|06|
Después de una semana teniendo a Adeline en su casa, Damon comprendió que había días buenos, días malos y días peores.
Aveces se despertaba lucida y bajaba a desayunar. Otras abría los ojos gritando y se pasaba el día frente a las cruz de Simón, con las rodillas manchadas de tierra y la mirada perdida.
Damon quería odiarla, quería aborrecerla con todas sus ansías, deseaba tirar por la ventana toda la fe que le estaba dando y devolverle cada centímetro de dolor que le había provocado a su alma.
Por Dios que anhelada dejar de lado cada uno de los sentimientos que estaban reviviendo en su pecho, porque, aunque fuera difícil de entender, había una chispa que tintineaba entre un bulto de cenizas olvidadas en un rincón.
Estaban reviviendo cosas que prefería que fueran solo recuerdos, de esos dolorosos que calan el alma y torturan el espíritu por las madrugadas.
Damon pasó toda aquella semana encerrado en su despacho. No quería compartir la mesa con ella, no deseaba verle la cara más de lo necesario, porque, como todo un cobarde, terminaba anhelando recuperar a la mujer que una vez dio por perdida. Y el alma le dolía, y volvía a llorar.
Así que no, no convivio con ella cuando el sol se hallaba en lo alto, pero, cuando la luna caía, se escabullía en su habitación para verla dormir. Solía recostarse en un silloncito que se hallaba lo suficientemente alejado como para controlar sus ansías, y cuidaba su sueño cuando los fantasmas de la noche rondaban.
La veía plácida, relajada y serena, alejada del mundo, perdida de todo, como si al cerrar los ojos y descansar, volviera a ser la Adeline que una vez lo enamoró con la chispa que llevaba en el alma.
Solía verla hasta que el sol se acercaba y después salía de la habitación, se mantenía unos momentos en la puerta esperando a que despertara, y al comprobar que era un día bueno, volvía a su cuarto para comenzar la mañana.
Y los días así pasaron, como suaves travesuras de un niño pequeño y pasiones ahogadas de un adulto resentido.
Fue una noche, al final de la semana, cuando la monotonía terminó. Damon bajaba las escaleras de la mansión mientras sus manos ágiles ataban los puños de su saco. Se acomodó el corbatín cuando llegó al recibidor y tomó su sombrero no muy ansioso de acudir a la cena que le habían invitado.
Llevaba todo bien calculado: andar al carruaje y pasar catorce minutos de camino. Dieciséis si el cochero había tomado un par de copas más de lo acostumbrado. No pensaba quedarse mucho tiempo en la reunión, quizás pasara veinte minutos saludando, media hora cenando, y otro poco despidiéndose para volver a las montañas de trabajo que lo esperaban en su despacho.
—Te ves muy guapo.
Sí, tenía todo planeado, hasta que esa voz suave y tierna destruyó cada uno de los pensamientos que rondaban por su cabeza, convirtiéndose en la protagonista de los mismos.
Ese era el poder secreto que llevaba Adeline: podía tomar al mundo del saco, sacarlo de su mente y volverse la reina de su alma. Todo eso sin pestañear una sola vez.
Se volteó lentamente hacia ella y la encontró saliendo de una pequeña salita. Llevaba un vestido café de esos que las doncellas le habían prestado. Se veía preciosa. Aún con ropas remendadas, era la dama más hermosa que había visto Londres.
—Creí que ya estabas dormida—le susurró, no sabiendo muy bien qué decirle. Apenas y habían cruzado unas cuantas palabras después de lo de la cruz, y la boca se le secaba cada que pensaba incluso en saludarla.
Adeline se encogió de hombros con ternura.
—No traigo muchas ganas de dormir—confesó suavemente.
Y de pronto, un recuerdo voló a la mente del caballero.
Era 1830. Un bullicio de gente danzaba alrededor del salón de la mansión de los Favre. La respetuosa familia del vizconde había organizado un baile en honor al cumpleaños de su hija menor. Lady Adeline era el orgullo de sus padres, y se merecía un evento digno del palacio real.
Todas las paredes habían sido cubiertas con flores y velas. Las damas danzaban bellamente con apuestos caballeros, mientras la orquesta tocaba las notas de una canción envolvedora.
Damon estaba parado al final de las escaleras principales. Llevaba un par de meses frecuentando a la dama, cortejandola a escondidas, buscándola en los rincones para poder charlar en secreto.
Y esa noche no iba a ser la excepción.
Su alma dio un respingo cuando el enorme reloj en la pared marcó las 10:30. Tragó suavemente, se ajustó el corbatín y anduvo, como quien no quiere la cosa, por las enormes escaleras que daban al segundo piso de la mansión. Contó las puertas cuando éstas se pusieron frente a sus ojos: 1, 2, 3... 4. Esa era la que deseaba.
Caminó lentamente hacia ella. Las dos enormes puertas de madera fueron abiertas por sus manos y el viento de la noche golpeó su rostro. Un hermoso balcón se dejó ver a su alrededor, y se vio sorprendido por su belleza. Aún no se acostumbraba a aquella vida. Se le seguía haciendo increíble la suerte que había tenido. Todo parecía ser un cuento de hadas, de esos que hasta a una princesa hermosa incluían en la trama.
—Vaya que te ves apuesto—escuchó una voz en su espalda.
Toda su piel se erizó mientras se giraba hacia la dama.
El rostro de Adeline siempre le resultó precioso. En él se arremolinaba la noche y hasta la luna terminaba envidiando sus ojos de estrella.
—Tú te ves hermosa, como siempre—le susurró apenado, con las mejillas algo rosadas—. Te he traído un regalo.
La dama sonrió cuando admiró al hombre metiendo la mano en su saco.
—No tenías que traerme nada.
Ella solo deseaba un fuerte abrazo, de esos que hacían que le temblaran las piernas y el mundo desapareciera.
Damon negó mientras ponía ante ella un pequeño broche azul. Era precioso y conminaba perfectamente con sus ojos color cielo. Tenía piedras incrustadas en su armazón plateado, y había costado todo lo que tenía ahorrado de aquellos meses de trabajo.
Valió la pena cuando miró a la dama sonriendo con felicidad, una felicidad que le pertenecía a él.
—Es bellísimo—musitó fascinada—. ¿Puedes ponérmelo?
Las mejillas de Damon se volvieron a encender mientras asentía lentamente. Se acercó a ella, con pasos suaves, como si alguien fuera a aparecer en aquel momento con un condena en la mano.
Acarició el broche con sus dedos y lo acomodó en el hermoso peinado dorado que llevaba la mujer. Se quedó por un momento mirando sus rizos preciosos y la sublime forma que tenía su boca de rogarle un beso.
Jamás se había atrevido a robarle uno, y quizás por eso, le sorprendió que fuera ella quien terminara con la distancia entre sus bocas.
Durante unos segundos ninguno de los dos supo cómo reaccionar. Sus sentidos se encendieron como fuegos artificiales y las piernas les flaquearon de forma alarmante. Las manos les temblaron, y para cuando se dieron cuenta, los labios se les comenzaron a mover en una danza suave y tierna, de esas que se degustan con poesía y terminan siendo el recuerdo de una noche en vela.
Se besaron como anhelando fundirse y tenerse, como buscando llenarse del otro y desaparecer en el abismo de su boca.
El descontrol apareció cuando Damon tomó su cintura y aprisionó su cuerpo, cuando los suspiros volaron y la noche se convirtió en el espectador del incendio que floreció en su piel.
—Gracias por el regalo—musitó ella, antes de volverlo a besar.
—¿Irás a un baile?
La pregunta lo tomó un poco desprevenido.
De pronto sus recuerdos se evaporaron y ante él apareció una escena totalmente distinta a la que deseaba vivir.
Las dos almas que se apreciaban no eran los mismos jóvenes que algún día juraron amarse por sobre toda tempestad.
Asintió lentamente.
—Voy a una cena— "de tu ex esposo" omitió decirle.
El marqués había vuelto hacía unas semanas a Londres, y no es que a Demon le entraran muchas ganas de saludarlo, pero tenía que hacerlo. Los negocios siempre son primero, y él llevaba varios con los abogados de ese hombre.
Admiró como una pequeña sonrisa se formaba en los labios de Adeline.
—¿Crees que pueda acompañarte? He estado días aquí encerrada, y la verdad, es que estoy a punto de perder más la cabeza.
La manos de Damon comenzaron a temblar.
La dama no tenía ropa para la ocasión. Se vería muy mal si llegaba con un vestido del servicio, y no iba a exponerla ante el imbecil que la destruyó. Que los destruyó.
—Mejor mañana, ¿de acuerdo?
Miró cómo la desilusión se colaba en sus ojos azules, y eso le caló el alma.
—De acuerdo—musitó resignada.
Y simplemente miró como Damon se marchaba con un asentimiento de cabeza.
Adeline se quedó plantada en el recibidor.
Ese hombre no se parecía en nada al caballero que una vez amó con el corazón entero. Ella había conocido a un joven brillante, inteligente y fresco. Un alma salvaje que traía ganas de comerse al mundo, y ahora, que se veía con la barriga llena, se había vuelto soberbio y reservado.
No lo culpaba. Muchos le habían hecho daño y tenía derecho a guardar sus sentimientos en una cajita de cartón.
~•~
¡Hola, corazones!
Se vienen unos capítulos a los que les traigo muchas ganas😍🔥🔥🔥
Para quienes no han leído mis mensajes, aquí les explico un poquito las razones de mi ausencia:
Primero que nada, NO HAY NI UN SOLO DÍA QUE NO ME MATE ESCRIBIENDO.
1.- La Debilidad De Un Caballero saldrá a la venta en formato físico y electrónico el 15 de septiembre de 2020. ¿Ya vieron el booktrailer?👀
Había estado muy presionada porque el manuscrito no me terminaba de convencer, pero gracias a Dios ya se lo envié hoy a la editora😊❤️ ¡Estoy emocionadisima porque me editara una de mis escritoras favoritas!
2.- la publicación de La Seducción Del Conde se espera para diciembre, pero por algunos asuntitos, necesito tenerla lista para antes de que acabe agosto. Además, pienso agregar nuevos personajes en esa novela, lo que implica cambiar varias cositas. Así que me he puesto un buen desafio🙊❤️ (los personajes nuevos son: un hombre que hará de rival con Benjamín y una mujer que se viene importante en la historia de León👀)
¡Cualquier cosa los mantendré informados!
¡Los amo muchísimo, corazones!
-Katt.
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