|09|
Aquella mañana, unos gritos estridentes despertaron a Damon del sueño profundo en el que estaba sumergido. Eran gritos de dolor, de sufrimiento y de perdida.
Eran gritos de una Dama frágil que se volvía a romper.
Se despertó rápidamente, hallándose en la habitación de Adeline. Aún tenía puesto el traje y los zapatos que había utilizado para la gala. El pecho lo llevaba agitado y el rostro comenzó a sudarle con desesperación.
—Adeline.
La buscó por la cama pero no la encontró.
El grito volvió a escucharse, ésta vez, con más fuerza.
Se levantó rápidamente y corrió hacia la puerta, pero cuando la abrió, todo en el recibir estaba normal.
—¡Adeline!—la llamó con desesperación.
¡¿Dónde estaba?!
—¡No pueden llevarse a mi hijo!
Su voz volvió a bañar la habitación. Damon entró en ella y abrió las puertas que ahí había. Cada madera representaba una esperanza que moría cuando no la hallaba.
—¡Es mío! ¡Me necesita!
La encontró en la tercera puerta que abrió. Se había metido en el armario, buscando entre las perchas vacías. Su cuerpo débil yacía hecho un ovillo en el suelo. Sollozaba, con el pecho agitado y las manos temblorosas. En su rostro se reflejaban las lágrimas que bañaban sus mejillas y desembocaban en el hueco de su cuello.
—Adeline...—susurró su nombre mientras se hincaba frente a ella.
La dama se crispó y rápidamente alzó la vista para ver al intruso que había profanado su santuario.
Todos sus sentidos estaban en alerta. Podía escuchar una tormenta en el horizonte, aún cuando el sol estuviera en la punta. En su piel se arremolinaba el frío, la sensación de perdida, la caricia de una mano pequeña que poco a poco se resbalaba entre sus dedos.
—¡No me toques!—le rugió el monstruo frente a ella.
Damon parpadeó un par de veces.
No se acercó del todo, mantuvo la distancia al principio e intentó seguir los pasos que solía utilizar cuando entraba en crisis.
—Adeline, soy Damon. Damon Gibbs.
Repitió su nombre lentamente, para que la mujer lo degustara y su cerebro comenzara a entender el lugar en el que se encontraba.
—¿Damon?—susurró ella, analizando a la enorme figura oscura que se cernía frente a su cuerpo.
—Sí, princesa. Soy Damon—volvió a pronunciarlo con lentitud, y se tomó la osadía de tomar una de sus pequeñas manos.
Al principio la dama se negó, tembló buscando un refugio del tacto, pero después conoció su calor, y recordó la forma en la que le gustaba que la tocaran esos dedos gruesos.
La oscuridad que la bañaba poco a poco se convirtió en luz, y se halló ante el salvador de todos sus males. Las lágrimas se intensificaron y los sollozos atacaron su pecho frágil. A lo lejos la lluvia comenzó a cesar y la nubes se abrieron para dar paso a la luz del día.
—Damon, mi hijo...—susurró con el alma herida, buscando que la abrazara, que juntara sus pechos para calmar sus males. Quería que la llenara del calor que desprendía, que la fundiera con su esencia y no la soltara nunca.
Y así lo hizo.
El hombre tomó su fragilidad y le dió de las fuerzas que en él habitaban. La abrazó como buscando sanar cada una de las heridas que se le habían abierto mientras dormía.
—Todo está bien—le susurró en el oído mientras comenzaba a acariciar su espalda con movimientos suaves.
—No lo está. Simón es muy pequeño y su mano aún más. Y-Yo... no lo pude sostener.
Los sollozos aumentaron y él hombre se limitó a abrazarla aún con más fuerza.
—Mi mano es fuerte. Yo te tomaré con fuerza y no te soltaré.
Estaban tirados en la madera del ropero, arrinconados en un hueco en el que apenas cabían, y aún así, Adeline no deseaba estar en otro lugar que no fuera ahí.
Tenía varios días que no le daba uno de sus ataques. Eran mañanas ligeras que aprovechaba yendo a leer o caminando en el jardín para ver las flores. Y Damon sabía que aquel dolor repentino se debía a la noche anterior, al baile lleno de gente, a Phillip y a su voz, esa que traía consigo cada una de las penas que ella resentía.
—No me sueltes, te lo suplico—su voz salió ahogada. Tenía la cabeza enterrada en el pecho masculino.
—Jamás lo haré—la abrazó con más fuerza.
Pasaron unos minutos más ahí, hasta que el llanto menguó y el dolor se volvió soportable. Damon sintió cómo poco a poco la dama se quedaba dormida en su pecho, y con cuidado, la alzó en el aire y la llevó a la cama. Volvió a sumergirla entre las suaves sábanas, y se recostó a su lado, cuidándola de todo aquello que atormentara a su mente.
~•~
Al medio día unos suaves toques en la puerta despertaron al señor Gibbs. Fueron lentos, pero no pudo evitar sentarse exaltado buscando a Adeline.
La encontró arropada a su lado, sumergida en un sueño suave. Se veía calmada y tranquila, y eso provocó que se sintiera en paz.
La puerta volvió a sonar.
Se levantó con cuidado, temiendo despertarla, y anduvo hacia la madera. Acomodó su ropa mientras recibía al mayordomo que le brindaba un gesto algo incómodo.
—Buenos días, señor. Lady Kells ha venido a ver la señorita Adeline—anunció carraspeando un poco, sin perder los modales en su voz.
Damon asintió lentamente.
—Dígale que pase y ordene que unas doncellas suban a ayudar a las señorita a vestirse—pidió con la voz adormilada.
El mayordomo asintió y se marchó.
Damon soltó un suspiro mientras volvía a entrar a la habitación y cerraba la puerta. Se acercó con cautela a la dama que seguía dormida y volvió a sus brazos siendo atraído como los imanes.
Acarició su rostro pálido, sus párpados cansados y sus labios rosados. Se paseó por sus orejas y danzó entre su cabello.
—Adeline...—susurró lentamente buscando despertarla.
La mujer se removió un poco.
—Adeline...—volvió a musitar.
Sus ojos se abrieron lentamente y enfocaron a las enormes esmeraldas que Damon llevaba en la mirada.
Su alma estaba tranquila. En su cuerpo había paz. Volvió a ser, bajo el abrigo de sus brazos, la Adeline valiente que todo lo podía.
—Buenos días—susurró adormilada mientras se removía contra la almohada.
—Buenas tardes—corrigió él con una sonrisa—. Ya es medio día.
Adeline abrió enorme los ojos y se sentó en la cama mientras su sistema digería que había perdido toda la mañana.
—Medio día—dijo solo para ella, como intentando creérselo.
—Matilde ha venido a verte.
Esta vez, pasó de la sorpresa a la felicidad, y Damon se maravilló con el brillo que adquirió su rostro.
—¿En serio?
El hombre asintió lentamente.
—Sí, está abajo en una de las salitas. Mandé a una de las doncellas para que te aliste y puedas bajar.
Adeline sonrió con emoción.
—Gracias.
—No hay de qué. Iré a visitar al duque de Standich, y volveré antes del anochecer. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
El hombre acarició una última vez su rostro antes de levantarse de la cama.
—Diviértete—le susurró antes de salir y dejarla sola.
~•~
Ver a Matilde fue como terminar de revivir. Ni siquiera le importó que llevara puesto uno de los vestidos de las doncellas, o que su estómago rugiera porque aún no había desayunado. Mandó al carajo todo y la abrazó en cuanto la tuvo enfrente. Se apoderó de sus brazos, de su cuerpo y de su fe, esa que ella tenía en el pecho y le hacía sentir que todo estaba bien.
Le pidió al mayordomo que enviara galletas y té, mientras ambas se ponían cómodas en los silloncitos.
Se veían con los ojos brillosos, como si llevaran toda la vida buscándose.
—¿Te casaste con Ruphert?—preguntó Adeline en medio de la conversación, mientras se llevaba una galleta a la boca.
Matilde, frente a ella, soltó una carcajada que provocó que sus mejillas se volvieran rosadas. A Adeline siempre le gustó cómo ese gesto remarcaba sus pequeñas pecas.
—Sí, me casé con él hace cuatro años—habló con la voz un poco soñadora. El hombre le ganada casi por diez años, pero nadie podía dejar de lado que era uno de los caballeros más apuestos de Londres—. Tenemos dos niñas y espero que éste que viene sea el varón.
Terminó lo ultimo tallándose su pequeño vientre plano mientras la alegría inundaba a su amiga.
—¡Oh, Dios te escuche! Estoy muy feliz por ti—la voz de Adeline salió soñadora—. Aún recuerdo lo mucho que aborrecías a ese hombre cuando tu padre los comprometió. ¿Recuerdas cuando le tiraste pintura encima?
Ésta vez, ambas soltaron una carcajada.
—Mi travesura favorita fue el sapo en su ropa interior—añadió Matilde y la risa se volvió más ruidosa.
—¡Esa fue memorable! ¿Quién iba a imaginar que le sacaría tantas ronchas?
Las amigas tenían historia. Eran aquellas dos chiquillas traviesas que se metían en tantos líos que ya hasta habían perdido la cuenta de las veces que terminaron castigadas y encerradas. Solían prohibir su amistad, gracias a esas mismas ocurrencias, pero solo la hicieron más indestructible.
—¡Ruphert se pone rojo cada que lo recuerda! Pero creo que finalmente ha logrado perdonarme tanta grosería—las mejillas de Matilde se volvieron a tornar rosadas—. Ahora somos muy felices.
Adeline asintió.
—Me alegro mucho por ti—le repitió.
—¡Oh, pero si yo soy la que está emocionadisima por ti!—la cortó tomando un sorbo del té—. ¿Qué hay de Damon?, ¿cómo fue que se reencontraron?
La pregunta le caló un poquito el alma, porque no quería verse vulnerable ante su amiga y no deseaba hablar del pasado oscura que perseguía a su alma.
—Él...—intentó concentrase en Damon para ponerse feliz—. Me arrolló hace poco más de una semana.
—¿Qué?—La morena casi escupe el té.
—Fue un accidente. Después de eso me trajo a su casa y dejó que el médico examinara mis heridas. Solo fueron unos cuantos raspones y algo en el brazo, pero insistió para que me quedara hasta mi recuperación.
Matilde la escuchó con la boca abierta, mientras intentaba aclarar las ideas en su cabeza.
—¿Y qué hay de los rumores de la boda? Yo misma lo escuché decir ayer que era tu prometido.
Esta vez, fue el nerviosismo lo que inundó a Adeline. Hasta las orejas se le volvieron rojas y las manos que sostenían la taza comenzaron a temblar.
—¡Oh Dios mío!—musitó la morena con emoción—. Debe ser algo bueno porque traes la misma cara que llevabas cuando me contaste que Damon y tú... ya sabes—alzó las cejas con coquetería y Adeline sintió su rostro arder.
—¡Cállate, por favor! No es lo que crees.
—Hasta el nerviosismo se te escucha en la voz, cariño. Cuéntame, ¿la sigue teniendo grande?
Adeline detuvo su pregunta arrojándole un cojín a la cara. Matilde estalló en risas y la rubia no pudo evitar seguirla con una carcajada.
Extrañaba tanto aquella vida, que definitivamente podía darlo todo para que volviera a ser suya.
—No hemos hecho nada—susurró saboreando los secretos que se le amontonaban en la lengua—. Él me dijo que ya no siente nada por mí.
La boca de Matilde se volvió a abrir.
— ¿Qué? Por cómo te defendió ayer dudo mucho que sea verdad.
La rubia alzó los brazos con frustración.
—Ni yo lo entiendo, Maty. Aveces se comporta serio y frió, y después me sonríe como si fuéramos los mismos jóvenes de hace cinco años. Creo que, muy en el fondo, jamás logrará perdóname por haberme casado con el marqués.
Se negaba a pronunciar su nombre.
Los ojos de Matilde se cristalizaron lentamente, y terminó acercándose a la dama para tomar sus manos entre las suyas.
—Eso no fue tu culpa, cariño. Hiciste lo necesario para sobrevivir—intentó consolarla.
—¡Pues mira qué bien me fue!—la voz le salió pesada—. Ahora no tengo familia, apellido ni protección. Fuera de ésta casa no poseo ni siquiera un techo o una comida segura.
—Oh, Adeline...
—Damon quiere que me case con él para darme su apellido y su protección. Dijo que no necesito convertirme en su esposa de oficio, solo debo de ser portadora del titulo para tener seguridad.
Las cejas castañas de Matilde se arquearon.
—Eso suena bien.
La mujer asintió.
—Sí, pero me da miedo. Él ni siquiera me ha perdonado. Pasó días enteros sin dirigirme la palabra, sin compartir la mesa en el desayuno, ¿cómo se supone que viviré así toda mi vida?
Sonaba desesperada, frustrada y con ganas de gritar. En cambio, Matilde, como siempre, mantuvo la calma y apretó el agarre en sus manos.
—Cariño, ustedes siempre se llevaron muy bien. Quizás, si hablan, puedan llegar a un trato y volver a ser amigos.
La última palabra tintineo en la cabeza de Adeline.
—Esta es una oferta que no puedes desperdiciar—siguió hablando Matilde—. Te ofrece su apellido y su poder. No te faltará nada estando con él.
—Lo sé—su voz fue a penas un susurro.
—No pierdes nada arriesgándote.
~•~
4to capítulo seguido❤️
¡Me he enamorado de éstas amigas!😂
Prometo ponerme al corriente con todos sus comentarios👀❤️
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