nuestras circunstancias, pienso que sería mejor manejarlo todo como si fuera un negocio formal.

Se detuvo para escuchar una respuesta del hombre, pero éste sólo movió su mano para incitarla a seguir mientras leía el documento.

-Prosiga.

Tragó grueso para poder seguir hablando.

-Como ve, he escrito varios puntos que me gustaría que tomara en cuenta. Limites, los he llamado. Y al reverso usted puede escribir los propios.

Los ojos de Damon leían con curiosidad y diversión por el papel. Pronto, todos sus males se marcharon por la puerta.

-¿No quiere compartir la cama conmigo, señorita?-le preguntó bajando el documento, arqueando la ceja y leyendo el punto tres.

Las mejillas de Adeline se encendieron y tuvo que levantar el rostro para verse fuerte.

-Usted ha dicho que no es necesario comprar el lecho.

Damon le sonrió con perversidad.

-Creí que le gustaba estar entre mis brazos.

Los ojos de la dama se abrieron enormes y él se tragó las ganas de soltar una carcajada ronca.

Sabía que estaba jugando con ella, pero había tenido una tarde tan amarga y llena de preocupaciones, que le resultaba reconfortante mirar cómo se le erizaba la piel con recuerdos.

-Esa es otra historia, señor Gibbs. Termine de leer el documento, por favor.

Damon le sonrió y volvió con gesto victorioso al papel. Rápidamente el punto cinco llamó su atención.

5.- Si el caballero llega a requerir un heredero, el tema se hablará con anticipación y sumo cuidado. La petición no será negada, pero se considerarán otras opciones si este llega a desear que provenga de otra mujer.

Él era un hombre de amantes, y no iba a negarlo. Sabía que todo Londres era consciente de su reputación. Le gustaban las damas frágiles y preciosas, esas que suspiraban roncamente cuando las ataba a la cama y les daba duro en todas las posiciones atrevidas que le encantaban.

Damon tenía una fascinación única con las mujeres, pero a Adeline, le era débil. No hallaba forma de doblegarse a alguien más del mismo modo que caía por esa mujer.

Levantó los ojos del documento y la volvió a encarar.

-Punto cinto-señaló-, si tendré un hijo será de mi esposa, señorita. Aún cuando tenga que esperar una década entera para que quiera estar en mi cama.

Las palabras fueron como fuego en los oídos de Adeline.

"Cuéntame, ¿aún la tiene grande?". Las palabras de Matilde volaron a su mente y se halló con las manos temblorosas.

-Todo a su tiempo, señor Gibbs.

El hombre asintió.

-No pienso que sea de otro modo.

Se limitó a terminar de leer el papel, encontrándoselo bastante interesante. Básicamente la dama pedía que durmieran en habitaciones separadas, que compartieran la mesa en el desayuno y se guardaran respeto. El punto seis señalaba que estaba remotamente prohibido para Damon andar desnudo frente a ella, y el siete indicaba que a las amantes no se les permitía en la casa.

Era perfecto, con Adeline ahí él no creía tener ninguna.

-¿Hay algún otro punto que quiera discutir?-lo distrajo su voz dulce y de nuevo le regaló una mirada.

-Todo me parece bien. ¿Dices que atrás puedo poner mis condiciones?

Adeline asintió.

-Bien, en ese caso sólo tengo una-susurró Damon mientras tomaba la pluma y escribía rápidamente en el espacio libre que había dejado la mujer-. Un médico revisará tus ataques lo más pronto posible. No pienso dejar que duermas temiendo despertar.

Los ojos de la dama de abrieron enormes y en un estruendo se levantó de la silla con el cuerpo teñido de espanto.

-¿A caso estás loco?-dejó los modales a un laso-. ¡Me encerraran en una clínica!

Esos lugares eran espantosos. Torturaban a la gente creyendo que si le cortaban las orejas acabarían con los fantasmas que le susurraban al oído.

Damon la miró con el rostro imperturbable y la pinta de negociante que siempre se cargaba cuando cerraba un trato.

-¿A caso piensas que dejaría que te hicieran daño?-preguntó descomponiéndola-. Tengo un amigo que es médico. Le he mandado una carta y llegará en dos días. Con la gracia de Dios espero que pueda ayudarte a mejorar, porque nosotros solos no podremos parar esos ataques, Adeline.

Un silencio siguió a sus palabras y la dama, después de unos minutos, lo miró aún dudosa.

-Necesito que mi esposa éste bien-terminó susurrando Damon y los ojos de ella chispearon.

-¿Eso significa que nos vamos a casar?

Él asintió.

-Sí, nos vamos a casar.

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