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|1835, actualidad|

Damon se despertó con el sonido de un estruendo que inundó toda la mansión. La piel se le erizó en un segundo, mientras, en sus entrañas, se enredaba un nudo de confusión. El estruendo fue seguido de otro más, y luego de gritos que sólo intensificaron su miedo.

Saltó de la cama antes de pensarlo más y se colocó una bata para salir corriendo por la casa en busca de la procedencia del desastre. Sus pasos fueron rápidos, veloces y temerosos, porque creía saber a qué se debía el problema y eso no le gustó nada.

Bajó las escaleras con avidez, y cumpliendo con todas sus sospechas, se encontró a un grupo de gente en el recibidor que intentaba detener a Adeline. La mujer lloraba desconsolada y gritaba palabras que no lograba entender, mientras los empleados intentaban hacer que volviera en sí.

La dama había roto un jarrón y con su mano ensangrentada sostenía un pedazo de cristal que utilizaba como arma para poder salir de la propiedad.

La boca de Damon se secó mientras se metía en la escena.

—¿Qué sucede?—preguntó desconcertado mientras, con cautela, se posaba frente a ella.

—Se despertó gritando y golpeando a todos, señor—respondió alguien del servicio.

—¡Dile a tu gente que me deje ir, Phillip!—un grito desgarrador salió de la garganta de la mujer, y Damon, en su sitio, se quedó helado—. ¡No puedes, retenerme, maldita sea! ¡Debo ir a buscar a mi hijo, me necesita!

Adeline temblaba de miedo, de dolor, de ganas de huir y alejarse de todos aquellos recuerdos que la atormentaban, mientas en la cabeza de Damon aun se repetía el nombre con el que lo había llamado: Phillip.

Ella creía que era el Marqués de Werrinton, su antiguo esposo.

—Adeline...—intentó acercarse a la mujer, pero sólo logró que retrocediera más y ejerciera presión en el cristal que llevaba en la mano, como si tuviera ganas de que sangrara más la herida.

—¡Aléjate de mí! No pienses que volverás a tocarme con tus asquerosas manos—sonaba desesperada, y el hombre supo que se encontraba frente a la dama demente de Londres—. ¡Déjame salir! ¡Simón me necesita!

Damon no sabía que hacer. Por primera vez en su vida no tenía un plan bien elaborado o una estrategia que lo ayudara a acabar con aquel dilema que lo tenía con el alma helada.

Estaba perdido, porque muy en su interior, no pudo soportar ver los ojos de la mujer teñidos de un dolor descomunal que la estaba carcomiendo por dentro.

Levantó las manos en señal de rendición y dió un paso lento hacía ella.

Adeline se puso en guardia y todo su cuerpo se crispó.

—Aléjate o te mato—lo amenazó.

—Princesa, no soy Phillip. Mi nombre es Damon, Damon Gibbs, ¿me recuerdas?—soltó su nombre lentamente, como si quisiera que todos los sentidos de la mujer se empaparan de él.

Intentó dar un paso más pero ella apretó con más fuerza el cristal, como si se aferrara a la única cosa que sabía que podía mantenerla segura del mundo.

—¡Aléjate de mí!—le gritó como si hubiera escupido las entrañas.

Y Damon se detuvo. Estaba tembloroso y la frente le sudaba.

—Adeline, soy Damon—volvió a repetir—. Soy amigo del Duque de Standich, ¿lo recuerdas a él?

Durante un segundo, pareció que algo en la cabeza de la mujer hacía conexión con la cordura.

—Hunter—respondió con la voz temblorosa.

—Sí, Hunter. Exacto. Él nos presentó en una fiesta, y tú aceptaste bailar un vals conmigo.

–¿Un vals?

Parecía que de a poco su nerviosismo bajaba.

—Sí, un vals. Y cuando acabó te regalé un flor roja que colocaste en tu cabello, ¿lo recuerdas, princesa?

En la mente de Adeline pasaron muchas cosas en ese momento: miró a un bebé que sonreía, a una tormenta que la ahogaba, a un tren que se descarrilaba, a un marido que la tocaba, una boda desdichada, y a un hombre que le prometió cuidarla por sobre todas las cosas.

—Te doy una rosa porque es lo más semejante que encontré a tu belleza.

Miró a dos jóvenes que bailaban en un salón abarrotado de gente, y a lo lejos, escuchó esas palabras que parecían volver a ser susurradas en su oído.

—¿Adeline?—preguntó Gibbs cuando notó que el llanto en los ojos de la mujer tomó intensidad.

La mujer soltó el cristal provocando que se rompiera contra el suelo, y comenzó a negar con desesperación mientras todo su cuerpo convulsionó con el llanto.

—No dejes que me hagan daño, Damon. No dejes que se me acerquen—le suplicó con la voz rota—. Yo solo quiero buscar a mi bebé, él me está esperando y ellos no me dejan salir.

No supo en qué momento comenzó a caminar hacia ella, ni en que segundo la tomó entre sus brazos y estrechó sus pechos como si buscara sanar todas sus heridas. Pero lo hizo, la abrazó con fuerza mientras Adeline le correspondía el gesto y se escondía en su pecho como una niña pequeña.

—No dejaré que nadie te lastime, princesa—le prometió mientras le acariciaba el cabello con consuelo y le hacía una seña a los empleados para que los dejaran solos.

La mujer lloraba desconsoladamente, al grado de dejar un charco en la bata que Damon se había colocado a la carrera, y más que molestarse, solo la abrazó con fuerza permitiendo que sanara en su cuerpo todos sus males.

—Quiero ir con mi hijo, Damon. Simón es muy pequeño, él me necesita.

—Te dejaré ir con él, lo prometo—le susurró sintiendo como su corazón se rompía.

"¿Cuanto daño le hicieron a tu alma, Adeline?" Se preguntó internamente mientras seguía consolándola con sus caricias.

—¿Lo has visto? Traía su trajecito blanco la última vez que lo vi.

—Sí, lo he visto—las palabras quemaron su garganta—. En cuanto curen las heridas en tu mano yo te acompañaré a buscarlo, ¿de acuerdo?

Ella asintió contra su pecho, aun sin separarse se él. Damon sabía que seguía perdida en su mundo, ahogada en los lamentos de sus recuerdos y que no dejaría que nadie más se le acercara.

Intentó subir las escaleras con la mujer aun en su agarre. La apresó contra su pecho y la estrujó como si en él se encontrara el lugar más seguro del mundo. Caminaron hasta que logró llegar a la habitación que le había asignado y le pidió que se sentara en la cama mientras buscaba vendas.

La mujer, aun temblorosa se negó a soltarlo, y Damon tuvo que mirarla a los ojos con todo el amor que aún le tenía para que lograra confiar en él.

—Necesito ir por algunas pomadas y quiero que me esperes aquí, te prometo no tardar.

Adeline negó con la cabeza, con al alma aun llorosa.

—Ellos vendrán a hacerme daño si me dejas sola.

El corazón del hombre dio un vuelco, y de repente le entraron ganas de asesinar a medio Londres por darle la espalda a esa pobre alma.

—Enciérrate. Ellos no podrán entrar si le pones candado a la puerta, ¿de acuerdo? Yo volveré pronto.

Eso pareció convencerla un poco más, porque, después de sopesar la idea unos cuantos segundos, asintió con energía antes de dar un portazo.

Damon sabía que si se quedaba quieto mirando la madera iba a explotar de coraje e impotencia, así que corrió a enviar a un sirviente por el medico y a organizar todo para llevar a cabo la única solución que había hallado para el problema.

~•~

Fue verdaderamente difícil lograr que Adeline dejara que el medico la tocara para curar sus heridas. No cedió ante nada hasta que Damon se sentó junto a ella y se apoderó de su cintura con protección.

Necesitó algunos puntos y muchos susurros de cariño mientras el anciano vendaba el trabajo terminado. Se tardó alrededor de una hora, contando el esfuerzo y lo difícil que fue tratar a la mujer.

Adeline aún estaba alterada, temblaba y mostraba una ansiedad que sobrepasaba los limites de lo inimaginable. Damon hizo tiempo con ella, hasta que los sirvientes le avisaron que el proyecto pedido había sido terminado.

—¿Me llevarás con Simón?—le preguntó la dama cuando la comenzó a sacar de la habitación.

Por tan solo un segundo, Damon miró pasar un brillo de luz por sus ojos apagados.

—Sí, te llevaré con él—la reconfortó mientras le tomaba la mano y, sin soltar su agarre, la sacaba al jardín.

La tierra aún seguía húmeda por la tormenta de la noche anterior, y en el aire predominaba un olor a hojas mojadas que le resultó tranquilizante a la mujer. Ninguno se preocupó porque sus zapatos se mancharan o sus prendas quedaran sucias, solo caminaron rumbo aquella parte de la casa donde el jardín acariciaba los árboles de un bosque que se expandía en el horizonte.

Los pies de Adeline flaquearon cuando logró divisar, justo en el limite entre ambos paraísos, una pequeña cruz blanca que yacía clavada en la tierra.

—¿Qué es eso?—susurró con la voz apagada.

—Ya verás.

Damon la encaminó hasta que las puntas de sus zapatos tocaron la pequeña cruza que citaba, en una placa plateada "Aquí yace Simón, un angel que voló al cielo porque Dios necesitaba sus alas".

Las rodillas se la mujer la traicionaron y, para cuando se dio cuenta, ya había caído en la tierra, totalmente rendida y cansada de tanto llorar. El hombre se dejó caer junto a ella y tomó su mano mientras delineaba los ojos llorosos que leían una y otra vez las letras.

En le cabeza de Adeline algo embonó de pronto, algo con cuerpo de ratón escurridizo que siempre se perdía en su mente. Y aquellos lugares donde las tinieblas gobernaban, poco a poco volvieron a llenarse de luz.

Se quedaron tumbados de rodillas un buen rato, rodeados de un silencio que de a poco comenzó a volverse paz. Era como si la fuerza de él se combinara con la de ella, y de la unión resultara una valentía que cubrió a sus corazones con una armadura reforzada.

—Phillip me tocaba todas las noches—soltó Adeline con la cordura comenzando a ganar terreno—, y sé que era mi esposo, pero eso no hacia que dejara de ser tan repugnante.

Damon pensó en detenerla, en insistir para que no siguiera envenenándolo con sus palabras, pero sabía que ella debía de curarse, de expulsar a los demonios que atormentaban su alma, para, algún día, aliviarse de aquel dolor que la torturaba.

Apretó su mano con fuerza para que siguiera contándole, y ella lo hizo.

—Jamás dejó de hacerlo, incluso cuando se lo supliqué. Pero después llegó Simón, y fue como un paraíso en medio de tanto infierno. Él me enseñó que no estaba sola, que no todo estaba perdido, que aún quedaban cosas buenas en el mundo—en algún momento de la conversación los ojos de Adeline volvieron a llenarse de lágrimas—. Llevaba su trajecito blanco cuando se fue, y el día anterior a su despedida, lo vi dar sus primeros pasitos tomado de mi mano.

Hay dolores que son tan fuertes que el vacío que dejan jamás se llena, amores del color de la luna, inmensa y estrellada. Amores que nacen en el pecho y mueren en la boca de un adiós que jamás se susurra.

—Damon.

—¿Sí?

—Quiero traerle flores.

El hombre asintió mientras volvía a apretar su mano.

—Todas las que quieras.



~•~

¡Hola, corazones!❤️

¿Qué les está pareciendo la historia?👀

Yo sé que es diferente a las demás, pero me tiene enamorada. Esta pareja se está ganando mi corazón muy rapido😂

Les escribo para contarles que se ha vuelto a abrir el lugar donde trabajo, así que he reanudado mi rutina estresante. Y se los digo porque no sé que tan frecuente pueda actualizarles, pero no se preocupen, lo seguiré haciendo😉. Aquí me tendrán dando lata.

¡Los adoro!

-Katt.

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