60. Siluetas entre la bruma
Gemí contra el pecho de Killian, afectada por la sensación de vértigo que me invadió. La magia se propagó con un estallido de luz y el suelo tembló bajo nuestros pies. El murmullo del agua se convirtió en el rugido del viento, que nos golpeó con la fuerza de un vendaval. El mundo bramó enfurecido. Killian me apretó contra su cuerpo y me dijo algo que no alcancé a escuchar.
Y entonces llegó el silencio.
Nos quedamos inmóviles, temiendo descubrir qué había ocurrido, hasta que escuchamos las voces de los soldados. Ya no nos encontrábamos en la cueva. El bosque aqua había regresado, al igual que el campamento y la cabaña. Me encontré con la mirada de Killian antes de desviar la atención a la flor universal, que en aquel entorno mundano parecía incluso más magnífica.
Nuestros amigos corrieron hacia nosotros. Aidan deslizó los dedos por la nuca del jefe del clan y lo acercó a él hasta que sus frentes se tocaron. Quentin me envolvió en un abrazo cálido y reconfortante. Mónica y Max sonrieron aliviados y la obsidiana se apoyó en el soldado y me guiñó un ojo cómplice.
—Estábamos a punto de perder la cabeza —nos dijo Quentin.
—La próxima vez, daos un poquito más de prisa —protestó Aidan.
—¿Un anochecer sin nosotros y ya os volvéis locos?
—¿Un anochecer? —repitió Max—. Habéis pasado tres atardeceres fuera.
Los soldados nos analizaron con el ceño fruncido y desvié la atención a los árboles que nos rodeaban, donde vi a un niño sentado sobre las ramas. Tenía los ojos verdes como las algas de hiedra y su piel estaba cubierta por escamas de brillo violeta. Su cabello blanco imitaba a la espuma del mar y, tras la espalda, ocultaba una cola ónice que terminaba en un gran aguijón cargado de veneno.
—¿La habéis encontrado?
La voz de Mónica me devolvió a la realidad y el niño desapareció con un parpadeo. El poder de las gemas cambió y Killian creó una urna de cristal con la que proteger a la flor universal. Los soldados emitieron gemidos de sorpresa, maravillados por su poder y belleza, y desvié la atención a la energía oscura que flotaba en el aire.
—¿Qué ha pasado? —pregunté en cuanto vi el estado en el que se encontraba Max.
Tenía la ropa destrozada. El unüil verde que le cubría el cuerpo mostraba los lugares en los que un animal salvaje le había hundido las garras en la carne. No tenía heridas a la vista, pero la sangre que impregnaba el tejido servía como recuerdo de lo ocurrido.
—Hemos estado bastante entretenidos en vuestra ausencia —dijo Aidan sonriente mientras pasaba el brazo sobre los hombros de Killian—. Que si nos ataca una pantera de la noche, que si nos cruzamos con un grupo de libélulas de sangre, que si Quentin ronca más que un león marino...
—También descendió una nube de ácido de la montaña, por no hablar de la tormenta de nieve debilitadora que nos visitó ayer.
—Quién iba a decir que un damnare daba para tanto —bromeó Quentin.
Sonreímos en un gesto automático, pero nuestros ojos reflejaron el miedo que nos invadía. La mirada de Max se detuvo en el idrïx de Mónica y los iris del esmeralda se llenaron de tristeza. M estiré y le acaricié la mejilla, y cuando abrió la boca para decir algo, le posé sobre la lengua el pétalo de la flor universal que había tomado de la cueva.
La escarcha se derritió en cuanto entró en contacto con su saliva.
Los soldados no tuvieron tiempo de reaccionar, pues de la boca de Max brotó un brillo violeta que nos cegó. El esmeralda se llevó una mano al pecho con angustia y la luz se extendió por todo su cuerpo. La maldición se defendió y el poder transmutado se acumuló a nuestro alrededor.
Sin el colgante, la presencia de la magia alquímica se volvió terrorífica. La oscuridad se revolvió entre nosotros y sentí la perversión de sus caricias en cada centímetro del cuerpo. Max emitió un grito que resonó en el bosque y me estremecí con un escalofrío. Sus ojos se volvieron tan negros como la desesperanza y las venas del cuello le dibujaron ríos oscuros en la piel. La luz que brotaba de su boca se intensificó y el mundo se llenó de espirales púrpuras que intentaron combatir la negrura que nos consumió.
Max se llevó las manos a la garganta, incapaz de respirar. Tratamos de ayudarlo, pero a su alrededor se formó una barrera invisible que nos impulsó lejos de él. Las sombras se acumularon sobre nosotros y el miedo me humedeció las entrañas. Bajo la piel olivácea de Max se formó una masa de humo negro que se sacudió en busca de una escapatoria.
El soldado se desplomó sobre el suelo y se retorció sin dejar de gritar. El viento cobró fuerza y la luz violácea que iluminaba el cuerpo de Max se convirtió en un brillo dorado que nos cegó con su poder. El humo perforó las venas del soldado, que se convirtieron en manantiales de maldad bajo aquella luz purificadora. Los símbolos del damnare se acentuaron y el cuerpo del esmeralda se contorsionó en un movimiento imposible antes de que un estallido de energía me lanzase contra los árboles.
El golpe me dejó conmocionada. El silbido de la magia impidió que percibiese los sonidos de mi entorno y me incorporé desorientada. Algo me acarició la mejilla. El reguero de sangre caliente y húmeda que se deslizaba por mi rostro me manchó las yemas de los dedos. El jefe del clan yacía inconsciente sobre el suelo y Max se arrodilló junto a él. La luz esmeralda que brotó de sus manos le devolvió la consciencia, y tras decirle unas palabras que no logré escuchar, se dirigió a mí.
La cercanía del soldado intensificó la niebla que me nublaba el pensamiento. Sentí sus dedos en la nuca y nuestro entorno se volvió blanco y uniforme. Una brisa con aroma a eucalipto me despejó la mente y permitió que percibiese siluetas entre la bruma. La energía de las gemas se agitó y al fondo distinguí a Mónica, que se arrodilló junto a Quentin y utilizó la magia obsidiana para despertarlo.
Aidan y Killian caminaron en nuestra dirección y una luz verde me bañó el rostro. El pitido que me resonó en los oídos precedió a voces amortiguadas. La sensación de vértigo desapareció y llevé una mano a la piedra de colores que me colgaba del cuello. Levanté la mirada y me encontré con los ojos de Max, que me observaban con una felicidad que me despertó al instante. El nudo en el que se recogía el cabello se había soltado y aparté los mechones que le caían a ambos lados del rostro para dejar su piel al descubierto. Las lunas que marcaban la caducidad de su vida habían desaparecido, al igual que el antiguo símbolo de la alquimia.
El pecho del esmeralda colisionó contra el mío antes de que pudiese ordenar mis pensamientos. Max me abrazó con un agradecimiento que me llenó los ojos de lágrimas. El joven se separó y me miró con adoración, y por primera vez después de tantas lunas, lo vi libre y con ganas de vivir.
Con el colgante puesto, atravesar el portal mágico que nos llevó de vuelta a la Fortaleza fue como dar un paseo por los jardines. Oak había enviado a sus centinelas a proteger el castillo en la ausencia del Ix Realix, y la presencia de los esmeraldas intensificó el frescor de la naturaleza y me ayudó a respirar mejor.
Estábamos hambrientos y agotados, pero nuestro caminar era propio de neis que habían descubierto una mina de nögle de oro. Nuestras miradas se concentraban en Max, aunque en ocasiones se desviaban a la mano de Killian para admirar el anillo de cristal que contenía la flor universal. Ante los ojos del reino, éramos soldados que habían logrado cumplir una misión imposible. A los nuestros, éramos un grupo de amigos que habían salvado a un ser querido de las garras de la muerte.
La Ix Regnix esmeralda se materializó en la entrada de la gran sala de reuniones, al igual que los miembros del Consejo de Emergencia. Los sanadores, los eruditos y los grandes maestros nos observaron con una admiración que también se dirigía a mí, algo que me sorprendió. Incluso Vayras parecía mirarme con otros ojos, aunque una nunca sabía qué esperar de una víbora de las tinieblas.
Habíamos tardado más de lo previsto, así que Killian se ahorró los preámbulos y les mostró la flor universal. Su poder se amplificó, acumulado en la urna de cristal, y la sala se llenó de asombro. Cuando los Ixes nos preguntaron cómo la habíamos conseguido, mentimos. Aidan y yo nos inventamos una narrativa que encajaba con la realidad hasta el momento en el que Max había fallecido y él y Mónica habían aceptado el vínculo nywïth.
Nadie tenía por qué saber lo que había ocurrido en los confines del bosque.
Los sanadores y los grandes maestros empezaron a trabajar en un antídoto. Elísabet se acercó para informar a Killian y a la guardia de los últimos acontecimientos, y mientras trazaban un plan de acción, yo me reuní con mi padre y Cruz. Me llevaron a las cocinas para prepararme algo de comer, ya que no podía subsistir a base de nögle como los soldados, y gracias a ellos descubrí que la situación en el clan Rubí había empeorado. Oak y Emosi se habían encargado de mantener la calma en los tres reinos y Foyer, para nuestra sorpresa, de calmar las ansias de rebelión de los habitantes de la ciudad Gris.
Después de contarles lo que habíamos vivido en busca de la flor universal, me excusé en el cansancio y me dirigí a mi cuarto. La felicidad me calentaba el pecho, pero la colisión con la realidad erosionó la burbuja de alegría que me rodeaba, pues en la Fortaleza era más difícil ignorar las pesadillas que me atormentaban desde las sombras.
Estamos de vueltaaaaaaaaa 🌊
✨ Y el damnare se ha idooooooo! AAAAAAAAAAH! ✨
Alguien por ahí adivinó las intenciones de Moira de sanar a Maxitoooo 😉
❤ ¿Qué os ha parecido? ❤
Se terminaron las vacaciones, toca regresar a la Fortaleza 🏰
Y con alguna que otra mentirijilla piadosa... 🤭 ¿Creéis que los Ixes descubrirán lo ocurrido?
¿Y del estado de Moira qué me decís? 📩
Espero que os haya gustado este capítulo😻
🏁 : 195 👀, 87 🌟 y 88✍
Nos vemos el sábado ❤
Un besiñoo😘
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