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Hunter Paradig, el buen amigo de Damon, siempre andaba por la vida tirando todo a la suerte. Actuaba por instinto, por ganas, corría hacía lo que quería y muchas veces ni siquiera pensaba en las consecuencias. Era impulsivo y cuando todo se le salía de las manos, lo buscaba para hallar algún consejo que lo sacara del completo desastre en el que se había metido.

Y claro, Damon siempre estaba ahí para él, pero, en aquel momento, en verdad deseó con todas sus fuerzas que lo dejara solo para que pudiera volver con Adeline.

Pasaron a su despacho para charlar sobre los nuevos asuntos del corazón que no podían esperar para mañana, y, mientras su amigo se dispuso a contarle toda la desastrosa noche que había tenido con su protegida, el señor Gibbs abrió una bonita botella de vino tinto que justo esa mañana había sido importada desde Francia.

—No sé qué hacer— dijo el Duque llevándose las manos a la cabeza.

Damon lo miró mientras se servía aquel exquisito líquido en una copa.

—Dices lo mismo cada que hablamos, ¿a caso crees que soy el hada que solucionará todos tus problemas?

No es que quisiera sonar seco ni amargo, pero, en realidad, sus pies le estaban rogando abandonar el despacho y correr de regreso a su habitación.

—¿Vas a ayudarme o a joderme?

Le dio un buen trago al vino antes de contestar.

—Sinceramente, Standich, creo que estoy tan ebrio que ni yo mismo sé lo que hablo.

El Duque no pudo negar sus palabras, porque aquella era la segunda botella que abría ante su presencia.

—¿Sabes qué creo?—siguió hablando Hunter, como si no se hubiera enterado de que los sentidos de su amigo no estaban en buen estado—. Madeline no puede cambiar sus sentimientos de la noche a la mañana. No me trago eso de que lo que siente por mí es mentira.

Dejó que Hunter se desahogara y llevara la conversación solo, mientras él se dedicaba a beber más, como si aquel amargo sabor fuera capaz de aliviar las heridas que se habían abierto en su pecho.

Una parte de Damon aun no creía que había vuelto a tener a Adeline en sus brazos, en su carne, en su piel. Había degustado su olor como si los años no hubieran pasado. Con el alma podía jurar que aquellos inmensos ojos color cielo, seguían siendo los mismos que un día lo enamoraron.

Tragó grueso cuando su corazón rechistó, recordándole que una noche de lluvia había prometido, con sangre de por medio, que jamás volvería a recordar a esa mujer.

—Creo que lo mejor sería...—escuchó a lo lejos la voz de su amigo, pero el sonido fue amortiguado por el crujido que hizo la puerta al abrirse.

Ambos hombres voltearon en su dirección y ante ellos apareció una mujer hermosa que reflejaba en su mirada el gran dolor que ocultaba su alma. Damon se quedó mudo delineando lo perfecta que se veía con la ropa limpia que las doncellas le habían dado. llevaba el rostro sereno, apacible, no parecía la misma mujer que había escuchado gritar treinta minutos antes.

Era como si de nuevo volviera a ser ella, su Adeline.

Suya.

—Disculpen—les sonrió a ambos, con aquella voz dulce que siempre provocó que le flaquearan las rodillas—. Vine aquí a disculparme con usted por lo sucedido, señor Gibbs, pero me apena decir que escuché un poco de la conversación del Duque y creo que sé cómo ayudarlo.

Con un nudo en la garganta miró a Hunter invitando a la mujer a sentarse. Adeline se les unió en uno de los silloncitos y comenzó a charlar con él sobre una descabellada idea que se le había ocurrido para arreglar las cosas con su protegida.

Damon no se metió en la conversación porque en realidad no sabía qué decirle a la mujer. Había pasado todos aquellos minutos deseando tenerla de nuevo enfrente, y ahora, que por fin admiraba su silueta de miel, la boca se le trabó con candado y se negó a mencionar palabra alguna.

Por Dios, era a quien le había llorado, era la mujer que le arrancó el corazón del pecho sin piedad de por medio. Adeline era el centro de todos sus males, la razón de sus desventuras, la falda en la que pensaba mientras levantaba vestidos ajenos, los ojos que lo perseguían todas las noches en sus sueños y los labios que definitivamente aún llevaban su nombre.

Adeline era la representación de una época oscura en su vida, de un pasado que hacía mucho tiempo había pisoteado para quemar en el olvido. Ella era todo lo que quería arrancar de su vida, pero ahora había vuelto, abriendo heridas que una vez sus manos suaves provocaron.

—Confíe en mi, Milord. No hay dolor más grande para una mujer que sentir que otra le ha robado al hombre que ama.

Damon se permitió mirarla con detalle, mientras, frente a ella, el Duque la veía con el ceño fruncido.

—Madeline es frágil—contrapuso con la mano en la barbilla, y Adeline levantó una ceja en respuesta.

—Es hora de que se haga fuerte, señor. Debe ir formando callos en su corazón para que otro no llegue a destruirlo.

Para Hunter era difícil admitir que estaba enfrente de la mismísima dama que una vez le había robado el corazón. En su tiempo, su amigo Damon y él quedaron perdidos por sus encantos. Corrían a las fiestas para tener el deleite de bailar entre sus brazos. Llevaron buenas conversaciones como aquella que justamente se desarrollaba y rieron como amigos que se conocían de toda la vida.

Pero Damon ganó y Hunter se retiró en paz, porque, en realidad el sentimiento no había pasado a ser algo tan profundo como lo que su amigo logró sentir por esa mujer.

Sonrió mentalmente.

Fueron buenos tiempos.

Después de repasar el tema de Madeline en su cabeza y dar por hecho que debía dormir para iniciar todo a la mañana siguiente, le pidió una habitación a su amigo y partió buscando consuelo en una cama que no llevaba el olor a lavanda que su pequeña rubia desprendía cuando dormía.

Se fue, y sin querer dejó solos a dos almas en pena que vagaban por la tierra buscando el corazón que se les había perdido. Cerró la puerta del despacho sin pensar que abrió abismos que se negaron, de pronto, a volver a cerrarse.

Durante unos segundos se levantó un ambiente serio en el lugar. Damon yacía sentado detrás de su escritorio, y Adeline, en un gesto de valentía, se levantó del silloncito para tomar asiento frente a él.

Ambos llevaban la cabeza abajo, y es que, por más que el hombre quisiera mantener guardado todo el rencor que sentía, le era inevitable mirarla con coraje después de dar por hecho que estaba lúcida y lo recordaba.

—Creí que no te gustaba beber—susurró ella mientras se animaba a levantar la cabeza y encararlo.

Un nudo se instaló en la garganta de Damon.

—Lo hago desde que me dejaste.

No quiso lastimarla, ni siquiera pretendió que sus palabras salieran teñidas de dolor, pero fue así, y eso le causó una punzada en el pecho a la mujer.

Adeline cerró los ojos durante tres segundos, intentando recuperarse, y después los abrió, para volver a delinear la mirada verde del hombre.

—Ya han pasado cinco años, Damon.—su nombre seguía escuchándose igual en sus labios femeninos. Dios, había soñado cientos de veces con volver a sentirlo proveniente de su boca—. Han cambiado muchas cosas, ¿eh?

Preguntó ella intentando animarlo mientras abarcaba con sus manos todo el lugar.

Una risa sarcástica salió de los labios del hombre.

—Sí, Adeline, he dejado de ser pobre.

Él ya no era el muchacho descalzo al que ella le tenía piedad. Hacía tiempo que dejó de ser el joven que era apedreado por robar pan para no morir de hambre.

La dama supo en seguida que ese no era un buen tema para tratar. En sus tiempos aquello no era algo que a Damon le importara, pero tal parecía que las cosas habían cambiado.

No se parecía en nada al chico dulce y tierno que cortaba flores del campo para llevarlas a su ventana. Este era un hombre seco, amargo, que en su alma parecía guardar mucho rencor. Y Adeline sabía que ella era la causante de la gran mayoría de ese dolor.

Se aclaró la garganta para poder hablar.

—Mira, Damon, mi intención jamás ha sido incomodarte o hacerte sentir extraño con mi presencia. No te pedí que me trajeras a tu casa, ni que me levantaras del camino—le habló firme, porque ella tampoco seguía siendo la mujer débil que él recordaba—. Creo que es mejor que me vaya...

—¡No!—la cortó casi saltando del asiento. Fue una respuesta proveniente de su instinto, de su ser, de su miedo a perderla y no volverla a encontrar—. Te quedarás hasta que tu brazo sane. Aquí tendrás un techo caliente y comida en la mesa. Es lo menos que puedo darte después del accidente.

Adeline negó.

—No creo que sea necesario.

—Lo es—replicó el hombre mientras se terminaba de poner en pie—. Es hora de cenar, ¿quieres acompañarme?

Debía admitir que estaba siendo demasiado duro con ella. Ambos, a fin de cuentas, ya no eran los mismos jóvenes que se habían enamorado con el alma llena de esperanza.

Adeline pensó en declinar su oferta e insistir en marcharse, pero su estómago rugió, recordándole que aquel era el tercer día que llevaba sin probar bocado.

Movió las manos con nerviosismo en su regazo y Damon le sonrió con ternura mientras le estiraba la mano.

—Anda, vamos, ¿aun te sigue gustando la carne con puré?

Los ojos de Adeline brillaron y no pudo evitar asentir con energía mientras se apoderaba de la mano que le tendía el señor Gibbs. Fue inevitable afirmar que entre sus pieles brincó una chispa de magia que rememoró cada uno de los encuentros pasados.

Ambos se hicieron los ciegos mientras salían del despacho y andaban hacia el comedor.

Adeline miró embelesada la gran mesa llena de platillos, y dio por hecho que si estuviera sola, se hubiera puesto a saltar de la emoción.

Tomaron asiento antes de que el ambiente se volviera más pesado y miró atenta como los sirvientes comenzaban a prepararle un gran plato. Tenía pena, en verdad le daba vergüenza todo lo que él estaba haciendo por ella, después del mal final que habían tenido.

Era consciente de que ella había sido la causante de todo el daño que habían sufrido. Adeline fue quien lo dejó, quien lo hirió y lastimó de mil maneras, y ahora él la recibía en su casa y le daba la comida que ella no podía conseguir.

Intentó comer despacio cuando le colocaron el plato de porcelana enfrente. Fue cuidadosa, como si estuviera intentando recordar todo lo que sabía sobre modales, pero la verdad es que su estomago brincó de la emoción cuando la carne lo acarició y no pudo evitar solar un gemido de placer mientras cerraba los ojos.

"¿Cuánto tendría sin probar comida caliente?" Se cuestionó Damon mientras delineaba sus gestos.

Era hermosa, aun después de tanto tiempo seguía siéndolo. El cabello rubio lo llevaba largo y enmarañado, y en sus ojos azules habitaba un brillo funebre que se atenuó cuando el puré tocó sus labios.

—¿Tú no comes?—le preguntó ella cuando no logró ver ningún plato frente a él.

Damon se encogió de hombros y sonrió con nostalgia.

—Lo pedí todo para ti. Quiero que lo disfrutes.

Las palabras fueron como fuego en las entrañas de la dama. Pensó en insistir, pero finalmente recordó que era tan terco, que no ganaría.

El tiempo pasó muy lentamente mientras ella degustaba los bocados y él se fascinaba con su belleza.

Sí, Definitivamente seguía siendo hermosa.

—Jamás me disculpé por lo que te hice—le susurró ella bajito, mientras uno de los sirvientes le rellenaba la copa.

Damon soltó un suspiro y en sus adentros se volvió a levantar un ambiente seco y hostil.

—Ya es pasado, Adeline.

Ella negó.

—No lo es. Si voy a pasar algunos días aquí necesito saber que dejarás de verme con esos ojos.

Damon tembló mientras le brindaba toda su atención.

—¿Cuáles ojos?

—Esos que haces como si te estuviera volviendo a dejar—susurró ella apenada, ocultando el rostro y dedicándose de nuevo a la comida.

Frente a ella, el hombre se quedó como una estatua. Sus venas se volvieron frías y en su corazón sangró una herida que creyó cerrada.

—Ya te he olvidado, Adeline. No tienes que disculparte por algo que ya no duele—fue la respuesta que le dio, como si ella se hubiera salido de sus sueños, como si hubiera dejado de añorarla con todas sus fuerzas.

Y no se volvió a decir palabra alguna en el lugar. Cada uno se metió en sus pensamientos y se perdió en su infierno personal, como si hubieran dejado de ser los amantes que se acariciaban bajo el manto de la noche inmensa; inmensa y estrellada; inmensa y oscura.

El postre fue delicioso. Le encantaban las cosas dulces y definitivamente había olvidado la última vez que degustó un platillo así.

Cuando la cena terminó, apenas y pudo levantarse del asiento. Se adhirió con fuerza al brazo de Damon y éste, aun en completo silencio, la acompañó a su habitación. Se marchó con una sonrisa después de dejarlo en la puerta.

Algo le decía que iba a volver a beber, lo veía en sus ojos, en esos que definitivamente habían perdido la chispa que recordaba.

Adentro de la habitación se encontró a dos doncellas que le preparaban un baño con agua caliente. La boca se le secó y sus entrañas rechistaron. La verdad es que también había olvidado la última vez que se había aseado. Lo más cerca que había estado de algo así eran las veces que se metía al lago para limpiar sus prendas enlodadas.

Ahogó una queja cuando la desnudaron. Llevaba el cuerpo demasiado delgado y deteriorado. Se le marcaban las costillas, y su piel, aquella blanca y pulcra, había pasado a verse casi morada.

Las doncellas no presentaron sorpresa, solo la metieron en una enorme tina que olía a flores y comenzaron a tallar todo su cuerpo con muchos jabones. Adeline no estaba acostumbrada, y le costó trabajo amoldarse, pero finalmente se permitió degustar el agua caliente y el buen trato que le daban.

Cuando todo su cuerpo estuvo pulcramente tallado, una de las jóvenes se dedicó a lavar y a cepillar su largo cabello mientras la otra untaba cremas en sus pies destrozados. Tenía heridas, raspones y ampollas que le habían provocado sus zapatos desgastados.

Tardaron un par de horas en dejarla sola en la habitación. Le colocaron una bata de seda antes de salir y Adeline, totalmente fascinada por lo suave que se sentía en su piel, comenzó a recorrer la habitación como si se encontrara en una exhibición de su pasado.

Había un tocador con una colección enorme de cepillos y broches. Tenía roperos grandes que estaban vacíos, baúles de una madera que olía delicioso y unas cortinas que tocaban el suelo con deleite. Estaba en un segundo piso, fácilmente podía sacar la cabeza por la ventana y ver las estrellas, pero la verdad es que tenía más interés en apreciar la cama.

Casi al instante una sonrisa se instaló en sus labios.

Tenía mucho que no dormía en una cama caliente y seca.

Tenía un dosel blanco y sabanas acolchonadas en las que parecía que podía tirarse y nadar. Era hermosa, y ella, que estaba acostumbrada a dormir en la tierra, no hizo más que recostarse como si temiera que desapareciese.

Cerró los ojos casi al contacto y se perdió en un sueño profundo, un sueño que de nuevo la transformaría en la dama demente que todo Londres conocía.

~•~

Corazones, la historia de Hunter y Madeline ya está completa en mi perfil, por si quieren conocer más a fondo la vida de ese personaje😉

-Katt.

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