Un mundo de hielo y magia


Lunas atrás

Los daños que había provocado la tempestad en la Cumbre Solitaria eran visibles desde cualquier punto de la montaña. Árboles destrozados, ramas ocultas entre la nieve, desprendimientos en las laderas... Los temblores que sacudían Neibos lo habían vuelto todo muy inestable, incluso la esperanza de los habitantes de la colonia, pero la llegada de los cazadores había cambiado el humor en el Hrath.

El miedo provocado por el delicado estado de salud de Celeste fue sustituido por alegría tras ver la mejoría de la joven, y saber que los hrathnis podrían llenar sus estómagos gracias a la labor de caza de sus compatriotas inundó las galerías de la montaña de sonrisas y calidez.

Quentin sentía la felicidad que flotaba en el aire, así como el poder elemental aletargado que se ocultaba en la montaña, pero su mente estaba ocupada con otros asuntos. No podía dejar de pensar en el rostro de Musa, en la expresión de pánico que mostró cuando descubrieron que estaban vinculados por la magia.

Él era un Aylerix; los nywïth estaban prohibidos en la Guardia. No podía traicionar al Ix Realix después de todo lo que habían vivido, y lo que era todavía más importante: no quería abandonar a sus amigos, a su familia. La muerte de su hermana le tiñó los recuerdos y el joven apretó la flecha de cristal de diamante que le colgaba del cuello, aquella que le había arrebatado la vida a su ser más querido.

Tras la traición de su padre y la batalla emocional que nació de los eventos que la siguieron, Quentin encontró refugio en la Guardia Aylerix. Los soldados, que con el paso de los soles se habían convertido en sus hermanos, lo ayudaron a superar la oscuridad que amenazaba con apoderarse de su poder elemental. Su lealtad hacia ellos era inquebrantable, pero el corazón del joven, como jefe legítimo del clan Rubí, también latía por el bienestar del reino que había dejado atrás.

Y entonces apareció Musa.

No le resultó difícil encontrar la energía emocional de la joven entre los miembros de la colonia; se le había quedado grabada a fuego en cuanto la miró a los ojos por primera vez. Quentin entró en una de las oquedades de la montaña y un hombre vestido con las ropas blancas del Hrath lo observó con rabia contenida.

—Lyon, ¿nos puedes dejar solos? —pidió Musa, que surgió de entre las sombras.

La esmeralda necesitó de toda su valentía para mostrarse frente al soldado, que la observó desde la distancia. Cuando era una niña, Musa se entretenía soñando con el día en el que encontrase a su nywïth, con la vida que compartirían en una bonita casa llena de felicidad, paseos por el bosque e hijos de mirada brillante y sonrisa bondadosa.

Pero aquello no se parecía en nada a lo que había imaginado.

El vínculo nywïth era sagrado para los neis, pero ella había dejado de ser una esmeralda hacía soles. Ahora era una hrathni, una mujer que se había endurecido con el frío y los engaños de la montaña. Su principal prioridad era proteger a la colonia, y el rubí que la observaba con ojos amables y rostro dulce no era más que un daño colateral.

—No voy a darte lo que buscas —le dijo con un tono tan afilado como el sonido del viento.

—No quiero nada de ti.

Las palabras del soldado la tomaron por sorpresa y Musa sintió el dolor del rechazo en su interior. La joven se sorprendió por su propia reacción. ¿Qué le importaba a ella lo que pensase un Aylerix altivo y arrogante? Se le ocurrieron cientos de contestaciones hirientes, pero no pronunció ninguna, pues no quería hacerle daño al joven que representaba la esperanza y los sueños que la habían acompañado durante su juventud.

—No te sientas así —le rogó Quentin—. Lo que quería decir es que no he venido a pedirte nada.

—¿Entonces qué haces aquí?

—Quería disculparme.

Los ojos de Musa brillaron por el asombro y la hrathni frunció el ceño.

—Mi posición en la Guardia y en... —El rubí se detuvo, ya que desconocía la forma de explicarle lo complicada que se había vuelto su vida, y suspiró—. Es difícil.

—Créeme, entiendo el significado de difícil —respondió ella mientras señalaba su entorno. Quentin le dedicó una sonrisa ladina y la joven lo imitó en un gesto que le recordó a la escarcha bañada por el sol.

—Me encantaría averiguar qué te trajo al Hrath, si tienes hermanos y cuáles son tus platos favoritos. Me gustaría poder admirar el lugar en el que nace la fortaleza que desprendes y descubrir tus manías; lo que te hace feliz y lo que te enfada; y tener todas las herramientas para molestarte y luego ser el motivo que te haga sonreír.

Los ojos de Musa adquirieron un brillo que obligó a Quentin a apartar la mirada, pues le resultaba demasiado duro saber que jamás podría descubrir los pequeños detalles que la distinguían de los demás.

—Pero no puedo ser esa persona, Musa. Es evidente que vivimos en mundos opuestos, en bandos que arderían si se encontrasen. —El soldado señaló la piel de animal que colgaba en el centro de la cueva—. Yo no puedo cazar osos con un trozo de madera y sobrevivir en un entorno helado.

—Y yo no puedo acatar órdenes y vivir en una ciudad llena de magia.

Los jóvenes se observaron con la nostalgia de lo que pudo ser y no fue, y después de varios latidos, intercambiaron sonrisas tristes.

—Te deseo una vida plena, Musa. Espero que disfrutes de cada puesta de los soles con la gran familia que habéis creado en esta montaña.

La joven asintió, tan asombrada con la personalidad del soldado que fue incapaz de responderle, y el rubí imitó el gesto antes de caminar hacia la salida.

—¿Aylerix? —Quentin se detuvo para mirarla—. Si alguna vez encuentras un mundo de hielo y magia, házmelo saber. No me importaría visitarlo contigo.

Pues ya he llegao (un pelín tarde 😰).

¿Qué os ha parecido este nuevo narrador?

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Un besiñoooo 😘

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